sábado, 14 de junio de 2014

Ingenieros de caminos, canales y puertos

Fotograma de Denver & Rio Grande (1952)
En el mundo ferroviario hay varios tipos de ingenieros: industriales, telecos, de caminos, canales y puertos... Estos últimos trabajan en los trazados ferroviarios proyectando y dirigiendo la realización de túneles, zanjas, taludes y puentes.

Si el cine y la literatura se han ocupado más de los ingenieros industriales es porque pelearse para probar impresionantes prototipos de locomotoras o controlar momentos de pánico en las líneas desde el centro de control, confiere dramatismo a la acción, en cambio, el trabajo de determinar trazados, calcular túneles y dirigir obras da menos juego. Existen películas y novelas sobre la construcción de vías férreas, sobre todo en los países donde el ferrocarril no se instaló sobre el territorio ya poblado, sino que sirvió para poblar el territorio. En este tipo de obras, la tarea del ingeniero queda diluida en la epopeya de la aventura constructora, es el caso de las películas The Iron Horse (1924) de John Ford, Union Pacific (1939) de Cecil B. DeMille, Canadian Pacific (1949) de Edwin L. Marin, o de la novela El Caballo de oro (2005) de Juan David Morgan sobre la construcción del primer ferrocarril en Panamá, pero hay algunas excepciones.

En Tycoon (1947, Hombres de presa), dirigida por Richard Wallace, un ingeniero es contratado por un magnate para construir un tren minero en los Andes, pero acabará enfrentándose con él y, para mayor enredo, se enamorará de la que resultará ser su hija. La película es interesante porqué presenta un ingeniero enfrentado a un conflicto ético: ceder a las presiones del dueño de la compañía y tomar el camino más corto y barato a través de un túnel de riesgo en terreno inestable, o tomar el más largó y seguro construyendo un puente. El argumento se centra en el enfrentamiento entre los dos caracteres, pero da idea de la dureza de los trabajos de tendido ferroviario.

Denver & Rio Grande (1952), de Byron Haskin, narra la competencia de esta compañía ferroviaria con la Canyon City & San Juan para obtener el derecho de paso de sus líneas por la garganta de Colorado en la montañas Rocosas. La cinta recrea los trabajos de topografía, la toma de decisión sobre el trazado, el tendido de los raíles, el coche oficina y poca cosa más, el quehacer de los ingenieros queda eclipsado por los sabotajes, los enfrentamientos y las jugarretas de la compañía rival.

La película mexicana Viento Negro (1965), dirigida por Servando González, muestra la dificultad del cometido de los ingenieros cuando el trazado transcurre por parajes de dureza extrema. Una patrulla que realiza trabajos de topografía en el desierto de Altar, Sonora, pierde su vehículo, se ve sorprendido por una tormenta de arena abrasadora, el viento negro, y debe afrontar una situación desesperada. Lo más interesante de este film de bajo presupuesto es el retrato realista que se hace de la vida de los ingenieros, mientras que las historias de rivalidades entre el personal carece de eficacia dramática.


La novela Los túneles del paraíso (2008) del salmantino Luciano G. Egido, narra la construcción de la línea que unía Salamanca con Portugal por La Fregeneda. Estamos en los años ochenta del siglo XIX, y los protagonistas son las autoridades, los ingenieros, los lugareños, los obreros llegados para las obras y las complejas relaciones que se establecen entre ellos. La descripción de los trabajos de construcción de la línea se alterna con los retratos de los personajes, las reflexiones de uno de los ingenieros y, finalmente, las de la propia voz narrativa. Los obreros no son presentados como una masa, sino como una sucesión de personajes con caracteres y competencias profesionales distintas: carpinteros, herreros, picapedreros, barreneros, capataces, peones. Si embargo, del ingeniero protagonista apenas sabemos en qué consiste su tarea, sólo conocemos sus reflexiones, vertidas en las cartas a su prometida, que muestran su evolución:

El que más me gusta es el puente que hemos tendido sobre el humilde arroyo de Froya, que cruza el paisaje como el pórtico de un templo a la gloria del hombre. Un entorno de rocas magnifica la construcción que subraya el horizonte y amplía sus perspectivas vacías, dignificando el valle. Costó levantarlo y parecía imposible que su fábrica se sustentara tan sólida, tan airosa y, ¿por qué no decirlo?, tan elegante. Enhiesto, soberbio, su coronación fue como un triunfo de todos nosotros.
(…)
No creo que esta gigantesca obra de ingeniería, tan admirable como hermosa, que ha contado con la técnica del ingeniero Eiffel para los puentes y los adelantos más modernos para los encofrados de los túneles, sirva para acrecentar la felicidad de toda esta gente de la región, ni siquiera para traerles el progreso que tanto necesitan y que tanto les hemos predicado. 


Es una constante en la historia de la literatura y el cine que la burguesía emprendedora sea protagonista de gran cantidad de obras, y lo mismo ocurre con los trabajadores, y a nadie se le escapa de que en ello hay cargas ideológicas de diverso signo, pero el ingeniero tiene poco espacio, lo cual supone un vacío lamentable en estas manifestaciones artísticas y, en cierto modo, una injusticia para un grupo de profesionales que asume grandes responsabilidades casi siempre entre dos fuegos.