sábado, 15 de septiembre de 2018

Ferroviarios ocultos


Las representaciones en el arte de los distintos oficios ferroviarios suelen hablarnos de jefes de estación y de guardabarreras o nos muestran imágenes de maquinistas y de fogoneros, pero raramente en la literatura, en el cine y en las artes plásticas aparece el personal de talleres.

En las compañías ferroviarias trabaja un gran contingente de mecánicos, electricistas, informáticos, pintores, frigoristas, carpinteros y un largo etcétera que realiza su trabajo fuera de la mirada de los viajeros y de los artistas a los que les interesa el ferrocarril para sus creaciones. Con algunas excepciones, hay que recurrir al trabajo de los fotógrafos de empresa para encontrarlos.

Los fotógrafos de empresa tienen por cometido documentar material, edificios, obras, reparaciones, incidentes y todo aquello que sea relevante para la gestión y registro de la compañía. Se trata de un trabajo del que solo se espera rigor documental, pero hay casos en los que el fotógrafo no puede evitar proyectar en él su potencial artístico.

Francesc Ribera Colomer fue el tercero de una dinastía de fotógrafos que durante muchos años trabajó para Renfe en Cataluña, Aragón y País Vasco. La imagen que abre esta entrada corresponde a la reparación de una locomotora eléctrica en la cochera de Ripoll y en ella puede verse el trabajo oculto del personal de mantenimiento. La fotografía va más de la simple documentación de la reparación, busca captar la atmósfera de la nave y el ambiente de trabajo. 

El fotógrafo aficionado Manuel Garrido Carrillo, en clave de realismo social, fotografió también mecánicos y electricistas ferroviarios en 1987. Su obra fue seleccionada en el certamen fotográfico Caminos de hierro.


Danger Lights dirigida por George B. Seitz en 1930 debe ser de las pocas películas en las que aparece personal de talleres trabajando en el mantenimiento y reparación de locomotoras. La cinta narra la competencia por una chica entre el dueño de la compañía y uno de sus empleados, pero su interés ferroviario radica en que la mayor parte de la acción transcurre en el depósito base, donde el director se recrea con las maniobras, las circulaciones, en un pulso de empuje entre locomotoras y en el trabajo del personal de vía y de talleres.


Uno de los raros casos de ferroviarios de mantenimiento protagonistas de un relato literario es el de Trenes que pasan (2017, Trens que passen) de Dani Vilaró, en este caso se trata de un trabajador de mantenimiento del metro.
Después ya lo llevó mucho peor. Entrar a trabajar a las nueve y esperar la medianoche -cuando el metro cerraba puertas- para que se desatara el pico del trabajo, era una mala jugada. Los convoyes dormían en cocheras después de coser la ciudad por los cimientos y entonces comenzaba una revisión arrebatada de estaciones y túneles bajo los gritos y las miradas severas de los supervisores. Le gustaba la noche, sí, pero para quemarla, engullir cerveza tras cerveza y enredarse con chicas, no para fundirse bajo tierra como las ratas y repasar kilómetros y kilómetros de cable.