jueves, 9 de febrero de 2023

Trenes nocturnos (I): paisaje visual y sonoro

Kym Ojala 

Cuando llega la noche, el mundo ferroviario se transforma hasta tal punto que parece que estemos en otro universo. Los raíles y las catenarias que surcaban el territorio brillando bajo la luz del sol, ahora desaparecen dejando en su lugar una cinta negra que se confunde con el paisaje. Las estaciones también se desvanecen o, a lo sumo, se vislumbran como una lejana constelación de luces blancas con alguna estrella verde o roja ocasional. Los mercancías que circulan de noche a penas si son una salmodia traqueteante encabezada por luces blancas y concluida por linternas rojas. Los expresos se convierten en una procesión de ventanas que circulan por el paisaje. En la época del vapor, los resplandores rojizos que escapaban de los hogares e incluso de las chimeneas de las locomotoras se sumaban como nebulosas al firmamento ferroviario.

Esta inmensa belleza del ferrocarril por la noche ya fue descrita en 1843 por Modesto Lafuente en su Viajes de Fray Gerundio por Francia, Bélgica, Holanda y orilla del Rhin:
La estación de Malinas es la imagen de la vida abreviada, la estación de Malinas es el infierno. Y lo es a todas las horas del día porque no hay hora del día en que no lleguen y partan convoyes en todas las direcciones y por todas las direcciones. Magnífico y sorprendente cuadro, mil veces aún más interesante y más poético cuando se presencia en horas avanzadas de una noche oscura (porque en los caminos de hierro lo mismo andan de noche que de día) con el reflejo de mil faroles y de mil teas que alumbran los convoyes, que representan batallones de estrellas marchando entre nubes, y que ofrecen al observador el espectáculo más grandioso, variado y admirable que la civilización moderna puede ostentar.
Hermann Pleuer

Lafuente describe sus percepciones al estar en las proximidades de una estación con plena actividad nocturna, pero la mayoría de las estaciones pasan estas horas en silencio y penumbra esperando el paso de algún convoy escaso. Entonces, el pasajero, ve las luces de las farolas y de les semáforos como luceros suspendidos en el cielo acompañados, en ocasiones, por el ruido de los aparatos de vía. La descripción del argentino Roberto Arlt en Los siete locos (1929) es extraordinaria:
Un trozo de andén de la estación de Témperley estaba débilmente iluminado por la luz que salía de una puerta de la oficina de los telegrafistas. Erdosain sentose en un banco junto a las palancas para los cambios de vías, en la oscuridad. Tenía frío y tal vez fiebre. (…) Un disco rojo brillaba al extremo del brazo invisible del semáforo: más allá otros círculos rojos y verdes estaban clavados en la oscuridad, y la curva del riel galvanoplastiado de esas luces sumergía en las tinieblas su redondez azulenca o carminosa. A veces la luz roja o verde, descendía. Luego todo permanecía quieto, dejando de rechinar las cadenas en las roldanas y cesando el roce de los alambres en las piedras.
Ferran Soldevila hace un apunte en su dietario Hores Angleses (1938, Horas inglesas) que condensa en una frase una percepción parecida.
Londres.- Niebla espesa: las luces de la estación colgadas del firmamento.
Si nos alejamos de las estaciones, la impresión del observador cambia mucho cuando se contempla desde lejos el paso de un tren cruzando la noche. Así lo describe el transilvano Miklós Bánffy en És Hijjával találtattál (1940, Las almas juzgadas)
Oscuridad, oscuridad abso­luta. Sólo las estrellas, los millones de estrellas, tintineaban en la bó­veda celeste. Estrellas inmutables que desde hacia millones de años contemplaban la miseria humana con indiferencia. (…) Y burlándose de las dimensiones terribles del universo, abajo, en el valle del Vag, apareció una lucecita diminuta. Avanzaba lenta­mente hacia el norte como si le costase subir. A veces, a tan sólo un dedo de distancia, se distinguía un puntito rojo. Era el tren expreso de Berlín. El sonido llegaba a través de la noche muda. Al verlo, a Balint se le encogió el corazón. “Por aquí pasarían los trenes mili­tares hacia el norte si estallase la guerra con Rusia. Por aquí transportarían a miles y miles de jóvenes al campo de batalla, a la muerte... contra un enemigo de mayor poderío y tal vez en vano, absolutamente en vano..."
Jiri Bouda

A la percepción visual se suma la sonora. Los silbidos de los trenes nocturnos casi siempre suenan a nostalgia y a tristeza, como en la prosa de Dezsö Kosztolányi en Anna Édes (1926)…
Las noches de noviembre iban haciendo más largas. Se oyen los silbidos de los trenes de la estación del Sur. Alguna locomotora extraviada lloraba en la oscuridad, conmovedora y plañideramente, como un niño pequeño.
… o en la de Joseph Roth en el relato Der blinde Spiegel (1925, El espejo ciego)
La ternura nos embarga en el aire transparente de la noche, cuando desde los espacios azules la nostalgia viene a nosotros y el silbido de una locomotora que pasa de largo se queda suspendido en la ventana.
Ramón Gómez de la Serna dedicó una de sus greguerías (1910-1962) a este mismo motivo literario:
En la noche acústica se oye a lo lejos a los trenes, que pasan diciendo “que-te-cojo, que-te-cojo”, persiguiendo las distancias.
Un elemento eficacísimo de este universo nocturno es el de la contemplación, desde el andén o desde las proximidades de la vía, del paso de un tren de lujo con las ventanas iluminadas. Este tema fue tocado de manera magistral en la escena del “tren del champagne” en la película Possessed (1931, Amor en venta) de Clarence Brown, en la que la protagonista que encarna Joan Crawford, cuando se dirige a cruzar las vías para huir buscando una vida mejor, ve pasar ante ella un tren en el que ve a través de las ventanillas todo lo que está persiguiendo.


El novelista estadounidense E. L. Doctorow usa el mismo tema en Loon Lake (1980, El lago):
Me froté los ojos y con la mirada busqué el tren detrás del resplandor. Pasaba de mi izquierda a mi derecha. La locomotora y el ténder eran más negros que la noche, un imponente movimiento de sombras que avanzaban, pero detrás un coche de pasajeros plenamente iluminado. Vi que un mozo de chaqueta blanca servía bebidas a tres hombres sentados a una mesa. Vi oscuros paneles de madera, una lámpara con pantalla orlada y estantes con libros encuadernados en cuero. Dos mujeres conversaban sentadas frente a un grupo de sillones orejeros con textura como de encaje. Luego un luminoso dormitorio con apliques de cristal esmerilado y una cama con dosel y desnuda ante un espejo una chica rubia que estudiaba atentamente un vestido blanco colgado de una percha.

Oh señoras y señores el tren cruzó el claro y vi desaparecer la luz roja en el recodo. No me moví desde el instante en que la luz me deslumbró. Había oído hablar de vagones privados pero no estaba preparado para verlo ahora con mis propios ojos.

Los trenes nocturnos y las estaciones al anochecer también han sido tema para pintores e ilustradores. Modest Urgell busca el contraste de luces entre el cielo y las lámparas de la locomotora y los semáforos. 


En un registro parecido, Hermann Pleuer recrea la interacción del vapor con las luces de la locomotora.
El ilustrador y exlibrista Jiri Bouda incorpora las luces del tren a la noche estrellada y comparte tema con Kym Ojala y la portada de la novela de Doctorow. Y esto es sólo una pequeña muestra.