viernes, 16 de diciembre de 2016

Trenes, arte y literatura en la revista Litoral



El número 262 de la revista de poesía, arte y pensamiento Litoral está dedicado al ferocarril. Trenes. Arte y literatura, editado con la exquisita presentación habitual, se abre con un prólogo de Lorenzo Saval que justifica la elección del tema, y un estudio de Juan Manuel Bonet que se centra en la pintura, sobretodo de las vanguardias, y hace alguna breve incursión en el terreno de la literatura y la música. El resto está dividido en 33 secciones con títulos como Locomotoras, Vagones, Andenes, Besos de ida y vuelta, Soñando a bordo, Mirando el paisaje, Ver pasar trenes, etc, en cada una de las cuales se antologan poemas, microrelatos, fragmentos de prosa, pinturas, carteles y fotografías. Se inserta un artículo sobre cine y ferrocarril y otro sobre los trenes en los cómics.

El resultado es un volumen que apetece degustar sin prisa y al que el aficionado ferroviario acudirá a menudo en el futuro buscando recreear las revelaciones de la primera lectura o ilustrar con poesía y arte sus propias experiencias ferroviarias. Si algo se echa en falta es algún artículo más que explote esta magnífica colección de materiales.

Así se presenta el número en su contraportada:
La primera noticia de un sistema de transporte sobre raíles fue una línea de tres kilómetros que se utilizaba para mover botes sobre plataformas a lo largo del istmo de Corinto en el siglo vi a. C. Hasta 1811 no se diseñó una locomotora funcional que facilitó la apertura en 1830 de la primera línea interurbana entre Liverpool y Manchester. De ahí a los monorraíles terrestres o suspendidos que otorgan carta de naturaleza a la greguería en la que Gómez de la Serna equiparaba el ferrocarril con la oruga. Y es que la literatura siempre mostró fascinación por el mundo ferroviario.
La metáfora del tren y sus estaciones como transcurso de la existencia sigue presente en la mente de autores y lectores. Lo decía Apollinaire: «Un tren / Que pasa / La vida / Fluye». Tras los monográficos dedicados a barcos (Líneas marítimas, nº 254) y aviones (El arte de volar, nº 256), Litoral se ocupa del medio de transporte romántico por antonomasia, el que más pasiones literarias levanta. El número se ordena al modo de un viaje al ritmo de poemas y microrrelatos que cuentan historias sobre el humo, el vapor y los silbatos de las locomotoras; sobre guardavías y revisores; estaciones y andenes, billetes y equipajes; sobre pasajeros que leen, duermen y se enamoran en el trayecto; sobre trenes que circulan entre niebla, lluvia y nieve, trenes fantásticos y trenes fantasma; sobre el tranvía y el metro.
Los trenes de juguete nos devolverán a la infancia perdida y viajaremos a bordo del mítico Orient-Express guiado por la mano maestra de Mauricio Wiesenthal. Pocas situaciones tan nostálgicas como las despedidas a pie de vagón, y tan gozosas como el recibimiento tras una larga ausencia. En torno a estas emociones escriben Pilar Adón, Guillermo Busutil, Cristian Crusat, Margarita Leoz, José María Merino, Sara Mesa, Gemma Pellicer y Miguel Á. Zapata. Otros pasajeros ilustres en este viaje literario son Enrique Vila-Matas y Juan José Millás.
El arte también se enamoró del ferrocarril. Desde Lluvia, vapor y velocidad (El gran ferrocarril del Oeste), pintado por Turner en 1844, hasta la vanguardia actual el tren sigue dando mucho juego visual. Juan Manuel Bonet recorre las estaciones de este trayecto artístico, y Ana Merino y Francisco Griñán escriben sobre el rastro del ferrocarril en el cómic y el cine, respectivamente.
Afirmaba Kafka que el paso del tren causaba pasmo entre los espectadores. No ha cambiado mucho nuestro estado de ánimo ante esta situación, así que no dejen pasar la oportunidad de subir al tren de Litoral.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Viajes desesperados hacia el norte


En el siglo XXI, cuando pensamos en migración en tren, nos vienen a la mente los desplazados por la guerra de Siria intentando subir a los convoyes que les lleven a Europa y en los migrantes que intentan llegar a los Estados Unidos abordando los trenes de mercancías que circulan hacia el norte por Centroamérica. El cine mexicano ha recogido este tema en múltiples ocasiones.

En 1987, el director Fernando Durán Rojas, rodó El vagón de la muerte. Cuatro hombres, uno de ellos con su hija y su hijo, viajan ilegalmente a Estados Unidos. El traficante les facilita el acceso a un vagón y durante el viaje sabemos de las motivaciones de cada uno de ellos para emprender el viaje. El niño, que fue mordido por un perro, manifiesta síntomas de rabia. El ambiente se crispa, aparecen rencillas. A la llegada, no pueden abrir la puerta del vagón. El niño muere, se desate la violencia, la locura… La película es floja y se centra más en los aspectos sórdidos que en el tema social de fondo. Aquel mismo año, en Tejas, dieciocho migrantes mexicanos fueron encontrados asfixiados dentro de un vagón de carga del Missuri Pacific que había partido de la estación de El Paso y que alguien, con o sin conocimiento de la presencia de los polizones, cerró herméticamente. 


El cine mexicano también ha producido dos buenos largometrajes documentales sobre el tema, La frontera infinita (2007), de Juan Manuel Sepúlveda, y El albergue (2012), de Alejandra Islas Caro sobre la labor del sacerdote Solalinde. Ambos muestran el drama personal de los migrantes y los abusos a que son sometidos durante su viaje a lomos de “la bestia”.


De nuevo en el terreno de la ficción, en 2009 Cary Jôji Fukunaga estrenó Sin nombre (2009), una dura película que narra el viaje de una adolescente que intenta llegar a los Estados Unidos en compañía de su padre y, en paralelo, los problemas de un joven que pertenece a una mara. Los migrantes que viajan en los techos de los vagones de mercancías afrontan los peligros del tren, las inclemencias del tiempo, intentan evitar los “migras” y sufren los asaltos de las maras que les quitan lo poco que tienen. En el tren, las vidas de los dos adolescentes coincidirán con un resultado trágico. El argumento, muy bien escrito, no hace concesiones al melodrama y muestra la dureza de la vida de los desfavorecidos.


También son adolescentes los protagonistas de La jaula de oro (2013), de Diego Quemada-Díez. Cuenta la historia de un chico y de una chica que salen de su pequeño pueblo guatemalteco con destino a los Estados Unidos; a ellos se une un chico indígena que no habla español. El argumento, menos elaborado que el de la película anterior, nos relata las vicisitudes de los adolescentes, sus latrocinios para sobrevivir, las persecuciones de la policía, la falta de entente entre ellos, el secuestro de la chica y de otras mujeres en manos de una mara, la comida en un centro de acogida (cameo del padre Solalinde incluido), los secuestros exprés, los francotiradores americanos… Los tramos finales de la película pierden narratividad, dejan cabos sueltos y se acercan al docudrama en su interés por hacer inventario de los peligros y atrocidades que sufren los migrantes, pero el balance global es positivo y sobrecogedor.


En definitiva, buen cine mexicano que conviene ver si uno no quiere acabar viendo el mundo sólo desde el punto de vista de los privilegiados del norte.

Fotograma de La jaula de oro

martes, 15 de noviembre de 2016

Relatos ferroviarios en Lecturas: El guardabarrera


La revista Lecturas apareció en 1921 como suplemento de la popular El Hogar y la Moda y se convirtió en publicación independiente en 1925. Por aquellos años solía incluir relatos de autores nacionales y extranjeros convenientemente ilustrados por los dibujantes de la casa. Algunos de los relatos eran de tema ferroviario.

El primero de ellos apareció en el número inaugural, se titulaba El guardabarrera y su autor era François Coppée. No se indica la fecha de la redacción, pero sabemos que Coppée murió en 1908 y que fue un autor muy popular en Francia gracias a sus poemas y relatos de tema popular y sentimental. Las ilustraciones llevan la firma Calderé.

El guardabarrera narra como el tren en el que viaja la reina de Bohemia se ve detenido por la nieve acumulada en la vía. La soberana “viaja en el incógnito más estricto y más modesto, bajo el nombre de Condesa de Siete Castillos, acompañada solamente de la vieja Baronesa de Georgenthal, su dama de lectura, y del general Horschowitz, su gentilhombre de honor.” Va a París a visitar a su madre, reina viuda exiliada de Moravia, para llorar sobre sus hombros sus penas de amor, pues su marido el rey había arrasado la felicidad y devoción con las que se había casado con él. “Seis meses de engaño y de ilusión, seis meses apenas, y después, un día, en pleno embarazo, un azar brutal le hizo saber que estaba equivocada, que el rey no la amaba, que no la había amado nunca y que al día siguiente mismo de la boda había cenado en casa de la Gacela, la primera danzarina del teatro de Praga, una cualquiera. ¡Y no era esto solo! Entonces supo lo que únicamente ella ignoraba: el antiguo enredo de Ottokar con la Condesa de Pzibrann, de la que había tenido tres hijos, a la que no había dejado en medio de cien locuras, y de la que tuvo la audacia de hacer la primera dama de honor de su esposa.” La reina tiene un hijo, pero había empezado a mirarlo con frialdad a causa de los engaños del hombre que lo había engendrado y de la rigidez de la corte que hacía que nunca pudiera estar a solas con él, de manera que cada vez eran más frecuentes sus viajes fuera de Praga.

Detenido el tren, la reina y sus dos acompañantes se refugian en la caseta de un humilde guardabarrera. El hombre tiene una hija de tres años (sic), cuya madre los ha abandonado, y a la que se niega a dejar en manos de terceros y cuida con esmero a pesar de su esclavo trabajo. “Por la noche no tengo más remedio que dejarla ahí, chillando y llorando, cuando oigo silbar el tren. De día, en cambio, la llevo conmigo, y es muy valiente la pequeñina; no le tiene miedo al ferrocarril... Mire usted: ayer "la tenía sobre el brazo izquierdo, mientras con la mano derecha presentaba mi banderín; pues bien: ni siquiera se estremeció al paso del rápido...”

La reina se enternece y toma en brazos a la criatura. “¿Se sabrá nunca lo que pensó la joven Reina de Bohemia en aquella noche de invierno en que acunó durante una hora a la hija de un pobre guardabarrera?”.


La línea queda expedita y el tren retoma la marcha, pero antes de subir a su compartimento, la reina deja “sobre la cuna de la pequeña Cecilia su portamonedas lleno de oro, y el ramito de violetas que llevaba a la cintura”.

Transformada por la experiencia, “su Majestad no ha pasado más que dos días en París. Ha regresado en seguida a Praga, de donde ya no se ausenta nunca y donde se consagra por entero a la educación de su hijo. Si todavía hay reyes en Europa cuando el pequeño Wladislas sea hombre, será el que no ha sido su padre: un buen rey. A los cinco años es ya popular, y cuando viaja con su madre en esos vagones ferroviarios de Bohemia, que marchan como coches de plaza, al ver por la ventanilla del coche-salón a un guardabarrera que lleva un crío al brazo y que presenta con el otro su banderita, el augusto niño, al que su madre hace una seña, le envía siempre un beso.”

La primera frase, “Su Majestad la Reina de Bohemia – porque siempre habrá un reino de Bohemia para los cuentistas – viaja en el incógnito más estricto…”, reconoce que el relato se sitúa en un entorno mitificado, que no es otro que el imperio austrohúngaro del que la actual Chequia formaba parte en aquellos tiempos. El decorado lo forma una sociedad estratificada, ferroviarios orgullosos de su trabajo y estrictos cumplidores del reglamento y una corte con varios círculos de aristocracia.

En los años en que se escribió el texto, el imperio austrohúngaro ya estaba rodeado de un halo de decadencia, y cuando se desmoronó en 1918 después de la Primera Guerra Mundial, pasó definitivamente al limbo de la nostalgia. François Coppée, a pesar de su clara fascinación por el régimen monárquico y su moral estricta, anticipó su final y su uso como lugar común literario.


jueves, 3 de noviembre de 2016

La cadena del guardabarrera


El texto del pie de la ilustración dice lo siguiente:
DILEMA
–Ya lo veo: tengo cadena para toda la vida; y si me despisto y pasa alguna desgracia, tengo cadena perpetua.
La portada corresponde al número de 30 de octubre de 1920 de una revistilla para niños que se publicaba en Barcelona desde 1903. Era muy popular y su dibujante estrella era precisamente Junceda, el autor de este dibujo.

Junceda por estos años ya realizaba un dibujo muy esquemático que resaltaba los aspectos más costumbristas y el trasfondo social de las situaciones o espacios que representaba; la portada que hoy rescatamos es un buen ejemplo de ello.

La composición del dibujo se centra en el espacio vacío en el que se cruzan la vía del tren y el camino, y a su alrededor se desgranan el resto de elementos: la caseta humilde, pero con las flores trepando por ella para darle un poco de vida, la guardesa en segundo término con el banderín, la escasez del sueldo representado por las alpargatas y el parche en el pantalón, la posición del guardabarrera que transmite rutina y cansancio…

En definitiva, una ilustración que nos recuerda la dureza, responsabilidad y soledad de uno de los oficios ferroviarios más monótonos y esclavos.

viernes, 14 de octubre de 2016

"Visiones paralelas del ferrocarril", la elección del bloguero


Durante la próxima semana aun podrá verse en la sede de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles las 24 obras de la exposición Visiones paralelas del ferrocarril. Venancio Arribas, Rafael Gil, Daniel Gil Martín y Navas D Velázquez presentan en paralelo su producción inspirada en el mundo del ferrocarril.

Son cuatro propuestas elaboradas a partir de la contemplación recreada del ferrocarril, y cuatro maneras muy diferentes de hacer arte con técnicas diversas: acuarela, mixta, grabado y acrílico.

A juicio de este bloguero, Venancio Arribas (Madrid, 1954) es el que hace una propuesta más innovadora, especialmente en la obra de técnica mixta Locomotora azul que encabeza esta entrada. También son de resaltar sus grabados El tren de la fresa y El paso del tiempo. Nebuloso e inspirador el primero, detallado y evocador el segundo.



Daniel Gil Martín (Segovia, 1946) expone acuarelas como ¿En vía muerta? II o Perseverancia natural en las que la elección del tema y la brillantez del colorido producen una fuerte atracción en el espectador, especialmente en el aficionado ferroviario que se deleitará con el rigor de los detalles. A su lado, grabados como ¿En vía muerta? I o Estación de Segovia dan prueba de su magisterio.

¿En vía muerta? II
Estación de Segovia
Rafael Gil (Madrid, 1943) sorprende al visitante con dos obras de técnica mixta Fachada del museo y Al lado de las vías del tren. En la primera, la preservada estación de Delicias toma un aspecto que nos remite a sus múltiples apariciones cinematográficas, en la segunda, el paisaje industrial nos es presentado como apetecible y embellecido después de pasar por la mirada interesada del artista.



Navas D Velázquez (Madrid, 1964) muestra sin complejos su autodidactismo y presenta unos acrílicos de inspiración arquitectónica y geométrica. En ellos se manifiesta su interés por trenes y paisajes lejanos, como es el caso de Tren bala.


La exposición puede verse hasta el día 22 de octubre en la sede de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles en el Palacio de Fernán Núñez. Es absolutamente recomendable ver en YouTube el video en el que podemos ver el trabajo de los cuatro artistas.

lunes, 3 de octubre de 2016

Tracción eléctrica en Blanco y negro


Esta es la portada de la revista Blanco y negro correspondiente al número 401 publicado el 7 de enero de 1899. Bajo el título Tracción eléctrica retrata a una dama subiendo a un tranvía. La importancia de la imagen está en el hecho de que recoge el inicio de la tracción eléctrica en los tranvías de Madrid.

El tranvía empezó a funcionar en la capital española en 1877 tirado por mulas, en 1879 se introdujo la tracción por vapor y en 1899, la definitiva tracción eléctrica.

La revista Blanco y negro fue fundada en 1891 por Torcuato Luca de Tena en la Editorial Española, editora del diario ABC. En su primera etapa, apareció de forma continuada hasta 1939. Sus ilustraciones de portada, de clara inspiración modernista, marcaron toda una época en las publicaciones españolas.

martes, 20 de septiembre de 2016

Javier Marcos y su pintura del quehacer ferroviario



Nacido en Almería (España) en 1963, de formación autodidacta al principio y sistemática después, Javier Marcos es un pintor que ha cultivado el tema ferroviario al lado del paisaje, el retrato y el bodegón. Su profesión de ferroviario queda patente en los temas escogidos cuando plasma en sus cuadros el mundo del ferrocarril, más allá de las más habituales telas con trenes circulando o ambientes generales de estaciones, Javier Marcos centra su mirada en el quehacer cotidiano de sus compañeros de profesión. Trabajando casi siempre a partir de fotografías, en sus telas han quedado plasmados mantenimiento de vías, operaciones de enganche, la tarea de los centros de control de tránsito o las reparaciones nocturnas de urgencia.

Obra suya está incluida, entre otras referencias, en el libro El tren en la pintura española que Renfe editó en 2007 y en una exposición en 2015 en la sede de la FFE en el Palacio de Fernán Núñez de Madrid.

En sus telas de tema ferroviario es muy evidente que ha trabajado desde una fotografía, y lo es también que ha sabido escoger instantáneas que captan toda la intensidad del trabajo, como ocurre en el cuadro que abre esta entrada: En el puesto de mando (2006).

Veamos algunas de sus obras.

Anochece en la vía (2007)

Ferroviarios (2007)

Maniobras (2007)
En la estación de Tablada (2005)

Puede completarse la información sobre el autor en su web.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Erotismo y ferrocarril, un libro para acompañar el retorno


La editorial Abomey Maquetren publicó el més de junio pasado el ensayo Erotismo y ferrocarril del autor de este blog. Se trata de un ameno viaje por todas las variantes de la relación entre el ferrocarril i el erotismo tal y como las han recogido la pintura, el cine, la literatura, los cómics, la música y la fotografía. Es una lectura amena, con más de 150 ilustraciones, que puede ser muy adecuada para suavizar el regreso a las rutinas laborales y familiares.

La obra

Desde el momento mismo de su puesta en funcionamiento, el ferrocarril se asoció a la posibilidad de vivir toda clase de aventuras: profesionales, vitales y también eróticas. La literatura, tanto la popular como la culta, captó enseguida las oportunidades que ofrecía el nuevo medio de transporte como espacio para el encuentro, el flirteo y la peripecia. Las demás artes no se quedaron atrás y nuestro patrimonio cultural es ahora riquísimo en novelas, pinturas, comedias, canciones, fotografía, ilustraciones, cómics y películas en las que las estaciones y los trenes facilitan la conquista y dan cobijo a los amantes. Sea en los trayectos de cercanías, en los viajes nocturnos en coche-cama, en los trenes turísticos de lujo o en los de alta velocidad, la posibilidad de la aventura siempre viaja en tren. Desde las relamidas postales del siglo XIX hasta el cine erótico del XXI, hay todo un universo en el que arte, erotismo y ferrocarril están íntimamente unidos.

 El autor

Jordi Font-Agustí (Badalona, 1955). Ingeniero y escritor. Ha publicado, entre otras, las novelas Asesinato en el politécnico (1993), La fuerza el río (1996), Contracorrent (Premio El lector de l’Odissea 2000), Traficantes de leyendas (Premio internacional de ciencia-ficción UPC 2003) y La febre del vapor (Premio Manuel de Pedrolo 2010). Ha impartido cursos sobre la presencia de la tecnociencia en el arte. Codirigió la colección Solaris de relatos juveniles de tema tecnocientífico y coordinó el volumen Entre el miedo y la esperanza. Percepciones de la tecnociencia en la literatura y el cine (2002). Aficionado ferroviario, ha pronunciado diversas conferencias sobre el ferrocarril en la literatura, el cine y las artes plásticas. Colabora mensualmente en la revista Vía Libre y mantiene este blog sobre arte y ferrocarril.


Erotismo y ferrocarril puede ser adquirido en quioscos y librerías y en la web de Maquetren.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Modelos, fotógraf@s y trenes


La reconocida fotógrafa Annie Leibovitz publicó el número de febrero de 2010 de la revista Vogue un reportaje titulado Brief Encounter en el que la supermodelo Natalia Vodianova se emparejaba con el magnate de la música, Sean Diddy Combs. El reportaje se había ideado con motivo del lanzamiento de Last Train to Paris, el último trabajo del rapero y productor. El texto de Robert Sullivan decía que Diddy y Natalia se retrotraían a la época dorada de los viajes en tren, cuando viajar significaba trajes glamorosos, dormir en coches cama y besos de despedida en la estación.

Las fotografías de Leibovitz tienen un glamour cargado de un erotismo latente, como el de la película homenajeada, y consiguen que los coches, las vías y las estaciones parezcan diseñadas para el romance o, mejor, para la imagen que ahora recreamos del romance en la época de los trenes de gran lujo. El texto glosa el entorno ferroviario antes de referenciar, no olvidemos que éste es el objetivo de todo el artículo, modelo, confeccionista y precio de cada pieza vestida por el magnate y la modelo.

Los trenes han sido, desde siempre, un escenario privilegiado para la fotografía con tintes eróticos. El fotógrafo alemán Stefan Söll lo exploró en la serie Dampfloks realizada en 2002 en el depósito de Tuttlingen donde se guardaban viejas locomotoras de vapor de la antigua DDR. La serie intenta captar el contraste entre la piel brillante y suave de la modela y el color oscuro del acero, entre la calidez del cuerpo y la frialdad de la locomotora apagada.


Otro ejemplo de fotografía erótica en contexto ferroviario podría ser la serie Railway Novel (2011) de Pavel Kiselev. “Tres viajes diferentes a diferentes destinos, en distintos periodos de tiempo. Tres mujeres diferentes y tres tiernas historias. Todas ellas unidas por un viejo compartimiento de coche ferroviario y mi cámara.”, según la presentación del propio artista. Puede que sí, que una modelo se dedique más a descansar, otra a desayunar y a maquillarse y la tercera, al relajo y al autoerotismo, sea como sea, el enfoque del trabajo fotográfico es el mismo en los tres casos.



Esta tradición no afecta sólo a los fotógrafos profesionales, a los aficionados también les gusta de fotografiar a los y a las modelos en vías, interiores de trenes o montados en locomotoras. Establecer fronteras entre la fotografía artística, la afortunada, la ingeniosa, la hortera o la soez es una tarea tan difícil como inútil. Valorar si el uso del cuerpo femenino en estas imágenes traspasa la línea roja de la cosificación, el uso machista, la legalidad o el buen gusto no es tarea fácil, porque ahí intervienen factores culturales, legales, religiosos, morales, etc. En cualquier caso, algunas de las fotos que aparecen en la selección que se presenta a continuación, algunas de profesionales otras de amateurs, no dejan de desprender un cierto olor a antigua sala de circulación de una estación, de depósito de locomotoras, de brigada de obras, de mundo de hombres solos dispuestos a perpetuar tradicionales modelos de mujer.


La fascinación por el contraste entre la máquina y el cuerpo humano es un tema que no se agota. Sin ir más lejos, este mismo verano el Museo del Ferrocarril de Arnstadt (Alemania), para recaudar fondos, ha organizado una sesión para fotógrafos profesionales y amateurs que combinaba modelos y locomotoras. Los fotógrafos debían pagar una inscripción, las fotos obtenidas podían ser colgadas en sus páginas, pero para el uso comercial era necesario un acuerdo con la modelo. Los talleres, las rotondas, los coches y las locomotoras fueron los escenarios para fotografía de moda y desnudo. He aquí una muestra del resultado:




Este texto forma parte del libro Erotismo y ferrocarril (2016) editado por Maquetren y puede ser adquirido en su web.




lunes, 1 de agosto de 2016

El erotismo latente en las estaciones


En este blog hemos hablado de obras que tienen a una estación como escenario para una historia amorosa. Recordemos las películas Brief Encounter (1945) de David Lean y Stazione Termini (1953) de Vittorio de Sica, o los relatos Darrers moments (1957, Últimos momentos) de Mercè Rodoreda y Hotel Estación (2003) de José Francisco Ventura.

Si las estaciones tienen consolidada la consideración de escenario erótico, se debe también a los carteles de publicidad de las compañías ferroviarias y de los operadores turísticos. Parece que la edición de carteles con magníficos paisajes no es suficiente para la promoción de un destino turístico y resulta mucho más efectivo incluir en la composición una imagen de una pareja disfrutando de su felicidad en el destino anunciado o de una bella mujer convocando al potencial cliente viajero.



Algo similar ocurre con les carteles de promoción de los trenes de lujo de los años veinte: en el coche restaurante debe haber una pareja de enamorados sentada a la mesa, una solitaria dama atractiva como la Madona des sleepings o un hombre y una mujer flirteando mientras se deleitan con el paisaje que ofrece el coche panorámico.



Jugando con las palabras y la profusión de pin-ups en los carteles de promoción de las compañías, la Suthern Railway System (USA) publicó un cartel que, bajo el título Our Pin-Up Girl!, mostraba a una empleada del ferrocarril poniendo alfileres en un mapa para marcar los emplazamientos de las industrias que se habían trasladado a las inmediaciones de las líneas de la compañía para tener buen servicio de transporte.


Si estos carteles, al decorar las estaciones, las están señalando como espacio para el romance, en la estación de Saint Pancras de Londres hay una escultura de bronce en la cabecera de las vías, obra de 2007 de Paul Day, llamada The meeting Place, que consagra definitivamente la estación como lugar de encuentro. La obra, de nueve metros de altura y veinte toneladas de masa, muestra una pareja en un tierno abrazo.



Este texto forma parte del libro Erotismo y ferrocarril (2016) editado por Maquetren y puede ser adquirido en su web.

lunes, 18 de julio de 2016

Fracasos amorosos en el tren


Los intentos de conquista en el tren no siempre salen bien. Hay mucho deseo suelto y mucha historia mejorada al ser explicada y, sobretodo, mucho chasco que ni se menta. De este mito que acaba siendo la correría en el ferrocarril ya dio buena cuenta la literatura a los pocos años de ponerse en marcha los convoyes.

En el relato costumbrista y humorístico La belleza ideal (1858) de Pedro Antonio de Alarcón, el joven protagonista, excitado por su sueño de realizar su propia hazaña en un viaje ferroviario, pone en marcha todas sus artes:
Al entrar yo en el vagón del tren de primera clase que debía traerme de Aranjuez a Madrid me encontré con lo que más había deseado al salir de mi pueblo; con el bello ideal de las aventuras; con una compañera de coche, bella, elegante y sola.
–¡Drama tenemos! –me dije para mi capote–. Buenas tardes... –dije para la capota de mi vecina.
–Buenas tardes –respondió la mujer de la capota.
Pero ¡qué capota! Y ¡qué mujer! Treinta años, egregia pechera, ojos soñolientos, traje escocés, nariz algo levantisca, bonitos dientes, blanquísimas mangas, manos guanteadas con primor, hoyos en las mejillas, relojito de oro, atrevido peinado, un perro habanero, un precioso saco de noche, sombrilla de color de tórtola, mantón gris de capucha caído por la cintura, cintura redonda, escote alto... y un libro..., quizás una novela..., una novela cuyo héroe podría muy bien parecerse a mí… Tal era mi compañera de viaje. Una reverencia fue la contestación a mi saludo.
(…)
–Parece usted andaluz
–Como que soy cordobés… ¡Lo habrá conocido usted en el acento! Usted parece también andaluza, no por el acento, sino el tipo… Esos ojos…
Aquí debí de ponerme muy colorado. Lo que puedo asegurar es que se me secó la boca y no pude continuar la frase. La mujer extraordinaria me miró en tercera, cosa que hacía con sumo primor; y dijo enseguida, dirigiendo al cielo otra mirada que podré llamar ataque falso, o si se quiere fingimiento.
–¡Estos ojos, señor mío..., me han hecho sumamente desgraciada!
–¡Oh, ventura! –repliqué sin saber lo que me decía.
La dama misteriosa fijó en mi boca otra mirada baja recibiendo (que así mezclaba la esgrima con la tauromaquia), y replicó lentamente:
–Preferiría tenerlos azules... como usted. Y se puso colorada.
Pero el cazador es cazado por la que cree una belleza ideal. Acepta la hospitalidad que le ofrecen ella y el gordo marido que la aguarda en el andén, y, después de una noche de inútil espera ansiosa, descubre que la mujer es la patrona de la pensión que él ha creído una casa particular y que ha utilizado el coqueteo para que recale en ella.

Habían pasado sólo siete años de la inauguración del ferrocarril de Aranjuez a Madrid y la literatura ya proporcionaba un relato en el que se satirizaba la expectativa de conquista de los viajeros a la caza de una hembra apetecible, si bien es cierto que Alarcón no hace otra cosa que transponer al escenario ferroviario un tema clásico de la literatura satírica, la del don Juan que sale trasquilado de su lance.


El personaje de Alarcón puede consolarse de su fracaso diciéndose que él ha puesto de su parte todo lo que ha podido, mientras que el que fracasa por su incapacidad de actuar parece que se queda con un sabor más amargo en la boca. Con su sutileza habitual, Thomas Hardy capta, en el poema Faintheart in a Railway Train (1925, Corazón tímido en un tren), el momento en que el viajero fabula pero no osa lanzarse, de manera que el fracaso sólo a él le es imputable:
A las nueve de la mañana pasó ante una iglesia,
A las diez bordeó el mar,
A las doce una ciudad de humo y suciedad,
A las dos un bosque de robles y abedules,
Y luego, en una plataforma, ella:
Una radiante desconocida, que no me vio.
Yo dije: "¿Me atrevo a bajar a por ella?"
Pero me quedé en mi asiento buscando un pretexto,
Y las ruedas se movieron. ¡O quizá,
Me hubiera podido bajar allí!
El escritor ampurdanés Josep Pla plantea también el tema de la osadía, o la falta de ella, en su relato El que us pot esdevenir: res (1950, Lo que os puede suceder: nada). El protagonista, que nos narra su vivencia en primera persona y a toro pasado, entra en conversación con una mujer en el pasadizo de un tren, ella le propone que baje con ella en la ciudad donde ha de realizar una gestión, él la sigue, ella sabe que aquella noche su marido le será infiel y quiere vengarse, pero el protagonista acaba no acudiendo a su habitación en el hotel por la vanidad de no querer ser utilizado, a la mujer esto le agrada y duerme sobre su pecho en el tren de regreso; se despiden en la estación principal sin haberse dicho los nombres. Cuando explica el momento que entra en contacto con la mujer, la voz narrativa dice:
Me sorprendía de mí mismo, tan tímido en tierra firme y tan lenguaraz en aquel pasillo y a aquella hora. Era el tren, evidentemente. En el tren todo el mundo se vuelve amable, soñador, y se deja llevar por la osadía.
En la mítica entrevista de 1976 en Televisión Española, Joaquín Soler Serrano le preguntó a Josep Pla sobre sus viajes en barco. El ampurdanés cantó las maravillas de viajar en este medio, pero al final de su respuesta dijo:
El tren es otra cosa. Por ejemplo, es bueno para hacer un viaje de Port-Bou a Estocolmo pasando por París... Los trenes van mejorando y ganan en rapidez. Hay que viajar con unos amigos y jugando al tute. Y pasar horas en el coche bar y el coche restaurante. Y hacer declaraciones de amor a una señora que uno encuentre por los pasillos. Para eso el tren es colosal, porque uno dice una frase, la señora mira al paisaje y se le ve en los ojos el efecto que le ha producido. En cambio, esa gente que se declara en el cine... no lo comprendo, en el cine no se ve nada.

En otras ocasiones, el planteamiento del autor, en este caso guionista, nos coloca ante la duda de si puede considerarse un fracaso un lance que, aunque no culmine, ha sido rico y vívido en su planteamiento. Ultimo metrò (1999, El último metro) es un corto de Andrea Prandstraller producido por Tinto Brass en el que un joven, que está solo en una estación de metro por la noche, ve asombrado como en el andén de enfrente una chica empieza a subirse la falda y a contonearse como una estriper. Él le pone música al baile con su casete portátil. Cuando acaba el baile y se baja la falda, la aplaude. Se miran con deseo. Ella empieza a desabrocharse la blusa, pero aparece un aguafiestas, ella se aparta de su campo visual, se desnuda, vuelve a ponerse la gabardina, regresa al centro del andén y hace flashes abriendo y cerrando la gabardina a la vista del chico, que suda y babea. Pasa un convoy y el aguafiestas sube a él. Vía libre. La chica hace ahora un estriptis integral, y cuando el espectáculo sube de tono, el jefe de la estación ve a la chica por la cámara de seguridad. El chico y el jefe de estación corren hacia el andén de la chica, pero cuando llegan, ella ya ha marchado con el último tren.


Este texto forma parte del libro Erotismo y ferrocarril (2016) editado por Maquetren y puede ser adquirido en su web.