domingo, 6 de julio de 2025

Salvadores de trenes locales

La cadena de televisión británica ITV estrenó el año 2021 la serie The Larkins (Los Larkin). Se trata de una nueva adaptación de la novela The Darling Buds of May (1958, Los amados brotes de mayo) de H. E. Bates. La obra fue un éxito, el autor continuó la saga y se hicieron una película, una obra teatral y una serie televisiva, esta última en 1991. La adaptación del año pasado mantiene el tono naif del conjunto para narrar las confortables aventuras cotidianas de la familia Larkin en el entorno paradisíaco del paisaje del condado de Kent.

De los seis episodios de la versión de 2021, el que nos interesa aquí es el cuarto: En el que los Larkin salvan la estación de tren. Llega el momento de recolectar la cosecha de fresas y todos se ponen al trabajo; al mismo tiempo, el pueblo está preocupado porque la compañía ferroviaria ha anunciado el cierre de la estación local por ser deficitaria. Pop Larkin, el padre, moviliza a sus vecinos y convence a la maestra para que organice una excursión escolar en tren. Como tienen excedentes de fresas maduras, reparten cestitas de fruta entre los pasajeros.


A pesar del éxito de asistencia, la compañía sigue dispuesta a cerrar la estación. Entonces aparecen los dos personajes más ferroviariamente entrañables del capítulo: la trainspotter local y el dueño de la compañía. Continuar explicado el argumento ya seria spoiler.

 

La trainspotter es una chica crecidita que encarna esta tipología de aficionado al ferrocarril tan británica: rondar por estaciones y depósitos con un cuaderno en la mano marcando los modelos y números de serie de las locomotoras que uno consigue observar; su mundo es el ferrocarril y se desvive por explicar a quien quiera escucharla cualquier detalle de su funcionamiento. El dueño de la compañía es un empresario que hace lo posible y lo imposible para mantener su entrañable compañía en les años cincuenta del siglo pasado, es decir, cuando soplan vientos de nacionalización y cierre de líneas locales. Cuando el dueño les muestra a la trainspotter su maqueta ferroviaria, mantienen un diálogo que apreciarán todos los adictos a esta variante de la afición ferroviaria:
–Que alegría encontrar a alguien que aprecia la magia de estos mundos en miniatura…
–Sí, es como refugiarse en un lugar hermoso y tranquilo.

  

Las escenas ferroviarias fueron filmadas en la estación de Horsted Keynes que pertenece al Bluebell Railway, una línea preservada de 17,7 km en West Sussex. Es un ferrocarril que destaca por la conservación de la estética de los años 20 del siglo pasado, lo que lo hace muy visitado por los aficionados y escenario de muchas películas y series de televisión. Se han filmado en sus instalaciones escenas de más de 500 producciones, entre ellas Las aventuras de Sherlock Holmes (1985), 102 dálmatas (2000), La mujer de negro (2012), Downton Abby (2014), Endeavour (2013) o Black Mirror (2018) por citar algunas de las estrenadas en España.

La temática y desarrollo de este episodio de The Larkins tiene ciertas analogías con el segundo episodio de la tercera temporada de la serie de la BBC To the Manor Born (1979-1981) titulado Save the Railway Station! Esta comedia de situación se basa en las relaciones entre Audrey Forbes-Hamilton, la antigua propietaria de una casa señorial, y Richard DeVere, el empresario nuevo rico que es quien le ha comprado la propiedad. De la compra ha quedado excluida la casa de invitados, que es donde vive Audrey. En España, esta serie fue emitida por algunas cadenas autonómicas.

Cuando la British Railways decide cerrar la estación local, Audrey organiza una campaña entre los vecinos del pueblo para salvarla, mientras que Richard decide comprar el edificio de la estación para instalar en él un supermercado de su cadena. Finalmente, la decisión del condado de destinar el edificio de la estación a albergar la nueva escuela secundaria del pueblo da al traste con los planes del empresario. Pero la alegría de la conservacionista Audrey dura poco y se moviliza de nuevo cuando se entera que Richard comprará el histórico edificio de la antigua escuela para instalar allí su supermercado.


Para iniciar su campaña de preservación, Audrey decide hacer trabajo de campo: tomar el tren, cosa que no ha hecho en su vida. Mantiene una hilarante conversación con el jefe de estación cuando le compra el billete y, de regreso al pueblo, va hacia la cabina de conducción del tren para darle las gracias al maquinista por el magnífico viaje. 


En una de sus visitas a la estación, la señora venida a menos rescata un escudo de armas de su familia que había quedado olvidado en los servicios desde los tiempos en que sus antepasados promovieron la llegada del ferrocarril.

El episodio fue filmado en la estación de Maiden Newton en la línea Heart of Wessex, que se mantiene abierta por el interés y la cofinanciación de los entes locales y comarcales. Anécdota: puede verse brevemente el cartel con el nombre real de la estación al final del episodio en la escena en que Richard DeVere toma el tren, un automotor diésel DMU class 101.

Ambas series comparten, pues, este entrañable amor, tan británico, por los trenes y entornos ferroviarios preservados. Aprecio que ya forma parte de su tradición fílmica. En efecto, en 1953, el director británico Charles Crichton rodó The Titfield Thunderbolt (Los apuros de un pequeño tren) que fue la primera reacción cinematográfica a la racionalización que por aquellos años estaba haciendo British Railways de su red, y que supuso el cierre de ramales secundarios y locales no rentables o que difícilmente podían competir con el autobús.

 

Cuando la compañía anuncia el cierre de la línea, los vecinos de Titfield deciden gestionar ellos mismos el servicio ferroviario. No es fácil porque deben superar la inspección correspondiente, pero les estimulará su entusiasmo y encontrarán el apoyo de un paisano rico y excéntrico que quiere disfrutar de la ausencia en el ten de limitaciones horarias en la venta de alcohol.

 

Los dos dueños de la compañía de autobuses que pretende aprovecharse del cierre del ferrocarril utilizan sus malas artes: ponen obstáculos en la vía, perforan los tanques de las aguadas y descarrilan el convoy. A estas acciones, los entusiastas vecinos del pueblo responden con dos iniciativas. La primera es robar una locomotora a otra compañía, a la que, en una ridícula y desafortunada escena, hacen circular sin railes por las calles del pueblo. La segunda iniciativa es utilizar una máquina preservada y mantenida en orden de marcha en un museo cercano. Todo son dificultades, pero al final pasan la inspección del ministerio de transportes y todo acaba bien.

 

En esta ocasión el escenario ferroviario del ramal ficticio Titfield – Mallingford fue un tramo de vía de once quilómetros entre Limpley Stoke y Camerton en Somerset. La estación era una parada desaparecida en Monkton Combe, a solo tres quilómetros al sureste de Bath. La estación había cerrado a los pasajeros en 1925, aunque la línea se utilizó para carga hasta el cierre de las minas de Camerton en 1950.

El mismo año del rodaje de The Titfield Thunderbolt, Luís Buñuel dirigió la película La ilusión viaja en tranvía. El año anterior se había iniciado en México el proceso de desaparición de los tranvías que culminaría 1979 y la película tiene aires preservacionistas.

 

El conductor y el maquinista del tranvía 133 de la compañía de la ciudad de Méjico quedan desolados al saber que su vehículo será retirado de la circulación y llevado al desguace. Como homenaje, lo sacarán en secreto del depósito y recorrerán con él la noche citadina en un trayecto que se irá complicando a medida que avance la noche, y en el que irán dando servicio irregular a los miembros de su compañía de teatro aficionado y a un grupo de carniceros. Las cosas se tuercen por la intervención del celador y no pueden devolver el tranvía al depósito, de manera que pasan el resto de la noche en él, pero al acudir por la mañana al depósito, se encuentran el paso cerrado y acaban dando un servicio especial a un grupo de escolares. 


La pasión de uno de los protagonistas por la hermana del otro, que les acompaña en la peripecia, y la incursión de un exempleado de la compañía, completan la trama. Este último personaje encarna el prototipo de extranviario que no puede vivir sin estar cerca de sus añorados coches; su ilusión por ver y controlar los tranvías y sus ansias de ayudar a la compañía casi resultan fatales para el trío protagonista, pero al final consiguen devolver el tranvía con la complicidad del celador.

 

Se trata, pues, de una joya cinematográfica en la que el tranvía es el protagonista absoluto, la cámara lo mima desde todos los ángulos, igual que lo miman los dos protagonistas. Los pasajeros accidentales que lo abordan, en especial cuando recorre ramales sin servicio, lo hacen con el sentimiento que da título a la cinta, como si su aparición fuera la única manera de no sentirse rechazados por la gran ciudad.

Volviendo a Gran Bretaña, con las series y películas citadas comprobamos una vez más que preservar escenarios y material ferroviario permite hacer filmaciones en ellos, lo cual, a su vez, estimula el deseo de que se sigan preservando vehículos y líneas históricas. Los aficionados españoles las miramos lamentando que nuestro ferrocarril no haya recibido el mismo trato.