Xavier Rodés y Àlex Prunés son dos pintores nacidos en los primeros años de la década de los 70 del siglo pasado. Ambos realizaron estudios de bellas artes y ambos han construido desde entonces una sólida y reconocida trayectoria artística. También tienen en común que sus obras han estado expuestas en diversas ciudades de Europa y de América y se encuentran en colecciones públicas y privadas. Ninguno de los dos tiene el ferrocarril como uno de sus temas habituales, pero ambos le han dedicado su atención con resultados muy interesantes.
Pueden encontrarse ciertos elementos comunes en la obra de los dos artistas, tanto en el tratamiento de la luz, que suele ser tenue y envolvente, como en el hecho de que sus paisajes no suelen tener figuras humanas. De ambas características resultan unos espacios silenciosos y con un toque de misterio en los que los edificios, los pantalanes, los depósitos, las estaciones o los almacenes cobran una intensidad que nos obliga a detenernos ante la obra y contemplarla hasta encontrar aquello que ha convertido en atractivo un rincón aparentemente anodino.
Xavier Rodés (Barcelona, 1971) estudió diseño en la escuela Elisava y se licenció en arte en la escuela Eina, ambas de Barcelona. Su trabajo de final de estudios, titulado Paisaje urbano postindustrial, dejaba testimonio de la demolición de una enorme industria química que había crecido en la costa norte de Barcelona a principios del siglo XX, atraída por la presencia del ferrocarril, y que a finales del mismo siglo desaparecía para convertirse en una zona residencial con puerto.
Marinas, pantalanes y rincones desiertos de ciudades con coches o camiones que parecen abandonados son temas habituales en Rodés. Es con esta misma mirada que en 2011 pintó la estación de Figueras (Gerona).
Pueden encontrarse ciertos elementos comunes en la obra de los dos artistas, tanto en el tratamiento de la luz, que suele ser tenue y envolvente, como en el hecho de que sus paisajes no suelen tener figuras humanas. De ambas características resultan unos espacios silenciosos y con un toque de misterio en los que los edificios, los pantalanes, los depósitos, las estaciones o los almacenes cobran una intensidad que nos obliga a detenernos ante la obra y contemplarla hasta encontrar aquello que ha convertido en atractivo un rincón aparentemente anodino.
Xavier Rodés (Barcelona, 1971) estudió diseño en la escuela Elisava y se licenció en arte en la escuela Eina, ambas de Barcelona. Su trabajo de final de estudios, titulado Paisaje urbano postindustrial, dejaba testimonio de la demolición de una enorme industria química que había crecido en la costa norte de Barcelona a principios del siglo XX, atraída por la presencia del ferrocarril, y que a finales del mismo siglo desaparecía para convertirse en una zona residencial con puerto.
Marinas, pantalanes y rincones desiertos de ciudades con coches o camiones que parecen abandonados son temas habituales en Rodés. Es con esta misma mirada que en 2011 pintó la estación de Figueras (Gerona).
No vemos el edificio principal, sino unas construcciones industriales anexas que nos hablan del fin de la industrialización, mientras que los vagones plataforma parece que añoran la época dorada del transporte ferroviario de mercancías de proximidad.
Una sensación de desamparo parecida nos produce su visión de la estación parisina de Austerlitz. En este óleo sobre madera de 2016 nos muestra como los paisajes industriales ferroviarios, especialmente los destinados a carga y descarga de mercancías urbanas, a menudo se esconden tras la grandiosidad de las estaciones más bellas.
Una sensación de desamparo parecida nos produce su visión de la estación parisina de Austerlitz. En este óleo sobre madera de 2016 nos muestra como los paisajes industriales ferroviarios, especialmente los destinados a carga y descarga de mercancías urbanas, a menudo se esconden tras la grandiosidad de las estaciones más bellas.
Al año siguiente, Rodés, quiso ofrecer su visión de la Estación de Francia de Barcelona. La impresionante trama metálica de la marquesina apenas tiene ningún detalle y los convoyes son puros volúmenes geométricos, todo el protagonismo se lo lleva la luz, que entra por los cristales y por la boca de la marquesina y se refleja en el suelo embaldosado. Algo especial tiene la luz interior de esta estación que tantos y tantos pintores y fotógrafos han querido darnos su visión de ella.
Bastantes años antes, había pintado la estación de Saillagouse que pertenece al famoso Train Jaune que circula por la Cerdaña en el sur de Francia. Aunque aparentemente el único tema sea la soledad del edificio de la estación en medio del paisaje nevado, las vías, con la señalización y sus características curvas de poco radio son reproducidas con rigor.
Los espacios ferroviarios de Rodés no tienen pasajeros y a penas tienen coches y vagones, pero se les espera, son espacios un tanto misteriosos, pero vivos.
Àlex Prunés (Barcelona, 1974) se graduó en la Universidad de Barcelona y en 2017 se doctoró en Bellas Artes. Sus temas habituales son los edificios, que suelen ser presentados aislados, a menudo cerca del mar, aunque también trabaja la figura humana en interiores. Un óleo de 2003, Casa ante la vía, es representativo de esta mirada y nos muestra como sus paisajes realistas tienen un toque extraño, incluso fantástico.
En 2006, dos años antes de que se iniciaran las obras para construir la nueva estación intermodal de La Sagrera de Barcelona, Prunés pintó la zona que ocupaba la antigua estación de mercancías, con parte de los tinglados y marquesinas ya desaparecidos. Al fondo a la izquierda puede observarse el edificio de administración de la estación que construyó MZA a principios del siglo XX. Prunés es un artista que sabe leer la belleza de los edificios y espacios industriales. En este caso, para transmitirnos su mirada sobre ellos, los ha despojado de elementos superfluos de su contorno y nos los presenta dominando unos amplios espacios vacíos, de una perspectiva intachable, en los que unas tímidas trazas de las vías nos recuerdan su función.
Excepcionalmente, en El andén (2015) aparece una figura humana, una mujer que espera en un andén desangelado el paso de un tren que ha de hacerlo por una vías casi inalcanzables. La sensación de soledad, así como el ángulo de las vías, la disposición de los edificios del fondo y la boca del puente pueden leerse como un homenaje a los paisajes ferroviarios del pintor norteamericano Edward Hopper.
Prunés también nos ha dado su visión de la Estación de Francia de Barcelona. En 2012 pintó un oleo en el que ponía en paralelo dos construcciones técnicas: la marquesina de la Estación de Francia y la torre de aguas de la fábrica de gas que ocupaba un espacio cercano. Mientras, al fondo del cuadro, vemos los edificios modernos del perfil del litoral. La fábrica ya no está y la torre de aguas, junto con el esqueleto estructural del depósito de gas, son los únicos vestigios conservados; el futuro de la estación, que es un cul-de-sac, vuelve a estar en debate, de manera que la tela puede leerse como una mirada a la belleza formal de las construcciones técnicas. Un gran espacio vacío, como en el caso de la estación de La Sagrera, realza los edificios.
Vistas las obras de los dos pintores, descubrimos una nueva característica común: sus pinturas de tema ferroviario no tienen trenes y, si los tienen, no son el tema principal sino que están integrados en el espacio representado; su mirada sobre el ferrocarril se interesa por los entornos ferroviarios y, así, los convoyes de la Estación de Francia o los vagones de la de Figueras son un elemento paisajístico más. Pero más allá de los aspectos pictóricos que los dos artistas puedan tener en común, les une también una característica loable: su mirada apreciativa sobre el ferrocarril que contribuye a realzarlo como parte de nuestro patrimonio tecnológico, es decir, nuestro patrimonio cultural.