jueves, 16 de abril de 2020

Confinados en el tren


Confinar a los protagonistas de una novela, obra de teatro o película en un tren para tenerlos juntos y retenidos durante el tiempo que requiera el argumento, es un recurso que se utilizó desde el mismo momento de la aparición del ferrocarril. De un tren en marcha no se baja nadie a no ser que se tire en plan suicida, pase a un tren que circule en paralelo o se suba al techo para ser rescatado por un helicóptero, porque la imaginación de los escritores no tiene límites.

Las artes nos han proporcionado recreaciones de confinamientos de todo tipo, desde los basados en hechos históricos, hasta los imaginados para hacer una reflexión moral sobre el comportamiento humano, desde los que desatan una trama detectivesca, hasta los creados con la única finalidad de aterrorizar al espectador.

Veamos algunas obras con confinamientos ferroviarios, ahora y en próximas entregas.


El escritor español Jorge Semprún (1923-2011) reflejó su experiencia en los campos de concentración nazis en dos obras El largo viaje (1963) y La escritura o la vida (1995). La primera está estructurada al hilo del claustrofóbico y humillante viaje de un grupo de deportados desde París al campo de Buchenwals. El viaje, que dura cuatro días y cinco noches, lo realiza el protagonista junto con otros 119 deportados confinado en vagón de ganado precintado y sin agua. Algunos de los detenidos mueren de pie durante el trayecto.

Mediante saltos al pasado y al futuro, al tiempo que se nos describe el viaje, sabemos de su detención en 1943 por ser miembro de la resistencia, de la vida en el campo y de su liberación en 1945. De entre las cosas vistas y vividas en Buchenwals se nos narra la impresión que le produjo la llegada de los trenes procedentes del este, repletos de judíos que viajaban en condiciones aún peores que las suyas.
He visto llegar los trenes de judíos, los transportes de judíos evacuados de Polonia. Iban cerca de doscientos en cada vagón cerrado con candados, casi ochenta más que nosotros. Los judíos viajaron seis días, ocho días, en ocasiones diez días, en el frío de aquel duro invierno. Sin comer, claro está, y sin beber. A la llegada, cuando abrían las puertas corredizas, nadie se movía. Era necesario apartar la masa helada de los cadáveres, de los judíos polacos muertos de pie, helados de pie, que caían como bolos en el andén de la estación, para poder encontrar algunos supervivientes.
Sobre los trenes de la muerte, recordemos películas como Train de Vie (1999, El tren de la vida) de Radu Mihaileanu, Amen (2002) de Costa-Gavras o Der letzte Zug (2006, El último tren a Auschwitz) de Joseph Vilsmaier & Dana Vávrová.

    

Y es que hubo unos años en que, como dice Antonio Muñoz Molina en Sefarad (2001)
La gran noche de Europa está cruzada de largos trenes siniestros, de convoyes de vagones de mercancías o de ganado con las ventanillas clausuradas, avanzando muy lentamente hacia páramos invernales cubiertos de nieve o de barro, delimitados por las alambradas y torres de vigilancia.

José Antonio Nieves Conde (1915-2006) fue un cineasta de ideas falangistas, que hizo una obra de enfoque neorrealista y acabó expulsado de la Falange por la crítica de las injusticias sociales desde la óptica de la doctrina social de la iglesia católica. Todo eso, así como su conservadurismo moral, queda reflejado en su largometraje Todos somos necesarios (1956). 

La trama argumental es simple y eficaz. Un médico condenado injustamente, un empleado que ha cometido un desfalco y un ladrón habitual dejan la cárcel tras cumplir sus condenas y suben a un tren donde, por su calidad de expresidiarios, son mal recibidos por los viajeros. El convoy queda bloqueado por la nieve y el hijo de un empresario que sólo ama el dinero y planea una aventura con su secretaria, cae enfermo y hay que practicarle una traqueotomía para salvarle la vida. El médico, suspendido de ejercicio y resentido contra la sociedad, se niega a intervenir, pero acabará cambiando su actitud ante la mirada de ánimo de la secretaria y el ejemplo de un cura, dispuesto a arriesgarse a operar al niño con sus escasos conocimientos adquiridos en las misiones. Por su parte, el ladrón habitual no duda en partir bajo la tormenta de nieve para pedir ayuda. Al final, a pesar de su heroicidad, los viajeros seguirán recelando de ellos por el solo hecho de ser expresidiarios. El empresario seguirá priorizando su negocio, pero se evitará el adulterio.

Toda la acción de la película transcurre en el ferrocarril, convertido una vez más en un escenario aislado, donde los personajes muestran su verdadero rostro cuando se enfrentan a conflictos morales. El tren escogido por Nieves Conde es un expreso que se dirige a Avilés vía León. El interés por ofrecer secuencias realistas lleva al director a reflejar fielmente el trabajo de los empleados de las estaciones, el esfuerzo de los maquinistas y fogoneros, el interior de los vagones y la forma de viajar en los expresos de la España de los años cincuenta.

  

Las obras de hoy nos remiten a confinamientos en tiempos de dictaduras y totalitarismos, una manera de reflexionar sobre la necesidad de evitar que la lucha contra la covid19 sea usada como excusa para restringir libertades.