sábado, 6 de diciembre de 2025

Pintando los metros del mundo

 

Decía el arquitecto y poeta Joan Margarit a propósito del metro:

El metro tiene connotaciones oscuras y al mismo tiempo de identidad. Quiero decir que si me despertara en el metro de alguna de las ciudades que conozco bien, sabría en cuál estoy enseguida. Por el interior de un vagón de metro se reconoce una ciudad, a pesar de ser un lugar marcado como ningún otro por el anonimato, un lugar donde, quietos y en silencio, no hay nada que hacer más que dormitar, leer o mirarse. Siempre acompañan al metro las bocas negras de los túneles, el brillo peligroso de las vías, el laberinto de pasillos y una extraña alegría al salir por una boca y encontrarse que la ciudad nunca es exactamente como se esperaba, aunque sólo sea ​​por la luz que en cada momento tienen las calles.

De todas estas consideraciones podemos encontrar su manifestación plástica de la mano de dibujantes, pintores y grabadores que han tomado el ferrocarril subterráneo como tema o como entorno para su obra.

Como si fuera realizado al dictado del poeta, en el dibujo de 1920 de Josep Simont titulado En el metro de Nueva York, los viajeros están mayoritariamente ensimismados, duermen, leen sus diarios o curiosean discretamente a sus compañeros de viaje. Solo las dos mujeres de la derecha conversan animadamente.

Si miramos en paralelo el dibujo de Simont con la tela The tube carriage (1954, El coche de metro) del pintor y escultor británico Edward Bainbridge Copnall, quizás sea un poco difícil estar de acuerdo con la afirmación de Margarit sobre la facilidad de reconocer la ciudad en la que nos encontramos mirando el interior de un coche de su metro. 

Mientras la obra del primero facilita la identificación reproduciendo fielmente el interior del coche y el vestuario y actitud de los pasajeros, el segundo idealiza el vehículo deja más a su imaginación el aspecto de los usuarios.

Tendremos una percepción muy distinta si contemplamos la pintura  People in the London Underground  (2009-2012) de Ewing Paddock y la de Isabel Panizo de 2019 relativa al centenario del metro de Madrid. Paddodck hace reconocible la ciudad por la característica rotulación de las estaciones londinenses. 

Panizo lo consigue rodeando a los viajeros sentados en el interior del coche con imágenes que nos remiten a la decoración que encontramos en los accesos, los andenes y los coches del metro madrileño.

Detengámonos un momento en la obra de Paddock. En junio de 2009 comenzó un proyecto de cuatro años consistente en la realización de veinticinco telas de personas en el metro de Londres. Como Margarit, Paddock considera que el metro es el lugar propicio para observar a los londinenses en toda su diversidad. Como le era imposible hacer pinturas en el metro, decidió crear una réplica de algunos asientos de sus coches en el estudio, de esta manera sus pasajeros podían sentarse y ser pintados sin ser interrumpidos por el ajetreo de las sucesivas paradas y el consiguiente trasiego de personas.

Salgamos del convoy y detengámonos en los andenes. El pintor chileno afincado en Madrid Tito Lucaveche captó en el óleo de estilo naif Estación metro de Chamberí (c. 1990) el ambiente colorista y alegre que se le supone a una estación de metro de un barrio popular; los coches tomados como modelo son de la serie 2000 y los pasajeros pareces salidos del escenario de una zarzuela.

En absoluto contraste, el pintor japonés que firma con el pseudónimo “Mr. from Fukushima”, nos ofrece una mirada hiperrealista del metro de Tokio en una tela de principios del siglo actual; la ausencia de personas y la pulcritud del andén y las instalaciones contribuyen a la imagen de limpieza y eficacia de las líneas de metro de la capital japonesa.

Seguimos en el andén. El óleo titulado Connect de Nigel van Wieck , pintor británico afincado en Estados Unidos, nos traslada al ambiente de los andenes del metro de Nueva York en horas valle; la sensación de soledad que contagia el personaje es muy característica de este artista al que se considera un seguidor de Hopper.

Lucaveche, “Mr. from Fukushima” y van Wieck comparten una mirada colorista y luminosa sobre las estaciones de metro, alejadas de las connotaciones oscuras de las que nos hablaba Margarit. En esta línea también cabe destacar a la artista inglesa Gail Brodholt y sus largas series de linóleos sobre ferrocarriles y, muy especialmente, sobre el metro de Londres. Las obras sobre el metro de Brodhold, de principios de este siglo, suelen partir de la forma circular de la sección del túnel, que es completada con los matices de las distintas estaciones y convoyes. 

Arnau Alemany contribuye a esta mirada luminosa con su grabado Metro (2010) en el que introduce elementos fantasiosos y clasicistas al proponer una salida de metro en medio de un paisaje imposible.

Cambiemos de mirada. Miquel Vilà nos propone  una visión más fría, anónima e incluso inquietante del metro en el óleo sobre tela Estación de metro (1992); intuimos que se trata de una estación de las línes L1 o L5 del metro de Barcelona, però el artista no nos ha querido dar detalles a favor de su mirada obscurantista. 

Podría decirse que, para entrar en esta estación, la escalera que debemos bajar es la que pintó el artista leridano Gregorio Iglesias Mayo en 2004 en la tela titulada Metro IV. Esta obra pertenece a una serie sobre el metro de París, en la que reconocemos la percepción del metro que pueden tener los que están solos en la ciudad con pocos medios, de los solitarios, de los que se refugian en él en momentos de precariedad; la tela reproducida nos muestra el vértigo del acceso a la faceta oscura. 

Situados en esta atmósfera inquietante, antes de bajar de nuevo al andén, prestemos atención a la obra de Leon  Kossoff de título Booking Hall Kilburn Underground (1987, Vestíbulo de taquillas del metro de Kilburn). Kossoff fue un pintor británico inscrito en la corriente figurativa conocida como Escuela de Londres (con Francis Bacon y Lucien Freud) que prestó especial atención a los entornos ferroviarios de esta ciudad, incluida la estación de metro de Kilburn, que pintó en varias ocasiones. La suya es una pintura carnosa, con muchas capas de material y que busca más la percepción del conjunto que los perfiles de los elementos, de manera que su representación del ferrocarril difiere en mucho de la manera como lo han hecho la mayoría de los pintores de su siglo.

Acabaremos con el caso singular de Yanina Fernández, una artista plástica de Rosario (Argentina). Si han viajado en el subte de Buenos Aires y han pasado por la estación de Loria en la línea A, no les pueden haber pasado desapercibidos los murales de Yanina. Los siete murales de esta estación son parte de una serie de catorce que realizó en 2015 por encargo de SBASE, la compañía pública del metro, que no pudo resistirse ante lo impactante, auténtico y rotundo de la obra. Las imágenes fueron realizadas con medios digitales a un tamaño idéntico al lugar al que eran destinadas después de ser impresas sobre vinilos y materiales similares.

Lo que más destaca a primera vista es la presentación de los distintos niveles de la máquina enterrada y extendida en el territorio urbano que es el metro. De un vistazo, apreciamos las bocas de la superficie, los andenes a distintos niveles, los pasadizos, las escaleras y los convoyes. Los trenes del subte que pinta la artista también tienen algo de orgánico, de ser que, cuando acabe su vida técnica útil, quiere ser recordado y preservado. No en vano, Yanina, es una absoluta reivindicadora del patrimonio histórico ferroviario y en su obra se percibe el lamento por el material rodante de 1913 que no se ha preservado. La apariencia de las imágenes es de modernidad, una modernidad que es capaz de sustentarse en la tradición de la pintura de tema ferroviario y plantear nuevas propuestas para los que se interesen por el tema en el futuro.