sábado, 1 de mayo de 2021

El ferrocarril en la poesía de Joan Margarit

Los trenes, las estaciones, los metros y los tranvías tienen un lugar muy relevante en la obra poética de Joan Margarit Consarnau (1938–2021). Hay una trentena larga de poemas con ferrocarriles en su obra. Arquitecto y catedrático de cálculo de estructuras, siempre puso en paralelo su actividad tecnocientífica con la literaria. Escritor en lengua catalana, él mismo traducía sus poemas al castellano.

La Estación de Francia de Barcelona puede tomarse como punto de partida de la importancia del ferrocarril en su obra porque está vinculada a sus recuerdos de infancia. En el poema “Estación de Francia (1946)”, del volumen del mismo nombre de 1999, es el escenario donde se inicia el diálogo poético con un padre que ha regresado de la guerra y del campo de concentración…
Volviste de la guerra con un gorro
pequeño, militar, de tela caqui:
por el derecho de soldado raso
y el revés con galones de oficial.
Huías hacia Francia cuando Líster
batía, fusilando desertores,
los campos y los pueblos fronterizos;
te salvó simular que eras teniente
de voladuras en la retirada.
Cumplí tres años cuando regresaste
del penal de Santoña.
La ternura te había abandonado:
como el país entero,
te ibas convirtiendo en un fascista.
(…)
… y que marcha a trabajar en tren cada semana desde esta estación para el Servicio Nacional de Regiones Devastadas.
(…)
Marchabas a Girona a trabajar,
en algún lento tren de la posguerra.
Hiciste aquellas obras sencillas, unos años
en que no había acero, construías,
con muros de ladrillo y bóvedas de fábrica,
casas de pescadores en los pequeños pueblos
sobre los cuales escribía Pla,
(…)
De la Estación de Francia a casa, el vehículo era el tranvía, un tranvía «de los de hierro que aun hacen ruido en mi cerebro».

Después, esta estación será la puerta de salida de sus viajes de juventud a Francia (“El primer viaje”), el escenario de amores y desamores (“Despedidas”, “A la deriva”) y un espacio de reflexión, como en el poema “Expreso García Lorca”, inspirado por la entrada en esta estación del expreso procedente de Andalucía.
Entras en el andén con lentitud:
existes en la fuerza y en el hierro
de la máquina diésel,
en las ruedas que cortan, relucientes, el frío.
Una luna que no cantaste nunca,
la que sigue a los trenes,
te ha alumbrado las vías en la noche.
Todos tus asesinos ya son viejos.
(...)

En los versos que hemos transcrito ya puede apreciarse como los elementos constructivos pasan con toda naturalidad a formar parte de su tópica poética. Su mirada sobre las infraestructuras ferroviarias siempre es dual: la apreciación de la belleza formal de las estructuras y el saber encontrar en ellas una metáfora de las acciones humanas que las tienen por escenario. En el libro Barcelona amor final (2007), que recoge en edición bilingüe poesía publicada con anterioridad, en la introducción a la sección “Estación de Francia” escribe:
La arquitectura de hierro de las estaciones de ferrocarril de finales del siglo XIX me parece magnífica. Pocas veces se han construido edificios tan bellos y tan en armonía con su uso y con los objetos que han de colocarse o moverse en su interior. Me emociona el espacio que, siendo muy grande, no da nunca la sensación de un exceso retórico. Y también el bordado de las bóvedas de hierro, que responde a una lógica como la de las formas geométricas más nítidas de la naturaleza. Y me emociona el contraste entre el racionalismo de la exactitud con la que funcionan los trenes (metálicos, como las vías, como el mismo edificio), y la aureola de prestigio romántico del viaje.
Pero éste no es el único escenario ferroviario que aparece en sus poemas. En cualquier ciudad (París, Sitges, Barcelona, Reading, Madrid) el ruido y las luces del paso de los trenes marcan el ritmo de las reflexiones de un amante dubitativo. Coches restaurante y estaciones son el hilo conductor de evocaciones. Los puentes, los túneles y las infraestructuras ferroviarias son vistas con sus ojos apreciativos de arquitecto y se convierten en materia poética, como en “El puente del ferrocarril” del volumen Cálculo de estructuras (2005).
El tren nocturno surge iluminado
de dentro del túnel y entra en el puente de hierro,
muy alto y por encima de los tejados,
sobre pilares de piedra en medio de los huertos.
Parece el fugaz estrépito del amor:
el tren es trepidante, igual que el sexo.
(…)
Cuando la aventura amorosa fracasa o la historia de amor se acaba, el tren se ocupa de separar a los antiguos amantes; el quejido del silbato de un tren que se aleja llevándose a la persona amada es una metáfora que Margarit utiliza en “Horarios nocturnos” del volumen Aguafuertes (1995):
Acostado contigo, oigo pasar los trenes,
y sus ventanas cruzan encendidas mi frente
rasgando el terciopelo de esta noche.
La pausa de silencio me deja una luz roja,
la nota en el pentágrama de cables y de vías
oscuras y brillantes. Acostado contigo,
oigo cómo se alejan con el ruido más triste.
Quizá me he equivocado no subiendo a uno de ellos.
Quizá el último acierto sea -abrazado a ti-
dejar pasar los trenes en la noche.
Margarit utiliza a menudo el tren como metáfora de la vida, como en el poema "Sin remitente" (1999) «No bruñirá dos veces este tren / las mismas vías», o en "Atardecer en las costas del Garraf" (1999) «La vida ha ido huyendo como aquel atardecer, / entrando, saliendo de los túneles, peligrosa / y a gran velocidad».


De la red de metro, Margarit destaca su solidez constructiva y su característica de espacio contendor de la vida ciudadana. En la introducción a la sección “Bajar al metro” del ya citado volumen Barcelona amor final, escribe:
El metro tiene connotaciones oscuras y a la vez de identidad. Quiero decir que si me despertase en el metro de alguna de las ciudades que conozco bien, sabría enseguida en cual de ellas estaría. Por el interior de un vagón de metro se reconoce una ciudad, a pesar de ser un lugar marcado como ningún otro por el anonimato, un lugar donde, quietos y en silencio, no hay nada más a hacer que dormitar, leer o mirarse. Siempre acompañan al metro las bocas negras de los túneles, el brillo peligroso de las vías, el laberinto de pasadizos y una extraña alegría al salir por una boca y encontrarse con que la ciudad no es nunca exactamente como se esperaba, aunque sólo sea por la luz que en cada momento tienen las calles. Las voces resuenan con una fuerza que resulta amenazadora, las leyendas, más o menos imaginarias, de suicidios y agresiones están siempre presentes. Pero por encima de todo hay unas estaciones y unos corredores de un metro entrañable, el de los relatos familiares, cuando servía de refugio antiaéreo durante los bombardeos de Barcelona por los nacionales. De muy pequeño debieron de bajarme alguna vez, y seguramente son estas historias escuchadas en los crepúsculos con luz de gas de la primera posguerra las que están en el origen de mis poemas del metro.
Los pasillos y los andenes del metro, en sus momentos más grises, cuando sirven de refugio antiaéreo, acogen contactos entre cuerpos que son esperanzas de futuro, así lo leemos en el poema "Bajar al metro" (1999): «Nunca fueron noches grises. Se encontraban / durante los bombardeos y sus cuerpos / eran armas civiles contra el miedo». El mismo metro, años más tardé, será el escenario de amores espiados y también el que separará definitivamente a los amantes fracasados, como en “Tango”, dentro de Cálculo de estructuras:
Nos separaba el sexo, esta osamenta
dura y oculta del amor.
Fuimos al metro juntos:
el aire cálido de los pasillos
la acarició como un amante.
Cada cual fue a su andén.
Fui el primero en salir: ella permanecía
inmóvil y mirando fijamente las vías.
La dejé para siempre,
igual que si se hubiese lanzado bajo el tren.
El metro es también espacio de evocación casi litúrgica, como en el poema "Claroscuro en el metro" (2004) de Primeros fríos (2004).
La oscuridad teológica del túnel
armoniza con este conventual
recogimiento en los andenes sucios.
Tu ausencia me acaricia
con este tacto de visón del cálido
aire del sótano sobre mi brazo.
Me acerco a tu recuerdo
como a la hoguera de alguien que vigila
solitario en la noche. Pero es tarde:
siniestros y brillantes, los raíles
penetran en el túnel del futuro.
Hemos transcrito algunos versos de nueve de los más de treinta poemas de Joan Margarit en los que el ferrocarril tiene un papel más o menos relevante, los temas de su obra son, obviamente, muchísimos más, pero para el amante del ferrocarril siempre es un placer ver aparecer en un poema, en el momento más inesperado, una imagen ferroviaria, a veces una simple referencia sutil, que nos ayuda a compartir la mirada poética del premio Cervantes del 2019.