domingo, 1 de agosto de 2021

La migración en los poemas ferroviarios de Pedro Cano

 

Pedro Luis Cano Moreno, nació en Jaén en 1955 y residió en Santa Coloma de Gramanet desde 1964, un municipio del norte del área metropolitana de Barcelona. Murió hace unas semanas. Era poeta, letrista, productor musical y un referente en la vida cultural de su ciudad. Su poemario Viaje al estanque de los peces dorados (2000) es un recorrido por la experiencia de la migración que él vivió de niño. En el libro, el ferrocarril tiene un papel relevante. En este caso, se trata del tren llamado el Sevillano.

El expreso 703/704, apodado el Sevillano en Cataluña y el Catalán en Andalucía, salía de la estación Patio de Armas de Sevilla y hacía su trayecto vía Córdoba, Linares Baeza, Alcázar de San Juan, Albacete, Valencia y Tarragona, para rendir viaje en la Estación de Francia de Barcelona. Hacía inversiones de marcha en Alcázar y en Valencia, y prefería esta ruta más larga a pasar por la más corta de Granada, Baza y Murcia por tener esta última peores infraestructuras. En un inicio, en los años cincuenta, el trayecto sólo estaba electrificado entre Tarragona y Barcelona, de manera que las locomotoras que lo arrastraron fueron cambiando con los años. Tuvo un máximo de catorce coches y furgones. Para recorrer los 1136 quilómetros de su trayecto, invertía treinta horas en los años cincuenta y 19 horas en 1979. Se vendían billetes con derecho a asiento y billetes de pie, pero una norma tácita hacía que se cedieran los asientos a las mujeres y los mayores.


El poema "Conversación III" anticipa, desde los oídos de un niño, la decisión de la familia:
Mar verde. La ventana estaba abierta, desde la vega llegaban las voces del viento en su huida.
–Tengo los billetes de “El Sevillano”. Para Todos los Santos nos vamos.
Palabras que arañan. Susurro.
–Compréndalo, vamos en busca de una vida mejor.
Sueño en el vacío.
En "El viaje", la voz poética recupera los recuerdos del trayecto y sobre ellos va extendiendo, como capas de pintura, no sólo la reflexión adulta, sino también el mecanismo interior que convierte todo ello en material poético.
Diciembre, noche, 1962. Apeadero de tren, trasiego de maletas. Una cantina. Café con leche, aguardiente, frío. Un gran reloj marca las doce. Un niño mira y remira. Las agujas no avanzan, reloj fantasma. Por todas partes capotes verdes y voces, voces. Los niños inquietos quieren jugar. ¡Estaos quietos! Grito que oculta el miedo frente a la quietud de la vías. El niño mira a su madre hundido en la penumbra. Lágrima. Sangre y no agua. En sus espaldas un horizonte poblado de cadáveres alimentado por gachas de harinas negras. ¡Mamá, la niña quiere mear! Debajo de la noche el orín moja unos zapatos de plástico. A lo lejos un tren silva, rompe el silencio. Imagen lacrada: estoy sólo ante el relente... la luz indecisa de un cigarro avanza. ¡Preparáos! Cinco o seis maletas de cartón atadas con cuerda. Un botijo lleno de agua. Un hatillo de trapos. Una cesta y cuatro chiquillos. La tristeza-esperanza huía en vagones de tercera vigilada por los hombres-cicuta. Nadie despide al cortejo. Sólo el reloj que señala las doce. ¿Del día o de la noche?
[…]
El tren hace su viaje y la voz poética va y viene de la dureza del viaje a aquello que la familia está dejando atrás. La sequía y el caciquismo que les han empujado a marchar, las blasfemias al recordarlo, el paso del revisor, la bebida y la comida compartida entre viajeros, la abuela que se ha quedado sola en casa ante la lumbre, los viajes al lavabo inmundo, las preguntas de los niños… todo se va posando a lo largo del poema. Hasta que el tren llega a su destino: 
[…]
Días de hombres-cicuta: montado en su caballo se untaba de majestad entrando bajo palio. En el compartimiento una copla suena. Voces desafinadas. Fuera de ellas un dedo infantil resbala sobre el cristal, sin retomo posible. ¿Qué hora es? Las... llevamos dieciocho horas en el tren. Tinta sobre papel blanco. La sangre no coagula esparcida por la tormenta. Veintiocho horas de viaje. Estamos llegando… Voces. Voces y capotes. Un frenesí de bultos en la procesión del desamparo. ¡Tened cuidado! ¡No os soltéis de la mano! Humo sobre las personas con ademanes de argolla. Desnudos frente al abismo compartimos él frío. Mientras ante nuestros ojos se extendía el estanque de lo peces dorados...
¡Me cago en Dios y en la puta sequía!