Existen diferencias notables entre la imaginería del lujo ferroviario a un lado y a otro del Atlántico, y un par de conocidas obras de teatro de principios del siglo XX pueden servir de ejemplo: la norteamericana On the Twentieth Century, ambientada en el tren del mismo nombre, y la británica Still Life que transcurre en la cantina de una estación. Mientras en la primera las relaciones entre una actriz de musicales y un director egocéntrico tienen por escenario el lujo desbordante de los nuevos expresos, en la segunda, el enamoramiento de una mujer de clase media y un médico, casados ambos, transcurre en un entorno de acomodo confortable y tradicional. De ambas obras existe versión cinematográfica: Howard Hawks dirigió Twentieth Century (1934, La comedia de la vida) y David Lean, Brief Encounter (1945, Breve encuentro).
Exagerando aun más el ambiente lujoso de los trenes, Leonard Fields dirigió Streamline Express (1935, El expreso aerodinámico). El guión coloca en un exclusivo tren, de dos pisos y formas futuristas, a una serie de personajes dispares de los que se cuentan las aventuras y desventuras mientras el convoy viaja de costa a costa. Broadway Limited (1941) de Gordon Douglas, Strangers on a Train (1951) de Alfred Hitchcock o Silver Strak (1976) de Arthur Miller son tres de los múltiples ejemplos de películas, de géneros diversos, ambientadas o con escenas relevantes en trenes de lujo.
Capítulo aparte merece la saga del Orient Express, de sobras conocida, que des de su arranque en la novela Murder on the Orient Express (1934) de Agatha Christie, ha pasado por la superproducción cinematográfica de Sindey Lumet (1974), la serie de televisión protagonizada por David Suchet y una larga secuela entre la que cabe citar el telefilme británico Romance on the Orient Express (1985), la parodia en la serie Get smart (Superagente 86) de 1965 e incluso la erótica Adventure on the Orient eXpress (1996) cuyo título lo explica todo. La popularidad de esta saga no ha de hacer olvidar otras novelas ambientadas en el mismo contexto, como Stamboul Train (1932, Orient-Express) de Graham Greene o Victoria Four-Thirty (1937, Estación Victoria a las 4'30) de Cecil Roberts, entre otras.
En la literatura española, autores como Vicente Blasco Ibáñez, Leopoldo Alas o Emilia Pardo Bazán ambientaron relatos en coches de primera clase, pero no puede hablarse de textos ambientados en trenes de lujo. Lo mismo puede decirse del cine, por mucho que en producciones de posguerra como Noche fantástica (1943) de Luís Marquina se nos presente a gente bien cenando en un lujoso coche restaurante, o en El andén de Eduardo Manzanos (1952) veamos los acomodados viajeros de los primeros TALGO siendo contemplados como bichos raros por los lugareños.
Los trenes de lujo llegaron a las series televisivas en un frustrado intento de llevar al ferrocarril la fórmula de The Love Boat (Vacaciones en el mar). La serie Supertrain (1976), de la que sólo se emitieron nueve episodios, estaba ambientada en un tren bala de lujo, propulsado por energía nuclear y equipado con las suntuosidades de un crucero tales como salones, piscina y centros comerciales. Se suponía que el tren tardaba 36 horas entre Nueva York y Los Ángeles y este tiempo lo dedicaban los pasajeros y la tripulación a sus escarceos amorosos, conflictos vitales e intrigas entrecruzadas.
Los trenes turísticos de lujo han generado una interesante obra gráfica y algunos de sus carteles, normalmente encargados a diseñadores y artistas de renombre, se han convertido en apreciadas piezas de coleccionista y motivo de ediciones facsimilares. Son obras que muestran la belleza de los coches, recrean el lujo de abordo y transmiten la comodidad de ver el paisaje por la ventanilla panorámica mientras se es atendido por un servicio esmerado; toda una invitación a unirse a la élite.