viernes, 7 de noviembre de 2025

Pasajeros de cercanías

Trenes de cercanías, "commuter trains", "trains de banlieue" son denominaciones en distintas lenguas de los servicios ferroviarios que conectan los alrededores de las grandes ciudades con sus centros. En algunos casos, estos servicios se combinan con metros que tienen tramos en superficie o con los tren-tram. En cualquier caso, son servicios ligeros, con frecuencias altas y con mayoría de pasajeros que los usan a diario para ir a sus puestos de trabajo o de estudio. Pintores, fotógrafos y escritores de distintos países se han mirado con interés los viajeros de estos trenes y han producido una cantidad notable de obra que los tienen como protagonistas.

Bajo el título Pasajeros-cercanos, el pintor Alberto Jiménez presentó la primavera de 2022 una serie de veinticuatro acrílicos en blanco y negro sobre tela en el Museo del Ferrocarril de Madrid. Los cuadros ivan titulados desde Pasajero 1 a Pasajero 24 y los personajes, excepto dos que están esperando en el andén, viajan en el interior de un tren de cercanías. El uso exclusivo del blanco y el negro la da a la serie un dramatismo fotográfico. Inscribibles en el nuevo figurativismo, los cuadros evocan la obra de Lucien Freud y tienen ecos del realismo social. Asistimos a un muestrario de actitudes en el tren durante el viaje: móvil, música, mirada al vacío, cabezadita, reflexión… algunos tienen junto a la cabeza un marmolado como el de las antiguas guardas de los libros que representan su ensoñación. El espectador de la serie casi puede entrar en la mente del pasajero retratado.


 

La multiplicidad de poses y actitudes que refleja Jiménez es la misma que la del relato 99 palabras de Manuel Cortés Blanco que, en 2016, fue el ganador del concurso de relatos breves que Cercanías de Madrid convocó bajo el título El tren y el viaje:
Ni una más. Sé que es misión imposible. Necesitaría miles para compartir cada historia que viaja entre mis vagones. La del joven tímido que encuentra refugio en cualquier novela... La de esa chica que le enamora, mezclando sonrisas con mensajes de móvil... La de aquel jubilado que no para... La del parado que sueña... La de un soñador despierto... La de esa actriz aficionada que interpreta cada día sin saberlo el papel de su vida...
No quisiera olvidar ninguna, pero tampoco tengo palabras.
¡Qué lástima! Porque siendo como soy el fantasma de este cercanías, podría contarles todas.
El pintor hiperrealista norteamericano Richard Estes, en el óleo sobre tela The L Train (2016), representa un coche de la línea neoyorkina que une el sur de Manhattan con Brooklyn en una hora valle que permite a los escasos viajeros sentarse distribuidos por el coche y aislarse en sus pensamientos o lecturas.

 

Es muy divertida la serie fotográfica Commuters (2014) del inglés Joe Butcher “October Jones”, un diseñador que es usuario habitual de los trenes de cercanías. La serie consiste en fotografías tomadas en el interior de los coches en las que juega a ponerles una cabeza de dibujo animado a los pasajeros que tiene a su alcance. Los personajes de ficción no son dibujados al azar, sino que selecciona el que más se ajusta al tipo y a la vestimenta del commuter fotografiado.

 

En el óleo sobre tela (2011) de Cristina Mejía Fernández que encabeza esta entrada, vemos un fragmento de un coche 447 de cercanías. Al fondo, un joven que aparentemente está conversando, en medio, una viajera que parece ensimismada aprovechando la tregua del tiempo de viaje para reencontrarse y, en primer término, una mujer que disfruta de la magnífica oportunidad para la lectura que es el trayecto.

A primera hora de la mañana, todos los cercanías tienen el mismo ambiente. En su micropoema Cercanías de 2009, Valentí Soler nos lo describe desde el andén:
Trenes de la mañana.
Detrás de los cristales,
regusto de sueño en los ojos.
Anteriormente, el pintor Joan Martí lo había hecho desde el interior en un pastel de 1985 que capta a los pasajeros del tren de cercanías que une la población de Sant Cugat del Vallès con Barcelona. Las actitudes se repiten: ensimismamiento, reflexión, lectura y, sobre todo, intentos de vencer el sueño matinal.

 

La atmósfera en los trenes de cercanías es cambiante. El madrileño Carlos del Pozo ganó el primer premio La Mota de libros de viajes con Raíles sobre la mar (2008), un viaje sentimental por la comarca mediterránea de El Maresme. Lo que tiene de original el libro es que el viaje se realiza en la línea de cercanías que la recorre a todo a lo largo. El viajero cubre en cada etapa la corta distancia entre una estación y la inmediata siguiente, pasa dos o tres días en el pueblo, lo visita, lo describe y continúa viaje. Relata el ambiente que hay en el tren a distintas horas del día y retrata la cambiante y variopinta galería de usuarios. Todo le parece bien menos no poder viajar en silencio:

Hay estu­diantes que repasan en alto y de modo colectivo sus lec­ciones, teléfonos móviles que retumban con su insólita colección de melodías sobre la cerrazón del vagón, unos árabes de mediana edad que vocean la belleza de su len­gua en la convicción de no ser entendidos por nadie, y hasta un par de jóvenes que, pese a ir dormidos, llevan conectados sus aparatos de música en principio para sus exclusivos oídos pero que tenemos que soportar los de­más.

La Mujer en un tren (2003) de Àlex Prunés transmite un momento del ir y venir de los cercanías alejado de las aglomeraciones y estrecheces de las horas punta; entonces, un trayecto junto al mar es todo un remanso de paz.

 

Más misterioso es el óleo sobre tela de grandes dimensiones Tren de cercanías (1987), de Amparo Escrivá Palacios, en el que los dos pasajeros encarados parece que han establecido comunicación a propósito de algo que han leído en el periódico mientras, a través de la ventanilla, vemos un territorio desapacible.

 

El filólogo y escritor madrileño Alonso Zamora Vicente publicó en la revista Ínsula de marzo de 1957 el relato Tren de cercanías en el que una dama de buena sociedad, elegante y presumida, toma un tren de cercanías hacia el centro de la ciudad. Durante el viaje va vaciando el contenido de su bolso sobre el asiento contiguo ante la sorpresa y curiosidad del resto de viajeros, hasta que, al final, aparece un revólver. La descripción del contenido del bolso es interrumpida por descripciones del ambiente en el tren:
Martita sube al vagón. Se sienta junto a una ventanilla, hacia la mitad. El pasillo central comienza a llenarse. Siempre acaba abarrotándose el pasillo en los trenes de cercanías, sobre todo a esta hora en que baja la gente a resolver asuntos en la ciudad. Martita coloca el bolso en el asiento de al lado, así no se sentará nadie.
[...]
Otra estación y más gente que sube y baja. Conversaciones en voz alta, recomendaciones, apuestas, pareceres, opiniones sobre cine, teatro, deportes, viajes, ciudades, gentes, política, horarios de trenes, crímenes, desfalcos, chicas, colores de moda, boîtes divertidas y cualidades espirituales de los catalanes, esa estúpida sabiduría universal del viajero charlatán, Martita despreciándolos.
[...]
Otra estación. Ya no cabe nadie más por los pasillos, palabras, palabros, apretones, blasfemias, esa inaceptable discusión por un sitio, mi sitio, su sitio, y nadie en su sitio. Martita sigue con su bolso y juzga idiota que alguien repita, enfadado, los letreros: 86 personas sentadas. Plataforma: 35 personas de pie. El mismo efecto que si dijesen: Es peligroso asomarse al exterior. O: Prohibido escupir, prohibido tirar objetos a la vía. Pobres gentes, ¡qué se habrán creído!
Por la noche, el talante de los viajeros vuelve a unificarse. El fotógrafo japonés Daido Moriyama documentó a medianos del siglo pasado los espacios más ácidos e ingratos de Tokio. En el metro y en la línea Yamanote de circunvalación, fotografió a los viajeros cansados regresando a casa unos años antes de que la administración se propusiera acabar con la suciedad en los convoyes.

 

La enumeración podría ser mucho más larga, pero la cerraremos con la obra fauvista que el pintor británico Marks Lawrence realizó en 1912 para la Underground Electric Railways Company de Londres, para ser usada en un cartel de propaganda. Su lema era Always Warm and Bright y celebraba que, desde la iluminación eléctrica instalada en 1905, los viajeros gozaban de una buena calefacción en los coches y podían leer fuera de día o de noche.