La editorial francesa La Musardine, especializada en literatura y cómics eróticos, editó en 2012 un conjunto de relatos bajo el título Oséz... 20 histoires érotiques dans un train. Como la misma editorial indica, se trata de historias "para conocer los fantasmas que se esconden detrás de la tranquilidad aparente de los viajeros del tren". Como suele ocurrir en estos casos, el volumen es desigual: algunas de las historias las hemos leido decenas de veces, otras actualizan la tradición y algunos relatos son novedosas y originales.
Destaca el que abre plaza, Coup de foudre à grande vitesse de Octavie Delvaux, autora especializada en relatos eróticos. Un joven (25 años) apuesto y moderno sube al TGV a toda prisa, en el asiento de enfrente se sienta una mujer (aparentes 33-35) despampanante. Él mira a la mujer y se siente locamente atraído, pero enseguida se da cuenta de que está casada y de que tiene dinero, de modo que decide que es inaccesible. Durante el viaje la mujer escribe y, a medida que acaba cada página, la arranca del cuaderno y la tira a la papelera. El chico abre una lata de bebida y se salpica la camiseta, va al servicio a limpiarse y, cuando vuelve, la mujer ya se ha apeado del tren. Recupera las hojas de la papelera y descubre que relatan, con todo detalle, la fantasía de la mujer de echar un polvo con él en el tren mismo para salir de la rutina del matrimonio. El escrito acaba con la reflexión de que no osará darle el texto al joven porque no le deben faltar las jovencitas y seguro que no se fijaría nunca con una mujer de 40 años. Las distintas hojas son reescrituras con matices de la misma fantasía. En la última hay un número de teléfono anotado, pero los dos últimos números están emborronados por las salpicaduras de la bebida. Ya en casa, el joven prueba todas las combinaciones hasta que oye la voz esperanzada de la mujer.
El texto tiene multitud de matices que no deben desvelarse al futuro lector, pero hay un aspecto interesante y que rompe con la tradición de los relatos eróticos ambientados en trenes: durante la actividad amatoria el tren no traquetea: és un TGV.
Octavie Delvaux |
El protagonista del relato Le bonheur au bout de quai, de J.C. Rhamov, es un joven conductor de coche-cama que es requerido de amores por una joven dama a la que “había ayudado a subir la maleta, y me acordaba aun de su sonrisa. Una de estas sonrisas llenas de promesas que auguran una sensualidad afianzada”. Acude a su compartimiento al anochecer, con el champagne que ella le pide, y no acaba su cometido hasta las cuatro de la madrugada. Al servirle el desayuno por la mañana, aun es requerido de un servicio final, que el cumple con eficiente profesionalidad ferroviaria. Cuando llegan a destino, el marido de la dama le gratifica con una buena propina después que ella le informe de la calidad de sus servicios amatorios. Con los años, el conductor se entera de que otros colegas suyos han dado el mismo buen servicio en la misma línea y recuerda con nostalgia los tiempos pasados:
Ahora, los tiempos han cambiado. El TGV ha reemplazado a los coches-cama; los últimos coches marcados con los dos leones de bronce han sido cedidos a ricos coleccionistas. Sólo hay hombres apremiados, smartphons y portátiles, que sólo juran sobre tasas de rentabilidad y de retorno de inversiones, y que sólo hablan del tiempo ganado… Siento nostalgia por un tiempo, no muy lejano, cuando la felicidad estaba en el extremo del andén.El volumen incluye también el relato Sur la rute, de Miss Kat, probable pseudónimo de Octavia Delvaux. Coralie, una chica con pocos recursos va a un congreso de literatura erótica para que la Delvaux le firme ejemplares. Se cuela en el metro y en el tren. Mientras está leyendo la literatura erótica de su autora favorita, entra en su compartimiento Mylène, una mujer también lectora de Delvaux. Hablan y comparten intimidades. Cuando los revisores entran a pedirles los billetes, las dos mujeres se besan para ahuyentarlos, aunque los dos hombres acaban quedándose y montando una orgía a cuatro. Al final…
Apenas recuperada de sus emociones, Coralie mira a Mylène y a los dos revisores. Algo se le hace ahora evidente:La aficionada a la literatura erótica se ahorra así el billete y, de paso, se confabula para la vuelta con los apasionados revisores ferroviarios.
–¿Os conocíais?
Los otros tres estallan en risas. Mylène deja una insignia de revisora sobre la mesita:
–Te vi subir al tren en París. Tenías un comportamiento tan sospechoso que llevabas la palabra "defraudadora" en la frente. Entonces vi tu libro. Yo quería jugar... Y no me arrepiento –dijo con una sonrisa codiciosa–. Franck y Roger –añadió señalando a los dos revisores–, unos colaboradores con los que suelo jugar de vez en cuando.