Manuel Rico (Madrid, 1952), poeta, narrador, crítico literario y editor, publicó en 2005 la novela Trenes en la niebla, que ahora puede encontrarse también en edición digital. Los campos de trabajos forzados del régimen franquista son el tema de fondo de esta novela, como lo es también de otras publicaciones suyas. En este caso, se trata del campo de prisioneros que trabajó en la construcción de la línea de Madrid a Burgos en los años de la inmediata posguerra, trazado que se había empezado a principios de siglo y que fue inaugurado en 1968.
El protagonista de la novela vive bajo la sombra de la desaparición de su hermano, quince años antes, cuando estaba de campamentos por la sierra del norte de Madrid que la línea cruza. Llega a sus manos un cuaderno que perteneció a uno de los prisioneros y que, misteriosamente contiene escritura de su hermano. Este hallazgo le lleva a frecuentar la zona y a conocer personas que le ayudarán en su investigación.Conocerá, entonces, viejas historias:
Y algún que otro maquinista de Renfe contaba la historia de que más de una vez se había visto forzado a reducir la marcha de la locomotora en medio de la noche porque al pasar el viaducto sobre el Lozoya, el tren entraba en una zona de niebla y, al poco, ya en la estación de Fresneda, en el andén se veían, alrededor de pequeñas hogueras, hombres desarrapados, pelados al cero algunos, barbudos otros, rodeados de soldados, o guardias con grandes capotes. Eso en los años ochenta, incluso a principios de los noventa…Realidad y leyenda, presente y pasado se entrelazan en una novela que ofrece, para el aficionado ferroviario, magníficos fragmentos sobre la nostalgia que generan las líneas sin apenas circulaciones, los apeaderos tapiados y las estaciones desaparecidas. He aquí algunos fragmentos:
Aquella es la vía, ¿verdad?, dije, alargando el brazo hacia un lugar al otro lado de la ventana. Sí, claro. Es la única que existe en la zona. Traza un arco sobre el valle y atraviesa, por túneles, dos cadenas de montañas. En sus raíles, en cada una de sus traviesas, se dejaron parte de su dignidad, de su salud, de su vida, muchos hombres, algunos muy jóvenes...(..)
Miré hacia el sur y, por un instante, contemplé aquella cinta de hierro que avanzaba por encima del viaducto y serpeaba hacia la montaña bordeando el término de Garganta de los Montes para perderse entre los pinos hacia el túnel en que una explosión se había llevado por delante, según el viejo maestro y antiguo guardián, al jovencísimo autor del diario.(...)
–Me duele todo lo que se pierde. Derribaron un edificio hermoso, clavado en la falda de la montaña, del que me enamoré, si es que una se puede enamorar de un montón de piedras y de cemento, hace muchos años, cuando era una adolescente… Cuando volví a Fresneda, hace sólo unos meses, me conmovió el vacío que su desaparición ha dejado en el paisaje, en el propio trazado del ferrocarril. Será que una es una sentimental irremediable.No desvelaremos el misterio de fondo de la novela a los que sigan la encarecida recomendación de leerla.