sábado, 6 de abril de 2024

Dos pintores extraordinarios... que pintan trenes.

 

Xavier Rodés y Àlex Prunés son dos pintores nacidos en los primeros años de la década de los 70 del siglo pasado. Ambos realizaron estudios de bellas artes y ambos han construido desde entonces una sólida y reconocida trayectoria artística. También tienen en común que sus obras han estado expuestas en diversas ciudades de Europa y de América y se encuentran en colecciones públicas y privadas. Ninguno de los dos tiene el ferrocarril como uno de sus temas habituales, pero ambos le han dedicado su atención con resultados muy interesantes.

Pueden encontrarse ciertos elementos comunes en la obra de los dos artistas, tanto en el tratamiento de la luz, que suele ser tenue y envolvente, como en el hecho de que sus paisajes no suelen tener figuras humanas. De ambas características resultan unos espacios silenciosos y con un toque de misterio en los que los edificios, los pantalanes, los depósitos, las estaciones o los almacenes cobran una intensidad que nos obliga a detenernos ante la obra y contemplarla hasta encontrar aquello que ha convertido en atractivo un rincón aparentemente anodino.

Xavier Rodés (Barcelona, 1971) estudió diseño en la escuela Elisava y se licenció en arte en la escuela Eina, ambas de Barcelona. Su trabajo de final de estudios, titulado Paisaje urbano postindustrial, dejaba testimonio de la demolición de una enorme industria química que había crecido en la costa norte de Barcelona a principios del siglo XX, atraída por la presencia del ferrocarril, y que a finales del mismo siglo desaparecía para convertirse en una zona residencial con puerto.

Marinas, pantalanes y rincones desiertos de ciudades con coches o camiones que parecen abandonados son temas habituales en Rodés. Es con esta misma mirada que en 2011 pintó la estación de Figueras (Gerona). 


No vemos el edificio principal, sino unas construcciones industriales anexas que nos hablan del fin de la industrialización, mientras que los vagones plataforma parece que añoran la época dorada del transporte ferroviario de mercancías de proximidad.

Una sensación de desamparo parecida nos produce su visión de la estación parisina de Austerlitz. En este óleo sobre madera de 2016 nos muestra como los paisajes industriales ferroviarios, especialmente los destinados a carga y descarga de mercancías urbanas, a menudo se esconden tras la grandiosidad de las estaciones más bellas.

 

Al año siguiente, Rodés, quiso ofrecer su visión de la Estación de Francia de Barcelona. La impresionante trama metálica de la marquesina apenas tiene ningún detalle y los convoyes son puros volúmenes geométricos, todo el protagonismo se lo lleva la luz, que entra por los cristales y por la boca de la marquesina y se refleja en el suelo embaldosado. Algo especial tiene la luz interior de esta estación que tantos y tantos pintores y fotógrafos han querido darnos su visión de ella.

 

Bastantes años antes, había pintado la estación de Saillagouse que pertenece al famoso Train Jaune que circula por la Cerdaña en el sur de Francia. Aunque aparentemente el único tema sea la soledad del edificio de la estación en medio del paisaje nevado, las vías, con la señalización y sus características curvas de poco radio son reproducidas con rigor.

 

Los espacios ferroviarios de Rodés no tienen pasajeros y a penas tienen coches y vagones, pero se les espera, son espacios un tanto misteriosos, pero vivos.

Àlex Prunés (Barcelona, 1974) se graduó en la Universidad de Barcelona y en 2017 se doctoró en Bellas Artes. Sus temas habituales son los edificios, que suelen ser presentados aislados, a menudo cerca del mar, aunque también trabaja la figura humana en interiores. Un óleo de 2003, Casa ante la vía, es representativo de esta mirada y nos muestra como sus paisajes realistas tienen un toque extraño, incluso fantástico.

 

En 2006, dos años antes de que se iniciaran las obras para construir la nueva estación intermodal de La Sagrera de Barcelona, Prunés pintó la zona que ocupaba la antigua estación de mercancías, con parte de los tinglados y marquesinas ya desaparecidos. Al fondo a la izquierda puede observarse el edificio de administración de la estación que construyó MZA a principios del siglo XX. Prunés es un artista que sabe leer la belleza de los edificios y espacios industriales. En este caso, para transmitirnos su mirada sobre ellos, los ha despojado de elementos superfluos de su contorno y nos los presenta dominando unos amplios espacios vacíos, de una perspectiva intachable, en los que unas tímidas trazas de las vías nos recuerdan su función.

 

Excepcionalmente, en El andén (2015) aparece una figura humana, una mujer que espera en un andén desangelado el paso de un tren que ha de hacerlo por una vías casi inalcanzables. La sensación de soledad, así como el ángulo de las vías, la disposición de los edificios del fondo y la boca del puente pueden leerse como un homenaje a los paisajes ferroviarios del pintor norteamericano Edward Hopper.

 

Prunés también nos ha dado su visión de la Estación de Francia de Barcelona. En 2012 pintó un oleo en el que ponía en paralelo dos construcciones técnicas: la marquesina de la Estación de Francia y la torre de aguas de la fábrica de gas que ocupaba un espacio cercano. Mientras, al fondo del cuadro, vemos los edificios modernos del perfil del litoral. La fábrica ya no está y la torre de aguas, junto con el esqueleto estructural del depósito de gas, son los únicos vestigios conservados; el futuro de la estación, que es un cul-de-sac, vuelve a estar en debate, de manera que la tela puede leerse como una mirada a la belleza formal de las construcciones técnicas. Un gran espacio vacío, como en el caso de la estación de La Sagrera, realza los edificios.

 

Vistas las obras de los dos pintores, descubrimos una nueva característica común: sus pinturas de tema ferroviario no tienen trenes y, si los tienen, no son el tema principal sino que están integrados en el espacio representado; su mirada sobre el ferrocarril se interesa por los entornos ferroviarios y, así, los convoyes de la Estación de Francia o los vagones de la de Figueras son un elemento paisajístico más. Pero más allá de los aspectos pictóricos que los dos artistas puedan tener en común, les une también una característica loable: su mirada apreciativa sobre el ferrocarril que contribuye a realzarlo como parte de nuestro patrimonio tecnológico, es decir, nuestro patrimonio cultural.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Dos aventuras (valencianas) en el tren


I

Ediciones Cid publicó en 1954 La aventura en el tren de José María Salaverría en la colección La novela del sábado. Por aquellos años, publicaron también relatos o novelas cortas en esta colección escritores como Miguel Delibes, Ignacio Aldecoa, Azorín, Carmen Laforet o Gonzalo Torrente Ballester. Algunos recordarán también la editorial por sus tebeos: Diego Valor, Billy el niño o Jinetes del espacio.

Salaverría (1873–1940) nació en Vinaroz (Castellón). Se dedicó sobre todo al periodismo, fue colaborador de Los lunes del Imparcial, de ABC y de La Nación de Buenos Aires. Ideológicamente, evolucionó desde los postulados regeneracionistas de la generación del 98 hasta posiciones afines a la derecha totalitaria. Como novelista, sus títulos más destacados fueron Nicéforo el Bueno, El oculto pecado, Viajero de amor o La Virgen de Aránzazu.

En sus 47 páginas, La aventura en el tren relata el encuentro, en un expreso nocturno de lujo entre París y Madrid, de una traficante de joyas, Sara, y un ladrón con escasa destreza en el oficio, Carlos. Él es un joven apuesto, moreno y de ojos claros. Ella es una mujer definida con todos los tópicos del momento: mujer fatal a la usanza de las películas americanas, pero que reconoce y acepta la superioridad del hombre. El autor la describe al límite de lo que permitía la censura de la época. Ha caído la noche y la protagonista se retira a su compartimento:
Había cenado bien, con una buena copita de Benedictino para postre, y sentía que su naturaleza en pleno vigor, en plena juventud robusta y sabia, hubiera podido aprovechar alguna discreta coyuntura, de esas que el destino sabe situar al paso de las personas entendidas. Pero por el momento el destino daba muestras de estar ausente. No; de todos los habitantes del vagón ninguno valía la pena.
Esconde el bolso en el que lleva las joyas bajo el colchón, coloca el revolver bajo la almohada y se dispone a dormir. En ese momento entra el ladrón por la ventanilla. No ha tenido tiempo la mujer de cubrir su desnudez, que el joven saca la navaja y le ordena: «—¡Pronto! ¡Entrégueme todo lo que lleva!». Pero la experimentada traficante, contra todo pronóstico, no reacciona empuñando su arma.
Pero no se acordó de que existía el revólver. No se acordaba entonces de nada. Sólo sentía un frío imaginativo en sus trémulas carnes, como si ya estuviese a punto de atravesárselas la aguda y reluciente punta de la navaja. Nunca le había ocurrido sentirse tan femenina, tan débil y subordinada mujer como entonces; nunca se había visto tan impresionada por la energía y la superioridad del varón. Pero al mismo tiempo, y cuanto más pronunciaba su naturaleza femenina, sintió crecer en ella un valor extraño y una imprevista fuerza.
La mujer coquetea con el ladrón, le entrega un estuche con joyas falsas, se miran a los ojos, se sientan en la litera y entablan una conversación. Él le cuenta su vida, bastante desgraciada, también en amores. Ella le hace saber que ha detectado su inexperiencia.
—No sabe usted robar, ni tiene temperamento de ladrón. Todo en usted me habla de violencia, de que está usted contrariando a sus instintos más profundos. Amigo mío, a usted lo han lanzado a una vida por la cual no siente la menor vocación. Y no hay más que mirarle a usted para adivinar que ha sido impulsado a esto por una mujer.
En efecto, Carlos se había ido a Buenos Aires al desertar de la legión y allí conoció a una cupletista, Rosina, hermana de un mafioso siciliano. Acaban de llegar a España huyendo de la mafia, pero ella no consigue triunfar y él intenta robar para mantenerla. Cuando el tren frena en la siguiente estación…
En seguida, rápida y segura, Sara Leviller echó mano debajo de la almohada y empuñó el revólver. De un salto se colocó junto a la puerta del camarote y dio vuelta al pestillo, en tanto que apuntaba al pecho del ladrón. Y prorrumpió con una mezcla de risa cruel y de grito feroz:

—¿Para qué se mete en estas cosas, si no sabe? Le ha entontecido a usted su Rosina... ¡Váyase a la cárcel, amigo mío, y que allí le enseñen a robar los verdaderos ladrones, los hombres de verdad!...
Tiempo después, Sara coincide con Rosina en un hotel de Madrid y eso despierta su curiosidad: acude a su espectáculo y entabla relación con ella. Una noche, la cupletista invita a la traficante a un trago en su habitación. En la repisa de la chimenea hay una fotografía de Carlos. Rosina le cuenta que ella lo visitaba en la cárcel todo lo que podía, que él le había explicado su aventura en el tren, que enloquecía avergonzado al recordarla y que murió en la cárcel. Y hechas las explicaciones:
—¡Mi madre era calabresa! ¡En Calabria hay una ley que dice que la venganza es sagrada! ¡Quien la hace la paga! ¡Aunque pasen veinte años, el traidor la pagará!...

¿Pero cómo ha sido? ¿De dónde ha sacado Rosina ese estilete? Es largo y delgado, brillante y agudísimo. Tiene la ligereza y la fría crueldad de un reptil irritado. A su vista, el último resto de energía se ha desvanecido en Sara. Comprende que va a morir. No trata de defenderse. Sólo acierta a iniciar un grito de suprema angustia, que la punta del estilete ha frustrado.


II


Casi treinta años después, en 1981, un editor valenciano recuperó una publicación semanal que había circulado entre los años 1908 y 1921 llamada El cuento del dumenche (El cuento del domingo). En ella publicó Jordi Valor Serra un relato escrito en 1953 titulado Una aventura en el tren.

Valor (1908-1984) nació en Alcoy y empezó su actividad literaria como colaborador de publicaciones locales, como escritor publicó, entre otras obras, Histories casolanes (1950, Historias caseras), Ducado de Bernia (1954), Narracions alacantines de muntanya i voramar (1959, Narraciones alicantinas de montaña y litoral), Rescoldo del Islam (1960) o Costumbrismo alcoyano (1973).

El protagonista del relato toma, en 1930, el tren descendente de Jaca que hace parada en Huesca a las 18:30 y llega a Tardienta para enlazar con el expreso a Barcelona procedente de Madrid.
El vagón era antiguo. Cada compartimiento tenía puerta al exterior sin poder recorrerse el coche, es decir, que íbamos enjaulados como gallinas, y hasta el revisor había de salir por la portezuela y por el estribo y, agarrado a las ansas del subidor, pasar al compartimiento de al lado cuatro o cinco veces por cada vagón.
(…)
En el último momento ya sonaba la campana del jefe de estación dando la salida cuando llegó una señorita rubia con una pesada maleta que introdujo en nuestra “jaula”.[1]
El protagonista ayuda a la joven con el equipaje y le ofrece por dos veces su asiento, que ella rechaza, aunque...
lo único que hizo fue rogarme que le dejara el periódico que llevaba en el bolsillo para ponérselo bajo los pies y descalzarse los zapatos de alto tacón que le fatigaban los pies: así no se ensuciaba las medias de seda con la porquería del suelo entarimado y carbonoso y las cáscaras de cacahuete, las pieles de altramuz y los huesos de dátil.
A los pasajeros del tren, aquel descalzarse les parece un acto de sinvergüencería, pero para el protagonista es el anuncio de un sutil juego erótico que se producirá cuando, al coincidir de nuevo al tomar el expreso de Barcelona, la joven hará por manera que acepte hacerse pasar por una pareja de recién casados a los ojos de un pesado tercer viajero que entabla conversación con ellos.
¿Qué mal puede haber en que nos crea casados si dentro de unas horas nadie de los de aquí estaremos juntos? ¿No me quiere decir su nombre todavía?
—Oh, perdón señorita. Me llamo Eliseu; ha sido un descuido. Sabe mi pueblo y mi destino.
—Pues bien, Eliseu, vamos a seguir el juego. Casados por a cuatro o cinco horas. ¿No es un ejercicio de experiencia per al día de mañana? ¡Soy de natural juguetona y, como usted me parece un buen mozo...!
El juego incluirá conversación cariñosa, monerías, tentempié a modo de cena, las alabanzas del tercer viajero ante una pareja feliz y breves y cariñosos tomarse del brazo, todo ello narrado con una prosa brillante, eficaz y sugerente.

El relato nombra las estaciones por las que pasa el expreso y que marcan distintos momentos del sutil y pícaro juego del fingimiento: Cariñena, Selgua (donde suben pasajeros procedentes del ferrocarril de Barbastro), Monzón, Lérida, Mollerusa, Manresa, Tarrasa, Sabadell… hasta rendir viaje en la Estación del Norte de Barcelona. Una vez allí, la chica apaga cualquier ilusión que se hubiera hecho el protagonista con un: «adiós, hasta nunca». Y así acaba el relato:

A la mañana siguiente, sobre la cubierta del barco —una moderna motonave blanca que me llevaba a Alicante—, me encontré en el bolsillo de las cerillas del pantalón su billete de ferrocarril. Era el único recuerdo que quedaba de esta aventura en el tren.


[1] Traducción del bloguero

viernes, 9 de febrero de 2024

El circo va en tren


En los años dorados del circo, cuando se le consideraba el mayor espectáculo del mundo, los grandes circos solían desplazarse en tren. La densa red ferroviaria europea permitía a las compañías llegar con relativa comodidad a las ciudades donde deseaban plantar su carpa. Los colores llamativos y las letras perfiladas de los carromatos montados sobre las plataformas daban un aspecto singular y atractivo a esos trenes. Los circos más importantes podían incluso poseer vagones propios especializados para transportar fieras o servir como viviendas.

En los Estados Unidos, los circos se servían del ferrocarril para salvar las grandes distancias entre estados y ciudades. La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos conserva una litografía de 1874 titulada The grand lay-out. Circus parade around tents, with crowd watching alongside railroad train. Se trata de una imagen con toques orientalizantes en la que los acróbatas, los payasos, los jinetes y los animales del circo hacen su desfile alrededor de las tiendas mientras los contempla una multitud engalanada para la ocasión. Lo sorprendente son los trenes, que acuden desde distintos puntos cardinales por vías que confluyen en la gran esplanada donde se han instalado las carpas.

Sigamos en el Nuevo Mundo. Fue allí donde el empresario W. C. Coup diseñó en 1872 unos vagones plataforma específicamente pensados para facilitar la carga y descarga de los carromatos y las caravanas. Ello facilitó la expansión del circo. Tom Parkinson y Charles Philip Fox son los autores del libro The Circus Moves by Rail que recoge fotografías, carteles y textos de época sobre el uso del ferrocarril por parte de las compañías circenses.

Los carteles de publicidad de estos años dorados, cuyo principal motivo eran las fieras salvajes, a menudo incluyen el despliegue de medios ferroviarios del circo como un reclamo. En el cartel del Cole Bros Circus podemos ver vagones para cargar materiales, coches para el personal y plataformas preparadas para subir y bajar los carromatos de ellas. En el cartel del Barnum & Bailey Circus podemos leer: «Una imagen realista de la llegada de nuestros cuatro trenes de 70 vagones de largo construidos en Stoke on Trent a partir del proyecto americano para transportar el Mammoth Show de ciudad en ciudad con sus caballos, sus dos colecciones de animales y su vasto material de espectáculo».

El circo de los hermanos Ringling, que se fusionó con el de Barnum & Bailey para formar el mítico Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus, sigue en la memoria colectiva de los norteamericanos. Sobrevivió a la Gran Depresión de 1929 e incluso consiguió en 1942 un permiso especial de la presidencia de los USA para usar las vías férreas a pasar de las restricciones de transporte a causa de la Segunda Guerra Mundial; pero, como a todos, el final les llegó a causa de sus elevados costes, del éxito del cine y por la presión de los que estaban en contra de que hubiera animales en sus espectáculos. Los carteles de este gran circo muestran su gran despliegue ferroviario. En el que encabeza esta entrada dice: «100 vagones de acero de doble largo abarrotados de maravillas procedentes de todos los rincones de la Tierra».

La competencia entre los circos era feroz y eso puede observarse en los carteles promocionales. El de Al G. Barnes ponía el acento en sus animales, pero también en sus trenes y en la expectación que provocaba su llegada; la inscripción del cartel dice: «Escena de la llegada de los trenes de Al G. Barnes Circus a primera hora de la mañana». 

A este lado del Atlántico, el circo también tuvo su época dorada, que fue más prolongada en el este de Europa, pero es raro encontrar carteles promocionales con trenes. Sin embargo, sí que aparecen en Rusia, donde las distancias son muy largas. El circo ruso de los Durov, a pesar de que su gran reclamo era el uso de animales amaestrados, reflejaba en sus carteles la importancia logística que el tren tenía para ellos.


Ian Fleming hizo que su agente James Bond tuviera contacto con un circo que viajaba en tren. En Octopussy (1983) se narra el enfrentamiento entre el agente 007 y el general Orlov, un belicista soviético que, al ser rechazada su propuesta de atacar a las fuerzas de la OTAN, urde un plan consistente en hacer explotar, de forma que parezca un accidente, un artefacto nuclear en una base americana y generar en la población europea desconfianza hacia su armamento. Una vez retiradas las bombas nucleares por la esperada presión de la población civil, Moscú tendría vía libre para ocupar Europa. Para ejecutar tan peregrino plan, Orlov utiliza, sin que ella lo sepa, el tren de un circo perteneciente a la bella contrabandista Octopussy y esconde la bomba atómica en el cañón del hombre-bala. James Bond perseguirá el tren, lo abordará y logrará desactivar la bomba en el último momento. 


El inicio de la decadencia de los grandes circos americanos fue recreado en la novela Water for Elephants (2006, Agua para elefantes) de Sara Gruen. Narra la aventura de un estudiante de veterinaria que, durante la Gran Depresión, sube como polizón al tren de un circo, el dueño le contrata como veterinario, cuida de una elefanta y acaba teniendo una relación amorosa con la amazona que está casada con el dueño. El tren es el escenario permanente de la historia.

Estamos en una vía lateral detrás del Escuadrón Volador, que, evidentemente, lleva algunas horas allí. La ciudad de lona ya se ha erigido, para deleite de la multitud de habitantes del pueblo que se pasea contemplándolo todo. Filas de chiquillos se sientan encima del Escuadrón Volador, observando la explanada con ojos brillantes. Sus padres están congregados debajo y señalan las diferentes maravillas que aparecen ante ellos. Los trabajadores del tren principal se bajan de los coches cama, encienden cigarrillos y cruzan la explanada en dirección a la cantina. Su bandera azul y naranja ya ondea y la caldera eructa vapor a su lado, dando un alegre testimonio del desayuno que ofrece.
Los artistas van saliendo de los vagones de la cola del tren, claramente de mejor calidad. Existe una jerarquía evidente: cuanto más cerca de la cola, más impresionantes las estancias que contienen. El mismísimo Tío Al desciende del vagón anterior al furgón de cola. No puedo evitar reparar en que Kinko y yo somos los viajeros humanos que más cerca van de la locomotora.
[…]
El tren de los Hermanos Fox ha sido retirado de la vía muerta y el tan cacareado vagón de la elefanta está ahora enganchado justo detrás de nuestra locomotora, donde el traqueteo es más suave. Tiene tragaluces en lugar de rendijas y es de metal.
Esta novela fue llevada al cine por Francis Lawrence en 2011. La cinta tiene una larga escena en la que un empleado acompaña al protagonista a lo largo del tren para mostrarle toda la fauna humana que trabaja en él y viaja en los distintos vagones y coches.

 

El de un circo viajando en un tren es un tema que ha pervivido en el tiempo. Podemos encontrar juegos de mesa basados en el deambular en tren de una compañía por el continente americano y son muchos los libros infantiles que aprovechan la atractiva combinación del tren, el colorido inherente al circo y la presencia de animales, aunque la concienciación sobre el bienestar animal está liberando a los leones de las jaulas. El tema ha pervivido en artistas de estilos muy distintos, veamos un ejemplo del siglo XX y otro del siglo XXI: N. Horn y su óleo Ringling Brothers Circus at the Train Station...

... y Bri Buckley y su The Traveling Circus

Todo parece indicar que el circo y los trenes seguirán juntos en el mundo de la creación artística.

lunes, 8 de enero de 2024

Trenes en la nieve


Si pensamos en películas o series en las que el escenario sea un tren rodeado de nieve, es muy probable que la primera que nos venga a la cabeza sea Snowpiercer (Rompenieves). En 1984 apareció la primera entrega de la novela gráfica Le Transperceniege con guion de Jacques Lob y dibujos de Jean-Marc Rochette, en 2013 tuvimos la versión cinematográfica dirigida por Bong Joon-ho y en 2020 nos llegó la serie dirigida por Graeme Manson. La base de las tres obras es que un fallido experimento para solucionar el calentamiento global acabó helando el planeta y matando a la mayoría de seres vivos; los únicos humanos supervivientes son los pasajeros, clasificados por capas sociales, de un tren que recorre sin paradas el mundo impulsado por un motor de movimiento continuo.


Pero en la pantalla ya se habían proyectado trenes sitiados por la nieve muchos años antes. En 1956 José Antonio Nieves Conde dirigió Todos somos necesarios. Falangista convencido, Nieves Conde se adscribió a la corriente neorrealista que llegaba de Italia porque consideró que sus postulados encajaban con su preocupación por las desigualdades sociales y la conducta inmoral de los ricos, que el veía como una traición a los ideales del nacionalsindicalismo; acabó apartado por el franquismo.

 

La trama argumental es simple y eficaz. Un médico condenado injustamente, un empleado que ha cometido un desfalco y un ladrón habitual dejan la cárcel tras cumplir sus condenas y suben a un tren donde, por su calidad de expresidiarios, son mal recibidos por los viajeros. El convoy queda bloqueado por la nieve y el hijo de un empresario que sólo ama al dinero y planea una aventura con su secretaria, cae enfermo y hay que practicarle una traqueotomía para salvarle la vida. El médico, suspendido de ejercicio y resentido contra la sociedad, se niega a intervenir, pero acabará cambiando su actitud ante la mirada de ánimo de la secretaria y el ejemplo de un cura, dispuesto a arriesgarse a operar al niño con sus escasos conocimientos adquiridos en las misiones. Por su parte, el ladrón habitual no duda en partir bajo la tormenta de nieve para pedir ayuda. Al final, a pesar de su heroicidad, los viajeros seguirán recelando de ellos por el solo hecho de ser expresidiarios. Toda la acción de la película transcurre en el ferrocarril, convertido en un escenario aislado, donde los personajes muestran su verdadero rostro cuando se enfrentan a conflictos morales.

El convoy de Murder on the Orient Express (1934, Asesinato en el Orient Express) de Agatha Christie también queda bloqueado por la nieve y, mientras se espera la llegada del tren de rescate, Hercule Poirot resuelve un caso de asesinato. Hay varias versiones para la gran y la pequeña pantalla que ha sido profusamente promocionadas y reemitidas hasta convertir esta obra y sus versiones en una de las más conocidas tanto de la autora como del cine con trenes.

Vlak u snijegu (1976, Tren en la nieve) del croata Mate Relja es una película basada en una novela juvenil. Un grupo de escolares viaja a Zagreb para una actividad académica, al regreso, el profesor se indispone y debe ser ingresado en un hospital, los niños prosiguen el viaje solos, pero el convoy acaba bloqueado por un vestisquero, entonces los escolares colaboran con los ferroviarios para liberar el tren. Es una película menor, con niños que se las ingenian para ayudar a despejar la vía de la nieve y, además, cantan dirigidos por un maquinista barbudo y campechano.

 

También transcurre en medio de una tormenta de nieve la historia que se nos cuenta en la película japonesa de dibujos animados Byôsoku go Senchimêtoru (2007, Cinco centímetros por segundo) de Makoto Shinkai. A ella pertenece el fotograma que encabeza esta entrada. Los dos protagonistas, Takaki y Akari, se enamoran al final de la escuela primaria, pero sus vidas toman caminos distintos. Pasa el tiempo. Un buen día, el chico decide ir a visitar a la chica en tren en medio de una tormenta de nieve. La película describe con todo detalle el trayecto con diversos cambios de línea que realiza el protagonista desde la estación toquiota de Shinjuku hasta el pueblo de Tochigui. Durante el viaje, la nieve hace que los convoyes acumulen retrasos y uno de ellos incluso se detiene durante un buen rato hasta que se puede limpiar la vía; no hay que decir que las compañías ferroviarias no paran de disculparse por los altavoces de trenes y estaciones. Por fin el chico llega a la estación de destino con muchísimo retraso, pero ella le está esperando. A partir de aquí, la historia resulta un poco ñoña para los gustos occidentales. El tren tiene un papel relevante, y como tal es tratado en el detalle de las estaciones o del interior de los convoyes, que son presentados como espacios para el romance y la reflexión. Que la nieve haya llegado a detenerlo es presentado como un hecho excepcional.

Puede que algunos fotogramas de la película Vlak u snijegu le recuerden a alguien el óleo de Claude Monet de 1875 conocido como Tren en la nieve o La locomotora. Más allá de su extraordinaria factura, este tren entrando en la estación de Argenteuil parece que nos está indicando que el ferrocarril es la única manera de moverse tras una tormenta de nieve que debe haber bloqueado los caminos.

 

El óleo En la estación. Mañana de invierno en el tren de los Urales (c. 1885) de Vladimir G. Kazantsev, contemporáneo de Monet, tiene muchas similitudes con el anterior: la forma grisácea del convoy contrastando con la nieve que cubre todo el entorno, el humo destacándose sobre el cielo cubierto, las luces del testero… y la misma sensación de que el tren nos ofrece la única manera de movernos por el paisaje.

 

El paso del tiempo no le ha quitado al tren esta capacidad de llegar con nieve a donde no se puede llegar de otra manera. El pintor norteamericano Everett Longley Warner, que tomó como uno de sus temas el paisaje de Pensilvania, representó en Panther Hollow (c. 1930) un tren industrial circulando por este barrio de Pittsburgh.

 

Canadá nos proporciona un ejemplo actualísimo de la importancia del ferrocarril en tiempos de nieve. Cuando los rigores del invierno dejan el territorio congelado, solo él es capaz de comunicar ciudades y transportar mercancías. Un convoy, sea de vapor, sea diésel, atravesando las llanuras nevadas y heladas es un tema muy común en la pintura ferroviaria intemporal canadiense, como es el caso de Canadian at Morant's Curve (2001) de Glen Frear, que nos muestra un convoy de CP Rail circulando bajo la mirada de las Montañas Rocosas por un tramo de la línea que se ha convertido en un clásico por su belleza.


En los sistemas montañosos de nuestra península también la nieve puede poner al ferrocarril en dificultades, es lo que escogió como tema José Catalá en su obra Puerto de Tosas (c. 2002) que nos muestra una 435 dando servicio a la relación entre Barcelona y la frontera francesa en Puigcerdà pasando por este puerto de montaña pirenaico.

 

Todas estas obras tienen en común el recordar que uno de los logros del ferrocarril fue el haber sido el primer medio de transporte que pudo enfrentarse a gran escala a las nevadas copiosas. El contraste de las formas oscuras y geométricas de los convoyes contrastando con el blanco informe de la nieve, las ventanillas iluminadas de los coches recordando que en su interior se está a salvo del frio y la sensación de que podemos seguir viajando a pesar de la tormenta son imágenes que han quedado fijadas como lugares comunes en el imaginario artístico.