Una mujer, Ángela, huye en tren de un marido demasiado
cerebral e inteligente para vivir una vida más “orgánica” en la finca de sus padres.
El tren es escenario de las reflexiones de la mujer mientras espera la partida
del convoy y metáfora de la necesaria continuidad de la vida. El silbido del
tren substituye el grito interior de la protagonista. El recuerdo de una lectura
sobre el supertrén del futuro en Reader´s Digest le ayuda a reforzar su decisión
de huir. Al final, cuando el tren parte, no haber bajado de él arrepentida es
la prueba fehaciente de que ha sido capaz de tomar una decisión vital.
En la vida se sufre más si se tiene
algo en la mano: la inefable vida. Pero, ¿y la pregunta sobre la muerte? Era
preciso no tener miedo: ir hacia el frente, siempre. Siempre. Como el tren.
(…)
Ángela
Pralini tenía los senos muy bonitos, eran su punto fuerte. Tenía los ojos con
ojeras profundas. Ella aprovechaba el silbido aullante del tren para que fuese
su propio grito. Era un berrido agudo, el suyo, sólo que vuelto hacia adentro.
(…)
Pero
Eduardo era el supertrén. Súper todo. Ella conocía hoy el súper de mañana. Y no
lo soportaba. No soportaba el movimiento perpetuo.
(…)
La
prueba de quien soy es esta partida del tren.