Fotograma de Denver & Rio Grande (1952) |
Si el cine y la literatura se han ocupado más de los
ingenieros industriales es porque pelearse para probar impresionantes prototipos
de locomotoras o controlar momentos de pánico en las líneas desde el centro de
control, confiere dramatismo a la acción, en cambio, el trabajo de determinar trazados,
calcular túneles y dirigir obras da menos juego. Existen películas y novelas
sobre la construcción de vías férreas, sobre todo en los países donde el
ferrocarril no se instaló sobre el territorio ya poblado, sino que sirvió para
poblar el territorio. En este tipo de obras, la tarea del ingeniero queda
diluida en la epopeya de la aventura constructora, es el caso de las películas The Iron Horse (1924) de John Ford, Union Pacific (1939) de Cecil B. DeMille,
Canadian Pacific (1949) de Edwin L.
Marin, o de la novela El Caballo de oro
(2005) de Juan David Morgan sobre la construcción del primer ferrocarril en
Panamá, pero hay algunas excepciones.
En Tycoon
(1947, Hombres de presa), dirigida
por Richard Wallace, un ingeniero es contratado por un magnate para construir
un tren minero en los Andes, pero acabará enfrentándose con él y, para mayor
enredo, se enamorará de la que resultará ser su hija. La película es
interesante porqué presenta un ingeniero enfrentado a un conflicto ético: ceder
a las presiones del dueño de la compañía y tomar el camino más corto y barato a
través de un túnel de riesgo en terreno inestable, o tomar el más largó y
seguro construyendo un puente. El argumento se centra en el enfrentamiento
entre los dos caracteres, pero da idea de la dureza de los trabajos de tendido
ferroviario.
Denver
& Rio Grande (1952), de Byron
Haskin, narra la competencia de esta compañía ferroviaria con la Canyon City
& San Juan para obtener el derecho de paso de sus líneas por la garganta
de Colorado en la montañas Rocosas. La cinta recrea los trabajos de topografía,
la toma de decisión sobre el trazado, el tendido de los raíles, el coche
oficina y poca cosa más, el quehacer de los ingenieros queda eclipsado por los
sabotajes, los enfrentamientos y las jugarretas de la compañía rival.
La película mexicana Viento Negro (1965), dirigida por Servando González, muestra la
dificultad del cometido de los ingenieros cuando el trazado transcurre por
parajes de dureza extrema. Una patrulla que realiza trabajos de topografía en
el desierto de Altar, Sonora, pierde su vehículo, se ve sorprendido por una
tormenta de arena abrasadora, el viento negro, y debe afrontar una situación
desesperada. Lo más interesante de este film de bajo presupuesto es el retrato
realista que se hace de la vida de los ingenieros, mientras que las historias
de rivalidades entre el personal carece de eficacia dramática.
La novela Los
túneles del paraíso (2008) del salmantino Luciano G. Egido, narra la
construcción de la línea que unía Salamanca con Portugal por La Fregeneda.
Estamos en los años ochenta del siglo
XIX, y los protagonistas son las autoridades, los ingenieros, los lugareños,
los obreros llegados para las obras y las complejas relaciones que se
establecen entre ellos. La descripción de los trabajos de construcción de la
línea se alterna con los retratos de los personajes, las reflexiones de uno de
los ingenieros y, finalmente, las de la propia voz narrativa. Los obreros no
son presentados como una masa, sino como una sucesión de personajes con caracteres
y competencias profesionales distintas: carpinteros, herreros, picapedreros,
barreneros, capataces, peones. Si embargo, del ingeniero protagonista apenas
sabemos en qué consiste su tarea, sólo conocemos sus reflexiones, vertidas en
las cartas a su prometida, que muestran su evolución:
El que más me gusta es el puente que hemos tendido sobre el humilde arroyo
de Froya, que cruza el paisaje como el pórtico de un templo a la gloria del
hombre. Un entorno de rocas magnifica la construcción que subraya el horizonte
y amplía sus perspectivas vacías, dignificando el valle. Costó levantarlo y
parecía imposible que su fábrica se sustentara tan sólida, tan airosa y, ¿por
qué no decirlo?, tan elegante. Enhiesto, soberbio, su coronación fue como un
triunfo de todos nosotros.
(…)
No creo
que esta gigantesca obra de ingeniería, tan admirable como hermosa, que ha
contado con la técnica del ingeniero Eiffel para los puentes y los adelantos
más modernos para los encofrados de los túneles, sirva para acrecentar la
felicidad de toda esta gente de la región, ni siquiera para traerles el
progreso que tanto necesitan y que tanto les hemos predicado.
Es una constante en la historia de la literatura y
el cine que la burguesía emprendedora sea protagonista de gran cantidad de
obras, y lo mismo ocurre con los trabajadores, y a nadie se le escapa de que en
ello hay cargas ideológicas de diverso signo, pero el ingeniero tiene poco
espacio, lo cual supone un vacío lamentable en estas manifestaciones artísticas
y, en cierto modo, una injusticia para un grupo de profesionales que asume
grandes responsabilidades casi siempre entre dos fuegos.