miércoles, 16 de septiembre de 2020

Armando argumentos con los horarios del ferrocarril

 

En 1958 el novelista japonés Seicho Matsumoto (1909-1992) publicó El expreso de Tokio, una novela policiaca en la que los horarios de los trenes son determinantes como en pocas para la resolución del argumento como en esta. Una pareja toma un tren en Tokio y se suicida seis días después en la isla de Kyushu, pero al veterano policía local Torigai hay detalles que le dan mala espina, se pone a investigar y acaba transfiriendo sus sospechas al subinspector Mihara de la Policía Metropolitana de Tokio. No se puede desvelar la trama, pero como ejemplo de la relevancia de los horarios en la obra, sirva el pasaje en que a Mihara le parece poco creíble que desde el andén 13 de la estación de Tokio unos testigos hayan podido ver con claridad a la pareja de suicidas subir al expreso estacionado en el andén 15. Cuando investiga el tema, el subjefe de la estación responde así a sus preguntas:

–Verá –empezó el hombre–, el Asakaze entra en el andén 15 a las 17:49 y sale a las 18:30, de modo que está cuarenta y un minutos estacionado en la vía. Si comprobamos el tráfico de las vías 13 y 14 durante este tiempo, vemos que el convoy 1.703 con destino a Yokosuka entra a las 17:46 y sale a las 17:57. A continuación, por la misma vía, el convoy 1801 entra a las 18:01 y sale a las 18:12. Sin embargo, después de su partida, como el tren lento 341 con destino a Shizuoka ha entrado por la vía 14 a las 18:05 y está estacionado hasta las 18:35, es imposible ver el Asakaze, puesto que queda justo detrás de ese tren.
De la explicación se desprende que hay un intervalo de cuatro minutos entre la 17:57 y las 18:01 en que puede verse expreso Asakaze de la vía 15 desde la vía 13. Este dato será crucial para la investigación, como lo será más adelante el detallado estudio que realiza el subinspector Mihara sobre las combinaciones ferroviarias entre Tokio y Kyushu. El autor facilita la lectura incluyendo esquemas de horarios y circulaciones en el texto. 

Toda la novela tiene un intenso ambiente ferroviario, y no sólo por el uso en la trama de los horarios, sino también por los pasajes situados en estaciones e interiores de trenes. Por si alguien quiere hacer comprobaciones sobre su verosimilitud, una nota final informa al lector que se han tomado los horarios japoneses de 1947 para armar el argumento.

Matsumoto no fue el primer escritor de novela negra en vincular una trama con los horarios de trenes. Un año antes lo había hecho Agatha Christie en 4.50 from Paddington (El tren de las 4:50) y, sin movernos de Inglaterra, Arthur Conan Doyle, en su saga protagonizada por Sherlock Holmes, también tiraba de ellos en ocasiones. El doctor Watson se muestra siempre como un perfecto conocedor de los horarios, hasta el punto de que cuando Holmes le pide que consulte los servicios para una determinada destinación, Watson le contesta inmediatamente a qué hora tienen tren sin que, aparentemente, necesite consultar ninguna guía. William Owen Gay, que fue jefe de la British Transport Police, en un extenso artículo sobre el ferrocarril en la saga holmesiana, compara los trenes y horarios citados por Doyle con los de su época y llega a la conclusión de que son reales, incluso en una ocasión, Doyle hace que se retrase un tren para que los horarios de los trenes que toma Holmes cuadren con los reales.

Una de las mil facetas de la afición ferroviaria es el estudio e incluso memorización de las distintas combinaciones horarias para efectuar un determinado recorrido. Ésta es la que cultiva el protagonista de la película The Railway Man (2013, Un largo viaje), basada en el libro de Eric Lomax (1919-2012), un aficionado ferroviario que cuando cayó prisionero de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial fue enviado al batallón de trabajos forzados que construía el ferrocarril de Burma a Siam. A pesar de la situación, no perdió la afición al ferrocarril y esto le conllevó vivir una horrible experiencia de tortura. Ya de mayor, aun traumatizado, conoce a la mujer que le ayudará a sobreponerse precisamente por estar practicando su afición a los horarios:

Lomax (de tertulia en el club de veteranos): –El jueves pasado regresaba de una subasta de libros en Chester y tuve un retraso en la línea Manchester-Edimburgo, por el que tuve que hacer un ajuste rápido a mi itinerario, dejándome tan solo tres minutos para cambiar de plataformas en Crewe.
(…)
(Escena a bordo del tren en presencia de la mujer)
Revisor: –Billetes de Crewe. Billetes de Crewe. Está en el tren equivocado, señor. Este va para Glasgow.
Lomax: –El tren de Edimburgo se retrasó. Pensé que tomaría su tren hasta Carstairs para tomar allí el Manchester-Edimburgo.
Revisor: –Eso debería funcionar. Disfrute de su viaje, señor.
Lomax se enamora de la mujer y su habilidad con las combinaciones le permite encontrarla en un andén unos días después.


Pero si alguna película refleja la afición a los horarios ferroviarios esta es la germano-finlandesa Zugvögel (1998, El camino más corto) de Peter Lichtefeld. Hannes es un repartidor de cervezas que pide una semana de vacaciones para presentarse a un concurso internacional de especialistas en horarios, pero cambian al jefe de la empresa y el nuevo, un liquidador, le comunica que no hace falta que regrese. Hannes marcha hacia el norte de Finlandia, pero su viaje y su participación en el concurso se verán alterados por el policía que le persigue porque el jefe de la empresa ha sido asesinado, por una red de falsificadores de dinero con la que se topa y por una mujer de la que se enamora. La película es un constante disfrutar de los trenes y las estaciones de Alemania, Dinamarca y Finlandia. Las escenas del concurso son imprescindibles y contienen diálogos como este:
–¿Cuál es la mejor ruta entre Dortmund y Nápoles?
–La ruta 314.
–¿Cómo?
–Salida de Dortmund a las 19:54, trasbordos en Bozen y en Bolonia, llegada a Nápoles a las 19 horas.
–¡Correcto!

En la novela La Testa Perduta di Damasceno Monteiro (1997, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro) de Antonio Tabucchi, cuando el periodista protagonista se despide del abogado que le ha ayudado en sus pesquisas, se produce este curioso diálogo:

—Y luego está su estudio sobre la novela portuguesa de posguerra, ¿no? También esa es una tarea que le está esperando. Pase por la pensión de Doña Rosa y haga las maletas, si se apresura tiene un tren que sale a las dos y dieciocho, pero no es demasiado aconsejable, se detiene incluso en Espinho, el siguiente lo tiene a las tres y veinticuatro, y otro a las cuatro y doce, y otro a las seis y diez, puede comprobarlo usted mismo.

—Se sabe los horarios de memoria —dijo Firmino—, me da la impresión de que utiliza usted esa línea a menudo.

—Hace veinticinco años que no salgo de Oporto —respondió el abogado—, pero me gustan los horarios de trenes, encuentro que tienen cierto interés.

Se levantó y se dirigió a una de las estanterías laterales, donde había libros antiguos elegantemente encuadernados. Extrajo un delgado libro encuadernado en piel, con las cantoneras de plata, y se lo tendió a Firmino. En la primera página de las guardas, en una hoja de pergamino, estaba impreso el nombre del encuadernador y una fecha: «Taller Sampayo, Oporto, 1956». Firmino lo hojeó. La portada del volumen original, que el encuadernador había conservado, era de una cartulina barata amarillenta y desteñida y decía en francés, alemán e italiano: Horario de los Ferrocarriles Suizos. Firmino lo hojeó rápidamente y miró al abogado con expresión interrogante.

—Hace muchos años —dijo Don Fernando—, cuando estudiaba en Ginebra, compré este horario, era una edición conmemorativa de los Ferrocarriles Suizos, los ferrocarriles suizos tienen una puntualidad verdaderamente suiza, pero lo mejor es que consideran Zúrich el centro del mundo, por ejemplo, vaya a la página cuatro, después de la publicidad de los hoteles y los relojes.

Firmino buscó la página cuatro.

—Hay un mapa de Europa —dijo. —Con todos los trayectos ferroviarios —añadió Don Fernando— marcados con números correlativos, y cada número remite a la línea de cada país europeo y a la página respectiva. Desde Zúrich se puede recorrer en tren toda Europa y los ferrocarriles suizos le indican todos los horarios de los enlaces. Por ejemplo, ¿le apetece ir a Budapest? Vaya a la página dieciséis.

Firmino buscó la página dieciséis.

—El tren para Viena parte de Zúrich a las nueve y quince del andén cuatro —dijo el abogado—, ¿me equivoco? El transbordo para Budapest, el mejor de ellos, que está señalado con un asterisco, es a las nueve de la noche, porque le permite coger el tren que procede de Venecia, el horario le indica los servicios del convoy, en este caso literas en compartimientos de cuatro personas, lo más barato, coche cama en compartimento doble o individual, coche restaurante y servicio de bebidas por la noche. Pero si quiere continuar hasta Praga, que está en la página siguiente, no tiene más que escoger entre las distintas posibilidades que le ofrecen los ferrocarriles húngaros, ¿lo está comprobando?

—Lo estoy comprobando —dijo Firmino.


Y es que la afición ferroviaria no tiene límites… pero sí horarios.

martes, 1 de septiembre de 2020

La pintura ferroviaria de Manuel Doblas

 


Manuel Doblas Pinto nació en Humilladero (Málaga, España) en 1957. Estudio dibujo y diseño gráfico en la escuela Massana de Barcelona y serigrafía en Zúrich (Suiza). Ha sido premiado en más de 300 certámenes de pintura y tiene obra en diversas colecciones.

La obra que encabeza esta entrada, Estación de Olesa de Monserrat, es de 2010 y es un buen ejemplo de cómo el artista ve el paisaje ferroviario. Es una mirada que muestra el ferrocarril como un sistema extendido sobre el territorio, aspecto que queda plasmado en la importancia que le da a las vías y las catenarias.

En la mayoría de sus obras la parte inferior del lienzo se desdibuja, de manera que parece que las vías y las catenarias se disuelvan en la atmósfera para introducirse en el espacio desde el que estamos contemplando la tela. Este efecto puede apreciarse, por ejemplo, en Caminos del silencio (2009) o en Vías (2011)



El título de una de sus óleos, 45 años después (2009), hace referencia al hecho de que pintó la Estación de Francia de Barcelona cuarenta y cinco años después de llegar a la capital catalana en tren per esta puerta, nos presenta unos andenes casi vacíos y un ambiente que muestra la progresiva pérdida de importancia funcional de esta terminal por lo que se refiere a la larga y media distancia.


Las vías vistas de frente y la fascinación por los desvíos y diamantes es otra de las características de su enfoque.

 

Es curioso que los convoyes tienen siempre un papel secundario, se les ve porque son los usuarios de los corredores, pero es la presencia del ferrocarril sobre el paisaje lo que da personalidad y valor a la obra de este pintor que ha incluido en su producción, de temática extensa, su cariño por el ferrocarril.