miércoles, 16 de diciembre de 2020

Los trenes de John Le Carré

Los espías de las novelas de John Le Carré no realizan grandes operaciones en trenes o estaciones, pero sí que viajan en ferrocarril atentos siempre a si están siendo seguidos por los espías del bando contrario.

Encontramos un ejemplo en la novela más conocida de John Le Carré, Tinker, Tailor, Soldier, Spy (1974, El topo), protagonizada per el maestro de espías George Smiley, de la que BBC hizo en 1979 una serie de siete episodios protagonizados por Alec Guinness y Tomas Alfredson dirigió una versión para la gran pantalla en 2011.

Jim es el espía que Control envía a Brno (Checoeslovaquia) para ponerse en contacto con una fuente que le ha de revelar quién es el topo, pero cae en una trampa tendida por Karla, el jefe de los servicios secretos rusos, para saber de quien sospecha Control. Vuela hasta Praga bajo una identidad falsa y toma un tren hasta Brno, donde empieza a sospechar que tendrá problemas.
Jim tenía que tomar el tren de las trece ocho que llegaba a Brno a las dieciséis veintisiete. Este tren fue cancelado por lo que Jim tomó un maravilloso tren tranvía, formado especialmente para el partido de fútbol, que se detenía en todas partes, y en cada detención Jim tenía la certeza de haber identificado a sus seguidores. Eran de diversas clases. En Chocen, lugarejo prácticamente desierto, Jim se apeó y compró un bocadillo de salchicha, lo que le permitió ver nada menos que a cinco sabuesos, todos ellos del sexo masculino, esparcidos por el minúsculo andén, con las manos en los bolsillos, fingiendo que charlaban, y poniéndose en ridículo.
—Si hay algo —dijo Jim— que permita distinguir el buen sabueso del malo, este algo es que el primero está dotado del noble arte de hacerlo todo de un modo verosímil.
En Svitavy dos hombres y una mujer subieron al vagón de Jim y se pusieron a hablar del partido. Al cabo de un rato, Jim intervino en la conversación. Antes se había enterado de los antecedentes en el periódico. Se trataba de un partido de vuelta, y todos andaban locos de expectación. Llegó a Brno sin que nada más hubiera ocurrido, por lo que Jim se apeó, entró y salió de diversas tiendas y anduvo por sitios atestados, a fin de que sus seguidores se vieran obligados a estar cerca de él para no perderle.
Las estaciones, con su constante movimiento de gente entre la que camuflarse, suelen ser lugares habituales para las citas entre agentes, pero también son lugares donde es fácil hacer seguimientos. En Smiley's People (1979, La gente de Smiley), la tercera y última novela de la trilogía de Karla, George Smiley viaja a Holanda en una de sus pesquisas. En el fragmento que reproducimos vemos las artimañas de Smiley para despistar a los espías enemigos en caso de que los hubiera siguiéndole:
Smiley regresó a la estación ferroviaria. La sala central era como la fantasía wagneriana de una corte gótica, con su techo abovedado y una enorme vidriera de colores que arrojaba una policromía de rayos de sol sobre el suelo de cerámica. Telefoneó desde una cabina al aeropuerto de Hamburgo y dijo que su nombre era «Standfast, inicial J», que era el que figuraba en el pasaporte que retiró del club londinense. El primer vuelo a Londres salía esa tarde a las seis, pero solo había pasajes en primera. Reservó una plaza y dijo que cuando llegara al aeropuerto compensaría la diferencia de su billete de clase turística. La telefonista le pidió que tuviera la amabilidad de llegar media hora antes del control de pasaportes. Smiley prometió que lo haría —quería impresionarla— pero… no, lamentablemente el señor Standfast no tenía un número telefónico al que pudiera llamarle en el ínterin. En el tono de la empleada no había nada que sugiriese que tenía a su lado a un oficial de seguridad con un telex en la mano y que le susurraba instrucciones al oído, pero Smiley supuso que dentro de un par de horas la reserva de plaza del señor Standfast haría sonar un montón de campanas, ya que era él quien había alquilado el Opel. Regresó a la sala y a los haces de luz policroma. Había dos taquillas y dos colas cortas. En la primera, le atendió una muchacha inteligente a la que compró un billete de ida en segunda clase hasta Hamburgo. Pero fue una adquisición deliberadamente difícil, cargada de indecisión y de nerviosismo, y al concluirla él insistió en apuntar los horarios de salida y de llegada y también en que la joven le prestara su bolígrafo y un papel.
En el lavabo de hombres, después de trasladar el contenido de los bolsillos —en primer lugar, la preciosa mitad de postal de la embarcación de Leipzig—, Smiley se puso la chaqueta de lino y el sombrero de paja; a continuación se dirigió a la segunda taquilla y, con la mayor discreción, adquirió un billete para el tren tranvía que paraba en la población de Kretzschmar. Evitó mirar al expendedor desde debajo del ala de su llamativo sombrero de paja y se concentró en el billete y en el cambio.
Pasan los años y los espías de Le Carré siguen usando trenes y tomando precauciones, como en The Secret Pilgrim (1990, El peregrino secreto):
Una hora después me hallaba en el expreso nocturno de Glasgow. Había seguido al pie de la letra el procedimiento para burlar la vigilancia y estaba seguro de que no me seguían. No obstante, en la Estación Central de Glasgow tomé la precaución de entrar en la cafetería, a tomar una taza de té, mientras buscaba con la mirada a posibles seguidores. Luego, como precaución, me hice llevar en coche a Helensburgh, al otro lado del Clyde, antes de tomar el autobús de Campbeltown hasta West Loch Yarbert.
Existe una gran tradición de novelas y películas de espías en las que aparecen trenes y la obra de John Le Carré no podía faltar en la lista.

[El fotograma que encabeza esta entrada corresponde a la versión de la BBC de El topo. En él vemos a un agente de Smiley, con gabardina blanca, bajando del tren en Dover para tomar el ferry que le llevará a su misión en Francia]

martes, 1 de diciembre de 2020

Los tigres del tren (2016)


Para los que añoren las películas ferroviarias con acción bélica que veian en su juventud, nada como la relativamente reciente Tie dao wei shi (2016, Los tigres del tren) del director chino Sheng Ding. La escena inicial de la película nos muestra a un niño que, durante la visita a un museo ferroviario contemporáneo, se despista del grupo, sube a la plataforma de conducción de una locomotora de vapor preservada y descubre el dibujo en tiza de un tigre con alas en las puertas del hogar. Las portezuelas del hogar se abren y empieza una historia ambientada en 1941 durante la ocupación japonesa de parte de China. 


Este arranque ya nos predispone a contemplar una fábula, una historia contada siguiendo los tópicos de las narraciones orales tradicionales y las formas del cine de aventuras del siglo pasado. Es en esta clave que los aficionados al ferrocarril disfrutarán de las inmensas locomotoras de vapor, de las circulaciones de trenes, de las operaciones de conducción al borde de lo imposible, de las heroicidades de los protagonistas dentro, encima y debajo de los convoyes, de los juegos estratégicos con los cambios de agujas y de las escenas de la lucha en las vías para poder volar un viaducto estratégico.

Los protagonistas son una panda de resistentes desarrapados que, capitaneados por un empleado ferroviario, se mueven por la línea de Tianjin a Nanjing, en el este de China, robando comida de los transportes japoneses para dársela a los lugareños empobrecidos por culpa de la invasión. Emboscan a los soldados japoneses con todo tipo de artimañas, muchas de ellas propias del teatro popular y, algunas de ellas, auténticas jaimitadas. No tienen armas, pero se las apañan con enseres domésticos, tablones, cuerdas, martillos y cualquier cosa que les caiga en las manos, incluida una pipa metálica que el jefe siempre lleva consigo, aunque nunca la usa para fumar. 


Los pueblerinos llaman al grupo “tigres del ferrocarril” y le ofrecen su apoyo, incluso el venerable jefe de estación les encubre ante los temibles soldados japoneses. En una de sus acciones entran en contacto con un agente del ejército que tiene la misión de volar un viaducto estratégico para cortar el transporte de suministros de las fuerzas japonesas. El joven muere y el grupo de desarrapados asume como propia su misión. 


Terminada la epopeya, las portezuelas del hogar se cierran delante del niño como si fueran el telón de un teatro y el pequeño se reincorpora al grupo de su clase. 

Que mientras circulan los créditos veamos las tomas falsas en una ventana lateral contribuye a recordarnos que se ha utilizado el lenguaje fílmico de la parodia para explicarnos una historia con contexto histórico, aunque también podría ser una especie de disculpa por armar una película tan simplona. Simplona porque lo es tanto desde el punto de vista argumental, como de la profundidad de los personajes, y es una lástima porque trabaja con unos materiales ferroviarios que podrían dar mucho más de sí.