El ferrocarril prestó servicios sanitarios en tiempos de guerra en paralelo a su uso para el transporte de tropas, armamento y suministros. Si hace un mes dedicábamos la entrada a cómo las artes plástics han recogido esta actividad, hoy veremos como la ha reflejado la literatura.
En Inglaterra, la poeta Carola Oman se alistó como enfermera voluntaria durante la Gran Guerra y, de su tarea, nació su poema, publicado una vez acabada la contienda, Unloading Ambulance Train (Descargando el tren ambulancia). En la estación, por debajo de los gemidos de dolor, de los gritos del inspector ferroviario y del ruido de la lluvia, se escucha una canción antigua. Una melodía que suena en el chirrido del tren cuando se detiene junto al andén con las camillas donde descargará su cargamento de sufrimiento. Y concluye la autora que esta canción antigua ha acompañado el regreso a casa de los heridos desde la guerra de Troya.[…]Otro curioso poema inglés de estos mismos años es el que narra la presentación a los habitantes del pueblo de un tren ambulancia construido en los talleres de Wolverton. Los vecinos pagaron entrada para verlo y el dinero recaudado fue destinado a los fondos de ayuda. Se trataba de un convoy de 16 coches con capacidad para 362 pacientes junto con el personal sanitario, pintado de color caqui y con una cruz roja en cada puerta. Un poeta aficionado anónimo publicó un poema al respecto en el periódico local:
¿Es un canto antiguo
llegado de alguna orilla clásica?
Los camilleros se ponen de pie
dos en cada extremo.
Se agachan y levantan
donde las puertas se abren de par en par
con luz amarilla de llamas.
Hacia el exterior oscuro
pasa cada camilla. Aquí
(como si a cada uno en su féretro
llevaran con pena)
todo es paz, y un canto sordo.
[…]
Era sábado, veinticinco de marzo,Pero el día se tuerce cuando un grupo de notables del pueblo, algunos de ellos altos cargos de la empresa constructora del convoy, se saltan la cola para visitarlo. El poeta local se lamenta entonces de que:
era la una de la tarde,
y se reunía alrededor de la puerta de entrada
toda una multitud de hombres.
que habían traído a sus esposas e hijas
para ver el Tren Ambulancia.
El objeto valía la pena,
la entrada era de seis peniques por persona
y la gente estaba ansiosa por pagar su parte,
ayudar al "Socorro del soldado".
Y así esperaron, allí de pie,
pacientes, ordenados, pulcros.
[...]
Todavía hay algunas leccionesEn la Guerra Civil española, dos poetas coincidieron en escribir un poema con el título El tren de los heridos. Un fue Rafael Duyos y el otro Miguel Hernández. Duyós puso el acento en la hombría y la españolidad de los heridos:
que tienen que aprender,
un nivel que tienen que subir,
hasta que se les meta en sus pomposas cabezas
que ellos y los trabajadores son uno,
que no sólo ellos tienen conocimientos,
los capataces de “Wolverton”.
[…]
A lo lejos brillan, tímidas,
las luces de Ponferrada,
mientras en la estacionzuca
unas mujeres aguardan
con un alivio de cántaros
para bocas que se abrasan...
Y el tren sigue su camino
–sangre, vendas, sueros, gasas...
sin un ¡ay!, porque son hombres
los que lleva,
¡hombres de España!
[…]
[…]
El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.
Silencio.
Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
el corazón de los que malhirieron.
Silencio.
[…]
Un rumor pasaba y repasaba a lo largo del departamento. Para Juan era el sanitario de guardia vigilante entre las dos hileras de camillas. «Si ese quisiera leerte la tarjeta…» Pero inmediatamente se arrepintió. «Si llevas un buen recado te va a engañar, leyéndote lo que se les ocurra…»
Tableteaba el tren. Juan imaginaba un montón de tablas botando y rebotando. Piafaba el tren. Juan fabulaba un enorme caballo, con crines de humo, y haciendo equilibrios en las paralelas de un circo inmenso, extendido por el campo. Al instante, Juan sonreía y le echaba la cupa a los residuos de los calmantes.