miércoles, 22 de marzo de 2023

Trenes nocturnos (II): viajar de noche


Viajar en un tren nocturno tiene siempre algo de misterioso y de oportunidad de aventura. Esta percepción de los viajeros es a la vez reflejada y potenciada por todas las obras literarias, plásticas y cinematográfícas que han tomado los trenes nocturnos como temática. En la entrada Trenes nocturnos (I), mirábamos y escuchábamos el tren nocturno desde fuera, ahora entramos en él.

En el sobrecogedor relato El embadurnado (1919), el polaco Stefan Grabinski nos hace una descripción de las luces y los sonidos del tren en la noche, pero en esta ocasión vistas y oídas desde el interior de un coche. Es admirable la descripción que se hace de todas las luces que concurren en un tren nocturno en marcha.
Manchas de luz caían de las ventanillas de los vagones e inspeccionaban las laderas del terraplén con sus ojos amarillos. Delante de él [el viajero], a una distancia de cinco vagones, la locomotora esparcía cascadas de chispas y la chimenea expulsaba un humo blanco y rosado. La negra serpiente de veinte vértebras brillaba, toda ella, con sus costados escamados; exhalaba fuego por su boca; iluminaba el camino con sus ojos. A lo lejos ya se vislumbraba la aurora de la estación. Como si sintiera la cercanía de la añorada estación, el tren sacaba todas sus fuerzas y duplicaba su velocidad. Ahora mismo acababa de pasar la señal que, como un espectro, indicaba vía libre, los brazos amistosos de los semáforos le daban la bienvenida. Los raíles empezaron a multiplicarse, cruzándose en cientos de líneas, ángulos y trenzas de hierro. A izquierda y derecha, los faroles de los cambios de agujas salían a su encuentro en la oscuridad de la noche; las grúas de la estación, las garruchas de los pozos, las palancas de carga estiraban sus cuellos. De pronto, a unos cuantos pasos de la desenfrenada locomotora apareció una señal roja. La garganta de bronce de la máquina emitió un brusco silbido, los frenos chirriaron y el tren, contenido por la terrible fuerza del contravapor, se detuvo justo antes de la segunda aguja.
Viajar de noche mal durmiendo en un compartimiento de asientos no es especialmente cómodo, pero el protagonista del relato La aventura de un viajero (1957) de Italo Calvino, hace de la necesidad virtud y lo percibe como un acto de heroísmo dedicado a la amada a la que va al encuentro.
Federico V., que vivía en una ciudad de Italia septentrional, estaba enamorado de Cinzia U., residente en Roma. Cada vez que sus ocupaciones se lo permitían, tomaba el tren a la capital. Habituado a una estricta economía de su tiempo, tanto en el trabajo como en el placer, viajaba siempre de noche: había un tren, el último, poco frecuentado —salvo durante las fiestas— y Federico podía tenderse en el asiento y dormir.
(…)
—Y usted ¿adonde va?
—A Roma.
—¡Madre mía! ¡A Roma!
El tono de asombro compasivo se transformó, en el corazón de Federico, en un movimiento de heroico orgullo. Así continuó el viaje.
—¿Queréis apagar la luz?
Apagaron y se quedaron en la oscuridad, sin rostro, ruidosos, voluminosos, hombro contra hombro. Uno levanta la cortina de la ventanilla y mira hacia afuera: la noche es clara, Federico acostado ve sólo el cielo y de vez en cuando la hilera de lámparas de una pequeña estación que lo deslumbran y proyectan un abanico de sombras en el techo.
Antonio Muñoz Molina, en Sefarad (2001), también evoca la dureza de los viajes en la España de los expresos nocturnos:
Quién no recuerda aquellos viajes eternos en el exprés de media noche, en los vagones de segunda que nos trajeron por primera vez a Madrid, y que nos dejaban desechos por la fatiga y la falta de sueño en los ingratos amaneceres de la estación de Atocha, la antigua, que nuestros hijos no llegaron a conocer, aunque alguno de ellos, muy pequeño, o todavía en el vientre de su madre, pasó noches rigurosas en aquellos trenes, que nos llevaban hacia el sur en las vacaciones tan anheladas de Navidad.
El cine español, en películas como La piel quemada (1967) de Josep Maria Forn, también ha reflejado el cansancio de los largos viajes nocturnos de la emigración, en este caso en "el sevillano", el que toman la mujer y los hijos del albañil que está trabajando en la Costa Brava.

 

Cuando llega el amanecer, el aspecto de los viajeros que han pasado la noche en sus asientos es el que muy bien captó el pintor prusiano Adolph von Menzel en su obra de 1851 En un coche de tren después de un viaje nocturno.


Viajar en coche cama ya es otra cosa, pero tampoco se descansa mucho si te toca un compañero de compartimento paranoico y pesado como le ocurre al protagonista del cortometraje Expreso nocturno (2003) de Imanol Ortiz.

 

En la galardonada película polaca Pociag (1959, Tren nocturno) de Jerzy Kawalerowicz, un hombre toma un tren que recorre la costa báltica. Parece que huya de alguna cosa. Por error en la venta de billetes, ha de compartir compartimento con una mujer que parece que també está huyendo. Cuando entre el pasaje corre la noticia que la policía está buscando un asesino en el tren, se desatan la curiosidad y las sospechas mutuas. Entonces se pone de manifiesto que cada uno de los viajeros, ferroviarios y policías, lleva una mochila emocional que determina cómo se relaciona con los otros. El encuentro entre desconocidos en un tren nocturno es, según el tópico, un oportunidad para la aventura, pero en Pociag lo que encontramos son personas deseosas de cambiar su vida pero que no encuentran la manera de hacerlo o no osan lanzarse a ella.

 

A la que nos metemos en trenes de lujo, las cosas cambian de manera ostensible. La literatura y el cine asocian los viajes nocturnos en expresos de lujo al glamur y a la aventura galante. El ambiente agitado que precede a su salida queda recogido en el óleo del holandés Nicolaas van der Waay Amsterdam estación central de noche (1895).

 

Finalmente, no podemos deja de lado la asociación entre los trenes nocturnos de lujo y el erotismo, es decir, la aventura amorosa y el frenesí sexual asociado al aislamiento, al anonimato y al traqueteo del tren. El dibujo de Edward Hopper Night on the Train (1918) nos habla del cobijo que un tren de noche puede ofrecer a unos enamorados.


Para el protagonista del relato Curación milagrosa, de Ramón Irigoyen, ganador de la edición de 1991 de los Premios del Tren de la FFE, el traqueteo llega a tener propiedades terapéuticas. Es un hombre rico, guapo, culto y sensible, pero con un problema de disfunción eréctil que le amarga la vida y una novia que era "profundamente amable, y coincidía conmigo en que era también más estrecha que el silbido de un fantasma". El psiquiatra no consigue resolver su problema, pero el traqueteo del tren...
El milagro que ocurrió a partir de la noche del día 16, en que tomamos el tren en Madrid, es digno de pasar los manuales de psiquiatría, y no sé si también incluso a los de gimnasia. Tomamos alguna copa en el restaurante y, al rato, fuimos a acostarnos, habíamos reservado, naturalmente, un coche cama y, en un principio, Alicia y yo nos acostamos en camas separadas. Cuando había dormido ya un par de horas, me desperté con un vivo deseo de abrazar a mi novia y me pasé a su cama. No entraré en los pormenores de aquel encuentro, pues son fácilmente imaginables. Pero lo que nunca podré olvidar fue el traqueteo del vagón, que, a juzgar por los resultados, multiplicó por cien la capacidad de mi impulso. Ni yo mismo me lo podía creer, pero era verdad que por primera vez en mi vida sentía una seguridad en mis fuerzas, que me venía del movimiento del tren, y que iba a desembocar en mi primer coito rotundamente feliz y también en la alegría más total de mi novia, que tan bien se reflejaba en su celestial sonrisa.
En la pantalla grande, un ejemplo perfecto de esta asociación erótico-ferroviaria podría ser La compagna di viaggio (1980, Una noche en el coche cama), de Ferdinando Baldi, en la que los protagonistas son apuestos mocetones y mujeres guapas y esculturales vestidas con lencería y sandalias de tacón. En un coche-cama de lujo viajan una pareja de recién casados, un psiquiatra y su paciente, un intelectual con su secretaria, una mujer con un gigoló, una aspirante a actriz y un muy sospechoso barón con monóculo que acabará siendo un truhan. La noche se complica cuando el novio es pretendido por algunas viajeras, el conductor del coche vive en permanente amenaza de infarto ante los estriptis y provocaciones de las señoras, el gigoló acaba en brazos de la secretaria del intelectual, etcétera, etcétera, todo ello con el ambiente, las poses y los tópicos de género característico del cine pícaro italiano de la época.