Ilustración de Valentí Castanys para su texto El tren especial |
Cuando aun resuenan los ecos de los aficionados en los trenes especiales que viajaron de Madrid a Lisboa para la final de la Chanpions, es el momento de recordar un texto sobre los trenes especiales de aficionades al futbol que el dibujante, humorista y comediógrafo Valentí Castanys (Barcelona, 1898-1965) incluyó en sus memorias, publicadas en 1964. Los hechos narrados corresponden a los años veinte del siglo pasado, pues cita al mítico Paulino Alcántara. El texto, titulado El tren especial, y en traducció de este bloguero, dice así:
El ambiente futbolístico de aquellos tiempos era muy diferente al de ahora, había una gran intimidad entre los jugadores y los aficionados. Yo recuerdo auténticas manifestaciones de entusiasmo ante la casa donde vivía Alcántara después de un partido victorioso. Los jugadores se pasaban buena parte del tiempo paseados a hombros de sus admiradores. Éramos menos, pero más bien avenidos. Convivíamos, hete aquí.(1) En español en el original
¿Sabeis que costaba acompañar el equipo a Zaragoza en un tren especial? ¡Ocho duros! Ni uno más ni uno menos. Salíamos de Barcelona a la una del mediodía y llegamos a Zaragoza a las seis de la mañana, con un frío que pelaba. El aire del Moncayo bajaba hasta el Ebro y corriendo por la cuenca del río lo enfriaba todo.
El tren especial no se puede confundir con ningún otro tren. Los otros tren se paran en todas las estaciones. El tren especial no, para en todos los lugares donde no hay estación.
Una vez instalados en el vagón correspondiente, siempre había unos cuantos aficionados a la zarzuela dispuestos a amenizarnos el viaje. Si conozco "La del manojo de rosas " y " Luisa Fernanda", puedo decir que es gracias a mis desplazamientos en tren especial. A menudo, en alguno de estos viajes, surgía un cantante profesional. Recuerdo un viaje en que tuvimos de compañero de vagón al barítono Sagi Vela. Ese día el tren permaneció parado en un páramo cerca de una hora, porque el maquinista y el fogonero, atraídos por los dos de pecho, abandonaron la máquina y comparecieron en nuestro vagón. Pero no venía de una parada. A veces, a medianoche, sentíamos chirriar los frenos y, después de una sacudida repentina, el convoy se inmovilizaba. Abríamos las ventanillas. Todo estaba oscuro como boca de lobo. Casi no podíamos distinguir los empleados del tren que, empuñando un farol y un martillo, iban repicando las ruedas de los vagones.
–¿Que sucede?
–Nada, que se ha calentado una rueda y habría que apartar un vagón.(1)
¿Por qué las ruedas de los trenes especiales siempre se calentaban? ¿Podría influir el ardoroso entusiasmo de los aficionados que transportaba?
El vagón de la rueda calentada era apartado a una vía muerta que yacía junto a otras vías agonizantes.