viernes, 19 de mayo de 2023

Trenes nocturnos (y IV): criminales a bordo


El ferrocarril ha estado vinculado a los relatos y al cine de tema criminal desde buen principio: asaltos a trenes, asesinatos, contrabando, desapariciones, espías en acción. Los trenes nocturnos, claro está, son los más adecuados para este tipo de actividades. Vayamos por partes.

En 1924 se produjo un crimen en el tren correo nocturno de Madrid a Andalucía que quedó de tal manera en la memoria colectiva, que fue recreado en tres películas. La primera, la dirigió Ignacio F. Iquino en 1935 con el título Al margen de la ley. En 1956, Francesc Rovira Beleta se interesará por la misma historia en Expreso de Andalucía; fue una coproducción hispano-italiana (la versión italiana se llamó Il mondo sarà nostro) que introduce elementos no históricos, como la inclusión de un personaje femenino, para dar a la cinta el tono necesario para hacerla competitiva en el mercado italiano. En la segunda época de la serie de TVE La huella del crimen, se incluyó el episodio titulado El crimen del expreso de Andalucía (1991) dirigido por Imanol Uribe. Se hizo un gran esfuerzo para ajustar el argumento a los hechos reales, y este rigor se extiende también a los aspectos ferroviarios.

También va de robos que acaban en crimen Midnight Limited (1940) de Howard Bretherton. Un ladrón con halo de fantasma comete robos muy lucrativos en el expreso de lujo The Midnight Limited. El detective Val Lennon y su bella asistente van a su caza, y después de que el ladrón cometa un crimen en uno de sus robos, el propio detective, disfrazado de canadiense adinerado, hará de señuelo para atraparle. Buena parte de la acción transcurre dentro del tren y los aficionados encontraran muy pocos planos con interés ferroviario.

 

En 2009, Brian King dirigió Night Train. En un tren nocturno con muy poco pasaje, una estudiante de medicina, un agente comercial y el revisor del tren se conjuran para tirar del tren el cadáver de un hombre que ha muerto de un infarto y repartirse los diamantes de su maleta, pero las cosas se van torciendo, los conjurados se pelean entre ellos y todo fluye hacia un final esotérico. Todo transcurre durante el trayecto y, en esta ocasión, sí que podemos ver distintos elementos ferroviarios en acción.

 

Tenemos un asesinato y una desaparición en la novela The Sleeper (2013, Extraños en el tren nocturno) de la británica Emily Barr. La protagonista lleva en Cornualles una vida monótona con un matrimonio amortizado cuando acepta un trabajo en Londres que le obligará a tomar el tren nocturno a la capital dos veces por semana. En su nueva rutina, entabla una relación con otro viajero habitual. Un buen día, éste aparece asesinado y ella desaparece. Una amiga suya investigará por su cuenta porque desconfía de la versión oficial de la policía. Es interesante destacar que, a pesar de tratarse de un tren moderno, la escritora retrata muy bien la sensación de aventura que transmite el viaje en un tren nocturno.
Mi compartimento es más pequeño de lo que me esperaba. Hay solamente una cama —para mi alivio—, un lavamanos, que encuentro bajo una tapa, un espejo, una bolsa transparente que contiene artículos de aseo y algunas redecillas pegadas a la pared para meter cosas. Hay una pantallita de televisión en la posición perfecta para verla tirada con pereza desde la cama, y nada más.
Todo en esta diminuta estancia desprende eficiencia y limpieza. Por un momento, miro a mi alrededor y solo siento puro placer.
La persiana está echada, dispuesta para la noche. Si la abro, probablemente podría ver a Sam [el marido] a través de la ventana. Estará ojeando el tren, buscándome. En vez de eso, cierro la puerta y me siento en la cama. Con un pequeño temblor, el tren empieza a moverse.
Hay un espejo en la pared, cerca del lavabo, y otro detrás de la puerta. En el tren parezco distinta. En Falmouth soy una esposa sin hijos, una mujer simpática que ofrece su ayuda cuando es capaz de reunir la energía suficiente y el número requerido de sonrisas. Nada más montarme en este tren, sin embargo, me he convertido en una trabajadora que vive en las afueras.


También tenemos un asesinato y una desaparición en L'ultimo treno della notte (1975, Violación en el último tren de la noche) de Aldo Lado, un director de serie B que explotaba el filón de las películas violentas que denunciaban la violencia. De hecho, es una versión de La última casa a la izquierda de Wes Craven. En su momento, la película tuvo partidarios y detractores. Los partidarios querían ver en ella una dura reflexión sobre la doble moral burguesa. El hecho de que la música fuera de Ennio Morricone y que incluyera una canción de Demis Rousos, a la sazón en plena popularidad, puede ser un indicador de que la producción se tomó en serio las pretensiones críticas de Aldo Lado. Va de un grupo de descerebrados y de una dama misteriosa que humillan, violan y matan a dos chicas que regresan a casa por Navidad, y de cómo la familia de una de las víctimas se toma la justicia por su mano matando a los asesinos mientras la dama sale impune. Bien los escenarios ferroviarios.

 

La frontera entre el género negro y el de espías es muy permeable y, además, los espías prefieren la nocturnidad, de manera que hay muchas cintas con tramas de espionaje situadas en trenes nocturnos.

Night Train to Munich (1940, Tren nocturno a Munich) de Carol Reed tuvo muy buena crítica en su momento. Un científico experto en blindajes, al que desean tanto los alemanes como los ingleses, consigue escapar de los nazis en el momento de la invasión de Checoslovaquia. Para hacerse con él, su hija Anna es recluida en un campo de concentración. Consigue escapar, pero será una fuga organizada con un objetivo muy bien calculado: que lleve a los nazis hasta su padre. El científico y su hija son secuestrados y llevados a Alemania. Un agente británico irá a rescatarlos haciéndose pasar por nazi. Los momentos álgidos del filme los vemos durante el viaje en un tren nocturno a Munich, donde el agente británico se burlará de la SS con la ayuda de unos simpáticos compatriotas y logrará pasar a Suiza con el científico y su hija.

 

En Sleeping Car to Trieste (1948, Coche cama a Trieste), del británico Philip Ford, el tren es el medio de fuga de un agente que traiciona a sus compañeros de comando después de robar unos documentos de la embajada francesa. La trama de los espías dentro del convoy en marcha se entremezcla con otros hilos argumentales protagonizados por una variopinta galería de personajes.

 

En Night Train to Venice (1993, Tren nocturno a Venecia) de Carlo U. Quinterio, un joven periodista británico se dirige a Venecia en el Oriente Express con unos peligrosos documentos referentes a un posible movimiento neonazi skinhead en Europa. En el tren se enamora de una actriz, mientras un misterioso personaje los asedia y convierte el viaje en una terrible pesadilla. Es una película mala, con toques de terror gótico que no quedan justificados.


Se acerca al género de espías la película Catorce estaciones (1991) de Antonio Giménez-Rico. Su acción tiene lugar casi exclusivamente en el tren nocturno que realiza el recorrido entre París y Madrid, parando en las catorce estaciones de su título. Transcurre el año 1947 cuando un profesor español exiliado intenta llegar clandestinamente hasta Estoril para colaborar en una acción contra el régimen de Franco. Al mismo tren sube en el último momento su esposa, que se ha enterado de que el gobierno franquista ha enviado a un mercenario para matarle y decide viajar para avisarle. Argumento a imitación de las buenas novelas de espías, pero fallido. El asesino y la mujer del profesor tienen un romance apasionado poco creíble, y hay personajes inverosímiles de los que no se aclara el papel en el argumento. Desde el punto de vista ferroviario tampoco es gran cosa, aunque los planos en los interiores de los vagones están bastante bien resueltos.


Algunas series estadounidense han incluido episodios con trenes nocturnos repletos de espías como Night train to Madrid (1965) de la serie I Spy, Night Train to Dallas (1976) de Gemini Man o Night Train to Moscow (2009) de My Own Worst Enemy. En Night train to Madrid (1965), dos agentes americanos tienen la misión de controlar un incómodo comediante durante su gira, en el mismo tren viaja un espía soviético que intenta complicar las cosas. Hay una curiosa aparición de la Guardia Civil con unos uniformes aproximados.

Un último grupo es el compuesto por las obras en la que la acción criminal, sea la de un asesino perverso o la de un fenómeno paranormal, genera un terror cerval en los viajeros de un expreso o de un metro nocturno; estamos entonces más en el subgénero del terror que en el del relato negro, de manera que hablaremos de ellas en otra ocasión.

lunes, 10 de abril de 2023

Trenes nocturnos (III): turno de noche.

Por la noche, mientras los viajeros duermen en sus coches cama o al menos lo intentan en sus asientos de tercera, los ferroviarios del turno de noche, trabajan. No sólo conducen los trenes nocturnos y controlan las circulaciones, sino que ocultos a la mirada de los usuarios, trabajan en los talleres y en las vías para que el sistema ferroviario no se pare.

Con la llegada del crepúsculo, en los tiempos anteriores a la iluminación eléctrica, los lampareros se ponían en marcha para disponer las luces de los semáforos, del material móvil y las que llevarán en la mano los jefes de estación o los agentes de circulación. En 1925 el pintor alemán Hans Baluschek representó a un ferroviario en tales funciones.


También tiene a ferroviarios trabajando de noche en el meollo del argumento, entre ellos un señalero, la película polaca Czlowiek na torze (1957, Sangre sobre los rieles) de Andrzej Mun. En 1950, en plena noche, un tren de pasajeros arrolla a un hombre que está braceando en medio de la vía, es Orzechowski, maquinista desde 1914, orgulloso de su profesión y reacio a los planes de innovación del nuevo gobierno comunista, por lo que ha sido apartado del servicio. Se abre una investigación. El jefe de estación explica al comisionado de la jefatura que, en la señal más próxima al tren, había sido retirada una de las lámparas, de manera que, en lugar de ser visibles las dos luces que indicarían que había que avanzar preveyendo que se acercaba un desvió, el semáforo indicaba vía libre. El jefe de estación cree que Orzechowski ha cometido un sabotaje. El despotismo del veterano maquinista con el personal joven y su apego al viejo régimen no hace que los testigos le favorezcan, pero al final se descubre que quien ha cometido el error es el farolero y que Orzechowski, al descubrir la inminencia de la catástrofe, se ha sacrificado. Una película de puro orgullo ferroviario.


Unos años antes, en 1936, se había rodado en Gran Bretaña la extraordinaria cinta Night Mail, dirigida por Harry Watt y Basil Wright, que muestra la circulación y el trabajo en su interior del tren correo operado por LMS que unia Londres con Edimburgo durante la noche recogiendo y dejando en marcha el correo en las estaciones intermedias, correo que es ordenado en las mesas de los vagones durante el trayecto. La música es de Benjamin Britten. El cortometraje se inicia con la voz del poeta W. H. Auden recitando su poema del mismo nombre. He aquí la primera estrofa, cuyo ritmo nos sumerge de inmediato en el traqueteo del tren:
This is the night mail crossing the border,
Bringing the cheque and the postal order,
Letters for the rich, letters for the poor,
The shop at the corner and the girl next door.
No es fácil de traducir estos versos manteniendo la rima y la sonoridad ferroviaria, una traducción literal sería:
Este es el correo nocturno cruzando la frontera,
llevando el cheque y el giro postal,
cartas para los ricos, cartas para los pobres,
para la tienda en la esquina y para la vecina.

El trabajo nocturno de los empleados ferroviarios ha ido dejando traza en los lienzos de muchos pintores. En 1900 Abraham Neumann presento El tren nocturno, en el que percibimos la soledad y el frio del guardavías. 


En 1924 fue Georg Scholz, autor de una gran producción de tema ferroviario, quien presentó, en La caseta del guardabarrera, la dignidad uniformada con que el empleado acomete su trabajo solitario.

 

El vínculo entre la minería y el ferrocarril fue representado en 1914 por Hans Baluschek en la obra titulada Hacia la mina, en la que los ferroviarios llevan a los mineros a su turno de trabajo siendo aun noche cerrada.

 

En el año 1955 se rodó en Estados Unidos una película, dirigida por Jean Yarbrough, centrada en la guerra sucia de las empresas de transporte por carretera contra los trenes de mercancías que, preferentemente viajaban de noche, de ahí su título: Night Freight. Cuando la compañía M. & E. R. pone en marcha un nuevo servicio nocturno de transporte de mercancías, unos villanos a sueldo de la compañía de camiones con la que este servicio entrará en competencia cometerán todo tipo de sabotajes. Para acabar de tensar el argumento, los dos hermanos propietarios de la compañía ferroviaria se ven envueltos en un triángulo amoroso. Veremos el funcionamiento de la compañía, escenas de conducción, sabotajes y un desenlace, con bomba en el tren incluida.

 
Otro importante grupo de trabajadores en turno de noche suelen ser los de vías y obras. En los años sesenta del pasado siglo, Terence Cuneo pintó el óleo que acabaría reproducido en el cartel Track laying by Night (Tendiendo railes por la noche) editado por British Railways para dar a conocer a los usuarios el trabajo oculto a sus ojos que permite que sus trenes circulen. 


El pintor español Javier Marcos tocó el mismo tema en el acrílico Anochece en la vía (2007) en el que podemos ver a tres operarios trabajando en la reparación de un raíl. Es el que encabeza esta entrada. Nacido en Almería (España) en 1963, es un pintor que ha cultivado el tema ferroviario al lado del paisaje, el retrato y el bodegón. Su profesión de ferroviario queda patente en los temas escogidos cuando plasma en sus cuadros el mundo del ferrocarril, más allá de las más habituales telas con trenes circulando o ambientes generales de estaciones, Marcos centra su mirada en el quehacer cotidiano de sus compañeros de profesión. Trabajando casi siempre a partir de fotografías, en sus telas han quedado plasmados mantenimiento de vías, operaciones de enganche, la tarea de los centros de control de tránsito o las reparaciones nocturnas de urgencia.

Volvamos a los orígenes. En el centro del imaginario de la actividad ferroviaria nocturna está el maquinista, y en los tiempos en los que las cabinas de conducción estaban sometidas a las inclemencias del tiempo, su trabajo era especialmente duro. Así lo vio Vicente Cutanda en La Nochebuena del maquinista, dibujo de 1896, en el que el dramatismo de la situación, la esposa llevándole junto a sus tres hijos la cena de Nochebuena a pie de máquina, se ve incrementado por un apenas visible jefe de estación que, lámpara en mano, parece que les está apremiando.

 

miércoles, 22 de marzo de 2023

Trenes nocturnos (II): viajar de noche


Viajar en un tren nocturno tiene siempre algo de misterioso y de oportunidad de aventura. Esta percepción de los viajeros es a la vez reflejada y potenciada por todas las obras literarias, plásticas y cinematográfícas que han tomado los trenes nocturnos como temática. En la entrada Trenes nocturnos (I), mirábamos y escuchábamos el tren nocturno desde fuera, ahora entramos en él.

En el sobrecogedor relato El embadurnado (1919), el polaco Stefan Grabinski nos hace una descripción de las luces y los sonidos del tren en la noche, pero en esta ocasión vistas y oídas desde el interior de un coche. Es admirable la descripción que se hace de todas las luces que concurren en un tren nocturno en marcha.
Manchas de luz caían de las ventanillas de los vagones e inspeccionaban las laderas del terraplén con sus ojos amarillos. Delante de él [el viajero], a una distancia de cinco vagones, la locomotora esparcía cascadas de chispas y la chimenea expulsaba un humo blanco y rosado. La negra serpiente de veinte vértebras brillaba, toda ella, con sus costados escamados; exhalaba fuego por su boca; iluminaba el camino con sus ojos. A lo lejos ya se vislumbraba la aurora de la estación. Como si sintiera la cercanía de la añorada estación, el tren sacaba todas sus fuerzas y duplicaba su velocidad. Ahora mismo acababa de pasar la señal que, como un espectro, indicaba vía libre, los brazos amistosos de los semáforos le daban la bienvenida. Los raíles empezaron a multiplicarse, cruzándose en cientos de líneas, ángulos y trenzas de hierro. A izquierda y derecha, los faroles de los cambios de agujas salían a su encuentro en la oscuridad de la noche; las grúas de la estación, las garruchas de los pozos, las palancas de carga estiraban sus cuellos. De pronto, a unos cuantos pasos de la desenfrenada locomotora apareció una señal roja. La garganta de bronce de la máquina emitió un brusco silbido, los frenos chirriaron y el tren, contenido por la terrible fuerza del contravapor, se detuvo justo antes de la segunda aguja.
Viajar de noche mal durmiendo en un compartimiento de asientos no es especialmente cómodo, pero el protagonista del relato La aventura de un viajero (1957) de Italo Calvino, hace de la necesidad virtud y lo percibe como un acto de heroísmo dedicado a la amada a la que va al encuentro.
Federico V., que vivía en una ciudad de Italia septentrional, estaba enamorado de Cinzia U., residente en Roma. Cada vez que sus ocupaciones se lo permitían, tomaba el tren a la capital. Habituado a una estricta economía de su tiempo, tanto en el trabajo como en el placer, viajaba siempre de noche: había un tren, el último, poco frecuentado —salvo durante las fiestas— y Federico podía tenderse en el asiento y dormir.
(…)
—Y usted ¿adonde va?
—A Roma.
—¡Madre mía! ¡A Roma!
El tono de asombro compasivo se transformó, en el corazón de Federico, en un movimiento de heroico orgullo. Así continuó el viaje.
—¿Queréis apagar la luz?
Apagaron y se quedaron en la oscuridad, sin rostro, ruidosos, voluminosos, hombro contra hombro. Uno levanta la cortina de la ventanilla y mira hacia afuera: la noche es clara, Federico acostado ve sólo el cielo y de vez en cuando la hilera de lámparas de una pequeña estación que lo deslumbran y proyectan un abanico de sombras en el techo.
Antonio Muñoz Molina, en Sefarad (2001), también evoca la dureza de los viajes en la España de los expresos nocturnos:
Quién no recuerda aquellos viajes eternos en el exprés de media noche, en los vagones de segunda que nos trajeron por primera vez a Madrid, y que nos dejaban desechos por la fatiga y la falta de sueño en los ingratos amaneceres de la estación de Atocha, la antigua, que nuestros hijos no llegaron a conocer, aunque alguno de ellos, muy pequeño, o todavía en el vientre de su madre, pasó noches rigurosas en aquellos trenes, que nos llevaban hacia el sur en las vacaciones tan anheladas de Navidad.
El cine español, en películas como La piel quemada (1967) de Josep Maria Forn, también ha reflejado el cansancio de los largos viajes nocturnos de la emigración, en este caso en "el sevillano", el que toman la mujer y los hijos del albañil que está trabajando en la Costa Brava.

 

Cuando llega el amanecer, el aspecto de los viajeros que han pasado la noche en sus asientos es el que muy bien captó el pintor prusiano Adolph von Menzel en su obra de 1851 En un coche de tren después de un viaje nocturno.


Viajar en coche cama ya es otra cosa, pero tampoco se descansa mucho si te toca un compañero de compartimento paranoico y pesado como le ocurre al protagonista del cortometraje Expreso nocturno (2003) de Imanol Ortiz.

 

En la galardonada película polaca Pociag (1959, Tren nocturno) de Jerzy Kawalerowicz, un hombre toma un tren que recorre la costa báltica. Parece que huya de alguna cosa. Por error en la venta de billetes, ha de compartir compartimento con una mujer que parece que també está huyendo. Cuando entre el pasaje corre la noticia que la policía está buscando un asesino en el tren, se desatan la curiosidad y las sospechas mutuas. Entonces se pone de manifiesto que cada uno de los viajeros, ferroviarios y policías, lleva una mochila emocional que determina cómo se relaciona con los otros. El encuentro entre desconocidos en un tren nocturno es, según el tópico, un oportunidad para la aventura, pero en Pociag lo que encontramos son personas deseosas de cambiar su vida pero que no encuentran la manera de hacerlo o no osan lanzarse a ella.

 

A la que nos metemos en trenes de lujo, las cosas cambian de manera ostensible. La literatura y el cine asocian los viajes nocturnos en expresos de lujo al glamur y a la aventura galante. El ambiente agitado que precede a su salida queda recogido en el óleo del holandés Nicolaas van der Waay Amsterdam estación central de noche (1895).

 

Finalmente, no podemos deja de lado la asociación entre los trenes nocturnos de lujo y el erotismo, es decir, la aventura amorosa y el frenesí sexual asociado al aislamiento, al anonimato y al traqueteo del tren. El dibujo de Edward Hopper Night on the Train (1918) nos habla del cobijo que un tren de noche puede ofrecer a unos enamorados.


Para el protagonista del relato Curación milagrosa, de Ramón Irigoyen, ganador de la edición de 1991 de los Premios del Tren de la FFE, el traqueteo llega a tener propiedades terapéuticas. Es un hombre rico, guapo, culto y sensible, pero con un problema de disfunción eréctil que le amarga la vida y una novia que era "profundamente amable, y coincidía conmigo en que era también más estrecha que el silbido de un fantasma". El psiquiatra no consigue resolver su problema, pero el traqueteo del tren...
El milagro que ocurrió a partir de la noche del día 16, en que tomamos el tren en Madrid, es digno de pasar los manuales de psiquiatría, y no sé si también incluso a los de gimnasia. Tomamos alguna copa en el restaurante y, al rato, fuimos a acostarnos, habíamos reservado, naturalmente, un coche cama y, en un principio, Alicia y yo nos acostamos en camas separadas. Cuando había dormido ya un par de horas, me desperté con un vivo deseo de abrazar a mi novia y me pasé a su cama. No entraré en los pormenores de aquel encuentro, pues son fácilmente imaginables. Pero lo que nunca podré olvidar fue el traqueteo del vagón, que, a juzgar por los resultados, multiplicó por cien la capacidad de mi impulso. Ni yo mismo me lo podía creer, pero era verdad que por primera vez en mi vida sentía una seguridad en mis fuerzas, que me venía del movimiento del tren, y que iba a desembocar en mi primer coito rotundamente feliz y también en la alegría más total de mi novia, que tan bien se reflejaba en su celestial sonrisa.
En la pantalla grande, un ejemplo perfecto de esta asociación erótico-ferroviaria podría ser La compagna di viaggio (1980, Una noche en el coche cama), de Ferdinando Baldi, en la que los protagonistas son apuestos mocetones y mujeres guapas y esculturales vestidas con lencería y sandalias de tacón. En un coche-cama de lujo viajan una pareja de recién casados, un psiquiatra y su paciente, un intelectual con su secretaria, una mujer con un gigoló, una aspirante a actriz y un muy sospechoso barón con monóculo que acabará siendo un truhan. La noche se complica cuando el novio es pretendido por algunas viajeras, el conductor del coche vive en permanente amenaza de infarto ante los estriptis y provocaciones de las señoras, el gigoló acaba en brazos de la secretaria del intelectual, etcétera, etcétera, todo ello con el ambiente, las poses y los tópicos de género característico del cine pícaro italiano de la época.

viernes, 10 de marzo de 2023

Todas las estaciones de Lérida. Cuaderno de viaje.


Se acaba de publicar un libro que hace un recorrido por todas las estaciones en tierras leridanas de las líneas ferroviarias que circulan por esta provincia catalana en España. Como cuaderno de viaje que es, contiene dibujos de las estaciones, fotografías antiguas o de acontecimientos, una breve reseña histórica de cada una de las estaciones y apeaderos y multitud de anécdotas.

No falta ninguna estación. Las que siguen en activo han sido pintadas en color y las ya desaparecidas, en blanco y negro. Se incluye también un desaparecido tren de vía métrica que daba servicio a una industria azucarera. Muy acertadamente, se han incluido en el trabajo los espacios industriales y de gestión ferroviaria desaparecidos.

 

La historia de las estaciones y las anécdotas que se cuentan de ellas nos recuerdan que la importancia social del ferrocarril ha ido cambiando con el paso de los años. Misas celebradas en el andén, despedidas masivas de maestros, bodas celebradas en la estación de madrugada para que los novios tomen el primer tren hacia la capital, trifulcas políticas, accidentes, recuerdo de los motes que los viajeros o los ferroviarios les ponían a los trenes y a las locomotoras... todo tiene cabida en este interesante volumen.

 

Puestos a encontrar un pequeño defecto, se echa en falta un mapa de cada una de las líneas citadas con la ubicación de las estaciones. Daría mucha más salida a la publicación un anexo final con resúmenes de los textos en castellano y en inglés, aunque la lengua no ha de ser obstáculo para disfrutar de este magnífico trabajo.

 

El autor es el historiador y humorista gráfico Marçal Abella i Brescó, aficionado al ferrocarril. El prólogo corre a cargo de Vidal Vidal, un periodista que suele escribir sobre los avances y los problemas del ferrocarril en las comarcas leridanas. Ambos comparten la nostalgia por el ferrocarril del pasado, aunque Abella dibuja los trenes de alta velocidad y las estaciones modernas con el mismo cariño que las estaciones antiguas o los trenes históricos, mientras que Vidal, a pesar de su indudable amor por el ferrocarril, no sabe ver belleza de la innovación y opina que los convoyes modernos, «parecidos entre ellos, fusiformes, aerodinámicos y casi monocolor, hacen pensar en aviones sin alas o incluso algunos en supositorios.»

 

Un libro que no debe faltar en la biblioteca de los aficionados a los que les gusta explorar este riquísimo territorio que es el que comparten el arte y el ferrocarril.

jueves, 9 de febrero de 2023

Trenes nocturnos (I): paisaje visual y sonoro

Kym Ojala 

Cuando llega la noche, el mundo ferroviario se transforma hasta tal punto que parece que estemos en otro universo. Los raíles y las catenarias que surcaban el territorio brillando bajo la luz del sol, ahora desaparecen dejando en su lugar una cinta negra que se confunde con el paisaje. Las estaciones también se desvanecen o, a lo sumo, se vislumbran como una lejana constelación de luces blancas con alguna estrella verde o roja ocasional. Los mercancías que circulan de noche a penas si son una salmodia traqueteante encabezada por luces blancas y concluida por linternas rojas. Los expresos se convierten en una procesión de ventanas que circulan por el paisaje. En la época del vapor, los resplandores rojizos que escapaban de los hogares e incluso de las chimeneas de las locomotoras se sumaban como nebulosas al firmamento ferroviario.

Esta inmensa belleza del ferrocarril por la noche ya fue descrita en 1843 por Modesto Lafuente en su Viajes de Fray Gerundio por Francia, Bélgica, Holanda y orilla del Rhin:
La estación de Malinas es la imagen de la vida abreviada, la estación de Malinas es el infierno. Y lo es a todas las horas del día porque no hay hora del día en que no lleguen y partan convoyes en todas las direcciones y por todas las direcciones. Magnífico y sorprendente cuadro, mil veces aún más interesante y más poético cuando se presencia en horas avanzadas de una noche oscura (porque en los caminos de hierro lo mismo andan de noche que de día) con el reflejo de mil faroles y de mil teas que alumbran los convoyes, que representan batallones de estrellas marchando entre nubes, y que ofrecen al observador el espectáculo más grandioso, variado y admirable que la civilización moderna puede ostentar.
Hermann Pleuer

Lafuente describe sus percepciones al estar en las proximidades de una estación con plena actividad nocturna, pero la mayoría de las estaciones pasan estas horas en silencio y penumbra esperando el paso de algún convoy escaso. Entonces, el pasajero, ve las luces de las farolas y de les semáforos como luceros suspendidos en el cielo acompañados, en ocasiones, por el ruido de los aparatos de vía. La descripción del argentino Roberto Arlt en Los siete locos (1929) es extraordinaria:
Un trozo de andén de la estación de Témperley estaba débilmente iluminado por la luz que salía de una puerta de la oficina de los telegrafistas. Erdosain sentose en un banco junto a las palancas para los cambios de vías, en la oscuridad. Tenía frío y tal vez fiebre. (…) Un disco rojo brillaba al extremo del brazo invisible del semáforo: más allá otros círculos rojos y verdes estaban clavados en la oscuridad, y la curva del riel galvanoplastiado de esas luces sumergía en las tinieblas su redondez azulenca o carminosa. A veces la luz roja o verde, descendía. Luego todo permanecía quieto, dejando de rechinar las cadenas en las roldanas y cesando el roce de los alambres en las piedras.
Ferran Soldevila hace un apunte en su dietario Hores Angleses (1938, Horas inglesas) que condensa en una frase una percepción parecida.
Londres.- Niebla espesa: las luces de la estación colgadas del firmamento.
Si nos alejamos de las estaciones, la impresión del observador cambia mucho cuando se contempla desde lejos el paso de un tren cruzando la noche. Así lo describe el transilvano Miklós Bánffy en És Hijjával találtattál (1940, Las almas juzgadas)
Oscuridad, oscuridad abso­luta. Sólo las estrellas, los millones de estrellas, tintineaban en la bó­veda celeste. Estrellas inmutables que desde hacia millones de años contemplaban la miseria humana con indiferencia. (…) Y burlándose de las dimensiones terribles del universo, abajo, en el valle del Vag, apareció una lucecita diminuta. Avanzaba lenta­mente hacia el norte como si le costase subir. A veces, a tan sólo un dedo de distancia, se distinguía un puntito rojo. Era el tren expreso de Berlín. El sonido llegaba a través de la noche muda. Al verlo, a Balint se le encogió el corazón. “Por aquí pasarían los trenes mili­tares hacia el norte si estallase la guerra con Rusia. Por aquí transportarían a miles y miles de jóvenes al campo de batalla, a la muerte... contra un enemigo de mayor poderío y tal vez en vano, absolutamente en vano..."
Jiri Bouda

A la percepción visual se suma la sonora. Los silbidos de los trenes nocturnos casi siempre suenan a nostalgia y a tristeza, como en la prosa de Dezsö Kosztolányi en Anna Édes (1926)…
Las noches de noviembre iban haciendo más largas. Se oyen los silbidos de los trenes de la estación del Sur. Alguna locomotora extraviada lloraba en la oscuridad, conmovedora y plañideramente, como un niño pequeño.
… o en la de Joseph Roth en el relato Der blinde Spiegel (1925, El espejo ciego)
La ternura nos embarga en el aire transparente de la noche, cuando desde los espacios azules la nostalgia viene a nosotros y el silbido de una locomotora que pasa de largo se queda suspendido en la ventana.
Ramón Gómez de la Serna dedicó una de sus greguerías (1910-1962) a este mismo motivo literario:
En la noche acústica se oye a lo lejos a los trenes, que pasan diciendo “que-te-cojo, que-te-cojo”, persiguiendo las distancias.
Un elemento eficacísimo de este universo nocturno es el de la contemplación, desde el andén o desde las proximidades de la vía, del paso de un tren de lujo con las ventanas iluminadas. Este tema fue tocado de manera magistral en la escena del “tren del champagne” en la película Possessed (1931, Amor en venta) de Clarence Brown, en la que la protagonista que encarna Joan Crawford, cuando se dirige a cruzar las vías para huir buscando una vida mejor, ve pasar ante ella un tren en el que ve a través de las ventanillas todo lo que está persiguiendo.


El novelista estadounidense E. L. Doctorow usa el mismo tema en Loon Lake (1980, El lago):
Me froté los ojos y con la mirada busqué el tren detrás del resplandor. Pasaba de mi izquierda a mi derecha. La locomotora y el ténder eran más negros que la noche, un imponente movimiento de sombras que avanzaban, pero detrás un coche de pasajeros plenamente iluminado. Vi que un mozo de chaqueta blanca servía bebidas a tres hombres sentados a una mesa. Vi oscuros paneles de madera, una lámpara con pantalla orlada y estantes con libros encuadernados en cuero. Dos mujeres conversaban sentadas frente a un grupo de sillones orejeros con textura como de encaje. Luego un luminoso dormitorio con apliques de cristal esmerilado y una cama con dosel y desnuda ante un espejo una chica rubia que estudiaba atentamente un vestido blanco colgado de una percha.

Oh señoras y señores el tren cruzó el claro y vi desaparecer la luz roja en el recodo. No me moví desde el instante en que la luz me deslumbró. Había oído hablar de vagones privados pero no estaba preparado para verlo ahora con mis propios ojos.

Los trenes nocturnos y las estaciones al anochecer también han sido tema para pintores e ilustradores. Modest Urgell busca el contraste de luces entre el cielo y las lámparas de la locomotora y los semáforos. 


En un registro parecido, Hermann Pleuer recrea la interacción del vapor con las luces de la locomotora.
El ilustrador y exlibrista Jiri Bouda incorpora las luces del tren a la noche estrellada y comparte tema con Kym Ojala y la portada de la novela de Doctorow. Y esto es sólo una pequeña muestra.

martes, 10 de enero de 2023

Humaredas (y II)


Cuando las compañías ferroviarias imprimieron carteles y cuadernillos de horarios en la época del vapor, no pudieron resistirse a utilizar las posibilidades plásticas de las humaredas de las locomotoras. Un magnífico ejemplo primerizo es el horario de trenes de Kobe a Osaka de 1876, con el humo sobrevolando un tren que parece sacado de un ukiyo-e.


En 1927, la compañía estadounidense Baltimore and Ohio Railroad, para celebrar su centenario publicó un cartel en el que se elevan en paralelo las enormes columnas de humo de una máquina primitiva y de una imponente locomotora de última generación. Ambas columnas de humo son iguales, la primera es imposible, la segunda, verosímil, pero la idea del cartelista es mostrar la continuidad de la solidez de la compañía.


Wagon Lits recurrió a la estela de humo y vapor para promocionar el Tren Azul que trasladaba la buena sociedad británica a sus veraneos en la Costa Azul a principios del siglo XX. Son varios los carteles que promocionan esta línea y el vapor siempre está presente.

 

Al otro lado del canal, British Rail también tiraba de humaredas para promocionar sus servicios industriales, en este caso el humo de una locomotora de vapor se hermana con el de la industria química. La leyenda del cartel, bajo el título de Servicio a la industria, explica como el complejo de la industria química ICI de Billinham-on-Tees depende de British Railways para el suministro de carbón y otras materias primas, y para la expedición de fertilizantes, cemento, líquidos a granel y otros productos. El autor de la ilustración es Terence Cuneo (1907-1996), el artista que ha pintado y dibujado el ferrocarril británico en centenares de obras.
 

Los cómics de tema ferroviario también han explotado las posibilidades de las humaredas de las locomotoras para dar dramatismo a las historietas. Vemos el ejemplo de una viñeta del cómic Le carrefour de Mâm-Pha (1987) del belga Willi Baltaite y otra perteneciente al extraordinario álbum La 12 de François Schuiten. Mientras que la primera de las obras es un ejemplo de un uso circunstancial de la locomotora de vapor, la de Schuiten es profundamente ferroviaria. Narra la historia de Léon, el maquinista titular de la 12.004, una campeona de la velocidad, el súmmum de la sofisticación mecánica, locomotora que sabe adelantarse a los deseos de su conductor, pero los tiempos cambian, se introduce la tracción eléctrica y las 12, las locomotoras Atlantic carenadas belgas que alcanzaba los 140 km/h, tienen los días contados.

 

Ya en el cine, ¿quien no recuerda escenas con enormes humaredas que cobran un valor simbólico en filmes? Las encontramos en películas como La bête humaine (1938, La bestia humana) de Jean Renoir cuando las pasiones se descontrolan, Noche fantástica (1943) de Luis Marquina con la humareda en la escena inicial, Brief Encounter (1946, Breve encuentro) de David Lean cuando los amantes se besan en el andén venciendo la mala consciencia, Czlowiek na torze (1957, Hombre en las vías) del polaco Andrzej Munk en que simboliza el honor de los ferroviarios o Ostre Sledovane Vlaky (1966, Trenes rigurosamente vigilados) del checo Jiri Menzel en que el humo de la locomotora acaba mezclándose con el de la explosión del sabotaje realizado por la resistencia.

 

La lista anterior contiene solamente películas de gran contenido ferroviario de cinco nacionalidades distintas, pero podría ser mucho más larga, y no digamos una que contuviera títulos de filmes en los que el tren de vapor tiene una aparición fugaz pero se utiliza su humareda como metáfora; basta pensar, por ejemplo, en las diversas versiones de Ana Karenina en las que la humareda y el vapor condensándose en el aire gélido del andén cobijan a los amantes,

Entrado ya el siglo XXI, el humo de los trenes es un elemento apenas tolerado por las miradas desconfiadas y reticentes en las líneas con locomotoras preservadas; pero ésta irrisoria cantidad de humo vertida a la atmósfera no hace sino recordarnos que el ferrocarril ha conseguido evolucionar y ser ahora un símbolo de medio de transporte medioambientalmente sostenible.

Humaredas (I) puede leerse aquí.

sábado, 24 de diciembre de 2022

El belén de Badalona, con tren y estación


La ciudad de Badalona está en la costa catalana, en la línea de ferrocarril de Barcelona a Mataró. La vía del tren transcurre entre la ciudad y la playa, y esta es la imagen que ha querido reproducir el belén que, como cada año, se ha instalado en la plaza del ayuntamiento.

Reproduce las casas del paseo marítimo que transcurre paralelo al mar y a la vía del tren. Los badaloneses llaman “rambla” a su paseo a pesar de no ser un curso de agua que desemboque en el mar; sólo en Montevideo le llaman también rambla al paseo marítimo.

 
En el belén no podía faltar la reproducción de la estación y un homenaje al tren que propició el progreso de la ciudad.


jueves, 15 de diciembre de 2022

Arte en la nueva estación de Sant Andreu en Barcelona


El 12 de diciembre de 2022 se inauguró en Barcelona (España) la estación de ferrocarril de San Andreu, una estación moderna y subterránea que substituye a otra muy cercana que estaba en servicio y con el mismo edificio original desde 1854.

Adif ha tenido la sensibilidad y el acierto de encargar a dos artistas de street-art, Miquel Wert y RocBlackblock, la realización de un mural de 3113 m2 que transcurre por los dos laterales de la estación.

La base del mural es una línea de tiempo en la que se indican momentos clave de la evolución de la red ferroviaria catalana, con atención especial al entorno de la estación, donde ha habido empresas como la constructora de locomotoras La Maquinista Terrestre y Marítima y bases ferroviarias.


Los fragmentos de fotos históricas de material, rodante, inauguraciones y ferroviarios, se alternan con billetes y dibujos técnicos, cotas incluidas, de elementos ferroviarios como tirafondos, aguadas, raíles, estaciones, etc.



 
Si pasan por Barcelona, vale la pena acercarse hasta la estación de Sant Andreu, en la línea de cercanías R2, para contemplar este magnífico mural y, también, la muy bien resuelta arquitectura de la estación.