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viernes, 6 de junio de 2025

Paleofuturo y retrofuturo ferroviarios (2/2)

 

En la entrega anterior vimos cómo nuestros antepasados imaginaron su futuro, fueran previsiones razonables o fueran en exceso fantásticas, todas ellas las englobamos ahora en lo que llamamos paleofuturo. El retrofuturo es algo distinto, es una creación hecha en la actualidad, es un género literario, cinematográfico y plástico que imagina y recrea pasados ficticios. La mayoría de las variantes del retrofuturo (steampunk, dieselpunk, atompunk y ciberpunk) suelen inscribirse dentro del género de la ciencia ficción.

El steampunk imagina un mundo en la época del vapor con fábricas y edificios victorianos muy historiados en los que viven y trabajan personajes con elegantes vestidos complementados por sombreros y monóculos, y que usan todo tipo de vehículos, armas y trenes movidos por máquinas de vapor muy evolucionadas. Para acabar de situarnos en este mundo fantasioso, basta contemplar la ilustración procedente del cómic La Banda Bómbice (1999), de los autores franceses Corbeyran y Cecil, en la que vemos una estación de tren y un convoy que nos dan una perfecta idea de la estética a la cual nos estamos refiriendo.

 

Una manifestación cinematográfica norteamericana de este subgénero es Wild Wild West (1999), dirigida por Barry Sonnenfelden. El argumento se basa en el intento de un general exconfederado de derrocar al presidente y repartirse los estados con las antiguas potencias coloniales europeas. El protagonista viaja en un tren con todo tipo de mecanismos, paneles que ocultan resortes y artilugios a vapor y se enfrenta a ingeniosas máquinas de guerra, arañas mecánicas gigantes incluidas. No se pierdan la secuencia en la que emplea los artilugios mecánicos de su tren para asaltar el convoy blindado del general rebelde. El vestuario de los personajes y la decoración de los espacios interiores de los edificios y del tren tienen un papel esencial en la construcción de la atmósfera steampunk.

 

Back to the Future. Part III (1990, Regreso al futuro III) de Robert Zemeckis tiene tintes de steampunk. El joven protagonista viaja en su coche máquina del tiempo de 1955 a 1885 para rescatar al sabio. A la hora de regresar, el motor del ingenio no tiene suficiente potencia y, para darle el impulso inicial, el protagonista recurre al empuje de una locomotora de vapor. Para mostrar al espectador cómo pretenden acelerar el coche utilizando un cambio de agujas y una vía que acaba al borde de un barranco, construyen una divertida maqueta con material técnico reutilizado, muy en la línea de la estética steampunk, que es la que ambienta el cobertizo donde trabaja el sabio cuando se encuentra en el Far West de 1885. La escena final del regreso en una locomotora a vapor voladora y que actúa como una máquina del tiempo es la que tiene un sabor steampunk más intenso.

 

El escritor británico China Mieville, en su trilogía Bas-Lag nos presenta un mundo ambientado en una era postindustrial a caballo del siglo XIX y el siglo XX, con una tecnología basada en el vapor y una taumaturgia con categoría universitaria donde incluso los robots funcionan con circuitos de vapor en lugar de electricidad. En toda la serie el ferrocarril tiene un papel relevante y en la tercera entrega, El consejo de hierro (2004), se describe así uno de ellos:
El tren perpetuo avanza lentamente con pequeños giros de sus ruedas. Empujado por cuatro moles cuajadas de chimeneas de diamante, que escupen su humareda desde varios metros de altura. Inmensamente más grandes que las locomotoras de los trenes elevados de Nueva Crobuzon. Este modelo, diseñado para las tierras salvajes, lleva quitapiedras, y unos potentes faros delanteros, y los insectos rozan sus cristales como si fueran las yemas de incontables dedos. Su campana es como la campana de una iglesia. Hay un vagón blindado con una torre artillada. Una oficina sobre ruedas, vagones cerrados que contienen los suministros, algo que parece un salón, un vagón (como mínimo) manchado de sangre, un matadero sobre ruedas, y después un vagón muy alto, con grandes ventanales, pintado de dorado y cubierto de símbolos de los dioses y de Jabber. Una iglesia. Cuatro, cinco enormes vagones con puertas minúsculas y filas de ventanitas, barracones con literas triples abarrotados de hombres. Los coches-cama se hunden bajo su propio peso por el centro, como si tuvieran grandes panzas hinchadas. Hay vagones de carga, abiertos y cerrados. Y tras ellos vienen las cuadrillas. La música de los martillos.

Del mismo año 2004 es la ambiciosa y espectacular película japonesa de dibujos animados Steamboy producida por Katsuhiro Otomo. La acción se desarrolla en 1866, durante la Exposición Universal de Londres, y recrea de un modo muy atractivo el contexto social y tecnológico de la época, la del pleno desarrollo de la revolución industrial. Los personajes están bien trazados, los detalles cuidados hasta el límite y los escenarios industriales perfectamente documentados. Contiene secuencias extraordinarias: una persecución ferroviaria, acción en el interior de fábricas, conducción de máquinas de vapor y, como se trata de un filme steampunk, una batalla entre buques, tanques, máquinas infernales y soldados robots, todos impulsados por máquinas de vapor que consumen carbón. En el fotograma que reproducimos vemos un tren convencional, la bicicleta a vapor que ha inventado el protagonista y un engendro mecánico que lo persigue.


Muchos artistas plásticos, especialmente ilustradores, se han recreado en este subgénero creando estaciones y ferrocarriles fantasiosos que se suponen movidos por potentísimas máquinas de vapor. También los guionistas y dibujantes de novelas gráficas han hecho buenas creaciones como la ya citada La Banda Bómbice o la francesa Clockwerx (2010) de Handerson, Salvaggio y Hostache; en ambas el ferrocarril tiene un lugar al lado del resto de vehículos y engendros mecánicos.

 
Para celebrar el 175 aniversario de los ferrocarriles alemanes, la operadora Arriva le encargó a la artista Gudrun Geiblinger que maquillara la locomotora class 163.001 Taurus. El diseño propuesto se inspira en la Adler y tiene tintes steampunk. Colaboró en el diseño la empresa de modelismo Roco, que la reprodujo y comercializó en escala H0.

 

El steampunk ha tenido una vertiente relacionada con el cosplay y el mundo de la moda, y los aficionados celebraban encuentros en los que lucían sus vestidos y curioseaban en los puestos de artesanía, moda, literatura, joyería y arte steampunk.

 

El dieselpunk toma la estética de las realizaciones industriales art decó de los años 20 del siglo pasado y la utiliza para elaborar relatos, ilustraciones y películas cargadas de nostalgia en las que se recrea un futuro en el que los paradigmas añorados aún están vigentes. La película Sky Captain and the World of Tomorrow (2004) se inscribe de lleno es este subgénero; no aparece ningún tren en ella porque, si el ferrocarril era protagonista en el steampunk, ahora el centro de atención es el motor de combustión interna de automóviles y aviones. Aun así, este subgénero no pudo resistirse a la estética art decó de los ferrocarriles. El artista ruso Alexey Lipatov es el autor de la ilustración Llegada a utopía, que da perfecta idea de la estética dieselpunk aplicada al ferrocarril. Los aficionados al dieselpunk, cuando miran el ferrocarril, quedan fascinados con las formas de los trenes aerodinámicos americanos (el M-10000 de la Union Pacific y el Zephyr de la Burlington) y especialmente con los diseños de Henry Dreyfuss. 


Un poco más extrema es la ilustración que encabeza esta entrada y que representa unas locomotoras con motores diesel enormes en su parte trasera suspendidos en un taller de estética industrial ciclópea.

El subgénero atompunk ha absorbido mucha de la estética futurista que vimos en el artículo anterior cuando las compañías ferroviarias y las revistas de divulgación tecnocientífica especulaban con convoyes movidos por reactores nucleares. La serie Supertrain (1976), de la que sólo se emitieron nueve episodios, estaba ambientada en un tren bala de lujo, propulsado por energía nuclear y equipado con las suntuosidades de un crucero tales como salones, piscina y centros comerciales. Se suponía que el tren tardaba 36 horas entre Nueva York y Los Ángeles y este tiempo lo dedicaban los pasajeros y la tripulación a sus escarceos amorosos, conflictos vitales e intrigas entrecruzadas; en definitiva, un Vacaciones en el mar en un tren atómico.


En el caso del ciberpunk los novelistas y los ilustradores son menos prolíficos en el uso del ferrocarril, en la mayoría de los casos son un elemento más de sus ciudades superpobladas, con altos rascacielos tapizados de pantallas y carteles luminosos, ciudadanos conectados al ciberespacio, aunque casi siempre, como si de una gran urbe japonesa se tratara, aparece un tren elevado que pone una traza de luz y velocidad a la imagen.

lunes, 8 de enero de 2024

Trenes en la nieve


Si pensamos en películas o series en las que el escenario sea un tren rodeado de nieve, es muy probable que la primera que nos venga a la cabeza sea Snowpiercer (Rompenieves). En 1984 apareció la primera entrega de la novela gráfica Le Transperceniege con guion de Jacques Lob y dibujos de Jean-Marc Rochette, en 2013 tuvimos la versión cinematográfica dirigida por Bong Joon-ho y en 2020 nos llegó la serie dirigida por Graeme Manson. La base de las tres obras es que un fallido experimento para solucionar el calentamiento global acabó helando el planeta y matando a la mayoría de seres vivos; los únicos humanos supervivientes son los pasajeros, clasificados por capas sociales, de un tren que recorre sin paradas el mundo impulsado por un motor de movimiento continuo.


Pero en la pantalla ya se habían proyectado trenes sitiados por la nieve muchos años antes. En 1956 José Antonio Nieves Conde dirigió Todos somos necesarios. Falangista convencido, Nieves Conde se adscribió a la corriente neorrealista que llegaba de Italia porque consideró que sus postulados encajaban con su preocupación por las desigualdades sociales y la conducta inmoral de los ricos, que el veía como una traición a los ideales del nacionalsindicalismo; acabó apartado por el franquismo.

 

La trama argumental es simple y eficaz. Un médico condenado injustamente, un empleado que ha cometido un desfalco y un ladrón habitual dejan la cárcel tras cumplir sus condenas y suben a un tren donde, por su calidad de expresidiarios, son mal recibidos por los viajeros. El convoy queda bloqueado por la nieve y el hijo de un empresario que sólo ama al dinero y planea una aventura con su secretaria, cae enfermo y hay que practicarle una traqueotomía para salvarle la vida. El médico, suspendido de ejercicio y resentido contra la sociedad, se niega a intervenir, pero acabará cambiando su actitud ante la mirada de ánimo de la secretaria y el ejemplo de un cura, dispuesto a arriesgarse a operar al niño con sus escasos conocimientos adquiridos en las misiones. Por su parte, el ladrón habitual no duda en partir bajo la tormenta de nieve para pedir ayuda. Al final, a pesar de su heroicidad, los viajeros seguirán recelando de ellos por el solo hecho de ser expresidiarios. Toda la acción de la película transcurre en el ferrocarril, convertido en un escenario aislado, donde los personajes muestran su verdadero rostro cuando se enfrentan a conflictos morales.

El convoy de Murder on the Orient Express (1934, Asesinato en el Orient Express) de Agatha Christie también queda bloqueado por la nieve y, mientras se espera la llegada del tren de rescate, Hercule Poirot resuelve un caso de asesinato. Hay varias versiones para la gran y la pequeña pantalla que ha sido profusamente promocionadas y reemitidas hasta convertir esta obra y sus versiones en una de las más conocidas tanto de la autora como del cine con trenes.

Vlak u snijegu (1976, Tren en la nieve) del croata Mate Relja es una película basada en una novela juvenil. Un grupo de escolares viaja a Zagreb para una actividad académica, al regreso, el profesor se indispone y debe ser ingresado en un hospital, los niños prosiguen el viaje solos, pero el convoy acaba bloqueado por un vestisquero, entonces los escolares colaboran con los ferroviarios para liberar el tren. Es una película menor, con niños que se las ingenian para ayudar a despejar la vía de la nieve y, además, cantan dirigidos por un maquinista barbudo y campechano.

 

También transcurre en medio de una tormenta de nieve la historia que se nos cuenta en la película japonesa de dibujos animados Byôsoku go Senchimêtoru (2007, Cinco centímetros por segundo) de Makoto Shinkai. A ella pertenece el fotograma que encabeza esta entrada. Los dos protagonistas, Takaki y Akari, se enamoran al final de la escuela primaria, pero sus vidas toman caminos distintos. Pasa el tiempo. Un buen día, el chico decide ir a visitar a la chica en tren en medio de una tormenta de nieve. La película describe con todo detalle el trayecto con diversos cambios de línea que realiza el protagonista desde la estación toquiota de Shinjuku hasta el pueblo de Tochigui. Durante el viaje, la nieve hace que los convoyes acumulen retrasos y uno de ellos incluso se detiene durante un buen rato hasta que se puede limpiar la vía; no hay que decir que las compañías ferroviarias no paran de disculparse por los altavoces de trenes y estaciones. Por fin el chico llega a la estación de destino con muchísimo retraso, pero ella le está esperando. A partir de aquí, la historia resulta un poco ñoña para los gustos occidentales. El tren tiene un papel relevante, y como tal es tratado en el detalle de las estaciones o del interior de los convoyes, que son presentados como espacios para el romance y la reflexión. Que la nieve haya llegado a detenerlo es presentado como un hecho excepcional.

Puede que algunos fotogramas de la película Vlak u snijegu le recuerden a alguien el óleo de Claude Monet de 1875 conocido como Tren en la nieve o La locomotora. Más allá de su extraordinaria factura, este tren entrando en la estación de Argenteuil parece que nos está indicando que el ferrocarril es la única manera de moverse tras una tormenta de nieve que debe haber bloqueado los caminos.

 

El óleo En la estación. Mañana de invierno en el tren de los Urales (c. 1885) de Vladimir G. Kazantsev, contemporáneo de Monet, tiene muchas similitudes con el anterior: la forma grisácea del convoy contrastando con la nieve que cubre todo el entorno, el humo destacándose sobre el cielo cubierto, las luces del testero… y la misma sensación de que el tren nos ofrece la única manera de movernos por el paisaje.

 

El paso del tiempo no le ha quitado al tren esta capacidad de llegar con nieve a donde no se puede llegar de otra manera. El pintor norteamericano Everett Longley Warner, que tomó como uno de sus temas el paisaje de Pensilvania, representó en Panther Hollow (c. 1930) un tren industrial circulando por este barrio de Pittsburgh.

 

Canadá nos proporciona un ejemplo actualísimo de la importancia del ferrocarril en tiempos de nieve. Cuando los rigores del invierno dejan el territorio congelado, solo él es capaz de comunicar ciudades y transportar mercancías. Un convoy, sea de vapor, sea diésel, atravesando las llanuras nevadas y heladas es un tema muy común en la pintura ferroviaria intemporal canadiense, como es el caso de Canadian at Morant's Curve (2001) de Glen Frear, que nos muestra un convoy de CP Rail circulando bajo la mirada de las Montañas Rocosas por un tramo de la línea que se ha convertido en un clásico por su belleza.


En los sistemas montañosos de nuestra península también la nieve puede poner al ferrocarril en dificultades, es lo que escogió como tema José Catalá en su obra Puerto de Tosas (c. 2002) que nos muestra una 435 dando servicio a la relación entre Barcelona y la frontera francesa en Puigcerdà pasando por este puerto de montaña pirenaico.

 

Todas estas obras tienen en común el recordar que uno de los logros del ferrocarril fue el haber sido el primer medio de transporte que pudo enfrentarse a gran escala a las nevadas copiosas. El contraste de las formas oscuras y geométricas de los convoyes contrastando con el blanco informe de la nieve, las ventanillas iluminadas de los coches recordando que en su interior se está a salvo del frio y la sensación de que podemos seguir viajando a pesar de la tormenta son imágenes que han quedado fijadas como lugares comunes en el imaginario artístico.

martes, 10 de enero de 2023

Humaredas (y II)


Cuando las compañías ferroviarias imprimieron carteles y cuadernillos de horarios en la época del vapor, no pudieron resistirse a utilizar las posibilidades plásticas de las humaredas de las locomotoras. Un magnífico ejemplo primerizo es el horario de trenes de Kobe a Osaka de 1876, con el humo sobrevolando un tren que parece sacado de un ukiyo-e.


En 1927, la compañía estadounidense Baltimore and Ohio Railroad, para celebrar su centenario publicó un cartel en el que se elevan en paralelo las enormes columnas de humo de una máquina primitiva y de una imponente locomotora de última generación. Ambas columnas de humo son iguales, la primera es imposible, la segunda, verosímil, pero la idea del cartelista es mostrar la continuidad de la solidez de la compañía.


Wagon Lits recurrió a la estela de humo y vapor para promocionar el Tren Azul que trasladaba la buena sociedad británica a sus veraneos en la Costa Azul a principios del siglo XX. Son varios los carteles que promocionan esta línea y el vapor siempre está presente.

 

Al otro lado del canal, British Rail también tiraba de humaredas para promocionar sus servicios industriales, en este caso el humo de una locomotora de vapor se hermana con el de la industria química. La leyenda del cartel, bajo el título de Servicio a la industria, explica como el complejo de la industria química ICI de Billinham-on-Tees depende de British Railways para el suministro de carbón y otras materias primas, y para la expedición de fertilizantes, cemento, líquidos a granel y otros productos. El autor de la ilustración es Terence Cuneo (1907-1996), el artista que ha pintado y dibujado el ferrocarril británico en centenares de obras.
 

Los cómics de tema ferroviario también han explotado las posibilidades de las humaredas de las locomotoras para dar dramatismo a las historietas. Vemos el ejemplo de una viñeta del cómic Le carrefour de Mâm-Pha (1987) del belga Willi Baltaite y otra perteneciente al extraordinario álbum La 12 de François Schuiten. Mientras que la primera de las obras es un ejemplo de un uso circunstancial de la locomotora de vapor, la de Schuiten es profundamente ferroviaria. Narra la historia de Léon, el maquinista titular de la 12.004, una campeona de la velocidad, el súmmum de la sofisticación mecánica, locomotora que sabe adelantarse a los deseos de su conductor, pero los tiempos cambian, se introduce la tracción eléctrica y las 12, las locomotoras Atlantic carenadas belgas que alcanzaba los 140 km/h, tienen los días contados.

 

Ya en el cine, ¿quien no recuerda escenas con enormes humaredas que cobran un valor simbólico en filmes? Las encontramos en películas como La bête humaine (1938, La bestia humana) de Jean Renoir cuando las pasiones se descontrolan, Noche fantástica (1943) de Luis Marquina con la humareda en la escena inicial, Brief Encounter (1946, Breve encuentro) de David Lean cuando los amantes se besan en el andén venciendo la mala consciencia, Czlowiek na torze (1957, Hombre en las vías) del polaco Andrzej Munk en que simboliza el honor de los ferroviarios o Ostre Sledovane Vlaky (1966, Trenes rigurosamente vigilados) del checo Jiri Menzel en que el humo de la locomotora acaba mezclándose con el de la explosión del sabotaje realizado por la resistencia.

 

La lista anterior contiene solamente películas de gran contenido ferroviario de cinco nacionalidades distintas, pero podría ser mucho más larga, y no digamos una que contuviera títulos de filmes en los que el tren de vapor tiene una aparición fugaz pero se utiliza su humareda como metáfora; basta pensar, por ejemplo, en las diversas versiones de Ana Karenina en las que la humareda y el vapor condensándose en el aire gélido del andén cobijan a los amantes,

Entrado ya el siglo XXI, el humo de los trenes es un elemento apenas tolerado por las miradas desconfiadas y reticentes en las líneas con locomotoras preservadas; pero ésta irrisoria cantidad de humo vertida a la atmósfera no hace sino recordarnos que el ferrocarril ha conseguido evolucionar y ser ahora un símbolo de medio de transporte medioambientalmente sostenible.

Humaredas (I) puede leerse aquí.

lunes, 1 de junio de 2020

Snowpiercer: còmic, película y, ahora, la serie



Si en 1984 apareció la primera entrega de la novela gráfica con guion de Jacques Lob y dibujos de Jean-Marc Rochette y en 2013 tuvimos la versión cinematográfica dirigida por Bong Joon-ho (y de la que podemos leer la entrada correspondiente en este blog aquí), ahora nos llega, vía Netflix, la serie dirigida por Graeme Manson y producida por TNT.

El título francés original del cómic es Le Transperceneige, Rompenieves en español y Snowpiercer en inglés. En 1999 aparecieron las partes segunda y tercera del cómic, con guion de Benjamin Legrand porque Lob había muerto nueve años antes, pero la calidad de esos dos volúmenes es claramente inferior al primero, y esta es la razón de que película y serie se basen casi exclusivamente en éste último.

Los "colistas"

El arranque argumental es sólido y marca la clara intencionalidad de fábula política de la historia: en un intento fallido de revertir el calentamiento global, la tierra se ha helado hasta el núcleo y la humanidad superviviente viaja en un tren de 1001 coches que no se detiene nunca. En él, las personas viajan divididas en clases sociales. El héroe es un paria de los vagones de cola que intenta revertir la situación con la ayuda de una activista de las clases superiores. Como temas colaterales aparecen el culto a la locomotora, diversas historias personales, las formas de vida de las élites y las curiosidades del funcionamiento de este mundo cerrado sobre raíles.

El detective y la jefa

Si Bong Joon-ho consiguió mantener el espíritu del comic y fue capaz de hacer verosímil la acción dentro del tren, la serie, para justificar su duración, necesita introducir una trama policíaca. Un “colista”, que era policía antes de la catástrofe, es requerido por la autoridad del tren para resolver un crimen; el acepta con la expectativa de poder ayudar a la revuelta de los de su clase.

El tema de la serie es la diferencia entre clases sociales, la opresión, el desclasamiento, el afán de poder. El escenario es un tren como podría ser-lo un buque o una nave espacial. El tren es un puro contenedor, pero también es una metáfora. Habrá que ver cómo se despliega la serie, pero, ya de entrada, cuestiones argumentales al margen, los aspectos ferroviarios no son muy convincentes. 

El convoy: la novela gráfica y la película mantienen el punto de vista del lector/espectador encajado en un tren de manera creíble, sin embargo, en la serie, parece que algunas escenas ocurran en un edificio de amplias plantas y no en un tren en movimiento. La sala de los maquinistas contrasta, por su lograda ambientación tecnológica, con lo poco ferroviario del resto de vagones. Interesante el corredor inferior de servicio.

La energía: el cómic nos presentaba una locomotora con un motor de movimiento continuo, en la película le llaman de movimiento eterno, para el caso es lo mismo: es un recurso inverosímil que la ciencia-ficción rigurosa hace muchos años que abandonó.

La cabina de conducción

El motor: En la película, el motor tiene su desgaste y el dueño utiliza a niños de cinco años para substituir las piezas que se han estropeado. Es algo también inverosímil, pero que da dramatismo a la película y desencadena el final. Veremos que nos propone la serie. 

Un maquinista


miércoles, 1 de abril de 2020

Una serie ferroviaria japonesa muy muy friqui


La forma de criar a Tetsuko es el nombre con que se tradujo y se emitió en algunos países de Sudamérica la serie japonesa Tetsuko No Sodatekata (鉄子の育て方). La serie narra las aventuras y desventuras de una chica que aspira a ser presentadora de televisión y que, después de cuarenta y siete rechazos acaba encontrando trabajo en Tetsudo TV, un canal por cable dedicado a la pasión por los trenes, una pasión que raya el friquismo a la japonesa más extremo.


El título, a primera vista, parece que se refiera a criar o educar a una persona, pero no es así porque la traducción no es fiel al título original. Tetsu es la palabra japonesa para hierro, el ferrocarril se denomina tetsudo y la raíz tetsu se usa para formar palabras derivadas. La terminación ko se usa como forma de inclusión, también la de género, de manera que tetsuko significa “ferroaficionado/a”. La tradición textual correcta del título de la serie sería La manera de formar a una fan de los trenes.


Los cuatro componentes de la cadena televisiva son un propietario que siempre está encerrado en su despacho con sus fetiches ferroviarios, un director y cámara, un editor y productor y un encargado de sonido. Todos cuatro están perdidamente locos por los trenes: los recorren, imitan sus sonidos con la boca, los filman a la que los ven y entrevistan a curiosos aficionados y aficionadas que están tan pillados como ellos.

 

La pobre protagonista aprende sobre los trenes a base de voluntad, de verse superada por la presentadora de la competencia y del cariño de sus compañeros. A ella, claro está, no le apasionan los trenes.


La serie es de 12 capítulos y se produjo en 2014. Fue producida por Nagoya Televisión. Existe una versión doblada al español latino que puede encontrarse con cierta facilidad. También existe una versión en manga, pero solo en japonés.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Cómics del Far West con trenes (& IV): las catástrofes.


Ya hemos visto como en la mayoría de los cómics del Far West con ferrocarriles, tren que aparece, tren que es asaltado. Una novela gráfica, además de un buen argumento y una buena ambientación, necesita viñetas espectaculares y los trenes, cuando se accidentan, ofrecen mucho más espectáculo que una carreta, una diligencia o una montura. En los albúmenes encontramos todo tipo de variantes de la catástrofe, vamos a ver unas cuantas.

En la serie Teniente Blueberry parece que había especial predilección por hacer saltar los trenes por los aires y tirarlos a los rios, ya sea dejándolo sin rieles…


… ya sea haciendo explotar los explosivos que transporta.


En El tren blindado de la serie Tex Willer, de la que hablamos en la entrega anterior, encontramos este choque de trenes…


… y también un brutal descarrilamiento.


Pero si queremos una historia que empiece con una buena catástrofe, debemos abrir el álbum Red Dust Express, la entrega quinceava de Comanche, editada en 2003 y cuyos autores son Greg, Rodolphe & Rouge.


En ella encontrarán también un buen descarrilamiento.



A veces la catástrofe parece inevitable, pero si en el tren va el protagonista, siempre puede producirse un milagro, como ocurre en la escena final de El Caballo de Hierro de la serie Teniente Blueberry.


Pero por mucho que guionistas i dibujantes se empeñen en destruirlo, el ferrocarril será para siempre un elemento fundamental de las historias del Far West.