lunes, 18 de julio de 2016

Fracasos amorosos en el tren


Los intentos de conquista en el tren no siempre salen bien. Hay mucho deseo suelto y mucha historia mejorada al ser explicada y, sobretodo, mucho chasco que ni se menta. De este mito que acaba siendo la correría en el ferrocarril ya dio buena cuenta la literatura a los pocos años de ponerse en marcha los convoyes.

En el relato costumbrista y humorístico La belleza ideal (1858) de Pedro Antonio de Alarcón, el joven protagonista, excitado por su sueño de realizar su propia hazaña en un viaje ferroviario, pone en marcha todas sus artes:
Al entrar yo en el vagón del tren de primera clase que debía traerme de Aranjuez a Madrid me encontré con lo que más había deseado al salir de mi pueblo; con el bello ideal de las aventuras; con una compañera de coche, bella, elegante y sola.
–¡Drama tenemos! –me dije para mi capote–. Buenas tardes... –dije para la capota de mi vecina.
–Buenas tardes –respondió la mujer de la capota.
Pero ¡qué capota! Y ¡qué mujer! Treinta años, egregia pechera, ojos soñolientos, traje escocés, nariz algo levantisca, bonitos dientes, blanquísimas mangas, manos guanteadas con primor, hoyos en las mejillas, relojito de oro, atrevido peinado, un perro habanero, un precioso saco de noche, sombrilla de color de tórtola, mantón gris de capucha caído por la cintura, cintura redonda, escote alto... y un libro..., quizás una novela..., una novela cuyo héroe podría muy bien parecerse a mí… Tal era mi compañera de viaje. Una reverencia fue la contestación a mi saludo.
(…)
–Parece usted andaluz
–Como que soy cordobés… ¡Lo habrá conocido usted en el acento! Usted parece también andaluza, no por el acento, sino el tipo… Esos ojos…
Aquí debí de ponerme muy colorado. Lo que puedo asegurar es que se me secó la boca y no pude continuar la frase. La mujer extraordinaria me miró en tercera, cosa que hacía con sumo primor; y dijo enseguida, dirigiendo al cielo otra mirada que podré llamar ataque falso, o si se quiere fingimiento.
–¡Estos ojos, señor mío..., me han hecho sumamente desgraciada!
–¡Oh, ventura! –repliqué sin saber lo que me decía.
La dama misteriosa fijó en mi boca otra mirada baja recibiendo (que así mezclaba la esgrima con la tauromaquia), y replicó lentamente:
–Preferiría tenerlos azules... como usted. Y se puso colorada.
Pero el cazador es cazado por la que cree una belleza ideal. Acepta la hospitalidad que le ofrecen ella y el gordo marido que la aguarda en el andén, y, después de una noche de inútil espera ansiosa, descubre que la mujer es la patrona de la pensión que él ha creído una casa particular y que ha utilizado el coqueteo para que recale en ella.

Habían pasado sólo siete años de la inauguración del ferrocarril de Aranjuez a Madrid y la literatura ya proporcionaba un relato en el que se satirizaba la expectativa de conquista de los viajeros a la caza de una hembra apetecible, si bien es cierto que Alarcón no hace otra cosa que transponer al escenario ferroviario un tema clásico de la literatura satírica, la del don Juan que sale trasquilado de su lance.


El personaje de Alarcón puede consolarse de su fracaso diciéndose que él ha puesto de su parte todo lo que ha podido, mientras que el que fracasa por su incapacidad de actuar parece que se queda con un sabor más amargo en la boca. Con su sutileza habitual, Thomas Hardy capta, en el poema Faintheart in a Railway Train (1925, Corazón tímido en un tren), el momento en que el viajero fabula pero no osa lanzarse, de manera que el fracaso sólo a él le es imputable:
A las nueve de la mañana pasó ante una iglesia,
A las diez bordeó el mar,
A las doce una ciudad de humo y suciedad,
A las dos un bosque de robles y abedules,
Y luego, en una plataforma, ella:
Una radiante desconocida, que no me vio.
Yo dije: "¿Me atrevo a bajar a por ella?"
Pero me quedé en mi asiento buscando un pretexto,
Y las ruedas se movieron. ¡O quizá,
Me hubiera podido bajar allí!
El escritor ampurdanés Josep Pla plantea también el tema de la osadía, o la falta de ella, en su relato El que us pot esdevenir: res (1950, Lo que os puede suceder: nada). El protagonista, que nos narra su vivencia en primera persona y a toro pasado, entra en conversación con una mujer en el pasadizo de un tren, ella le propone que baje con ella en la ciudad donde ha de realizar una gestión, él la sigue, ella sabe que aquella noche su marido le será infiel y quiere vengarse, pero el protagonista acaba no acudiendo a su habitación en el hotel por la vanidad de no querer ser utilizado, a la mujer esto le agrada y duerme sobre su pecho en el tren de regreso; se despiden en la estación principal sin haberse dicho los nombres. Cuando explica el momento que entra en contacto con la mujer, la voz narrativa dice:
Me sorprendía de mí mismo, tan tímido en tierra firme y tan lenguaraz en aquel pasillo y a aquella hora. Era el tren, evidentemente. En el tren todo el mundo se vuelve amable, soñador, y se deja llevar por la osadía.
En la mítica entrevista de 1976 en Televisión Española, Joaquín Soler Serrano le preguntó a Josep Pla sobre sus viajes en barco. El ampurdanés cantó las maravillas de viajar en este medio, pero al final de su respuesta dijo:
El tren es otra cosa. Por ejemplo, es bueno para hacer un viaje de Port-Bou a Estocolmo pasando por París... Los trenes van mejorando y ganan en rapidez. Hay que viajar con unos amigos y jugando al tute. Y pasar horas en el coche bar y el coche restaurante. Y hacer declaraciones de amor a una señora que uno encuentre por los pasillos. Para eso el tren es colosal, porque uno dice una frase, la señora mira al paisaje y se le ve en los ojos el efecto que le ha producido. En cambio, esa gente que se declara en el cine... no lo comprendo, en el cine no se ve nada.

En otras ocasiones, el planteamiento del autor, en este caso guionista, nos coloca ante la duda de si puede considerarse un fracaso un lance que, aunque no culmine, ha sido rico y vívido en su planteamiento. Ultimo metrò (1999, El último metro) es un corto de Andrea Prandstraller producido por Tinto Brass en el que un joven, que está solo en una estación de metro por la noche, ve asombrado como en el andén de enfrente una chica empieza a subirse la falda y a contonearse como una estriper. Él le pone música al baile con su casete portátil. Cuando acaba el baile y se baja la falda, la aplaude. Se miran con deseo. Ella empieza a desabrocharse la blusa, pero aparece un aguafiestas, ella se aparta de su campo visual, se desnuda, vuelve a ponerse la gabardina, regresa al centro del andén y hace flashes abriendo y cerrando la gabardina a la vista del chico, que suda y babea. Pasa un convoy y el aguafiestas sube a él. Vía libre. La chica hace ahora un estriptis integral, y cuando el espectáculo sube de tono, el jefe de la estación ve a la chica por la cámara de seguridad. El chico y el jefe de estación corren hacia el andén de la chica, pero cuando llegan, ella ya ha marchado con el último tren.


Este texto forma parte del libro Erotismo y ferrocarril (2016) editado por Maquetren y puede ser adquirido en su web.