Kontroll (2003), del
director húngaro Nimród Antal y que obtuvo premios en los certámenes de Cannes y Chicago, narra las aventuras y desventuras de los
revisores del metro de Budapest, sus enfrentamientos con los pasajeros
incívicos, sus problemas laborales y la rivalidad entre ellos. Los revisores se
encuentran atrapados entra la picaresca de los que pretenden viajar sin billete
y las decisiones de unos jefes a los que nunca ven y que controlan el sistema
desde sus pantallas. Además, el mundo subterráneo está poblado por personajes
inquietantes, como un demente que rocía con spray a los revisores en nombre de
la Sociedad de Liberación de los Pasajeros, una mujer que viaja disfrazada de
oso, un asesino y tipos similares. Más allá del argumento, que se sostiene por sí mismo, la película puede
verse como una parábola de la tensión social en el país.
Antes que en Kontroll, este uso ya se vio, por
ejemplo, en The Warriors (1979, Los amos de la noche), pero mientras en
estas dos películas existe una clara intención de analizar un contexto social
determinado, en muchas otras los túneles del metro son puro escenario para películas
de terror sangriento o directamente tipificables como gore. Algunos críticos
quieren ver en este tipo de cintas un reflejo del malestar de las nuevas
generaciones, sea eso o sea pura casquería, estas películas, que
pasaron con discreción por la gran pantalla, se han convertido en cintas de
culto en ciertos grupos de afición.
Death Line (1972, Sub-humanos - Raw Meat) tiene un argumento tan sabroso como el siguiente: en los recovecos de los túneles del metro londinense vive un grupo de caníbales que son descendientes de los obreros victorianos que quedaron enterrados vivos durante su construcción. Un inspector trata de descubrir el origen de esta gente y poner freno a su forma de vida.
La canadiense End of the Line (2007), de Maurice Devereux
tiene como único argumento la acción de un grupo de miembros de una secta
cristiana que, para salvar a los ciudadanos del inmediato apocalipsis, les
asesinan con sus puñales en forma de cruz para que su alma se salve y no sea
capturada por los demonios. Toda la cinta trascurre en el metro: coches,
cabinas de conducción, espacios de trabajo de los ferroviarios, salas de
control, túneles de maniobra. Todo con un punto de inverosimilitud.
Visto lo visto,
quizás fuera hora de que alguna película reflejara la comodidad, la
luminosidad, el espacio y la eficiencia de los metros que, en las grandes
ciudades del mundo, resuelven con eficiencia los retos del transporte de
viajeros.