En 1945 el director americano Charles David dirigió la película The Lady on a Train (La chica del tren) protagonizada por Deanna Durbin. El guión se basó en un relato de Leslie Charteris, conocido por su serie sobre Simon Templar “el Santo”. Una mujer viaja en tren y es testigo desde la ventanilla de su compartimiento de un asesinato en un edificio próximo a la vía. La policía no le hace caso y la joven recurre a un popular escritor de novelas de misterio para que le ayude a resolver el crimen.
Con un título muy parecido al de la película de Charles David, The lady on the train (La chica del tren), la escritora británica Paula Hawkins consiguió un bestseller en 2016. De nuevo, la protagonista es una mujer que viaja en tren y mira por la ventanilla. En este caso, la protagonista coge cada mañana el mismo tren de cercanías, que hace la misma parada ante la misma luz roja. Cada mañana ve a una pareja desayunando en su casa, les pone nombres y fantasea sobre ellos hasta que llega un día que ve algo que desencadena el drama.
El tren se vuelve a poner en marcha con una estridente sacudida, la pequeña pila de ropa desaparece de mi vista y seguimos el trayecto en dirección a Londres con el enérgico paso de un corredor. Alguien en el asiento de atrás exhala un suspiro de impotente irritación; el lento tren de las 8.04 que va de Ashbury a Euston puede poner a prueba la paciencia del viajero más experimentado. El viaje debería durar cincuenta y cuatro minutos, pero rara vez lo hace: esta sección de las vías es antigua y decrépita, y está asediada por problemas de señalización e interminables trabajos de ingeniería.
El tren sigue avanzando poco a poco y pasa por delante de almacenes, torres de agua, puentes y cobertizos. También de modestas casas victorianas con la espalda vuelta a las vías.
Con la cabeza apoyada en la ventanilla del vagón, veo pasar estas casas como si se tratara del travelling de una película. Nadie más las ve así; seguramente, ni siquiera sus propietarios las ven desde esta perspectiva. Dos veces al día, sólo por un momento, tengo la posibilidad de echar un vistazo a otras vidas. Hay algo reconfortante en el hecho de ver a personas desconocidas en la seguridad de sus casas.