Buscando una camiseta para vestir los calores veraniegos, me he reencontrado la que me compré en verano del 2007 en el museo del ferrocarril de Lubliana, la capital de Eslovenia.
A raiz de la visita, escribí un artículo que se publicó en la revista HoobyTren número 172 de enero de 2008. Desde entonces, el museo no ha hecho sino ampliarse y mejorar. Si van de vacaciones por esa zona de Europa, no se lo pierdan.
Aquí va la transcripción:
MUSEO DE ESLOVENIA, UN PARAÍSO FERROVIÁRIO
El museo del ferrocarril de Ljubljana, capital de Eslovenia, se encuentra al oeste de la estación principal de la ciudad, en los terrenos que ocupaban los talleres de la antigua compañía yugoslava de ferrocarriles. El museo, al que se puede llegar fácilmente siguiendo los indicadores de tráfico, ocupa el edificio de la rotonda de locomotoras y unas naves situadas delante de su entrada. Junto a la puerta, en una pequeña oficina, una joven atenta y un poco aburrida, vende las entradas en forma de billete. El aficionado, que visita el museo en día laborable de la primera quincena de julio, habla un momento con ella, observa los libros y las camisetas que hay en las vitrinas de la recepción y entra en el desierto edificio de la rotonda.
Les locomotores expuestas son todas de vapor, la más antigua es de 1861 y la más moderna, de los años cuarenta del siglo XX. Podemos ver máquinas en todos los estados de conservación, des de las que están en orden de marcha y realizan salidas, hasta cadáveres que requieren muchas horas de trabajo para que puedan volver a moverse. La arquitectura de la rotonda merece una buena mirada para apreciar la salida superior de humos, la estructura metálica de la cubierta i la pasarela que cuelga de ella.
A un lado de la rotonda, en un espacio no abierto a las visitas, pero en el que es imposible no tener la tentación de colarse, está el taller de restauración. El desorden organizado, el olor a grasa y a petróleo, los trapos junto a las piezas y las herramientas sobre los bancos son testigos de una esforzada y artesana actividad de restauración. Uno no puede menos que respirar a fondo para disfrutar de este olor a taller antiguo que es cada vez más difícil de encontrar. Dan ganas de sentarse tranquilamente a esperar que regresen los operarios, porque todo hace pensar que deben ser viejos ferroviarios voluntarios. Durante la visita, el aficionado se cruza con un veterano; el orgullo con que el hombre le indica que él ha conducido las locomotoras de vapor y la energía con que se mueve le convencen de que aquel viejo material está en buenas manos.
En las dos naves de delante de la rotonda, hay una magnífica reproducción de una oficina de jefe de estación del Imperio Austrohúngaro, sistemas de comunicaciones, pupitres de enclavamientos, uniformes, herramientas, vehículos de inspección de vías, semáforos, etc. En el exterior, hay unos postes de señales perfectamente conservados, una locomotora de vapor de cremallera, un torno capaz de mecanizar ejes de locomotora de vapor i coches de diferentes tipos.
Talleres que hablan
Sin embargo, lo que permanecerá como un recuerdo imborrable de aquella visita en la mente del aficionado, es el paseo por las instalaciones abandonadas de los talleres de la antigua compañía ferroviaria. Haciendo una generosa interpretación de la indicación de la persona a cargo del museo, “sí, puede dar un vistazo por fuera”, el aficionado da la vuelta al edificio del museo porque no quiere perderse una imagen de la parte exterior de la rotonda. Es una instalación bien conservada y que se utiliza para mover el material expuesto, pero la mirada se proyecta enseguida alrededor cuando uno es consciente de que se encuentra en el corazón del recinto.
El aficionado se paseó por las viejas oficinas vacías, de las que se había sacado todo el mobiliario y la documentación, pero en la que quedaban mudos vestigios: una caja con impresos de circulación vacíos, un calendario de chicas detrás de una puerta, un libro de horarios, una caja con máscaras antigás y otros efectos militares... Es el momento de terminar nuestro breve recordatorio histórico: el conflicto con sus antiguos socios servios sólo duró diez días y desembocó en la independencia de Eslovenia en 1991; en 2004 se incorporó a la Unión Europea.
La fundición es la joya del conjunto. Una fundición de tamaño mediano, asequible. Con el correspondiente almacén de modelos de madera para hacer los moldes y, en el exterior, montones de carbón de coque, uno de ellos dejado sobre la plataforma de un montacargas que nunca llegó a subirlo a la sala principal donde se encuentran los dos hornos.
Las instalaciones han sido abandonadas paulatinamente por la operadora eslovena de ferrocarriles durante los dos últimos años, a medida que se iban habilitando los nuevos talleres centrales, modernos y más alejados de la ciudad. La empresa que atiende los raíles ocupará la zona próximamente, y se prevé que el museo disponga de más vías para su material.
Mientras tanto, ahora que han callado los pitidos de las locomotoras de maniobras, el golpeteo acompasado de los martillos, el chirrido agudo de las sierras, el bajo continuo del martillo pilón y el zumbido sordo de los motores, las viejas instalaciones hablan des de su silencio para que nos fascinemos con este testimonio de una tecnología en vías de desaparición. La innovación tecnológica ha traído a este pequeño país las magníficas Taurus de Siemens que requieren instalaciones modernas, bienvenidas sean, pero sería una pérdida para la cultura que cayeran en el olvido estos viejos talleres.
Uno puede pasearse por estas instalaciones ferroviarias con el mismo sobrecogimiento con que visita un castillo medieval o un palacio barroco. Nos hablan de nuestros orígenes, de cómo nuestro presente se sostiene en la historia de la tecnología, nos habla de la manera de trabajar de nuestros padres, de sus sindicatos, de los ferroviarios que murieron en la Segunda Guerra Mundial luchando contra el nazismo y que son recordados en un monolito. Si se les mira y escucha con atención, estos talleres, vías y máquinas solitarios nos hablan de una clase especial de trabajadores, los ferroviarios, que aprecian su mundo como en pocos otros sectores ocurre.