lunes, 6 de octubre de 2025

A través de la ventanilla del tren

 
A escritores, pintores y fotógrafos el viaje en tren les despierta a menudo el impulso de plasmar lo que ven a través de la ventanilla. Joan Maragall, en el texto literario En el carril (1905), hacía un elogio absoluto de viajar en tren mirando por la ventanilla:

Yo no sé cómo tenéis valor de volveros de espalda a la ventana y poneros a leer, o a dormir, o a hablar de política, mientras detrás vuestro va desfilando toda la riqueza del mundo. ¡Y de qué manera!
Tiene un encanto el carril que no es el mismo que el de ir por el mundo a pie o en un carruaje que no corra tanto; es otro tipo de placer más espiritual, digámoslo así. Todo pasa más de prisa, más abocetado, y la visión es tanto más ideal cuanto más fugitiva. Es el regalo del mundo, el ir en ferrocarril; yo no sé cómo tenéis valor de volveros de espalda a la ventana. […]
Este pasar "más abocetado" del paisaje es el que captó cien años después Francesc Todó en el acrílico Desde el tren (2002), que no sólo transmite el impulso de pintar aquello que pasa por delante de la ventanilla, sino que nos remite a la mirada plana y de líneas horizontales huidizas que el viaje en tren nos da sobre el paisaje urbano.

El escritor argentino Oliveiro Girondo escribió el poema El expreso en 1923 durante un viaje por España en el que conoció a los poetas vanguardista del momento. El poema, que se inscribe en la corriente del ultraísmo, narra un viaje en tren durante el que se pregunta si el país ha progresado mucho en los últimos decenios. Mientras mira por la ventanilla, oye lo que ocurre dentro del coche:

[…]
A través de la borra de las ventanillas 
el crepúsculo espanta
a los rebaños de sombras
que salen de abajo de las rocas
mientras nos vamos sepultando
en una luz de catacumba.
Se oye:
el canto de las mujeres
que mondan las legumbres
del puchero de pasado mañana;
el ronquido de los soldados
que, sin saber por qué,
nos trae la seguridad
de que se han sacado los botines;
los números del extracto de lotería,
que todos los pasajeros aprenden de memoria.
pues en los quioscos no han hallado
ninguna otra cosa para leer.
¡Si al menos pudiéramos arrimar un ojo
a alguno de los agujeritos que hay en el cielo!
[…]

La tradición del poeta que se inspira viajando en tren no se ha perdido con los convoyes modernos. Narcís Comadira le da continuidad con En tren (2002):

Frágil, pequeña
felicidad del tren;
tierras que pasan:
huertos ordenados,
colinas con bancales,
campos de grano y en barbecho,
hileras de chopos
ante el telón azul de las montañas.
[…]
Detrás del cristal, protegido,
Me deslizo por mi país y por su tiempo;
me enzarzo en afectos
para no ver la inmarchitable absurdidad de todo.
El fotógrafo alemán Thomas Winz, en Paisaje desde la ventana del tren, la imagen que encabeza esta entrada, parece que ponga imagen al poema de Comadira y nos recuerda la amplitud del paisaje visto desde el tren.

A menudo, lo que vemos a través de la ventanilla nos provoca una reacción más allá de la simple contemplación. En 1925, el inglés Thomas Hardy escribió el poema Faintheart in a Railway Train (Tímido en un tren) en el que el autor viaja mirando a través de la ventanilla y, al llegar a una estación:

A las nueve de la mañana pasó ante una iglesia,
A las diez bordeó el mar,
A las doce una ciudad de humo y suciedad,
A las dos un bosque de robles y abedules,
Y luego, en una plataforma, ella:
Un radiante desconocida, que no me vio.
Yo dije: "¿Me atrevo a bajar a por ella?"
Pero me quedé en mi asiento buscando un pretexto,
Y las ruedas se movieron. O quizá,
Me hubiera podido bajar allí!
Lo que vemos a través de la ventanilla estimula nuestra imaginación. El pintor chino Zhang Xiaogang realizó en 2010 una serie titulada Ventanilla de tren, oleos sobre tela de gran formato, entre simbolistas y surrealistas, que nos hablan de cómo la mente del viajero transforma y reelabora lo que ven sus ojos.

Cuando anochece, empieza el juego de las luces. Al mirar a través de la ventanilla vemos reflejado el interior del coche, y lo primero que percibimos es nuestro propio rostro. Así lo expresa el poeta norirlandés Louis MacNeice en Corner Seat (c. 1945, Asiento del rincón):

Suspendido en una noche en movimiento
la cara en el tren reflejado
se ve a primera vista como segura de sí misma
como tu propia cara… Pero mira de nuevo:
Ventanas entre tú y el mundo
protegido del frío, protegido del temor;
entonces, ¿por qué tu reflejo parece
tan solitario en la noche en movimiento?
Cuando dejamos de mirar por la ventanilla, no es extraño que nuestros ojos se posen en otro pasajero que esté haciendo lo mismo que nosotros hace un momento. Es lo que observa el poeta madrileño Francisco Vighi en Viaje en expreso (1959):
[…]
¡Oh rubia compañera de viaje,
tan sola y tan atenta a lo que pasa
por la ventanilla! Pantalla de cine
por donde las campiñas retroceden.
Castilla es una estera con remiendos;
Guadarrama, amatista y blanco azúcar.
Esta imagen de una persona absorta en la contemplación de lo que se ve a través de la ventanilla, sea una ciudad, el mar o un bosque, la han pintado y fotografiado muchos artistas. Por tomar algunos ejemplos, lo hizo en 1927 el pintor danés Paul Gustave Fischer...

... el fotógrafo catalán Raimon Moreno en 2017...

 ... y, en 2008, la pintora granadina Cristina Megía Fernández. El óleo de esta última tiene conexiones con el poema de Vighi, pero también con el de MacNeice: el observador tiene ante sí, no sólo el paisaje que puede verse a través de la ventanilla y el rostro reflejado de la viajera, sino también noticia del ensimismamiento reflexivo de esta. Por su parte, el poema de Francisco Vighi contiene una muy interesante asociación entre ventanilla de coche de tren y pantalla de cine, vínculo que arranca en el momento mismo de la aparición del cine.

La madura protagonista de la película alemana Wolke Neun (2008, En el séptimo cielo) le dice a su amante: "El paisaje junto al tren es mucho más bonito que el que hay junto a las autopistas". Después, cuando viaja con su marido en el tren, una toma relativamente larga en la que vemos el paisaje que ella ve a través de la ventanilla nos indica que su mente no para de analizar su nueva situación sentimental. Cuando el marido pronuncia la misma frase sobre el paisaje desde el tren que ella había reproducido, los sentimientos afloran en forma de llanto. 

En Lost in Translation (2003), la secuencia de lo que la protagonista ve a través de la ventanilla del Shinkansen nos habla de su soledad y de su mirada perpleja.

 

Y si hablamos de thrillers, en Lady on a train (1945, La dama del tren), una joven aficionada a las novelas de misterio, contempla un asesinato desde la ventanilla del tren. Precisamente por su gusto por ese tipo de ficción literaria, la policía no le hace ningún caso. Entonces decide pedir ayuda a su escritor favorito del género. 

The Girl on the Train (2016, La chica del tren) arranca del interés obsesivo de una viajera por los habitantes de una casa que ve a través de la ventanilla en su trayecto diario al trabajo.

Es en esta rica tradición artística que hay que situar la serie fotográfica realizada en octubre de 2021, durante un trayecto entre Barcelona y Gerona, por la fotógrafa catalana Mercè Ribera. Sus imágenes están echas desde una contemplación relajada del paisaje. El cielo otoñal es un telón de fondo que da unidad a la serie y las catenarias marcan una dirección que nos invita a pasar a la imagen siguiente. Por debajo del cielo, el paisaje se vuelve silueta: bosques, edificios, instalaciones industriales, cobertizos… Y de repente, junto a la línea de ancho ibérico por la que circula la artista, aparece la línea del AVE. La cámara se recrea en el juego de figuras geométricas de la catenaria y sus sistemas de tensado y, de esta manera, al ser tratada con la misma técnica de contraluz que el resto de elementos, la vía de ancho UIC no es presentada como un elemento privilegiado del paisaje.

Con Ribera hemos cerrado el círculo: el impulso de mirar el paisaje a través de la ventanilla del tren nos ha llevado a que el ferrocarril mismo sea el paisaje contemplado.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Mural de Yanina Fernández en el metro de Ciudad de México


La estación Barranca del Muerto de la línea 7 del metro de Ciudad de México se encuentra ubicada en la intersección de la avenida que le da nombre con la Avenida Revolución. Con motivo del aniversario del metro, un nuevo mural se ha sumado a la riquísima tradición de murales en las estaciones de metro de esta capital. (Pueden verse aquí). Estará expuesto hasta el 30 de octubre y después se incorporará a la colección permanente. En esta ocasión la obra ha sido encomendada a la artista plástica argentina Yanina Fernández, a la que este blog dedico una entrada en mayo del 2022 que puede recuperarse aquí.


El mural habla de la comunidad subterránea mundial, a la que une la pasión por el mundo ferroviario subterráneo y, en especial, por sus atmósferas, sonidos, colores y formas. En palabras de la propia artista: “En estas obras incorporo a los usuarios, su convivencia con la tecnología y los mensajes que circulan por las redes expresando la pasión por este mundo oculto y, también, el movimiento en todos los sentidos, el trabajo bajo tierra que nunca se detiene y que hace posible que los viajes sean seguros, y confortables.”

 

En el mural se pueden ver imágenes que hacen homenaje a los metros de Madrid, Ciudad de México, Buenos Aires y Nueva York.

 

Una vez más, Yanina nos ha transmitido su cariño por el mundo del metro y ha sido capaz de hacer que nos reconozcamos en su obra todos los aficionados ferroviarios que sentimos pasión por este medio de transporte metropolitano.

viernes, 8 de agosto de 2025

Trenes militares sanitarios

El ferrocarril prestó servicios sanitarios en tiempos de guerra en paralelo a su uso para el transporte de tropas, armamento y suministros. En el siglo XIX se usó a gran escala en los conflictos armados, tanto en Estados Unidos, como en Europa, como en África. Durante la Primera Guerra Mundial, los trenes militares sanitarios ya disponían de quirófanos donde hacer primeras intervenciones en marcha. En la Guerra Civil de España y en la Segunda Guerra Mundial siguieron teniendo un papel esencial. Esta faceta del ferrocarril ha sido recogida por las artes al igual que otros aspectos del papel del ferrocarril en tiempos de guerra, sin embargo el grueso de las manifestaciones artísticas sobre los trenes ambulancia se dan mayoritariamente en el primer cuarto del siglo XX.

De la Guerra de Crimea (1853-1856), de la de Secesión en los Estados Unidos (1861-1865), de la franco-prusiana de 1870 y de la de los Boers (1889-1902) nos han llegado las ilustraciones que acompañaban en los periódicos y revistas las crónicas de los corresponsales de guerra. Estos grabados hacían la función informativa que unos años después harían las fotografías.

La imagen que reproducimos de la Guerra de los Boers es un grabado realizado a partir de una fotografía de F. C. Harrison. El título de la ilustración, realizada por Frank Dadd, es La Cruz Roja y la guerra: un tren ambulancia llegando a Durban. El texto dice: «Los trenes de la Cruz Roja circularon entre Ladysmith y Durban hasta que la línea fue cortada al sur de Ladysmith por los Boers cuando estos invadieron el pueblo. El tren representado en nuestra ilustración ha traído algunos heridos del frente.»

De la Guerra ruso-japonesa (1904-1905) nos han llegado también ilustraciones de trenes ambulancia. Una de ellas, un dibujo de 1904 a tinta atribuido a D. Macpherson, muestra a dos enfermeras con pacientes que yacen en literas en un tren ambulancia ruso.

 

Le Petit Journal de París publicó el 15 de mayo de 1904 una ilustración en la que un pelotón japonés estaba acechando a un tren ruso con una bandera de la Cruz Roja en la locomotora y otra en uno de los coches. En el dibujo no se ve ningún soldado disparando, pero el pie de la imagen se refería a «japoneses disparando a un tren de la Cruz Roja rusa que transporta heridos a Port Arthur por la vía del Transiberiano». Curiosamente, en uno de los cromos que salían en las tabletas de chocolate de la marca Ametller, apareció en 1905 una adaptación de la misma imagen, aunque ahora hay menos soldados japoneses, que han bajado de una veintena a siete, y el tren ruso no lleva identificaciones de la Cruz Roja. El dorso del cromo dice: «Emboscada japonesa sorprendiendo un tren militar ruso».

 

Es en la Primera Guerra Mundial que empiezan a publicarse ilustraciones de trenes ambulancia que van más allá de las hechas a partir de una fotografía. Como parte de la propaganda y la recolección de fondos, ambos bandos publicaron postales con imágenes de trenes hospitalarios y personal de la Cruz Roja en acción. En algunos casos es evidente que se trata de ilustraciones ya existentes a las que se les han añadido encima las cruces rojas sobre fondo blanco, en otras, el dibujante ha realizado imágenes nuevas de convoyes con el personal sanitario.



 

La eclosión de las vanguardias artísticas, entre ellas el futurismo, coincidió con la Primera Guerra Mundial. Esta corriente, poética y plástica, ensalzó la idea y la imagen de la velocidad y de la máquina, ferrocarril incluido, y uno de sus representantes, Gino Severini, realizó en 1915 dos telas sobre los trenes hospital, sus títulos: Tren de la Cruz Roja atravesando un pueblo y Tren hospital. Estos dos y otros que representaban trenes blindados y de transporte de tropas, los pintó durante su estancia en un pueblo de las afueras de París donde vivió junto a una vía de tren por la que circulaban trenes militares día y noche. La fracturación del paisaje en la obra de Severini remite a la percepción de un objeto veloz y el contraste de colores quiere sugerir la potencia y ruido del convoy.



Al otro lado del canal, en Inglaterra, la poeta Carola Oman se alistaba como enfermera voluntaria y, de su tarea, nació su poema, publicado una vez acabada la contienda, Unloading Ambulance Train (Descargando el tren ambulancia). En la estación, por debajo de los gemidos de dolor, de los gritos del inspector ferroviario y del ruido de la lluvia, se escucha una canción antigua. Una melodía que suena en el chirrido del tren cuando se detiene junto al andén con las camillas donde descargará su cargamento de sufrimiento. Y concluye la autora que esta canción antigua ha acompañado el regreso a casa de los heridos desde la guerra de Troya.
[…]
¿Es un canto antiguo
llegado de alguna orilla clásica?
Los camilleros se ponen de pie
dos en cada extremo.
Se agachan y levantan
donde las puertas se abren de par en par
con luz amarilla de llamas.
Hacia el exterior oscuro
pasa cada camilla. Aquí
(como si a cada uno en su féretro
llevaran con pena)
todo es paz, y un canto sordo.
[…]
Otro curioso poema inglés de estos mismos años es el que narra la presentación a los habitantes del pueblo de un tren ambulancia construido en los talleres de Wolverton. Los vecinos pagaron entrada para verlo y el dinero recaudado fue destinado a los fondos de ayuda. Se trataba de un convoy de 16 coches con capacidad para 362 pacientes junto con el personal sanitario, pintado de color caqui y con una cruz roja en cada puerta. Un poeta aficionado anónimo publicó un poema al respecto en el periódico local:
Era sábado, veinticinco de marzo,
era la una de la tarde,
y se reunía alrededor de la puerta de entrada
toda una multitud de hombres.
que habían traído a sus esposas e hijas
para ver el Tren Ambulancia.

El objeto valía la pena,
la entrada era de seis peniques por persona
y la gente estaba ansiosa por pagar su parte,
ayudar al "Socorro del soldado".

Y así esperaron, allí de pie,
pacientes, ordenados, pulcros.
[...]
Pero el día se tuerce cuando un grupo de notables del pueblo, algunos de ellos altos cargos de la empresa constructora del convoy, se saltan la cola para visitarlo. El poeta local se lamenta entonces de que:
Todavía hay algunas lecciones
que tienen que aprender,
un nivel que tienen que subir,
hasta que se les meta en sus pomposas cabezas
que ellos y los trabajadores son uno,
que no sólo ellos tienen conocimientos,
los capataces de “Wolverton”.
Al entrar su país en guerra junto a los aliados, el pintor australiano Harold Septimus Power fue enviado a Francia por el gobierno para hacer dibujos y cuadros que documentaran la acción de sus tropas. En 1918 pintó Un tren de la Cruz Roja, Francia. A pesar de que se trata de un pintor oficial del ejército, la pintura está realizada en el estilo propio del artista, alejado de la rigidez de los dibujos anteriores. Lo mismo puede decirse del dibujo coloreado de Olive Mudie-Cooke, una de las pocas artistas oficiales inglesas, que representa la descarga nocturna de heridos en el andén del Hospital de Etaples.



En la Guerra Civil española, dos poetas coincidieron en escribir un poema con el título El tren de los heridos. Un fue Rafael Duyos y el otro Miguel Hernández. Duyós puso el acento en la hombría y la españolidad de los heridos:
[…]
A lo lejos brillan, tímidas,
las luces de Ponferrada,
mientras en la estacionzuca
unas mujeres aguardan
con un alivio de cántaros
para bocas que se abrasan...

Y el tren sigue su camino
–sangre, vendas, sueros, gasas...
sin un ¡ay!, porque son hombres
los que lleva,
¡hombres de España!
[…]
Mientras que Hernández le da profundidad al tema y el paso del tren transmite frio y pide silencio.
[…]
El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.

Silencio.

Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
el corazón de los que malhirieron.

Silencio.
[…]
En 1965 el escritor Meliano Peraile publicó el relato Tren de los heridos en el que se sigue a corta distancia el pensamiento y las percepciones de un soldado durante el trayecto hacia el hospital. He aquí dos párrafos que son un buen ejemplo del enfoque del autor:
Un rumor pasaba y repasaba a lo largo del departamento. Para Juan era el sanitario de guardia vigilante entre las dos hileras de camillas. «Si ese quisiera leerte la tarjeta…» Pero inmediatamente se arrepintió. «Si llevas un buen recado te va a engañar, leyéndote lo que se les ocurra…»

Tableteaba el tren. Juan imaginaba un montón de tablas botando y rebotando. Piafaba el tren. Juan fabulaba un enorme caballo, con crines de humo, y haciendo equilibrios en las paralelas de un circo inmenso, extendido por el campo. Al instante, Juan sonreía y le echaba la cupa a los residuos de los calmantes.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la representación por parte de los artistas de los trenes ambulancia no cambió demasiado respecto de la primera. La pintora inglesa Evelyn Dumbar, que se distinguió por reflejar en su obra el papel de la mujer en esta contienda, también representó el trabajo en los trenes ambulancia, como en Tren hospital (1942). A partir de esta guerra, ya es más difícil encontrar dibujos y pinturas de los trenes ambulancia y del personal que viaja en ellos, la fotografía toma su lugar. Aunque hay excepciones, como la ilustración con estética de dibujo técnico de la publicidad de la New York Central.


domingo, 6 de julio de 2025

Salvadores de trenes locales

La cadena de televisión británica ITV estrenó el año 2021 la serie The Larkins (Los Larkin). Se trata de una nueva adaptación de la novela The Darling Buds of May (1958, Los amados brotes de mayo) de H. E. Bates. La obra fue un éxito, el autor continuó la saga y se hicieron una película, una obra teatral y una serie televisiva, esta última en 1991. La adaptación del año pasado mantiene el tono naif del conjunto para narrar las confortables aventuras cotidianas de la familia Larkin en el entorno paradisíaco del paisaje del condado de Kent.

De los seis episodios de la versión de 2021, el que nos interesa aquí es el cuarto: En el que los Larkin salvan la estación de tren. Llega el momento de recolectar la cosecha de fresas y todos se ponen al trabajo; al mismo tiempo, el pueblo está preocupado porque la compañía ferroviaria ha anunciado el cierre de la estación local por ser deficitaria. Pop Larkin, el padre, moviliza a sus vecinos y convence a la maestra para que organice una excursión escolar en tren. Como tienen excedentes de fresas maduras, reparten cestitas de fruta entre los pasajeros.


A pesar del éxito de asistencia, la compañía sigue dispuesta a cerrar la estación. Entonces aparecen los dos personajes más ferroviariamente entrañables del capítulo: la trainspotter local y el dueño de la compañía. Continuar explicado el argumento ya seria spoiler.

 

La trainspotter es una chica crecidita que encarna esta tipología de aficionado al ferrocarril tan británica: rondar por estaciones y depósitos con un cuaderno en la mano marcando los modelos y números de serie de las locomotoras que uno consigue observar; su mundo es el ferrocarril y se desvive por explicar a quien quiera escucharla cualquier detalle de su funcionamiento. El dueño de la compañía es un empresario que hace lo posible y lo imposible para mantener su entrañable compañía en les años cincuenta del siglo pasado, es decir, cuando soplan vientos de nacionalización y cierre de líneas locales. Cuando el dueño les muestra a la trainspotter su maqueta ferroviaria, mantienen un diálogo que apreciarán todos los adictos a esta variante de la afición ferroviaria:
–Que alegría encontrar a alguien que aprecia la magia de estos mundos en miniatura…
–Sí, es como refugiarse en un lugar hermoso y tranquilo.

  

Las escenas ferroviarias fueron filmadas en la estación de Horsted Keynes que pertenece al Bluebell Railway, una línea preservada de 17,7 km en West Sussex. Es un ferrocarril que destaca por la conservación de la estética de los años 20 del siglo pasado, lo que lo hace muy visitado por los aficionados y escenario de muchas películas y series de televisión. Se han filmado en sus instalaciones escenas de más de 500 producciones, entre ellas Las aventuras de Sherlock Holmes (1985), 102 dálmatas (2000), La mujer de negro (2012), Downton Abby (2014), Endeavour (2013) o Black Mirror (2018) por citar algunas de las estrenadas en España.

La temática y desarrollo de este episodio de The Larkins tiene ciertas analogías con el segundo episodio de la tercera temporada de la serie de la BBC To the Manor Born (1979-1981) titulado Save the Railway Station! Esta comedia de situación se basa en las relaciones entre Audrey Forbes-Hamilton, la antigua propietaria de una casa señorial, y Richard DeVere, el empresario nuevo rico que es quien le ha comprado la propiedad. De la compra ha quedado excluida la casa de invitados, que es donde vive Audrey. En España, esta serie fue emitida por algunas cadenas autonómicas.

Cuando la British Railways decide cerrar la estación local, Audrey organiza una campaña entre los vecinos del pueblo para salvarla, mientras que Richard decide comprar el edificio de la estación para instalar en él un supermercado de su cadena. Finalmente, la decisión del condado de destinar el edificio de la estación a albergar la nueva escuela secundaria del pueblo da al traste con los planes del empresario. Pero la alegría de la conservacionista Audrey dura poco y se moviliza de nuevo cuando se entera que Richard comprará el histórico edificio de la antigua escuela para instalar allí su supermercado.


Para iniciar su campaña de preservación, Audrey decide hacer trabajo de campo: tomar el tren, cosa que no ha hecho en su vida. Mantiene una hilarante conversación con el jefe de estación cuando le compra el billete y, de regreso al pueblo, va hacia la cabina de conducción del tren para darle las gracias al maquinista por el magnífico viaje. 


En una de sus visitas a la estación, la señora venida a menos rescata un escudo de armas de su familia que había quedado olvidado en los servicios desde los tiempos en que sus antepasados promovieron la llegada del ferrocarril.

El episodio fue filmado en la estación de Maiden Newton en la línea Heart of Wessex, que se mantiene abierta por el interés y la cofinanciación de los entes locales y comarcales. Anécdota: puede verse brevemente el cartel con el nombre real de la estación al final del episodio en la escena en que Richard DeVere toma el tren, un automotor diésel DMU class 101.

Ambas series comparten, pues, este entrañable amor, tan británico, por los trenes y entornos ferroviarios preservados. Aprecio que ya forma parte de su tradición fílmica. En efecto, en 1953, el director británico Charles Crichton rodó The Titfield Thunderbolt (Los apuros de un pequeño tren) que fue la primera reacción cinematográfica a la racionalización que por aquellos años estaba haciendo British Railways de su red, y que supuso el cierre de ramales secundarios y locales no rentables o que difícilmente podían competir con el autobús.

 

Cuando la compañía anuncia el cierre de la línea, los vecinos de Titfield deciden gestionar ellos mismos el servicio ferroviario. No es fácil porque deben superar la inspección correspondiente, pero les estimulará su entusiasmo y encontrarán el apoyo de un paisano rico y excéntrico que quiere disfrutar de la ausencia en el ten de limitaciones horarias en la venta de alcohol.

 

Los dos dueños de la compañía de autobuses que pretende aprovecharse del cierre del ferrocarril utilizan sus malas artes: ponen obstáculos en la vía, perforan los tanques de las aguadas y descarrilan el convoy. A estas acciones, los entusiastas vecinos del pueblo responden con dos iniciativas. La primera es robar una locomotora a otra compañía, a la que, en una ridícula y desafortunada escena, hacen circular sin railes por las calles del pueblo. La segunda iniciativa es utilizar una máquina preservada y mantenida en orden de marcha en un museo cercano. Todo son dificultades, pero al final pasan la inspección del ministerio de transportes y todo acaba bien.

 

En esta ocasión el escenario ferroviario del ramal ficticio Titfield – Mallingford fue un tramo de vía de once quilómetros entre Limpley Stoke y Camerton en Somerset. La estación era una parada desaparecida en Monkton Combe, a solo tres quilómetros al sureste de Bath. La estación había cerrado a los pasajeros en 1925, aunque la línea se utilizó para carga hasta el cierre de las minas de Camerton en 1950.

El mismo año del rodaje de The Titfield Thunderbolt, Luís Buñuel dirigió la película La ilusión viaja en tranvía. El año anterior se había iniciado en México el proceso de desaparición de los tranvías que culminaría 1979 y la película tiene aires preservacionistas.

 

El conductor y el maquinista del tranvía 133 de la compañía de la ciudad de Méjico quedan desolados al saber que su vehículo será retirado de la circulación y llevado al desguace. Como homenaje, lo sacarán en secreto del depósito y recorrerán con él la noche citadina en un trayecto que se irá complicando a medida que avance la noche, y en el que irán dando servicio irregular a los miembros de su compañía de teatro aficionado y a un grupo de carniceros. Las cosas se tuercen por la intervención del celador y no pueden devolver el tranvía al depósito, de manera que pasan el resto de la noche en él, pero al acudir por la mañana al depósito, se encuentran el paso cerrado y acaban dando un servicio especial a un grupo de escolares. 


La pasión de uno de los protagonistas por la hermana del otro, que les acompaña en la peripecia, y la incursión de un exempleado de la compañía, completan la trama. Este último personaje encarna el prototipo de extranviario que no puede vivir sin estar cerca de sus añorados coches; su ilusión por ver y controlar los tranvías y sus ansias de ayudar a la compañía casi resultan fatales para el trío protagonista, pero al final consiguen devolver el tranvía con la complicidad del celador.

 

Se trata, pues, de una joya cinematográfica en la que el tranvía es el protagonista absoluto, la cámara lo mima desde todos los ángulos, igual que lo miman los dos protagonistas. Los pasajeros accidentales que lo abordan, en especial cuando recorre ramales sin servicio, lo hacen con el sentimiento que da título a la cinta, como si su aparición fuera la única manera de no sentirse rechazados por la gran ciudad.

Volviendo a Gran Bretaña, con las series y películas citadas comprobamos una vez más que preservar escenarios y material ferroviario permite hacer filmaciones en ellos, lo cual, a su vez, estimula el deseo de que se sigan preservando vehículos y líneas históricas. Los aficionados españoles las miramos lamentando que nuestro ferrocarril no haya recibido el mismo trato.

viernes, 6 de junio de 2025

Paleofuturo y retrofuturo ferroviarios (2/2)

 

En la entrega anterior vimos cómo nuestros antepasados imaginaron su futuro, fueran previsiones razonables o fueran en exceso fantásticas, todas ellas las englobamos ahora en lo que llamamos paleofuturo. El retrofuturo es algo distinto, es una creación hecha en la actualidad, es un género literario, cinematográfico y plástico que imagina y recrea pasados ficticios. La mayoría de las variantes del retrofuturo (steampunk, dieselpunk, atompunk y ciberpunk) suelen inscribirse dentro del género de la ciencia ficción.

El steampunk imagina un mundo en la época del vapor con fábricas y edificios victorianos muy historiados en los que viven y trabajan personajes con elegantes vestidos complementados por sombreros y monóculos, y que usan todo tipo de vehículos, armas y trenes movidos por máquinas de vapor muy evolucionadas. Para acabar de situarnos en este mundo fantasioso, basta contemplar la ilustración procedente del cómic La Banda Bómbice (1999), de los autores franceses Corbeyran y Cecil, en la que vemos una estación de tren y un convoy que nos dan una perfecta idea de la estética a la cual nos estamos refiriendo.

 

Una manifestación cinematográfica norteamericana de este subgénero es Wild Wild West (1999), dirigida por Barry Sonnenfelden. El argumento se basa en el intento de un general exconfederado de derrocar al presidente y repartirse los estados con las antiguas potencias coloniales europeas. El protagonista viaja en un tren con todo tipo de mecanismos, paneles que ocultan resortes y artilugios a vapor y se enfrenta a ingeniosas máquinas de guerra, arañas mecánicas gigantes incluidas. No se pierdan la secuencia en la que emplea los artilugios mecánicos de su tren para asaltar el convoy blindado del general rebelde. El vestuario de los personajes y la decoración de los espacios interiores de los edificios y del tren tienen un papel esencial en la construcción de la atmósfera steampunk.

 

Back to the Future. Part III (1990, Regreso al futuro III) de Robert Zemeckis tiene tintes de steampunk. El joven protagonista viaja en su coche máquina del tiempo de 1955 a 1885 para rescatar al sabio. A la hora de regresar, el motor del ingenio no tiene suficiente potencia y, para darle el impulso inicial, el protagonista recurre al empuje de una locomotora de vapor. Para mostrar al espectador cómo pretenden acelerar el coche utilizando un cambio de agujas y una vía que acaba al borde de un barranco, construyen una divertida maqueta con material técnico reutilizado, muy en la línea de la estética steampunk, que es la que ambienta el cobertizo donde trabaja el sabio cuando se encuentra en el Far West de 1885. La escena final del regreso en una locomotora a vapor voladora y que actúa como una máquina del tiempo es la que tiene un sabor steampunk más intenso.

 

El escritor británico China Mieville, en su trilogía Bas-Lag nos presenta un mundo ambientado en una era postindustrial a caballo del siglo XIX y el siglo XX, con una tecnología basada en el vapor y una taumaturgia con categoría universitaria donde incluso los robots funcionan con circuitos de vapor en lugar de electricidad. En toda la serie el ferrocarril tiene un papel relevante y en la tercera entrega, El consejo de hierro (2004), se describe así uno de ellos:
El tren perpetuo avanza lentamente con pequeños giros de sus ruedas. Empujado por cuatro moles cuajadas de chimeneas de diamante, que escupen su humareda desde varios metros de altura. Inmensamente más grandes que las locomotoras de los trenes elevados de Nueva Crobuzon. Este modelo, diseñado para las tierras salvajes, lleva quitapiedras, y unos potentes faros delanteros, y los insectos rozan sus cristales como si fueran las yemas de incontables dedos. Su campana es como la campana de una iglesia. Hay un vagón blindado con una torre artillada. Una oficina sobre ruedas, vagones cerrados que contienen los suministros, algo que parece un salón, un vagón (como mínimo) manchado de sangre, un matadero sobre ruedas, y después un vagón muy alto, con grandes ventanales, pintado de dorado y cubierto de símbolos de los dioses y de Jabber. Una iglesia. Cuatro, cinco enormes vagones con puertas minúsculas y filas de ventanitas, barracones con literas triples abarrotados de hombres. Los coches-cama se hunden bajo su propio peso por el centro, como si tuvieran grandes panzas hinchadas. Hay vagones de carga, abiertos y cerrados. Y tras ellos vienen las cuadrillas. La música de los martillos.

Del mismo año 2004 es la ambiciosa y espectacular película japonesa de dibujos animados Steamboy producida por Katsuhiro Otomo. La acción se desarrolla en 1866, durante la Exposición Universal de Londres, y recrea de un modo muy atractivo el contexto social y tecnológico de la época, la del pleno desarrollo de la revolución industrial. Los personajes están bien trazados, los detalles cuidados hasta el límite y los escenarios industriales perfectamente documentados. Contiene secuencias extraordinarias: una persecución ferroviaria, acción en el interior de fábricas, conducción de máquinas de vapor y, como se trata de un filme steampunk, una batalla entre buques, tanques, máquinas infernales y soldados robots, todos impulsados por máquinas de vapor que consumen carbón. En el fotograma que reproducimos vemos un tren convencional, la bicicleta a vapor que ha inventado el protagonista y un engendro mecánico que lo persigue.


Muchos artistas plásticos, especialmente ilustradores, se han recreado en este subgénero creando estaciones y ferrocarriles fantasiosos que se suponen movidos por potentísimas máquinas de vapor. También los guionistas y dibujantes de novelas gráficas han hecho buenas creaciones como la ya citada La Banda Bómbice o la francesa Clockwerx (2010) de Handerson, Salvaggio y Hostache; en ambas el ferrocarril tiene un lugar al lado del resto de vehículos y engendros mecánicos.

 
Para celebrar el 175 aniversario de los ferrocarriles alemanes, la operadora Arriva le encargó a la artista Gudrun Geiblinger que maquillara la locomotora class 163.001 Taurus. El diseño propuesto se inspira en la Adler y tiene tintes steampunk. Colaboró en el diseño la empresa de modelismo Roco, que la reprodujo y comercializó en escala H0.

 

El steampunk ha tenido una vertiente relacionada con el cosplay y el mundo de la moda, y los aficionados celebraban encuentros en los que lucían sus vestidos y curioseaban en los puestos de artesanía, moda, literatura, joyería y arte steampunk.

 

El dieselpunk toma la estética de las realizaciones industriales art decó de los años 20 del siglo pasado y la utiliza para elaborar relatos, ilustraciones y películas cargadas de nostalgia en las que se recrea un futuro en el que los paradigmas añorados aún están vigentes. La película Sky Captain and the World of Tomorrow (2004) se inscribe de lleno es este subgénero; no aparece ningún tren en ella porque, si el ferrocarril era protagonista en el steampunk, ahora el centro de atención es el motor de combustión interna de automóviles y aviones. Aun así, este subgénero no pudo resistirse a la estética art decó de los ferrocarriles. El artista ruso Alexey Lipatov es el autor de la ilustración Llegada a utopía, que da perfecta idea de la estética dieselpunk aplicada al ferrocarril. Los aficionados al dieselpunk, cuando miran el ferrocarril, quedan fascinados con las formas de los trenes aerodinámicos americanos (el M-10000 de la Union Pacific y el Zephyr de la Burlington) y especialmente con los diseños de Henry Dreyfuss. 


Un poco más extrema es la ilustración que encabeza esta entrada y que representa unas locomotoras con motores diesel enormes en su parte trasera suspendidos en un taller de estética industrial ciclópea.

El subgénero atompunk ha absorbido mucha de la estética futurista que vimos en el artículo anterior cuando las compañías ferroviarias y las revistas de divulgación tecnocientífica especulaban con convoyes movidos por reactores nucleares. La serie Supertrain (1976), de la que sólo se emitieron nueve episodios, estaba ambientada en un tren bala de lujo, propulsado por energía nuclear y equipado con las suntuosidades de un crucero tales como salones, piscina y centros comerciales. Se suponía que el tren tardaba 36 horas entre Nueva York y Los Ángeles y este tiempo lo dedicaban los pasajeros y la tripulación a sus escarceos amorosos, conflictos vitales e intrigas entrecruzadas; en definitiva, un Vacaciones en el mar en un tren atómico.


En el caso del ciberpunk los novelistas y los ilustradores son menos prolíficos en el uso del ferrocarril, en la mayoría de los casos son un elemento más de sus ciudades superpobladas, con altos rascacielos tapizados de pantallas y carteles luminosos, ciudadanos conectados al ciberespacio, aunque casi siempre, como si de una gran urbe japonesa se tratara, aparece un tren elevado que pone una traza de luz y velocidad a la imagen.