Portada característica de Kyotaro Nishimura |
Tomemos como ejemplo uno de los autores japoneses más traducidos a raíz de ser Premio Nobel de literatura en 1968: Yasunari Kawabata (1899-1972). El tren aparece en muchos de sus relatos y novelas como el medio de transporte más conveniente y confortable. Éste es el inicio de Lo bello y lo triste (1964):
Eran seis las butacas giratorias que se alineaban sobre el lado opuesto del vagón panorámico de aquel expreso a Kyoto. Oki Toshio observó que la del extremo giraba en silencio con el movimiento del tren. No podía quitar los ojos de ella. Las butacas de su lado no eran giratorias.
Estaba solo en el vagón panorámico. Hundido en su asiento observaba los movimientos de la butaca del extremo. No giraba siempre en la misma dirección ni con la misma velocidad: a veces se movía con más rapidez, otras con más lentitud y hasta se detenía y comenzaba a girar en dirección contraria. Al contemplar aquel sillón giratorio que se movía ante sus ojos en un vagón desierto, Oki se sintió solitario. Los recuerdos comenzaron a aflorar en su memoria.
El expreso a Kyoto le pareció el medio más indicado, porque partía de Tokyo y de Yokohama a primera hora de la tarde y llegaba a Kyoto al anochecer. A la vuelta partía de Kyoto en las primeras horas de la tarde. Siempre viajaba a Kyoto en aquel tren. La mayoría de las azafatas de los vagones de primera lo conocían de vista.
Expreso Kuha 181 en Lo bello y lo triste
Oki Toshio viaja solo y el tren se convierte en espacio para la reflexión y el recuerdo, pero Kawabata también lo presenta como un lugar propicio a la aventura en el relato de 1928 La búsqueda de una mujer, o como espacio en el que erotismo está siempre al acecho como en Los huesos de Dios (1927):
El estudiante de medicina estaba viajando en la línea del Ferrocarril de la Gobernación, cuando la cajita de cenizas que llevaba en el bolsillo fue aplastada por los macizos muslos de una estudiante linda como un lirio, arrojada contra él por una sacudida del tren. Se dijo «Creo que me casaré con esta muchacha». Y quedó encendido con una intensa lujuria.
Cercanías electromotor en Estación de lluvia
Kawabata también utiliza el ferrocarril para hacer brillantes comparaciones. En Estación de lluvia (1928) el torniquete de acceso a las vías es visto como “la puerta de una enorme prisión social” y los hombres que toman cada día el tren de cercanías para acudir al trabajo son descritos como “condenados a una cadena perpetua.” En la ya citada Lo bello y lo triste sorprende con esta asociación de ideas del protagonista: “Desde algún lugar situado allende las Colinas Occidentales llegó el silbato quejoso y prolongado de un tren que entraba o salía de un túnel. Oki no pudo menos que pensar en el débil llanto de un recién nacido...”
Cuando pensamos en novelas japonesas con trenes es inevitable recordar las características portadas de Kyotaro Nishimura (1930) como la que encabeza esta entrada. Nishimura es un popular escritor de novela negra que ha publicado una ingente cantidad de novelitas ambientadas en líneas y trenes diferentes; se trata de lectura rápida, casi de usar y tirar. Algunas de ellas han sido traducidas al inglés, como The Mystery Train Disappears (1982). Nishimura no es una excepción porqué las compañías han promovido que exista al menos una novela ambientada en cada una de las ramas del Shinkansen. La mayor parte de ellas tratan de desapariciones o asesinatos y, en algunos casos, el tren de alta velocidad es sólo el gancho inicial del relato.
Expreso Kuha 481 en The Mystery Train Disappears
Y si los convoyes y la vida de los pasajeros en su interior son protagonistas en muchas literaturas, en el caso del Japón también lo son las estaciones por el hecho de marcar la centralidad de los núcleos de población. El conocido autor Haruki Murakami (1949) justifica que el protagonista de su novela Los años de peregrinación del chico sin color (2013) con un pasaje magnífico del que hablamos en el post de 4 de diciembre de 2013 conmotivo de su aparición.
Estación de Shinjuku en Los años de peregrinación del chico sin color