lunes, 2 de octubre de 2023

Fastuosas inauguraciones ferroviarias (y II)


Vimos en la entrega anterior como la pintura suele darnos una visión global de las inauguraciones y como las valoraciones ideológicas o políticas parece que se encuentra más en las obras literarias escritas para la ocasión, pero si analizamos las obras plásticas con detalle, veremos que también contienen un mensaje. En la composición de este tipo de escenas se suele dar relevancia a las autoridades y el público no suele ser representado como una aglomeración de curiosos sino como una muchedumbre henchida de fervor popular.

En mayo de 1875 se inauguró el denominado Ferrocarril Carlista por parte del pretendiente Carlos VII. En el dibujo que reproducia la ceremonia, no hay más asistentes que el pretendiente, su familia, su corte y sus mandos militares cobijados bajo la marquesina de la estación y, al otro lado de la vía, una formación de soldados. Solo una pareja con dos niños y un cura humilde parece que representan a la población de Tolosa.


Unos años antes, un 15 de agosto de 1864, cuando se inauguró el ferrocarril del norte en San Sebastián, no faltó el dibujo correspondiente en la prensa; es el que encabeza esta entrada. El podio para las autoridades y las banderas reales, con sus colores rojos, centran la atención de la imagen y parece que reduzcan el convoy inaugural a la categoría de personaje secundario. El elemento religioso es muy relevante, con un altar en el podio y la representación detallada del arzobispo, sus acòlitos y los monaguillos con sus cirios altos. Hay militares formados y, esta vez sí, público, aunque seleccionado a juzgar por sus vestimentas.

Este tipo de obra, a medio camino entre el documento gráfico y la voluntad de realización artística, es muy común en toda Europa, sobretodo, claro está, antes de la generalización de la fotografía. Era habitual que un dibujante tomara en vivo un apunte del acto y que, ya en la redacción del periódico o de la revista, él mismo o un artista realizara el dibujo que acabaría publicándose.

Véanse las semejanzas entre las dos ilustraciones citadas anteriormente y la que realizó Barbereux en 1849 para dar noticia de la inauguración de la línea entre Épernay y Reims. También en éste las locomotoras parecen tener un papel secundario y se da toda la relevancia al podio de las autoridades. El ángulo de la composición es casi idéntico.

 

Si hablamos de pintura, las cosas no cambian mucho. Si se compara el óleo de Pérez Villaamil de la inauguración del ferrocarril de Gijón a Langreo en 1852 con el firmado en 1840 por Salvatore Fergola, Inaugurazione della ferrovia Napoli a Portici, encontraremos bastantes similitudes. Las locomotoras no son representadas frontalmente, sino que se nos muestra el convoy completo desde una vista lateral, los elementos del paisaje son reproducidos con detalle, las multitudes parece que han acudido con espontaneidad y un cielo amplio y azul pone fondo y luz a la ceremonia.


 

La inauguración del primero de los ferrocarriles, el de Liverpool a Manchester, el 15 de septiembre de 1830, también tiene gran profusión de representaciones gráficas, siendo los dibujos de A. D. Clayton los más divulgados porque fue a partir de ellos que otros artistas realizaron litografías coloreadas. La más conocida muestra un convoy visto des de la cola, con una decena de coches descubiertos partiendo hacia Manchester. 


Pero la ilustración que mejor da idea de los fastos de la inauguración es la que publicó Isaac Shaw Junior el año siguiente. En ella quedan más claros los detalles de la ceremonia inaugural. Desde Liverpool partió un convoy en el que viajaba el primer ministro, que a la sazón era Arthur Wellesley, duque de Wellington, y, por la vía paralela circularon otros siete convoyes con el resto de invitados. La multitud abarrotaba los laterales de las vías, hasta el punto que en Manchester literalmente apartaba la gente con su empuje.

 

El programa incluía una parada en la estación de Parkside para reponer agua. Los empleados pidieron a los viajeros que no bajaran de los coches, pero muchos desobedecieron, entre ellos el parlamentario por Liverpool William Huskisson, que bajó del suyo para hablar con el primer ministro. Vio demasiado tarde que se acercaba otro de los convoyes por la vía paralela y fue atropellado. Como resultado de las heridas murió unas horas más tarde. El accidente fue recreado por los dibujantes de la prensa y esgrimido por los contrarios al ferrocarril.

 

En Japón, el ferrocarril se inauguró en 1872 y las representaciones gráficas de la ceremonia inaugural tomaron la forma de una manifestación artística que en aquellos años era muy popular: los ukiyo-e. Estas eran unas xilografías, normalmente de tres cuerpos, de artistas reconocidos y tenían un precio asequible para la emergente clase media. Sus temas habituales eran los paisajes, el teatro, las geishas y el sumo. El ferrocarril, la primera gran novedad llegada de occidente a raíz de la apertura de fronteras, se convirtió en el nuevo gran tema de los ukiyo-e. El que reproducimos, representa el momento en que el tren que lleva al emperador y su séquito regresa a la capital desde Yokohama después de hacer el viaje inaugural.

 

Es una cultura y un tipo de arte muy distinto al europeo, pero hay cosas que no cambian: la ilustración también incluye una tribuna para las autoridades, invitados relevantes con atuendos que explicitan su rango y, abajo del todo y pequeñito, el público.