lunes, 16 de agosto de 2021

Amamantar en el ferrocarril (un relato y tres cortometrajes)

 

Al cogerlo entre sus dos manos, apareció en la punta una gota de leche.
(Guy de Maupassant)




En 1884, el escritor francés Guy de Maupassant publicó en una revista un relato titulado Idylle (Idilio) que fué recogido después en el volumen Miss Harriet. El relato está ambientado en un tren que circula entre Génova y Marsella. En un compartimiento coinciden una campesina de 25 años y un joven de 20. Ella, ha dejado a sus tres hijos con su familia para ir a trabajar como nodriza para una buena familia francesa, él, espera encontrar trabajo en la construcción; ella lleva maletas y un cesto con comida, él, un atillo con cuatro piezas de ropa y un par de herramientas. «El sol, que ascendía en el cielo, derramaba sobre la costa una lluvia de fuego; era en los últimos días de mayo; revoloteaban por los aires aromas deliciosos, que penetraban en los vagones por las ventanillas abiertas.» Ambos dormitan en su intento de soportar el calor.
Súbitamente, al salir de una pequeña estación, pareció despertarse la campesina, abrió su cesta, sacó un trozo de pan, huevos duros, un frasco de vino y ciruelas, unas hermosas ciruelas coloradas, y se puso a comer.
También el joven se había despertado bruscamente, la miraba, siguiendo con la vista el trayecto de cada bocado, desde las rodillas a la boca. Permanecía con los brazos cruzados, fija la mirada, hundidas las mejillas, cerrados los labios.
Comía ella con gula, bebiendo a cada instante un sorbe de vino para ayudar a pasar los huevos, y de cuando en cuando suspendía la masticación para dejar escapar un ligero resoplido.
Se lo tragó todo: el pan, los huevos, las ciruelas, el vino. En cuanto ella acabó de comer, el joven cerró los ojos. La joven se sintió algo apretada y se aflojó el corpiño. El joven volvió súbitamente a mirar.
Sin preocuparse por ello, la mujer se fue desabrochado el vestido; la fuerte presión de sus senos apartaba la tela, dejando ver, entre los dos, por la abertura creciente, algo de la ropa blanca interior y un trozo de piel.
Cuando la campesina se sintió más a sus anchas, dijo en italiano:
—No se puede respirar, de tanto calor como hace.
Entablan conversación, son de pueblos cercanos, tienen conocidos comunes. Ella, que cada vez tiene peor aspecto, les explica que «desde ayer no he dado el pecho, y estoy mareada, como si fuera a desmayarme. Con la cantidad de leche que yo tengo, es indispensable dar de mamar tres veces al día; de lo contrario, se siente una molestia.»

La continuación del relato es entrañable y no lo transcribiremos para no romper la satisfacción lectora de llegar a él siguiendo el flujo del texto completo.

Al final:
—Me ha hecho usted un gran favor. Se lo agradezco mucho, señor.
Pero el joven le contestó con acento reconocido:
—Soy yo quien le da las gracias, señora. ¡Llevaba dos días sin probar bocado!

En 1978, el director mexicano Jaime Humberto Hermosillo realizó un cortometraje con esta historia, pero ambientándola en una estación. Ahora los dos protagonistas esperan el tren que ha de llevarlos a Puebla y que se está retrasando. Hace un calor que casi impide respirar. Ella está sentada en un banco del andén y él, después de dormitar en distintos rincones, acaba sentándose en el mismo banco que ella. La conversación que establecen y el desenlace del cortometraje es absolutamente fiel al relato de Maupassant.


Por el deambular del joven por la estación, el espectador puede interpretar que el chico la está rondando atraído por su belleza y, de hecho, una de las reseñas del corto así lo daba a entender: «En una estación de ferrocarril se encuentra una chica, ella cree que hay un hombre enamorado de ella. Sin embargo, el hombre busca algo más que su corazón. Un drama que intenta explorar la deconstrucción de las relaciones humanas y lleva al espectador a un lugar conocido, donde puede verse reflejado.» Otra de las reseñas opinaba que estamos ante un «cortometraje que busca identificar las relaciones humanas a partir de la deconstrucción del amor.»

El relato puede encontrarse aquí y el cortometraje puede verse aquí. Juzguen ustedes si las reseñas tienen razón o si, simplemente, el cineasta quiso ser fiel al escritor.


Por si les interesa, hay también una versión de 1983 realizada por Françoise Prouvost. Incluso hay otra de 2016 de Justin Anderson (aquí) en la que la directora ha suprimido la frase final del relato y parece que no sea la misma historia.   

 

domingo, 1 de agosto de 2021

La migración en los poemas ferroviarios de Pedro Cano

 

Pedro Luis Cano Moreno, nació en Jaén en 1955 y residió en Santa Coloma de Gramanet desde 1964, un municipio del norte del área metropolitana de Barcelona. Murió hace unas semanas. Era poeta, letrista, productor musical y un referente en la vida cultural de su ciudad. Su poemario Viaje al estanque de los peces dorados (2000) es un recorrido por la experiencia de la migración que él vivió de niño. En el libro, el ferrocarril tiene un papel relevante. En este caso, se trata del tren llamado el Sevillano.

El expreso 703/704, apodado el Sevillano en Cataluña y el Catalán en Andalucía, salía de la estación Patio de Armas de Sevilla y hacía su trayecto vía Córdoba, Linares Baeza, Alcázar de San Juan, Albacete, Valencia y Tarragona, para rendir viaje en la Estación de Francia de Barcelona. Hacía inversiones de marcha en Alcázar y en Valencia, y prefería esta ruta más larga a pasar por la más corta de Granada, Baza y Murcia por tener esta última peores infraestructuras. En un inicio, en los años cincuenta, el trayecto sólo estaba electrificado entre Tarragona y Barcelona, de manera que las locomotoras que lo arrastraron fueron cambiando con los años. Tuvo un máximo de catorce coches y furgones. Para recorrer los 1136 quilómetros de su trayecto, invertía treinta horas en los años cincuenta y 19 horas en 1979. Se vendían billetes con derecho a asiento y billetes de pie, pero una norma tácita hacía que se cedieran los asientos a las mujeres y los mayores.


El poema "Conversación III" anticipa, desde los oídos de un niño, la decisión de la familia:
Mar verde. La ventana estaba abierta, desde la vega llegaban las voces del viento en su huida.
–Tengo los billetes de “El Sevillano”. Para Todos los Santos nos vamos.
Palabras que arañan. Susurro.
–Compréndalo, vamos en busca de una vida mejor.
Sueño en el vacío.
En "El viaje", la voz poética recupera los recuerdos del trayecto y sobre ellos va extendiendo, como capas de pintura, no sólo la reflexión adulta, sino también el mecanismo interior que convierte todo ello en material poético.
Diciembre, noche, 1962. Apeadero de tren, trasiego de maletas. Una cantina. Café con leche, aguardiente, frío. Un gran reloj marca las doce. Un niño mira y remira. Las agujas no avanzan, reloj fantasma. Por todas partes capotes verdes y voces, voces. Los niños inquietos quieren jugar. ¡Estaos quietos! Grito que oculta el miedo frente a la quietud de la vías. El niño mira a su madre hundido en la penumbra. Lágrima. Sangre y no agua. En sus espaldas un horizonte poblado de cadáveres alimentado por gachas de harinas negras. ¡Mamá, la niña quiere mear! Debajo de la noche el orín moja unos zapatos de plástico. A lo lejos un tren silva, rompe el silencio. Imagen lacrada: estoy sólo ante el relente... la luz indecisa de un cigarro avanza. ¡Preparáos! Cinco o seis maletas de cartón atadas con cuerda. Un botijo lleno de agua. Un hatillo de trapos. Una cesta y cuatro chiquillos. La tristeza-esperanza huía en vagones de tercera vigilada por los hombres-cicuta. Nadie despide al cortejo. Sólo el reloj que señala las doce. ¿Del día o de la noche?
[…]
El tren hace su viaje y la voz poética va y viene de la dureza del viaje a aquello que la familia está dejando atrás. La sequía y el caciquismo que les han empujado a marchar, las blasfemias al recordarlo, el paso del revisor, la bebida y la comida compartida entre viajeros, la abuela que se ha quedado sola en casa ante la lumbre, los viajes al lavabo inmundo, las preguntas de los niños… todo se va posando a lo largo del poema. Hasta que el tren llega a su destino: 
[…]
Días de hombres-cicuta: montado en su caballo se untaba de majestad entrando bajo palio. En el compartimiento una copla suena. Voces desafinadas. Fuera de ellas un dedo infantil resbala sobre el cristal, sin retomo posible. ¿Qué hora es? Las... llevamos dieciocho horas en el tren. Tinta sobre papel blanco. La sangre no coagula esparcida por la tormenta. Veintiocho horas de viaje. Estamos llegando… Voces. Voces y capotes. Un frenesí de bultos en la procesión del desamparo. ¡Tened cuidado! ¡No os soltéis de la mano! Humo sobre las personas con ademanes de argolla. Desnudos frente al abismo compartimos él frío. Mientras ante nuestros ojos se extendía el estanque de lo peces dorados...
¡Me cago en Dios y en la puta sequía!