La posibilidad o la inminencia de un accidente en un paso a nivel tiene una gran fuerza dramática porque las consecuencias no serán menores. Desde sus inicios, el cine mudo plantó su cámara ante un paso a nivel para poner en vilo el corazón de los espectadores ante la inminencia del desastre: ¿logrará el automóvil donde viaja la chica cruzar la vía sin ser atropellada por el tren o será alcanzada por los villanos?
Volviendo al cine, más dramática es, si cabe, la situación con la que se encuentra el protagonista de Rails & Tails (2007, Raíles y lazos), dirigida por Alison Eastwood, que se inicia con una escena en la que un maquinista de un tren de viajeros, lanzado a más de cien kilómetros por hora, debe tomar una decisión crucial. Una mujer decide suicidarse estacionando su coche, con ella y su hijo dentro, en un paso a nivel a la salida de una curva. Cuando el maquinista ve el coche, debe decidir en décimas de segundo si aplicar frenos en plena curva con riesgo de una catástrofe mayor o arrollar el coche. El tren atropella el coche, del que en el último momento salta el niño, y la compañía inicia la correspondiente investigación. La decisión del maquinista es aprobada por el comité, pero la película va por otros derroteros: la relación entre el huérfano, el maquinista y su mujer, enferma terminal de cáncer.
Visto lo visto, no sólo no es de extrañar que hoy sea el ILCAD, sino que a uno le dan ganas de no tomar ninguna carretera con pasos a nivel y viajar cómodamente en ferrocarril.