domingo, 16 de agosto de 2020

En verano los trenes son más eróticos

Petites Luxures
 Petites Luxures (pseudónimo) (c. 2019)

Esta es la conclusión a la que es fácil llegar si se da un breve repaso a la narrativa erótica ambientada en el ferrocarril. Son muchos los relatos que arrancan en la libertad de los viajes de vacaciones o en los que el calor del verano sirve de arranque para describir las fantasías o consecuciones del o la protagonista. 

En 1877 Benito Pérez Galdós publicó un relato titulado Theros, en el que la voz narrativa explica cómo, al inicio de su viaje en tren de Cádiz a Cantabria, aparece de la nada en su coche una mujer desnuda y ardorosa, que se va apaciguando durante el trayecto. El protagonista se enamora de ella, se casan y ella desaparece en el mar cuando se bañan en el Sardinero. La mujer que aparece en Theros, calor en griego, es una alegoría del verano, que le juega malas pasadas, como cuando en una estación avisa al personal del ferrocarril de su presencia y ellos sólo ven una mujer normal, pero…
Mas apenas marchó el tren camino de las sierras, volvió la dama a presentarse en su primera forma y desnudez, con los mismos cendales vaporosos que contorneaban sus bellas formas, con el mismo ornato de rústicas espigas en la cabellera de oro, los mismos ojos que no se podían mirar, y la propia irradiación abrasadora de su cuerpo. El calor que despedía era ya un calor ecuatorial, intolerable, un fuego que derretía mi persona, como si fuese de cera.

 (…) 

Al llegar aquí, mejor dicho, desde que dejamos aquellas fastidiosas llanuras castellanas, desaparecieron los accidentes caniculares que tan aborrecible me la habían hecho. Amenguose el resplandor molesto de sus ojos, que brillaban, sí, pero empañados por tenues celajes; dejó de echar fuego como fragua su hermoso cuerpo, y pude acercarme libremente a ella, sintiendo, antes que calor, un dulce temple que a un tiempo confortaba cuerpo y alma.

Despertose de improviso en mi viva inclinación hacia ella. Hablamos, se animó mi conversación con requiebros y se salpimentó con suspiros, me entusiasmé, coqueteé, me entusiasmé más, me declaré, hícele proposiciones de matrimonio. ¡Ay! humanos, ¿sois mortales porque sois débiles, o sois débiles porque sois hombres?
Jacques Leclerc (c. 1926)
Jacques Leclerc (c. 1926)

Los ferroviarios son a menudo los protagonistas de apasionados relatos eróticos. Álvaro Labrador ganó la edición de 1986 de los Premios del Tren con el relato Un tren de verano. El protagonista es un revisor de Renfe que contempla las jóvenes nórdicas que viajan de vacaciones durmiendo en los trenes nocturnos y las admira, las estudia, las compara con su novia casta y tradicional. Les pide el billete esperando que tengan que medio desnudarse para acceder a la bolsa oculta del dinero y la documentación, les da complicadas explicaciones sobre trayectos para estar cerca de ellas, fabula con hacerles el amor. En su imaginación obsesiva, acaba descubriendo una simbiosis entre las chicas y el tren. 
Eran así las noches en los trenes de verano, noches calientes también de sexo, noches acuñadas por estas ardientes mujeres del norte, mujeres de frío y pasión, mujeres que hacían una simbiosis de amor con el tren. Éste les daba su velocidad, su movimiento, sus pasillos, compartimentos, sus ventanas abiertas al campo, sus noches de viaje y estrellas, y a cambio ellas transformaban su cara fuliginosa y tubular haciendo de él un tren apasionado y sexual.
Aquel mismo año, Marguerite Duras publicó Le train de Burdeaux (1986, El tren de Burdeos), se trata de un relato breve que se limita a aprehender un instante erótico propiciado por el calor del verano.
Una vez, tuve dieciséis años. A esta edad todavía tenía aspecto de niña. Era al volver de Saigón, después del amante chino, en un tren nocturno, el tren de Burdeos, hacia 1930. Yo estaba allí con mi familia, mis dos hermanos y mi madre. Creo que había dos o tres personas más en el vagón de tercera clase con ocho asientos, y también había un hombre joven enfrente mío que me miraba. Debía de tener treinta años. Debía de ser verano. Yo siempre llevaba estos vestidos claros de las colonias los pies desnudos en unas sandalias. No tenía sueño.
La chica entabla conversación con el hombre joven, le narra historias de la vida en las colonias, de sus planes de futuro. Cuando es hora de dormir, él sale a buscarle una manta y la tapa.
Me quedé dormida. Me desperté por su mano dulce y cálida sobre mis piernas, las estiraba muy lentamente y trataba de subir hacia mi cuerpo. Abrí los ojos apenas. Vi que miraba a la gente del vagón, que la vigilaba, que tenía miedo. En un movimiento muy lento, avancé mi cuerpo hacia él. Puse mis pies contra él. Se los di. Él los cogió. Con los ojos cerrados seguía todos sus movimientos. Al principio eran lentos, luego empezaron a ser cada vez más retardados, contenidos hasta el final, el abandono al goce, tan difícil de soportar como si hubiera gritado.
Hubo un largo momento en que no ocurrió nada, salvo el ruido del tren. Se puso a ir más deprisa y el ruido se hizo ensordecedor. Luego, de nuevo, resultó soportable. Su mano llegó sobre mí. Era salvaje, estaba todavía caliente, tenía miedo. La guardé en la mía. Luego la solté, y la dejé hacer.
En 1984 Lonnie Barbach publicó una antología titulada Pleasures (Placeres) compuesta por relatos escritos por mujeres en los que se despliegan fantasías eróticas, en 1989 Ediciones Martínez Roca lanzó la traducción al castellano. Uno de los relatos, sin firma, lleva por título Cómo pasé mis vacaciones de verano y es como un compendio de lances, de sueños y de fantasías echas realidad aprovechando los viajes estivales.
El tren llegó y partí hacia Brive, camino de Niza. Me senté frente a un jovencito. Debía de tener unos dieciséis años. Clavaba la vista en mí y en el suelo alternativamente. Tenía una erección que fue creciendo durante el viaje. Supe que volvía a tener «aquello», ese algo intangible que se apodera de mí, como un calor. Una vez empiezo a irradiarlo, atraigo a los hombres en tropel. Es mi lujuria hacia ellos. Poseo un olor y un aire de accesibilidad. ¡Maldito rubio, que lo había despertado todo! Justo cuando empezaba a pensar que lo tenía tan bien controlado.
Nos detuvimos. Cambié de tren y perdí de vista al chico. El ocaso lanzaba saetas de luz gris y rosa en la gran estación al aire libre. Paseé arriba y abajo junto a la vía, mirando a los viajeros y consultando los indicadores. Un revisor advirtió mi perplejidad y me preguntó cuál era mi destino. Sí, ese tren llegaría de un momento a otro por aquella vía.
Así fue. Y, cuando reunía mis bolsas y cestas para subir al vagón, el mismo revisor se me acercó por detrás para ayudarme.
–A droite –dijo.
Todos los demás pasajeros se dirigían hacia la izquierda. Yo le seguí hacia la derecha, para entrar en un compartimiento vacío. Dejó mi bolsa en la red y me encendió la lamparilla de lectura.
–Bon soir –dijo, y se fue.
No hace falta decir que revisor y viajera saben encontrar su momento.
–Plus vite! –grité.
Él siguió lamiéndome hasta que un eco vacío me resonó en los oídos. Me atraganté, y el tren rugió. Mis orejas y mi coño explotaron al unísono. Pareció complacido.
–Tu es contente.
Sólo conseguí ronronear y hacerle señas para que subiera sobre mí.
Cuando se puso en pie, le hice sentar de manera que su verga cayera entre mis senos. Seguía húmeda y se deslizaba fácilmente adelante y atrás cuando la apretaba entre mis pechos. Giraba la cabeza de un lado a otro, se agarraba a mis hombros mientras bombeaba contra mi carne. El tren traqueteaba, y sentía suaves sacudidas por todo mi ser cuando mi cuerpo rozaba contra el asiento de cuero. Se puso rígido, y se derrumbó con todo su peso entre mis brazos. Había estado murmurando, pidiendo más, y luego el silencio, cuando eyaculó el líquido caliente entre mis pechos, bajo mi barbilla.
–Tu es formidable. Je jouis.
No nos besamos, ni nos abrazamos. Éramos un par de desconocidos. Encontró un pañuelo y me secó. Le dije que me sentía como una niña cuando la limpian ..., una niña muy bonita.
–Une tres belle enfant –añadió él.
Me besó en la frente y se marchó para parar el tren cuando entrara en la estación.
La avería de un tren en verano en plena llanura del Chaco argentino puede ser una oportunidad para iniciarse en la actividad erótica, éste es el caso del protagonista del relato La noche del tren (1985) del escritor argentino Mempo Giardinelli. Juancito es un muchacho de dieciséis años que viaja con su tía Berta de treinta y dos y que, al detenerse averiado el tren una calurosa noche de Navidad, acaba cayendo en la fina telaraña de seducción que ella le tiende:
Regresé rápido de todos modos, tratando de ocultar mi turbación, de aquietar mis fantasías protagonizadas por los pechos de Berta y por la seguridad de que se había estado masturbando. Y subí al coche muy despacito, casi en puntas de pie, con la esperanza de volver a verla en la misma posición. Así fue. Y ya no me quedaron dudas de que Berta se hacía la dormida mientras su mano me imantaba la vista, moviéndose como una culebra, ofídicamente, maravillosamente sensual sobre su sexo. Ella también se movía, excitada, y su cuerpo grueso parecía el de una maja ondulándose sobre el asiento de cuero, que crujía con un chirridito exasperante. Me quedé tieso, absorto, mirando su mano que viboreaba y el alzarse rítmico de sus enormes tetas, y su boca entreabierta, por donde su respiración producía un silbidito que por un momento me pareció acompasado con la música que se oía a lo lejos. No sabía qué hacer, estático, con la botella en una mano y el paquete de galletitas en la otra, hasta que Berta abrió los ojos y me miró sin sorpresa, porque sabía que yo estaba ahí, parado, viéndola, moviendo los labios estúpidamente pero incapaz de proferir palabra, y no sé si hizo un gesto, nunca lo sabré, o si fui yo nomás que dejé sobre el asiento de enfrente la botella y las galletitas y me tiré sobre ella, que me recibió abriendo esas piernas robustas, fuertes, que toqué por primera vez sintiendo cómo mis manos se hundían en su carne, y todo mientras ella buscaba mi bragueta y yo le besaba los pechos que reventaron la blusa de tela liviana.

Joie d’Hiver (pseudónimo)

sábado, 1 de agosto de 2020

Próxima parada: Arte Estación

Nacho Vizcaíno Jiménez

El Museo de Ferrocarril de Vilanova (Cataluña/España) nos sorprender gratamente con una nueva iniciativa que combina arte y ferrocarril. En esta ocasión se trata de una exposición que, no solo recoge obras de artistas del entorno geográfico del museo, sino que invita a artistas y visitantes a reflexionar sobre la importancia intangible de las estaciones. 

En palabras de la comisaria Susanna Segura del Val:
«El espíritu de esta exposición es transmitir las sensaciones y sentimientos que nacen en las estaciones, creando una simbiosis entre la disciplina artística y la estación, con el museo como estación central y corazón de este cosmos. En este sentido, la exposición se dibuja como un viaje donde los visitantes viajan a través de diferentes estaciones / disciplinas con la intención de conectar su yo interior con el alma del tren y el romanticismo de las estaciones.»
Bajo estas premisas, la exposición se presenta como un itinerario por distintas estaciones, cada una de ellas con el nombre de una disciplina artística. Así, nos detendremos en Composición conceptual, Diseño gráfico e ilustración, Escultura en hierro forjado, Escultura en cemento y pintura, Fotografía, Pintura, Poesía y Collage y papel maché. Como Estación de Enlace, la muestra presenta a una artista invitada, la pintora hiperrealista March Zapiraín. Las obras expuestas no son todas de tema ferroviario, ni se pretende que sea así, porque muchas de ellas transmiten de manera no explícita las sensaciones que podemos tener en una estación. 

Puede obtenerse más información sobre la exposición y admirar las obras expuestas en este apartado de la web del museo.

Para ir haciendo boca vean aquí una pequeña selección de las obras, hemos seleccionado las que son de tema ferroviario:

Josep Oliva

Juan Masip
Karin Eppendahl

Manolo Millán

Maria José Collantes

Pere Casanovas