EL TRAN-VÍA
–Ya viene, ya viene por allá arriba. ¿No ve V. el farolito colorado? Dos horas de plantón, y si ahora viene lleno...
–Mire V., ya ha vuelto a detenerse para que suba una familia. Nos quedamos a pie sufriendo otra espera de un cuarto de hora.
–Es una invención buena, pero tiene sus contras.
–¡Vamos, que eso de andar en coche por dos perros!
–Sí, pero no se disfruta, porque dura poco...
–Ello es que nos acostumbramos y es un chorrillo.
–De calzado se ahorra.
–¿Y el que nun gasta calzadu?
–Se lo ahorra de pies.
–Ya está aquí.
–¡No para!
–Hombre, pare V. ¡Eh, mayoral!
–¿No ve V. el letrero de «completo»? ¿Dónde tiene usted los ojos de la cara?
–En su sitio. ¡Habrá desvergonzado!
–Ya no hay quien le pille; va echando demonios.
–Da gusto verle correr.
–Sí, y de mojarse: ya está chispeando.
–¡Ya viene otro!
–¡Qué casualidad! este no viene retrasado; siempre se retrasan con los cruces, las paradas y el subir· bultos.
–Hija, es que todo el mundo quiere ir cornada y llegar pronto, y luego se tarda mas que si se fuera andando.
–El andar es tonto; el refrán lo dice: «eres más tonto que el andar a pie.»
–Ya está ahí el coche.
–¡Alto!
–Toque V., hombre, y que pare en el paso, porque con estas cuatro gotas nos vamos a llenar de lodo.
–¿Hay asiento?
–Sí, de pie.
–Allá. voy. Buenas tardes tengan Vds... ¡Que me caigo!
–¡Vaya un baleo!
–Dispense V., caballero, si me he sentado encima de V.
–¡Con mucho gusto! (¡es guapa!)
– Yo me mareo en seguida, en estos diantres de coches... ¡Ay!... dispense V. que me apoye ...
–Siéntese V. en mi puesto (Se levanta).
–No se incomode V. (Se sienta en el sitio del otro). Como estoy tan gruesa ... ¡y V. va á ir molesto! ¡Cuánto lo siento, caballero!
–¿Hay sitio para esta otra señora?
–(¡Que fea!)
–(¡Parece una cocinera!)
–Que pase á la plataforma.
–¡Qué finos son estos caballeros!
–Señores; a la plataforma, que nos van á baldar con una multa.
–Cobrador, haga V. el favor de decir que se corran.
–Si van ocho...
–Pues que corran los ocho. –Pues ni se pican ni se corren. Están justos: diez y seis dentro y en las plataformas...
–¡Sardinas!
–¿Cuánto es?
–Quince céntimos.
–¿Hasta dónde?
–Hasta la Puerta del Sol.
–¿Desde cuándo?
–Desde siempre.
–Pues antes eran cuatro cuartos: se habrán subido los asientos.
–¿Son peras?
–Yo voy con mi niño. ¿Paga el niño?
–Quince céntimos,
–Tan chiquitín! ¡Si apenas tiene quince años! ... además le llevaré encima.
–Lo mismo paga encima que debajo.
–¡Usted me falta! Le tomaré el número y daré una queja ....
–El 28.
–¡Nos veremos, señor de 28!
–¿Se sofoca V?... ¡Cibeles!
–¿Quieren ustés callar y bajar y subir pronto? Vamos, que es tarde; que viene el otro coche hecho una pólvora.
–¡Plim!
–Que esperen, hombre, que no he subido!
–Que está enganchada una señora!
–¡Pues que la aúpen!
–¡Plim!
–¡Anda, anda!
–¡Que meneo!
–¡Que barbaridad!
–¡Ave María!
–¡Vamos bailando la polka!
–Señora, dispense V. si me echo encima!
–No hay de qué; como estoy tan gruesa tropiezo con todos.
–(Al paño).–¿Va V. lejos?
–A la calle de la Visitación.
–¿Numero?
–Dos.
–Pues si vive en la Visitación habrá que visitarla.
–Uf, qué calor! Allí tiene su casa y una servidora.
–¿Es V. sola?
–Sí.
–Pues yo haré el dos.
–¿Qué ruido es este?
–¿Qué pasa?
–Nada, que vamos descarrilados.
–Pongan Vds. las manos para no estrellamos unos contra los otros.
–¿Mañana?
Señal afirmativa.
–¿A qué hora?
–A las dos.
–Ya hemos entrado en carril.
–Diga V., conductor, ¿estamos ya en caja?
–V. lo sabrá. ¡Hasta maldita sea la vía que está llena de tropiezos! Caballero, quítese V. del torno que le voy a dar un revés en el estogamo, ¡Estoy más quemao! Es que naide tiene consideración con el ganao ni con uno! ...
–Pues no es tan malo el oficio de ir siempre en coche.
–Aquí le quisiera yo ver a usté de cara al sol o recibiendo guaniás del aire! Diez horas llevo como si me hubieran pegao con liga. Quite usté, hombre, que paece uno la estauta de Cervantes mal comparao; siempre tieso y siempre de pie. Tós se quejan y uno ná, clavao y... tocando el pito. ¡Y luego cuando uno va a sentarse se encuentra uno con los tendones engarrotaos! ... ¡Macho! ¡Macho!
–¡Cobrador!
–Señora.
–Cobre V.
–Está pagado.
–Habrá sido este caballero.¡Mil gracias!
–Pagó otro caballero joven, que ya se ha bajado.
–Como estoy tan gruesa me cuesta trabajo sacar el bolsillo. Sería algún amigo.
–Yo no puedo pagar á V. porque como voy colgado ...
–Por mi va V. así ! y gracias a la correa.
–Aquí hay correa para todo. Ya veo que tiene V. amigos paganos.
–Eh, cobrador, ¿dónde estamos? ¿Me lleva V. al Pacifico?
–No señora, a la Galera.
–¡Jesús! Pare V., pare V., que he equivocado el camino.
–¡Plim!
La señora gorda baja, el coche anda, el caballero se tira, se tambalea y cae sobre el adoquinado. ¿Se habrá roto algo? ¡Bah! ¿Que haya un cadáver más, qué importa al mundo?
Ya suben y bajan y entran y salen y vienen y van, los asociados al minuto, la humanidad errante, los pasajeros del tran–vía: de ese gabinete de contemplación y conversación; de ese almacén ambulante, casa que anda, baile de ruedas, biblioteca de anuncios verdes y colorados; conjunto churrigueresco, pisto, mosaico, cuadro del Greco; locomoción que tan eficazmente contribuye a resolver el problema de vivir de prisa para llegar antes de haberse muerto, a la última estación de la vida.