viernes, 8 de agosto de 2025

Trenes militares sanitarios

El ferrocarril prestó servicios sanitarios en tiempos de guerra en paralelo a su uso para el transporte de tropas, armamento y suministros. En el siglo XIX se usó a gran escala en los conflictos armados, tanto en Estados Unidos, como en Europa, como en África. Durante la Primera Guerra Mundial, los trenes militares sanitarios ya disponían de quirófanos donde hacer primeras intervenciones en marcha. En la Guerra Civil de España y en la Segunda Guerra Mundial siguieron teniendo un papel esencial. Esta faceta del ferrocarril ha sido recogida por las artes al igual que otros aspectos del papel del ferrocarril en tiempos de guerra, sin embargo el grueso de las manifestaciones artísticas sobre los trenes ambulancia se dan mayoritariamente en el primer cuarto del siglo XX.

De la Guerra de Crimea (1853-1856), de la de Secesión en los Estados Unidos (1861-1865), de la franco-prusiana de 1870 y de la de los Boers (1889-1902) nos han llegado las ilustraciones que acompañaban en los periódicos y revistas las crónicas de los corresponsales de guerra. Estos grabados hacían la función informativa que unos años después harían las fotografías.

La imagen que reproducimos de la Guerra de los Boers es un grabado realizado a partir de una fotografía de F. C. Harrison. El título de la ilustración, realizada por Frank Dadd, es La Cruz Roja y la guerra: un tren ambulancia llegando a Durban. El texto dice: «Los trenes de la Cruz Roja circularon entre Ladysmith y Durban hasta que la línea fue cortada al sur de Ladysmith por los Boers cuando estos invadieron el pueblo. El tren representado en nuestra ilustración ha traído algunos heridos del frente.»

De la Guerra ruso-japonesa (1904-1905) nos han llegado también ilustraciones de trenes ambulancia. Una de ellas, un dibujo de 1904 a tinta atribuido a D. Macpherson, muestra a dos enfermeras con pacientes que yacen en literas en un tren ambulancia ruso.

 

Le Petit Journal de París publicó el 15 de mayo de 1904 una ilustración en la que un pelotón japonés estaba acechando a un tren ruso con una bandera de la Cruz Roja en la locomotora y otra en uno de los coches. En el dibujo no se ve ningún soldado disparando, pero el pie de la imagen se refería a «japoneses disparando a un tren de la Cruz Roja rusa que transporta heridos a Port Arthur por la vía del Transiberiano». Curiosamente, en uno de los cromos que salían en las tabletas de chocolate de la marca Ametller, apareció en 1905 una adaptación de la misma imagen, aunque ahora hay menos soldados japoneses, que han bajado de una veintena a siete, y el tren ruso no lleva identificaciones de la Cruz Roja. El dorso del cromo dice: «Emboscada japonesa sorprendiendo un tren militar ruso».

 

Es en la Primera Guerra Mundial que empiezan a publicarse ilustraciones de trenes ambulancia que van más allá de las hechas a partir de una fotografía. Como parte de la propaganda y la recolección de fondos, ambos bandos publicaron postales con imágenes de trenes hospitalarios y personal de la Cruz Roja en acción. En algunos casos es evidente que se trata de ilustraciones ya existentes a las que se les han añadido encima las cruces rojas sobre fondo blanco, en otras, el dibujante ha realizado imágenes nuevas de convoyes con el personal sanitario.



 

La eclosión de las vanguardias artísticas, entre ellas el futurismo, coincidió con la Primera Guerra Mundial. Esta corriente, poética y plástica, ensalzó la idea y la imagen de la velocidad y de la máquina, ferrocarril incluido, y uno de sus representantes, Gino Severini, realizó en 1915 dos telas sobre los trenes hospital, sus títulos: Tren de la Cruz Roja atravesando un pueblo y Tren hospital. Estos dos y otros que representaban trenes blindados y de transporte de tropas, los pintó durante su estancia en un pueblo de las afueras de París donde vivió junto a una vía de tren por la que circulaban trenes militares día y noche. La fracturación del paisaje en la obra de Severini remite a la percepción de un objeto veloz y el contraste de colores quiere sugerir la potencia y ruido del convoy.



Al otro lado del canal, en Inglaterra, la poeta Carola Oman se alistaba como enfermera voluntaria y, de su tarea, nació su poema, publicado una vez acabada la contienda, Unloading Ambulance Train (Descargando el tren ambulancia). En la estación, por debajo de los gemidos de dolor, de los gritos del inspector ferroviario y del ruido de la lluvia, se escucha una canción antigua. Una melodía que suena en el chirrido del tren cuando se detiene junto al andén con las camillas donde descargará su cargamento de sufrimiento. Y concluye la autora que esta canción antigua ha acompañado el regreso a casa de los heridos desde la guerra de Troya.
[…]
¿Es un canto antiguo
llegado de alguna orilla clásica?
Los camilleros se ponen de pie
dos en cada extremo.
Se agachan y levantan
donde las puertas se abren de par en par
con luz amarilla de llamas.
Hacia el exterior oscuro
pasa cada camilla. Aquí
(como si a cada uno en su féretro
llevaran con pena)
todo es paz, y un canto sordo.
[…]
Otro curioso poema inglés de estos mismos años es el que narra la presentación a los habitantes del pueblo de un tren ambulancia construido en los talleres de Wolverton. Los vecinos pagaron entrada para verlo y el dinero recaudado fue destinado a los fondos de ayuda. Se trataba de un convoy de 16 coches con capacidad para 362 pacientes junto con el personal sanitario, pintado de color caqui y con una cruz roja en cada puerta. Un poeta aficionado anónimo publicó un poema al respecto en el periódico local:
Era sábado, veinticinco de marzo,
era la una de la tarde,
y se reunía alrededor de la puerta de entrada
toda una multitud de hombres.
que habían traído a sus esposas e hijas
para ver el Tren Ambulancia.

El objeto valía la pena,
la entrada era de seis peniques por persona
y la gente estaba ansiosa por pagar su parte,
ayudar al "Socorro del soldado".

Y así esperaron, allí de pie,
pacientes, ordenados, pulcros.
[...]
Pero el día se tuerce cuando un grupo de notables del pueblo, algunos de ellos altos cargos de la empresa constructora del convoy, se saltan la cola para visitarlo. El poeta local se lamenta entonces de que:
Todavía hay algunas lecciones
que tienen que aprender,
un nivel que tienen que subir,
hasta que se les meta en sus pomposas cabezas
que ellos y los trabajadores son uno,
que no sólo ellos tienen conocimientos,
los capataces de “Wolverton”.
Al entrar su país en guerra junto a los aliados, el pintor australiano Harold Septimus Power fue enviado a Francia por el gobierno para hacer dibujos y cuadros que documentaran la acción de sus tropas. En 1918 pintó Un tren de la Cruz Roja, Francia. A pesar de que se trata de un pintor oficial del ejército, la pintura está realizada en el estilo propio del artista, alejado de la rigidez de los dibujos anteriores. Lo mismo puede decirse del dibujo coloreado de Olive Mudie-Cooke, una de las pocas artistas oficiales inglesas, que representa la descarga nocturna de heridos en el andén del Hospital de Etaples.



En la Guerra Civil española, dos poetas coincidieron en escribir un poema con el título El tren de los heridos. Un fue Rafael Duyos y el otro Miguel Hernández. Duyós puso el acento en la hombría y la españolidad de los heridos:
[…]
A lo lejos brillan, tímidas,
las luces de Ponferrada,
mientras en la estacionzuca
unas mujeres aguardan
con un alivio de cántaros
para bocas que se abrasan...

Y el tren sigue su camino
–sangre, vendas, sueros, gasas...
sin un ¡ay!, porque son hombres
los que lleva,
¡hombres de España!
[…]
Mientras que Hernández le da profundidad al tema y el paso del tren transmite frio y pide silencio.
[…]
El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.

Silencio.

Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
el corazón de los que malhirieron.

Silencio.
[…]
En 1965 el escritor Meliano Peraile publicó el relato Tren de los heridos en el que se sigue a corta distancia el pensamiento y las percepciones de un soldado durante el trayecto hacia el hospital. He aquí dos párrafos que son un buen ejemplo del enfoque del autor:
Un rumor pasaba y repasaba a lo largo del departamento. Para Juan era el sanitario de guardia vigilante entre las dos hileras de camillas. «Si ese quisiera leerte la tarjeta…» Pero inmediatamente se arrepintió. «Si llevas un buen recado te va a engañar, leyéndote lo que se les ocurra…»

Tableteaba el tren. Juan imaginaba un montón de tablas botando y rebotando. Piafaba el tren. Juan fabulaba un enorme caballo, con crines de humo, y haciendo equilibrios en las paralelas de un circo inmenso, extendido por el campo. Al instante, Juan sonreía y le echaba la cupa a los residuos de los calmantes.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la representación por parte de los artistas de los trenes ambulancia no cambió demasiado respecto de la primera. La pintora inglesa Evelyn Dumbar, que se distinguió por reflejar en su obra el papel de la mujer en esta contienda, también representó el trabajo en los trenes ambulancia, como en Tren hospital (1942). A partir de esta guerra, ya es más difícil encontrar dibujos y pinturas de los trenes ambulancia y del personal que viaja en ellos, la fotografía toma su lugar. Aunque hay excepciones, como la ilustración con estética de dibujo técnico de la publicidad de la New York Central.


domingo, 6 de julio de 2025

Salvadores de trenes locales

La cadena de televisión británica ITV estrenó el año 2021 la serie The Larkins (Los Larkin). Se trata de una nueva adaptación de la novela The Darling Buds of May (1958, Los amados brotes de mayo) de H. E. Bates. La obra fue un éxito, el autor continuó la saga y se hicieron una película, una obra teatral y una serie televisiva, esta última en 1991. La adaptación del año pasado mantiene el tono naif del conjunto para narrar las confortables aventuras cotidianas de la familia Larkin en el entorno paradisíaco del paisaje del condado de Kent.

De los seis episodios de la versión de 2021, el que nos interesa aquí es el cuarto: En el que los Larkin salvan la estación de tren. Llega el momento de recolectar la cosecha de fresas y todos se ponen al trabajo; al mismo tiempo, el pueblo está preocupado porque la compañía ferroviaria ha anunciado el cierre de la estación local por ser deficitaria. Pop Larkin, el padre, moviliza a sus vecinos y convence a la maestra para que organice una excursión escolar en tren. Como tienen excedentes de fresas maduras, reparten cestitas de fruta entre los pasajeros.


A pesar del éxito de asistencia, la compañía sigue dispuesta a cerrar la estación. Entonces aparecen los dos personajes más ferroviariamente entrañables del capítulo: la trainspotter local y el dueño de la compañía. Continuar explicado el argumento ya seria spoiler.

 

La trainspotter es una chica crecidita que encarna esta tipología de aficionado al ferrocarril tan británica: rondar por estaciones y depósitos con un cuaderno en la mano marcando los modelos y números de serie de las locomotoras que uno consigue observar; su mundo es el ferrocarril y se desvive por explicar a quien quiera escucharla cualquier detalle de su funcionamiento. El dueño de la compañía es un empresario que hace lo posible y lo imposible para mantener su entrañable compañía en les años cincuenta del siglo pasado, es decir, cuando soplan vientos de nacionalización y cierre de líneas locales. Cuando el dueño les muestra a la trainspotter su maqueta ferroviaria, mantienen un diálogo que apreciarán todos los adictos a esta variante de la afición ferroviaria:
–Que alegría encontrar a alguien que aprecia la magia de estos mundos en miniatura…
–Sí, es como refugiarse en un lugar hermoso y tranquilo.

  

Las escenas ferroviarias fueron filmadas en la estación de Horsted Keynes que pertenece al Bluebell Railway, una línea preservada de 17,7 km en West Sussex. Es un ferrocarril que destaca por la conservación de la estética de los años 20 del siglo pasado, lo que lo hace muy visitado por los aficionados y escenario de muchas películas y series de televisión. Se han filmado en sus instalaciones escenas de más de 500 producciones, entre ellas Las aventuras de Sherlock Holmes (1985), 102 dálmatas (2000), La mujer de negro (2012), Downton Abby (2014), Endeavour (2013) o Black Mirror (2018) por citar algunas de las estrenadas en España.

La temática y desarrollo de este episodio de The Larkins tiene ciertas analogías con el segundo episodio de la tercera temporada de la serie de la BBC To the Manor Born (1979-1981) titulado Save the Railway Station! Esta comedia de situación se basa en las relaciones entre Audrey Forbes-Hamilton, la antigua propietaria de una casa señorial, y Richard DeVere, el empresario nuevo rico que es quien le ha comprado la propiedad. De la compra ha quedado excluida la casa de invitados, que es donde vive Audrey. En España, esta serie fue emitida por algunas cadenas autonómicas.

Cuando la British Railways decide cerrar la estación local, Audrey organiza una campaña entre los vecinos del pueblo para salvarla, mientras que Richard decide comprar el edificio de la estación para instalar en él un supermercado de su cadena. Finalmente, la decisión del condado de destinar el edificio de la estación a albergar la nueva escuela secundaria del pueblo da al traste con los planes del empresario. Pero la alegría de la conservacionista Audrey dura poco y se moviliza de nuevo cuando se entera que Richard comprará el histórico edificio de la antigua escuela para instalar allí su supermercado.


Para iniciar su campaña de preservación, Audrey decide hacer trabajo de campo: tomar el tren, cosa que no ha hecho en su vida. Mantiene una hilarante conversación con el jefe de estación cuando le compra el billete y, de regreso al pueblo, va hacia la cabina de conducción del tren para darle las gracias al maquinista por el magnífico viaje. 


En una de sus visitas a la estación, la señora venida a menos rescata un escudo de armas de su familia que había quedado olvidado en los servicios desde los tiempos en que sus antepasados promovieron la llegada del ferrocarril.

El episodio fue filmado en la estación de Maiden Newton en la línea Heart of Wessex, que se mantiene abierta por el interés y la cofinanciación de los entes locales y comarcales. Anécdota: puede verse brevemente el cartel con el nombre real de la estación al final del episodio en la escena en que Richard DeVere toma el tren, un automotor diésel DMU class 101.

Ambas series comparten, pues, este entrañable amor, tan británico, por los trenes y entornos ferroviarios preservados. Aprecio que ya forma parte de su tradición fílmica. En efecto, en 1953, el director británico Charles Crichton rodó The Titfield Thunderbolt (Los apuros de un pequeño tren) que fue la primera reacción cinematográfica a la racionalización que por aquellos años estaba haciendo British Railways de su red, y que supuso el cierre de ramales secundarios y locales no rentables o que difícilmente podían competir con el autobús.

 

Cuando la compañía anuncia el cierre de la línea, los vecinos de Titfield deciden gestionar ellos mismos el servicio ferroviario. No es fácil porque deben superar la inspección correspondiente, pero les estimulará su entusiasmo y encontrarán el apoyo de un paisano rico y excéntrico que quiere disfrutar de la ausencia en el ten de limitaciones horarias en la venta de alcohol.

 

Los dos dueños de la compañía de autobuses que pretende aprovecharse del cierre del ferrocarril utilizan sus malas artes: ponen obstáculos en la vía, perforan los tanques de las aguadas y descarrilan el convoy. A estas acciones, los entusiastas vecinos del pueblo responden con dos iniciativas. La primera es robar una locomotora a otra compañía, a la que, en una ridícula y desafortunada escena, hacen circular sin railes por las calles del pueblo. La segunda iniciativa es utilizar una máquina preservada y mantenida en orden de marcha en un museo cercano. Todo son dificultades, pero al final pasan la inspección del ministerio de transportes y todo acaba bien.

 

En esta ocasión el escenario ferroviario del ramal ficticio Titfield – Mallingford fue un tramo de vía de once quilómetros entre Limpley Stoke y Camerton en Somerset. La estación era una parada desaparecida en Monkton Combe, a solo tres quilómetros al sureste de Bath. La estación había cerrado a los pasajeros en 1925, aunque la línea se utilizó para carga hasta el cierre de las minas de Camerton en 1950.

El mismo año del rodaje de The Titfield Thunderbolt, Luís Buñuel dirigió la película La ilusión viaja en tranvía. El año anterior se había iniciado en México el proceso de desaparición de los tranvías que culminaría 1979 y la película tiene aires preservacionistas.

 

El conductor y el maquinista del tranvía 133 de la compañía de la ciudad de Méjico quedan desolados al saber que su vehículo será retirado de la circulación y llevado al desguace. Como homenaje, lo sacarán en secreto del depósito y recorrerán con él la noche citadina en un trayecto que se irá complicando a medida que avance la noche, y en el que irán dando servicio irregular a los miembros de su compañía de teatro aficionado y a un grupo de carniceros. Las cosas se tuercen por la intervención del celador y no pueden devolver el tranvía al depósito, de manera que pasan el resto de la noche en él, pero al acudir por la mañana al depósito, se encuentran el paso cerrado y acaban dando un servicio especial a un grupo de escolares. 


La pasión de uno de los protagonistas por la hermana del otro, que les acompaña en la peripecia, y la incursión de un exempleado de la compañía, completan la trama. Este último personaje encarna el prototipo de extranviario que no puede vivir sin estar cerca de sus añorados coches; su ilusión por ver y controlar los tranvías y sus ansias de ayudar a la compañía casi resultan fatales para el trío protagonista, pero al final consiguen devolver el tranvía con la complicidad del celador.

 

Se trata, pues, de una joya cinematográfica en la que el tranvía es el protagonista absoluto, la cámara lo mima desde todos los ángulos, igual que lo miman los dos protagonistas. Los pasajeros accidentales que lo abordan, en especial cuando recorre ramales sin servicio, lo hacen con el sentimiento que da título a la cinta, como si su aparición fuera la única manera de no sentirse rechazados por la gran ciudad.

Volviendo a Gran Bretaña, con las series y películas citadas comprobamos una vez más que preservar escenarios y material ferroviario permite hacer filmaciones en ellos, lo cual, a su vez, estimula el deseo de que se sigan preservando vehículos y líneas históricas. Los aficionados españoles las miramos lamentando que nuestro ferrocarril no haya recibido el mismo trato.

viernes, 6 de junio de 2025

Paleofuturo y retrofuturo ferroviarios (2/2)

 

En la entrega anterior vimos cómo nuestros antepasados imaginaron su futuro, fueran previsiones razonables o fueran en exceso fantásticas, todas ellas las englobamos ahora en lo que llamamos paleofuturo. El retrofuturo es algo distinto, es una creación hecha en la actualidad, es un género literario, cinematográfico y plástico que imagina y recrea pasados ficticios. La mayoría de las variantes del retrofuturo (steampunk, dieselpunk, atompunk y ciberpunk) suelen inscribirse dentro del género de la ciencia ficción.

El steampunk imagina un mundo en la época del vapor con fábricas y edificios victorianos muy historiados en los que viven y trabajan personajes con elegantes vestidos complementados por sombreros y monóculos, y que usan todo tipo de vehículos, armas y trenes movidos por máquinas de vapor muy evolucionadas. Para acabar de situarnos en este mundo fantasioso, basta contemplar la ilustración procedente del cómic La Banda Bómbice (1999), de los autores franceses Corbeyran y Cecil, en la que vemos una estación de tren y un convoy que nos dan una perfecta idea de la estética a la cual nos estamos refiriendo.

 

Una manifestación cinematográfica norteamericana de este subgénero es Wild Wild West (1999), dirigida por Barry Sonnenfelden. El argumento se basa en el intento de un general exconfederado de derrocar al presidente y repartirse los estados con las antiguas potencias coloniales europeas. El protagonista viaja en un tren con todo tipo de mecanismos, paneles que ocultan resortes y artilugios a vapor y se enfrenta a ingeniosas máquinas de guerra, arañas mecánicas gigantes incluidas. No se pierdan la secuencia en la que emplea los artilugios mecánicos de su tren para asaltar el convoy blindado del general rebelde. El vestuario de los personajes y la decoración de los espacios interiores de los edificios y del tren tienen un papel esencial en la construcción de la atmósfera steampunk.

 

Back to the Future. Part III (1990, Regreso al futuro III) de Robert Zemeckis tiene tintes de steampunk. El joven protagonista viaja en su coche máquina del tiempo de 1955 a 1885 para rescatar al sabio. A la hora de regresar, el motor del ingenio no tiene suficiente potencia y, para darle el impulso inicial, el protagonista recurre al empuje de una locomotora de vapor. Para mostrar al espectador cómo pretenden acelerar el coche utilizando un cambio de agujas y una vía que acaba al borde de un barranco, construyen una divertida maqueta con material técnico reutilizado, muy en la línea de la estética steampunk, que es la que ambienta el cobertizo donde trabaja el sabio cuando se encuentra en el Far West de 1885. La escena final del regreso en una locomotora a vapor voladora y que actúa como una máquina del tiempo es la que tiene un sabor steampunk más intenso.

 

El escritor británico China Mieville, en su trilogía Bas-Lag nos presenta un mundo ambientado en una era postindustrial a caballo del siglo XIX y el siglo XX, con una tecnología basada en el vapor y una taumaturgia con categoría universitaria donde incluso los robots funcionan con circuitos de vapor en lugar de electricidad. En toda la serie el ferrocarril tiene un papel relevante y en la tercera entrega, El consejo de hierro (2004), se describe así uno de ellos:
El tren perpetuo avanza lentamente con pequeños giros de sus ruedas. Empujado por cuatro moles cuajadas de chimeneas de diamante, que escupen su humareda desde varios metros de altura. Inmensamente más grandes que las locomotoras de los trenes elevados de Nueva Crobuzon. Este modelo, diseñado para las tierras salvajes, lleva quitapiedras, y unos potentes faros delanteros, y los insectos rozan sus cristales como si fueran las yemas de incontables dedos. Su campana es como la campana de una iglesia. Hay un vagón blindado con una torre artillada. Una oficina sobre ruedas, vagones cerrados que contienen los suministros, algo que parece un salón, un vagón (como mínimo) manchado de sangre, un matadero sobre ruedas, y después un vagón muy alto, con grandes ventanales, pintado de dorado y cubierto de símbolos de los dioses y de Jabber. Una iglesia. Cuatro, cinco enormes vagones con puertas minúsculas y filas de ventanitas, barracones con literas triples abarrotados de hombres. Los coches-cama se hunden bajo su propio peso por el centro, como si tuvieran grandes panzas hinchadas. Hay vagones de carga, abiertos y cerrados. Y tras ellos vienen las cuadrillas. La música de los martillos.

Del mismo año 2004 es la ambiciosa y espectacular película japonesa de dibujos animados Steamboy producida por Katsuhiro Otomo. La acción se desarrolla en 1866, durante la Exposición Universal de Londres, y recrea de un modo muy atractivo el contexto social y tecnológico de la época, la del pleno desarrollo de la revolución industrial. Los personajes están bien trazados, los detalles cuidados hasta el límite y los escenarios industriales perfectamente documentados. Contiene secuencias extraordinarias: una persecución ferroviaria, acción en el interior de fábricas, conducción de máquinas de vapor y, como se trata de un filme steampunk, una batalla entre buques, tanques, máquinas infernales y soldados robots, todos impulsados por máquinas de vapor que consumen carbón. En el fotograma que reproducimos vemos un tren convencional, la bicicleta a vapor que ha inventado el protagonista y un engendro mecánico que lo persigue.


Muchos artistas plásticos, especialmente ilustradores, se han recreado en este subgénero creando estaciones y ferrocarriles fantasiosos que se suponen movidos por potentísimas máquinas de vapor. También los guionistas y dibujantes de novelas gráficas han hecho buenas creaciones como la ya citada La Banda Bómbice o la francesa Clockwerx (2010) de Handerson, Salvaggio y Hostache; en ambas el ferrocarril tiene un lugar al lado del resto de vehículos y engendros mecánicos.

 
Para celebrar el 175 aniversario de los ferrocarriles alemanes, la operadora Arriva le encargó a la artista Gudrun Geiblinger que maquillara la locomotora class 163.001 Taurus. El diseño propuesto se inspira en la Adler y tiene tintes steampunk. Colaboró en el diseño la empresa de modelismo Roco, que la reprodujo y comercializó en escala H0.

 

El steampunk ha tenido una vertiente relacionada con el cosplay y el mundo de la moda, y los aficionados celebraban encuentros en los que lucían sus vestidos y curioseaban en los puestos de artesanía, moda, literatura, joyería y arte steampunk.

 

El dieselpunk toma la estética de las realizaciones industriales art decó de los años 20 del siglo pasado y la utiliza para elaborar relatos, ilustraciones y películas cargadas de nostalgia en las que se recrea un futuro en el que los paradigmas añorados aún están vigentes. La película Sky Captain and the World of Tomorrow (2004) se inscribe de lleno es este subgénero; no aparece ningún tren en ella porque, si el ferrocarril era protagonista en el steampunk, ahora el centro de atención es el motor de combustión interna de automóviles y aviones. Aun así, este subgénero no pudo resistirse a la estética art decó de los ferrocarriles. El artista ruso Alexey Lipatov es el autor de la ilustración Llegada a utopía, que da perfecta idea de la estética dieselpunk aplicada al ferrocarril. Los aficionados al dieselpunk, cuando miran el ferrocarril, quedan fascinados con las formas de los trenes aerodinámicos americanos (el M-10000 de la Union Pacific y el Zephyr de la Burlington) y especialmente con los diseños de Henry Dreyfuss. 


Un poco más extrema es la ilustración que encabeza esta entrada y que representa unas locomotoras con motores diesel enormes en su parte trasera suspendidos en un taller de estética industrial ciclópea.

El subgénero atompunk ha absorbido mucha de la estética futurista que vimos en el artículo anterior cuando las compañías ferroviarias y las revistas de divulgación tecnocientífica especulaban con convoyes movidos por reactores nucleares. La serie Supertrain (1976), de la que sólo se emitieron nueve episodios, estaba ambientada en un tren bala de lujo, propulsado por energía nuclear y equipado con las suntuosidades de un crucero tales como salones, piscina y centros comerciales. Se suponía que el tren tardaba 36 horas entre Nueva York y Los Ángeles y este tiempo lo dedicaban los pasajeros y la tripulación a sus escarceos amorosos, conflictos vitales e intrigas entrecruzadas; en definitiva, un Vacaciones en el mar en un tren atómico.


En el caso del ciberpunk los novelistas y los ilustradores son menos prolíficos en el uso del ferrocarril, en la mayoría de los casos son un elemento más de sus ciudades superpobladas, con altos rascacielos tapizados de pantallas y carteles luminosos, ciudadanos conectados al ciberespacio, aunque casi siempre, como si de una gran urbe japonesa se tratara, aparece un tren elevado que pone una traza de luz y velocidad a la imagen.

viernes, 2 de mayo de 2025

Paleofuturo y retrofuturo ferroviarios (1/2)


Paleofuturo es el término que denomina las representaciones gráficas y literarias que, en el pasado, mostraban como se imaginaba el futuro en aquel momento. Cada época ha imaginado como seria su futuro y lo ha plasmado tanto en sesudos artículos prospectivos como en manifestaciones artísticas.

El retrofuturo es un subgénero literario y un entorno visual que recrea pasados imaginados y ficticios. Suele tomar denominaciones distintas según la época recreada, así el steampunk se ambienta en una época victoriana con máquinas de vapor muy potentes, el dieselpunk, en la época del art decó y de los motores de combustión interna, y el atompunk, en los inicios de la industria nuclear.

El ferrocarril tiene su espacio en todas estas manifestaciones y siempre ha sido visto y representado como algo positivo, optimista y vinculado a un progreso limpio y justo.

Paleofuturo

Explorar la manera como nuestros antepasados imaginaban su futuro no es sólo una diversión interesante, sino que también tiene interés para los sociólogos y los historiadores. Existen muchos blogs en los que se publican joyas del paleofuturo reproducidas de revistas, cromos, relatos o películas, y también pueden encontrarse artículos rigurosos sobre el tema en National Geographic o en la BBC. En la mayoría de los casos, estos futuros fueron muy distintos a como se imaginaron o, simplemente, no fueron posibles porque no se tuvieron en cuenta todos sus detalles. Un ejemplo: Una imagen de una serie francesa de cromos de 1910 vaticinaba que en el año 2000 la incómoda leña y sus sucias cenizas podrían ser substituidas en la chimenea por una nuez de metal radiactivo para calentar confortablemente los salones. En el caso de los trenes, las propuestas no fueron tan peregrinas, pero las hubo de todos los colores.

En 1900, la proximidad del cambio de siglo estimuló a los dibujantes a imaginar como sería el mundo cien años después y sus creaciones aparecieron en algunas revistas, en postales y en cromos de productos de pastelería. Tuvieron poca circulación y fue con la expansión de la ciencia ficción en los años 70 del siglo pasado que se recuperaron y popularizaron. En la serie francesa aparece, junto a la calefacción por radio radiactivo que hemos citado, una anticipación del tren eléctrico que uniría París con Beijín en el año 2000 (ilustración de cabecera).

Treinta años después, las revistas de divulgación tecnocientífica dedicaron portadas a imaginar el tren del futuro. La norteamericana Science and Mechanics propuso en 1933 un tren con ruedas esféricas que circularía por un carril en “U” alimentado por una catenaria convencional a 300 km/h. 


La japonesa Shonen Club publicó en 1936 una serie sobre el transporte en el futuro que incluyó un tren que circularía con dos pequeñas ruedas sobre un monorraíl impulsado por una hélice de avión y equilibrado por una aleta trasera. 


Muy parecida, aunque con mucha mayor envergadura, es la propuesta de James B. Settles de 1943 de un monorraíl que se supone controlado con giroscopios. 


En cualquier caso, hay que ser muy prudente a la hora de considerar estas imágenes porque, a menudo, una de las facetas del retrofuturismo consiste en crear ilustraciones con la intención de que pasen como realizadas años atrás. De hecho, ilustraciones tardías como la que reproducimos de James B. Settles de 1943 están ya en la frontera del retrofuturismo, aunque este término no fuera acuñado hasta 1983 por el editor norteamericano Lloyd John Dunn.

Hubo un momento en los Estados Unidos en que los trenes imaginados y los reales se acercaron mucho, esto sucedió en los primeros años treinta del siglo XX bajo la influencia del art decó. En el año 1934 hicieron su aparición triunfal en la red ferroviaria estadounidense el M-10000 de la Union Pacific...


 ... y el Zephyr de la Burlington. 

 

Estos trenes tienen en común el esfuerzo de sus diseñadores pera dotarles de una estética aerodinámica avanzada y el que ambos trenes fueron convertidos en estrellas de la pantalla por la industria de Hollywood.

The Silver Streak (1934, El rayo de plata) de Thomas Atkins narra las aventuras y desventuras de un ingeniero que intenta vender su idea de un tren rápido, ligero y aerodinámico al presidente de la compañía. El proyecto es rechazado, pero la hija del presidente presenta el ingeniero a un constructor de locomotoras que se interesa por la idea. El prototipo no es del todo satisfactorio, pero es presentado en la feria de Chicago y acaba siendo utilizado para salvar una vida, hecho que desencadena el final feliz.

Simultáneamente, Howard Hawks dirigió Twentieth Century (1934, La comedia de la vida), que toma para el título el nombre del M-10000 que unía Nueva York con Chicago. Mientras que en The Silver Streak el tren forma parte del argumento en la medida que se pone a prueba su capacidad para llegar a tiempo y aparece desde todos los ángulos, en Twentieth Century no tiene otro papel que el de ser el escenario contenedor de una comedia cuyo argumento gira entorno a las relaciones entre una actriz de musicales y un director egocéntrico.

En 1935, Leonard Fields dirigió la película Streamline Express (El expreso aerodinámico) cuyo argumento se construye a base de colocar en el tren una colección de personajes dispares, asignarle una historia a cada uno de ellos y desarrollarla mientras el tren viaja de costa a costa. La cinta tiene influencias de las dos anteriores, pero presenta un tren aerodinámico de dos pisos y un gran ancho de vía.


La New York Central Railroad se preocupó asimismo por el aspecto de sus convoyes y, para revalorizar sus locomotoras de vapor, estrenó en 1937 la J3a 2-3-2 Hudson con el conocido diseño de Henry Dreyfuss.


Los trenes movidos por energía nuclear también tuvieron su rinconcito en los futuros imaginados, especialmente en la primera mitad del siglo pasado. En 1948 The Saturday Evening Post publicó una publicidad de la Association of American Railroads que especulaba con el tema: «Posiblemente la locomotora tendrá su propio reactor nuclear.» Aunque enseguida admite: «O quizás usará electricidad generada en una central atómica. Pero lo que es seguro es que, de todas las modalidades de transporte terrestre, el ferrocarril ofrece las mejores oportunidades para un uso eficiente de la energía nuclear.»
 

No hay noticias de que se ensayaran trenes nucleares, pero por aquellos años, la revista de divulgación tecnocientífica Mechanix Illustrated especulaba con trenes supersónicos impulsados por reactores como los de los aviones.


 De hecho, en 1971, en la Unión Soviética, se realizaron ensayos de un tren con dos motores a reacción montados en el techo que fueron divulgados incluso en la revista Tekhnika Molodezhi (Técnica para jóvenes); los resultados no fueron satisfactorios y se abandonó el proyecto. 


Con estos dos ejemplos, hemos cruzado la difusa frontera que separa la creación artística imaginativa de los bocetos y anteproyectos técnicos. Algunos avances tecnocientíficos que ahora vemos como magníficos cristales de muchos quilates nacieron a partir de una imagen artística que actuó de cristal de siembra. Y no es menos cierto que algunas imágenes de anteproyectos son auténticas maravillas artísticas, pero este es tema para otro día.

En cualquier caso, el ferrocarril es una de las consecuciones de la tecnociencia que más ha hecho volar la imaginación de los ilustradores.

lunes, 7 de abril de 2025

La “Panderola” de Castellón y otros bichos

La “Panderola” es el nombre popular del ferrocarril tranvía de 750 milímetros que unió Castellón con el puerto del Grao y que se extendió hasta Onda pasando por Almazora y Villarreal. Circuló entre 1888 y 1963 y su función era llevar hasta el Grao azulejos y cítricos, aunque también tenía coches para viajeros. El ramal que salía de Villarreal y llegaba hasta el puerto de Burriana se clausuró en 1907. Existen diversas publicaciones sobre este ferrocarril y una de sus locomotoras está preservada y expuesta en el Parque de la Panderola en el Grao de Castellón. El apodo de "panderola", cucaracha, procede de su color y de su avance lento y oscilante.

Como la mayoría de ferrocarriles de vía estrecha que han circulado por nuestras comarcas atravesando zonas urbanas, la “Panderola” mereció el interés de muchos artistas mientras circuló y ha estimulado la producción nostálgica después de su desaparición.

El pintor castellonense Joan Baptista Porcar Ripollés (1889-1974) pintó decenas de telas de tema ferroviario. La mayoría están realizadas en su entorno inmediato, es decir, la línea de Barcelona a Valencia y, sobre todo, la de la "Panderola". En sus obras vemos estaciones, depósitos de locomotoras, muelles portuarios con vías, grúas y tinglados, playas de vías y pasos a nivel. Estos últimos a menudo muestran como la vía del tren divide el territorio o como crea una especie de tierra de nadie a su alrededor. Porcar pintó este ferrocarril en muchas ocasiones, dando repetidamente a sus cuadros títulos como La estación de la Panderola, Cocheras, Estacioneta, Pas a nivell, Paisatge del Grao, etc.


Las imágenes ferroviarias de Porcar tienen la característica de usar una perspectiva que inclina hacia el exterior los elementos verticales laterales, como postes o semáforos, y hace que la mirada del espectador se enfoque al centro de la composición, donde suelen convergir los raíles y tienen su espacio las estaciones, los almacenes o las grúas portuarias. Todo ello en beneficio de una mirada fascinada sobre el ferrocarril. El óleo sobre tela de 1950 titulado Espacial (Portuaria), que puede verse en el Museo de Bellas Artes de Castellón, es un buen ejemplo de su técnica de tratamiento del espacio y de la perspectiva. En él vemos las instalaciones del puerto del Grao y el servicio que prestaba el tranvía; en este entorno tan amplio, la locomotora, es un detalle muy pequeño, pero esencial. 


Desaparecida ya la "Panderola", han sido muchos los pintores aficionados que la han querido recrear en sus telas. En 2013, con motivo del 50 aniversario de su cierre, se realizó una exposición de pintores y escultores del Ateneo de Castellón; los más veteranos plasmaron en sus obras las imágenes de sus recuerdos y los más jóvenes, recreaciones de un pasado que hubieran querido conocer. Àngels Caballero es una de estas artistas que, con su obra a medio camino entre el bosquejo y la acuarela, transmite la nostalgia por el tranvía desparecido. 


Años antes, en 2005, Vicente Guerola Peris había dibujado la locomotora preservada cuando todavía se encontraba en el parque Ribalta de Castellón.

 

El vínculo de la "Panderola" con la industria de los azulejos se recuerda en algunos mosaicos con su imagen. En la plaza de La Pau de Castellón puede verse uno que reproduce una foto histórica.


Los hay también en otras ubicaciones, entre ellas un restaurante de Burriana que lleva su nombre. 


En 2009 fue colocada en Castellón, ciudad que se distingue por la notable presencia de esculturas en el espacio público, una obra de Felipe Fauvell que rememora la locomotora del tren tranvía.

 

Un ferrocarril de estas características ha generado, como es habitual, letrillas y canciones populares. La más conocida es una que dice:

De Castelló a Onda,
va el tren que vola;
per açò tots li diuen
la Panderola.
[De Castellón a Onda, / va el tren que vuela; / por eso todos le llaman / la cucaracha.]

También es muy popular la canción que compuso José María Peris con letra de José Martín:
De Castelló a Almassora
xim pum tracatrac.
De Castelló a Almassora,
xim pum tracatrac.
Va un tren que vola, leré
 
Va un tren que vola, leré
Va un tren que vola,
Leré, leré, leré, leré.
Va un tren que vola,
Leré, leré.

Era de gran ajuda
xim pum tracatrac.
Era de gran ajuda
xim pum tracatrac,
per als graueros leré
 
(…)

I ara com ja no vola
Xim pum tracatrac.
I ara com ja no vola
Xim pum tracatrac.
Està al "paseo" leré
 
(…)

Qui fa de guardagulles
xim pum tracatrac.
Qui fa de guardagulles
xim pum tracatrac,
algún llegüero leré
 
(…)
[De Castellón a Almazora / va un tren que vuela. Era de gran ayuda / para los grauenses. Y ahora como ya no vuela / está en el paseo. ¿Quién hace de guardagujas? / algún vigilante.]

La canción ha sido grabada por el grupo de música tradicional Els llauradors, por el de música infantil Carraixet y por el grupo Pleasant Dreams que hace una versión que lleva el tema al terreno del pop melódico.

Se han editado cuentos infantiles que explican la historia del tren tranvía, como es el caso de La Panderola, un tren que vola de Pep Castellano Puchol y Canto Nieto Sánchez. 


En 2021 se publicó un cómic con el mismo título obra de Joan Montañés Xipell.

El trayecto entre Castellón y El Grao que realizaba la Panderola, lo realiza ahora un trolebús con guiado óptico. Los castellonenses, se supone que por aquello de que el ferrocarril desaparecido era un tranvía de vapor, le llaman TRAM. La línea del trolebús no tiene catenaria cuando atraviesa el casco viejo de la ciudad y, en estos tramos, usa baterías y un motor diésel de baja potencia.

 

Las decoraciones actuales del trolebús son obra de Albert Estrada Sebastiá que, siendo alumno de la Escola d'Art i Superior de Disseny de Castellón, ganó el certamen que se convocó con un diseño que refleja la cerámica tradicional de la zona en tonos de la tierra, verde del campo, azul del mar y el naranja de la fruta, e incorpora las siluetas de algunos edificios y monumentos emblemáticos de Castellón como son el campanario llamado el Fadrí, el Ayuntamiento, el Planetario, la catedral de Santa María o la playa.

Nos encontramos, pues, ante un magnífico ejemplo de cómo un tren tranvía de 750 milímetros, nacido del espíritu emprendedor de su territorio, generó arte, tanto académico como popular, durante su funcionamiento y como lo ha seguido generando por ser parte del patrimonio a pesar de no haber sido preservado.