viernes, 17 de junio de 2022

Trenes ambulancia militares ( y II)

El ferrocarril prestó servicios sanitarios en tiempos de guerra en paralelo a su uso para el transporte de tropas, armamento y suministros. Si hace un mes dedicábamos la entrada a cómo las artes plástics han recogido esta actividad, hoy veremos como la ha reflejado la literatura.

En Inglaterra, la poeta Carola Oman se alistó como enfermera voluntaria durante la Gran Guerra y, de su tarea, nació su poema, publicado una vez acabada la contienda, Unloading Ambulance Train (Descargando el tren ambulancia). En la estación, por debajo de los gemidos de dolor, de los gritos del inspector ferroviario y del ruido de la lluvia, se escucha una canción antigua. Una melodía que suena en el chirrido del tren cuando se detiene junto al andén con las camillas donde descargará su cargamento de sufrimiento. Y concluye la autora que esta canción antigua ha acompañado el regreso a casa de los heridos desde la guerra de Troya.
[…]
¿Es un canto antiguo
llegado de alguna orilla clásica?
Los camilleros se ponen de pie
dos en cada extremo.
Se agachan y levantan
donde las puertas se abren de par en par
con luz amarilla de llamas.
Hacia el exterior oscuro
pasa cada camilla. Aquí
(como si a cada uno en su féretro
llevaran con pena)
todo es paz, y un canto sordo.
[…]
Otro curioso poema inglés de estos mismos años es el que narra la presentación a los habitantes del pueblo de un tren ambulancia construido en los talleres de Wolverton. Los vecinos pagaron entrada para verlo y el dinero recaudado fue destinado a los fondos de ayuda. Se trataba de un convoy de 16 coches con capacidad para 362 pacientes junto con el personal sanitario, pintado de color caqui y con una cruz roja en cada puerta. Un poeta aficionado anónimo publicó un poema al respecto en el periódico local:
Era sábado, veinticinco de marzo,
era la una de la tarde,
y se reunía alrededor de la puerta de entrada
toda una multitud de hombres.
que habían traído a sus esposas e hijas
para ver el Tren Ambulancia.

El objeto valía la pena,
la entrada era de seis peniques por persona
y la gente estaba ansiosa por pagar su parte,
ayudar al "Socorro del soldado".
Y así esperaron, allí de pie,
pacientes, ordenados, pulcros.
[...]
Pero el día se tuerce cuando un grupo de notables del pueblo, algunos de ellos altos cargos de la empresa constructora del convoy, se saltan la cola para visitarlo. El poeta local se lamenta entonces de que:
Todavía hay algunas lecciones
que tienen que aprender,
un nivel que tienen que subir,
hasta que se les meta en sus pomposas cabezas
que ellos y los trabajadores son uno,
que no sólo ellos tienen conocimientos,
los capataces de “Wolverton”.
En la Guerra Civil española, dos poetas coincidieron en escribir un poema con el título El tren de los heridos. Un fue Rafael Duyos y el otro Miguel Hernández. Duyós puso el acento en la hombría y la españolidad de los heridos:
[…]
A lo lejos brillan, tímidas,
las luces de Ponferrada,
mientras en la estacionzuca
unas mujeres aguardan
con un alivio de cántaros
para bocas que se abrasan...

Y el tren sigue su camino
–sangre, vendas, sueros, gasas...
sin un ¡ay!, porque son hombres
los que lleva,
¡hombres de España!
[…]

Mientras que Hernández le da profundidad al tema y el paso del tren transmite frio y pide silencio.
[…]
El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.

Silencio.

Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
el corazón de los que malhirieron.

Silencio.
[…]

En 1965 el escritor Meliano Peraile publicó el relato Tren de los heridos en el que se sigue a corta distancia el pensamiento y las percepciones de un soldado durante el trayecto hacia el hospital. He aquí dos párrafos que son un buen ejemplo del enfoque del autor:
Un rumor pasaba y repasaba a lo largo del departamento. Para Juan era el sanitario de guardia vigilante entre las dos hileras de camillas. «Si ese quisiera leerte la tarjeta…» Pero inmediatamente se arrepintió. «Si llevas un buen recado te va a engañar, leyéndote lo que se les ocurra…»

Tableteaba el tren. Juan imaginaba un montón de tablas botando y rebotando. Piafaba el tren. Juan fabulaba un enorme caballo, con crines de humo, y haciendo equilibrios en las paralelas de un circo inmenso, extendido por el campo. Al instante, Juan sonreía y le echaba la cupa a los residuos de los calmantes.

miércoles, 1 de junio de 2022

Breve viaje en tren con Carmen Laforet

 

Con motivo del centenario del nacimiento de Carmen Laforet, hemos podido ver en la sede del Instituto Cervantes en Madrid una interesante exposición sobre esta escritora que en 1944 dio un vuelco al gris y siniestro panorama literario de la posguerra española. Su novela Nada ganó el premio Nadal y, al publicarse, fue aplaudida tanto por los escritores que se habían quedado en España como por los que habían tenido que exiliarse. Adscrita al existencialismo, la obra es un reflejo de la situación en la Barcelona y la España del momento.

En la muestra del Instituto Cervantes podía verse la primera hoja del manuscrito de Nada y el aficionado ferroviario podía comprobar que los primeros párrafos hablan de la sensación de aventura que transmite el viaje en tren y del ambiente singular de las estaciones que son las entradas a grandes ciudades.
Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado y no me esperaba nadie.
Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran estación de Francia y los grupos que se formaban entre las personas que estaban aguardando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso.
El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis ensueños por desconocida.
Empecé a seguir —una gota entre la corriente— el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado —porque estaba casi lleno de libros— y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación.

También tiene una escena ferroviaria la novela corta El viaje divertido publicada en 1954. Elisa, la protagonista, una esposa joven y temerosa de su marido, inicia un viaje en coche de línea y en tren con su cuñada para asistir a una boda en Madrid. Durante el trayecto, a medida que se aleja de su esposo, se va sintiendo libre como no se ha sentido nunca.
Elisa, en este momento, acababa de dar de comer al niño y se sentía francamente feliz en el tren. Sólo Rosa, ella y otra señora ocupaban un departamento. El correo de aquel día iba medio vacío. Al niño le habían instalado muy bien, en su especie de cunita formada con los abrigos.
—¿Puedo salir al pasillo?
—Sí, mujer. Puedes hacer lo que quieras… Eso es lo que estoy tratando de inculcarte en este viaje… que puedes hacer lo que quieras sin pedir permiso a cada momento, como si fueras una niña.
—Lo decía porque hay que mirar al niño de cuando en cuando…
—Descuida. Yo no soy el comodón de tu marido y también sé cuidar niños.
Elisa salió al pasillo y vio de pie la otra cara del paisaje, por la otra ventanilla.
El tren es un lugar de encuentros inesperados, y el que tendrá la protagonista con un primo de su marido que ella sospecha que es el asesino de sus padres durante la Guerra Civil, desencadenará el argumento principal de la novela.

En las dos novelas citadas el tren no es algo alegre como no lo es el tiempo en que transcurren las acciones ni lo es la condición de la mujer en él:
El tren pitaba entrando en una de las innumerables estaciones en donde tenía que parar durante la larga tarde. Las luces del vagón, encendidas, daban tristeza. [El viaje alegre]
Oí en la calle palmadas llamando al vigilante. Mucho después el pitido de un tren al pasar por la calle de Aragón, lejano y nostálgico. [Nada]

Todas las estaciones del trayecto se confundían en la negrura de la noche que iba envolviéndolo todo. La noche y la lluvia. Las mismas bombillas amarillentas, a cuya luz se veían los hilos gordos de la lluvia. El mismo jefe de estación, con su pito y su bandera. Las mismas campesinas con las mismas cestas... Luego, las hileras de montones de carbón, las luces de los lavaderos junto a las vías, algún pequeño reflejo de una luz en la noche que indicaba el río. Y a veces el rumor del río aumentado por la lluvia. [La mujer nueva]

Hemos hablado en esta entrada de dos novelas que no tienen mucho contenido ferroviario, pero sirvan los detalles que hemos visto para recomendar la lectura de esta gran escritora de la que celebramos el centenario. En la próxima entrada hablaremos de La mujer nueva y de la presencia estelar en ella del tren de Ponferrada a Villablino.