miércoles, 1 de junio de 2022

Breve viaje en tren con Carmen Laforet

 

Con motivo del centenario del nacimiento de Carmen Laforet, hemos podido ver en la sede del Instituto Cervantes en Madrid una interesante exposición sobre esta escritora que en 1944 dio un vuelco al gris y siniestro panorama literario de la posguerra española. Su novela Nada ganó el premio Nadal y, al publicarse, fue aplaudida tanto por los escritores que se habían quedado en España como por los que habían tenido que exiliarse. Adscrita al existencialismo, la obra es un reflejo de la situación en la Barcelona y la España del momento.

En la muestra del Instituto Cervantes podía verse la primera hoja del manuscrito de Nada y el aficionado ferroviario podía comprobar que los primeros párrafos hablan de la sensación de aventura que transmite el viaje en tren y del ambiente singular de las estaciones que son las entradas a grandes ciudades.
Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado y no me esperaba nadie.
Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran estación de Francia y los grupos que se formaban entre las personas que estaban aguardando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso.
El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis ensueños por desconocida.
Empecé a seguir —una gota entre la corriente— el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado —porque estaba casi lleno de libros— y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación.

También tiene una escena ferroviaria la novela corta El viaje divertido publicada en 1954. Elisa, la protagonista, una esposa joven y temerosa de su marido, inicia un viaje en coche de línea y en tren con su cuñada para asistir a una boda en Madrid. Durante el trayecto, a medida que se aleja de su esposo, se va sintiendo libre como no se ha sentido nunca.
Elisa, en este momento, acababa de dar de comer al niño y se sentía francamente feliz en el tren. Sólo Rosa, ella y otra señora ocupaban un departamento. El correo de aquel día iba medio vacío. Al niño le habían instalado muy bien, en su especie de cunita formada con los abrigos.
—¿Puedo salir al pasillo?
—Sí, mujer. Puedes hacer lo que quieras… Eso es lo que estoy tratando de inculcarte en este viaje… que puedes hacer lo que quieras sin pedir permiso a cada momento, como si fueras una niña.
—Lo decía porque hay que mirar al niño de cuando en cuando…
—Descuida. Yo no soy el comodón de tu marido y también sé cuidar niños.
Elisa salió al pasillo y vio de pie la otra cara del paisaje, por la otra ventanilla.
El tren es un lugar de encuentros inesperados, y el que tendrá la protagonista con un primo de su marido que ella sospecha que es el asesino de sus padres durante la Guerra Civil, desencadenará el argumento principal de la novela.

En las dos novelas citadas el tren no es algo alegre como no lo es el tiempo en que transcurren las acciones ni lo es la condición de la mujer en él:
El tren pitaba entrando en una de las innumerables estaciones en donde tenía que parar durante la larga tarde. Las luces del vagón, encendidas, daban tristeza. [El viaje alegre]
Oí en la calle palmadas llamando al vigilante. Mucho después el pitido de un tren al pasar por la calle de Aragón, lejano y nostálgico. [Nada]

Todas las estaciones del trayecto se confundían en la negrura de la noche que iba envolviéndolo todo. La noche y la lluvia. Las mismas bombillas amarillentas, a cuya luz se veían los hilos gordos de la lluvia. El mismo jefe de estación, con su pito y su bandera. Las mismas campesinas con las mismas cestas... Luego, las hileras de montones de carbón, las luces de los lavaderos junto a las vías, algún pequeño reflejo de una luz en la noche que indicaba el río. Y a veces el rumor del río aumentado por la lluvia. [La mujer nueva]

Hemos hablado en esta entrada de dos novelas que no tienen mucho contenido ferroviario, pero sirvan los detalles que hemos visto para recomendar la lectura de esta gran escritora de la que celebramos el centenario. En la próxima entrada hablaremos de La mujer nueva y de la presencia estelar en ella del tren de Ponferrada a Villablino.