En febrero de este año, estuve en el barrio de Peñarol de Montevideo (Uruguay). El motivo fue que, a unos diez quilómetros del centro de la ciudad, se conserva uno de los sitios de patrimonio industrial ferroviario más interesantes del cono sur americano. Se trata de un conjunto compuesto por estación de tren, talleres, casas de los jefes, casas de los obreros, centro de formación, cine y teatro, puente metálico sobre las vías y otros vestigios en una superficie de 33000 metros cuadrados.
Todo empezó en 1876, cuando el capital inglés compró la concesión que poseía el Ferrro Carril Central del Uruguay para la construcción de una línea entre Montevideo y las ciudades del norte, proyecto que estaba en marcha desde diez años antes. Fue una compra controvertida por la garantía de beneficios que otorgó el gobierno. El rápido crecimiento de la empresa recomendó substituir los talleres del barrio de Bella Vista por unos mucho más grandes situados en una zona cercana y poco poblada. La compañía inglesa decidió que el lugar adecuado para establecer los talleres de la línea era el ya existente barrio Peñarol, al que pretendió, sin éxito, rebautizar con el nombre de Nuevo Manchester.
El barrio ferroviario se construyó en 1891 e incluía, además de los elementos citados, un economato, casa para el médico y campos de deportes. El modelo urbanístico de la colonia respondía al ya ensayado en la propia Inglaterra y en el exterior, un modelo que, si bien ofrecía unos niveles de atención a los trabajadores nada habituales en el lugar, facilitaba también un control riguroso. Para Peñarol, la presencia del poblado ferroviario supuso una época dorada de trabajo, comercio y vida social, club de futbol incluido. El club de fútbol, claro está, es el famoso Peñarol de Montevideo.
A raíz de esa visita, publiqué un artículo en Vía Libre sobre la historia del barrio ferroviario y su estado actual de preservación. Pocos meses después, tuve la ocasión de entrar en conversación con una agradable pareja de uruguayos, Fernando y Betina, emigrados a España, a los que sorprendí reconociendo al momento su acento montevideano. Tuvimos una larga charla y les facilité una copia del artículo. Al día siguiente, Fernando se presentó con un regalo: una camiseta del Peñarol del año 1976 firmada por los jugadores.
–La tenía desde entonces y la guardaba para regalarla a quien la mereciera. Ahora es tuya, y tú la pasarás en el futuro a quien creas oportuno.
Un regalo entrañable que guardo con mucho cariño en mi colección de elementos ferroviarios.