El steampunk imagina un mundo en la época del vapor con fábricas y edificios victorianos muy historiados en los que viven y trabajan personajes con elegantes vestidos complementados por sombreros y monóculos, y que usan todo tipo de vehículos, armas y trenes movidos por máquinas de vapor muy evolucionadas. Para acabar de situarnos en este mundo fantasioso, basta contemplar la ilustración procedente del cómic La Banda Bómbice (1999), de los autores franceses Corbeyran y Cecil, en la que vemos una estación de tren y un convoy que nos dan una perfecta idea de la estética a la cual nos estamos refiriendo.
Una manifestación cinematográfica norteamericana de este subgénero es Wild Wild West (1999), dirigida por Barry Sonnenfelden. El argumento se basa en el intento de un general exconfederado de derrocar al presidente y repartirse los estados con las antiguas potencias coloniales europeas. El protagonista viaja en un tren con todo tipo de mecanismos, paneles que ocultan resortes y artilugios a vapor y se enfrenta a ingeniosas máquinas de guerra, arañas mecánicas gigantes incluidas. No se pierdan la secuencia en la que emplea los artilugios mecánicos de su tren para asaltar el convoy blindado del general rebelde. El vestuario de los personajes y la decoración de los espacios interiores de los edificios y del tren tienen un papel esencial en la construcción de la atmósfera steampunk.
Back to the Future. Part III (1990, Regreso al futuro III) de Robert Zemeckis tiene tintes de steampunk. El joven protagonista viaja en su coche máquina del tiempo de 1955 a 1885 para rescatar al sabio. A la hora de regresar, el motor del ingenio no tiene suficiente potencia y, para darle el impulso inicial, el protagonista recurre al empuje de una locomotora de vapor. Para mostrar al espectador cómo pretenden acelerar el coche utilizando un cambio de agujas y una vía que acaba al borde de un barranco, construyen una divertida maqueta con material técnico reutilizado, muy en la línea de la estética steampunk, que es la que ambienta el cobertizo donde trabaja el sabio cuando se encuentra en el Far West de 1885. La escena final del regreso en una locomotora a vapor voladora y que actúa como una máquina del tiempo es la que tiene un sabor steampunk más intenso.
El escritor británico China Mieville, en su trilogía Bas-Lag nos presenta un mundo ambientado en una era postindustrial a caballo del siglo XIX y el siglo XX, con una tecnología basada en el vapor y una taumaturgia con categoría universitaria donde incluso los robots funcionan con circuitos de vapor en lugar de electricidad. En toda la serie el ferrocarril tiene un papel relevante y en la tercera entrega, El consejo de hierro (2004), se describe así uno de ellos:
El tren perpetuo avanza lentamente con pequeños giros de sus ruedas. Empujado por cuatro moles cuajadas de chimeneas de diamante, que escupen su humareda desde varios metros de altura. Inmensamente más grandes que las locomotoras de los trenes elevados de Nueva Crobuzon. Este modelo, diseñado para las tierras salvajes, lleva quitapiedras, y unos potentes faros delanteros, y los insectos rozan sus cristales como si fueran las yemas de incontables dedos. Su campana es como la campana de una iglesia. Hay un vagón blindado con una torre artillada. Una oficina sobre ruedas, vagones cerrados que contienen los suministros, algo que parece un salón, un vagón (como mínimo) manchado de sangre, un matadero sobre ruedas, y después un vagón muy alto, con grandes ventanales, pintado de dorado y cubierto de símbolos de los dioses y de Jabber. Una iglesia. Cuatro, cinco enormes vagones con puertas minúsculas y filas de ventanitas, barracones con literas triples abarrotados de hombres. Los coches-cama se hunden bajo su propio peso por el centro, como si tuvieran grandes panzas hinchadas. Hay vagones de carga, abiertos y cerrados. Y tras ellos vienen las cuadrillas. La música de los martillos.
Para celebrar el 175 aniversario de los ferrocarriles alemanes, la operadora Arriva le encargó a la artista Gudrun Geiblinger que maquillara la locomotora class 163.001 Taurus. El diseño propuesto se inspira en la Adler y tiene tintes steampunk. Colaboró en el diseño la empresa de modelismo Roco, que la reprodujo y comercializó en escala H0.
El steampunk ha tenido una vertiente relacionada con el cosplay y el mundo de la moda, y los aficionados celebraban encuentros en los que lucían sus vestidos y curioseaban en los puestos de artesanía, moda, literatura, joyería y arte steampunk.
El dieselpunk toma la estética de las realizaciones industriales art decó de los años 20 del siglo pasado y la utiliza para elaborar relatos, ilustraciones y películas cargadas de nostalgia en las que se recrea un futuro en el que los paradigmas añorados aún están vigentes. La película Sky Captain and the World of Tomorrow (2004) se inscribe de lleno es este subgénero; no aparece ningún tren en ella porque, si el ferrocarril era protagonista en el steampunk, ahora el centro de atención es el motor de combustión interna de automóviles y aviones. Aun así, este subgénero no pudo resistirse a la estética art decó de los ferrocarriles. El artista ruso Alexey Lipatov es el autor de la ilustración Llegada a utopía, que da perfecta idea de la estética dieselpunk aplicada al ferrocarril. Los aficionados al dieselpunk, cuando miran el ferrocarril, quedan fascinados con las formas de los trenes aerodinámicos americanos (el M-10000 de la Union Pacific y el Zephyr de la Burlington) y especialmente con los diseños de Henry Dreyfuss.
Un poco más extrema es la ilustración que encabeza esta entrada y que representa unas locomotoras con motores diesel enormes en su parte trasera suspendidos en un taller de estética industrial ciclópea.
El subgénero atompunk ha absorbido mucha de la estética futurista que vimos en el artículo anterior cuando las compañías ferroviarias y las revistas de divulgación tecnocientífica especulaban con convoyes movidos por reactores nucleares. La serie Supertrain (1976), de la que sólo se emitieron nueve episodios, estaba ambientada en un tren bala de lujo, propulsado por energía nuclear y equipado con las suntuosidades de un crucero tales como salones, piscina y centros comerciales. Se suponía que el tren tardaba 36 horas entre Nueva York y Los Ángeles y este tiempo lo dedicaban los pasajeros y la tripulación a sus escarceos amorosos, conflictos vitales e intrigas entrecruzadas; en definitiva, un Vacaciones en el mar en un tren atómico.
En el caso del ciberpunk los novelistas y los ilustradores son menos prolíficos en el uso del ferrocarril, en la mayoría de los casos son un elemento más de sus ciudades superpobladas, con altos rascacielos tapizados de pantallas y carteles luminosos, ciudadanos conectados al ciberespacio, aunque casi siempre, como si de una gran urbe japonesa se tratara, aparece un tren elevado que pone una traza de luz y velocidad a la imagen.