jueves, 2 de enero de 2014

El tren de los aitas, por Iñaki Arregui Goñi


Iñaki Arregui Goñi, un entrañable seguidor de este blog, a raíz de la publicación de la entrada titulada “El primer chispazo de un romance ferroviario”, en la que se hacía referencia a la novela Pilar Prim de Narcís Oller, remitió este texto que encaja de lleno en la literatura memorialista de tema ferroviario. Los padres del autor, como tantas parejas, se conocieron e iniciaron su idilio en el tren, en este caso en el de Irurtzun a Zumárraga y éste es el relato según la tradición familiar:
Si existo es gracias al ferrocarril, ya que sin él mis padres no se hubieran conocido y yo no existiría. Esta es la historia de un amor a primera vista en el tren:
Gabina Goñi subió al tren para ir a visitar a su hermana que tenía una plaza de maestra en el pueblo de Antzuola , un pequeño pueblo de unos 1500 habitantes del Alto Deva en Guipúzcoa. Era la primavera de 1930 y con 19 años había salido de madrugada de las Ventas de Arraitz en Navarra y con el coche de línea se había acercado hasta la estación del ferrocarril de Pamplona. Previamente había pasado por una confitería para comprar unos bombones de chocolate para llevar a su hermana, con quien pensaba estar unos días. El bolso y una pequeña maleta eran todo su equipaje. Era una de las pocas ocasiones que había tenido que viajar en tren hasta esa edad. Prácticamente no había salido de su pequeño pueblo en las montañas de Navarra.
El tren la llevó por Irurtzun y, pasando por todos los pueblos de la Barranca, hasta Alsasua, importante nudo ferroviario ya que desde allí una línea continuaba hacia Irún y la otra hacia Vitoria. Había un importante depósito de locomotoras y se cambiaban las máquinas de los convoyes y se cargaban de agua. La parada era larga. La Gabina debía cambiar de tren para continuar hasta Zumárraga, en la línea de Irún, desde donde se dirigiría en taxi hasta Antzuloa, población cercana a aquella estación.
Estaba en el andén esperando su tren y su desconocimiento viajero y su inseguridad le hicieron dirigirse a un joven, que también parecía esperar un tren, para preguntarle en qué andén pararía el tren que ella debía tomar.
Aquel joven, Ramón Arregui, venía de Vitoria y se dirigía hacia su pueblo, Oñate, y por eso le indicó bien qué tren debía tomar ya que era el mismo que el suyo, hacia Zumárraga. Desde allí cada uno iría hacia su destino.
Llegó el tren y Ramón, como chico galán, se ofreció para subirle la maleta y colocarla en el estante porta-maletas y se sentaron juntos sabiendo que iban al mismo destino. El tren se puso en marcha y los jóvenes iniciaron una conversación de cortesía, los motivos del viaje: ella explicó la visita a su hermana y él su trabajo en Vitoria. Ah! Pero ella llevaba unos bombones en el bolso, el hambre ronroneaba en el estómago y, con decisión, los sacó y ofreció uno a aquel joven que había sido tan amable con ella.
De Altsasu a Zumárraga aquel tren humeante debía tardar cerca de una hora parando en todos los apeaderos, tiempo suficiente para intercambiar algunas palabras y pocas cosas más... a parte de comer algunos bombones. Al llegar a Zumárraga, el galante Ramon bajó la maleta de Gabina hasta el andén y se despidieron cortesmente.
Alguna chispa amorosa debió saltar en ese tren además de las chispas que saltaban al aire por la chimenea de la locomotora, pero pobrecitos... sin WhatsApp, ni correo electrónico, ni móvil... aquella despedida podía ser el punto final de ese encuentro.
Pero no, a Ramón, que sólo sabía que aquella linda chica rubia y de ojos claros se llamaba Gabina (Gabi) y que tenía una hermana maestra cerca de su pueblo, algo le quedó en el corazón. Ella, Gabi, con coquetería quizás, había explicado a su hermana maestra, la hermana mayor, el encuentro con aquel simpático y “gixajo” muchacho, el ofrecimiento de los bombones que había aceptado de buen grado y la conversación en el vagón durante el viaje. Las dos hermanas habían reído a su costa.
Ramón, sin pensárselo dos veces, escribió una carta dirigida a la maestra de Antzuola, de quien no sabía ni cómo se llamaba, para que le diera a su hermana un escrito que iba dentro del sobre, aquella con la que habían coincidido en el tren. Le explicaba cuan agradable le resultó aquel viaje gracias a su compañía y que le gustaría volver a verla y bla.... bla.... bla...
Ya os podéis imaginar el resto de la historia y todas sus vicisitudes. Al cabo de unos años esos jóvenes se casaron y yo llegué a este mundo.
Ah, si no hubiera sido por ferrocarril... !