Esta escena de Some Like it Hot (1959, Con faldas y a lo loco) es de las más celebradas del cine clásico. Sobre ella escribió el escritor y cineasta Luís Alegre: “En ese instante sucede algo milagroso: al paso de la inmensa Marilyn, la máquina del tren pita y dispara un chorro de vapor sobre su cuerpo. El talento de Wilder y su coguionista Diamond provocó que un tren manifestara su opinión, se excitara, cobrara vida." Si esta escena la seguimos considerando antológica es porque ilustra un vínculo antiguo, constante y perdurable: el del ferrocarril con el erotismo.
El ferrocarril se convirtió, justo en el momento de nacer, en una oportunidad para la aventura, la escapada, el encuentro clandestino, el flirteo inesperado. La literatura, el cine, la ilustración, la fotografía y el cómic han dejado abundantes testimonios de como el ferrocarril has sido, es y seguirá siendo un propiciador del romance, un facilitador de la aventura amorosa, un escenario excitante para el intercambio erótico. Más todavía, el ferrocarril mismo ha sido utilizado por cine y literatura como metáfora erótica.
Si la escena del chorro de vapor de Some Like it Hot es antológica para ilustar el vínculo en el cine, para la literatura podría tomarse un pasaje de la novela Waterland (1983, El país del agua), de Graham Swift, en la que dos adolescentes descubren el amor y el despertar de la sexualidad en sus encuentros en el ferrocarril y, en ése despertar temprano, mucho tiene que ver el traqueteo del tren.
Para ilustrar las afirmaciones anteriores basta recordar el éxito de El tren expreso (1871) de Ramón de Campoamor, que una de las primeras cintas de Edwin S. Porter fue un episodio erótico en un tren en What Happened in the Tunnel (1903), que el pintor surrealista Paul Delvaux dedicó buena parte de su obr a representar mujeres con trenes, que de La bête humaine (1890) de Émile Zola se han hecho cinco versiones cinematográficas a cual más tórrida. Y si el paso del vapor al diesel i a la tracción eléctrica ha supuesto, para algunos, una pérdida de encanto, no parece que en cambio haya provocado un enfriamineto de la relación entre Eros y el ferrocarril, la prueba está en que las estaciones y los trenes siguen siendo el escenario escogido para contener historias de amor en novelas, películas, series, pinturas, fotografías y cómics que llevan firmas como las de Italo Calvino, Marguerite Duras, Luisgé Martín, Isabel Coixet, Lars von Triers, Emilio Pina, Don Anderson, Hugdebert o Matt Weber.
Si la escena del chorro de vapor de Some Like it Hot es antológica para ilustar el vínculo en el cine, para la literatura podría tomarse un pasaje de la novela Waterland (1983, El país del agua), de Graham Swift, en la que dos adolescentes descubren el amor y el despertar de la sexualidad en sus encuentros en el ferrocarril y, en ése despertar temprano, mucho tiene que ver el traqueteo del tren.
De manera que fue en la pequeña composición de cuatro vagones que tenía parada en la estación de Hockwell (a tiro de piedra del paso a nivel y la garita de señales de Jack Parr) donde Mary y yo nos conocimos. Y donde, con el acompañamiento de las parloteantes ruedas del vagón y en una atmósfera llena de humo de la locomotora, empezaron a hacer su aparición ciertos irreprimibles síntomas, y adoptamos determinadas medidas, tácita o francamente, a fin de mitigarlos.
(…)
De modo que el Great Eastern Railway, que puso en contacto, dos veces al día. a estos jóvenes —ella con su uniforme rojo herrumbroso, y él de color negro azabache— debe ser responsabilizado de la desinhibición que, sin sus sacudidas y traqueteos, hubiese podido tardar mucho más en producirse, y de una fusión de dos destinos que, de otro modo, quizá no se habría producido.
El vínculo es inagotable y es cuestión de saborearlo poco a poco, relato a relato, película a película, ilustración a ilustración porque, tanto en lo viajes en tren como en el quehacer erótico, las prisas siempre son malas compañeras.