jueves, 16 de marzo de 2017

Cercanías, la literatura de lo cotidiano III

En las dos últimas entregas vimos como los cercanías recorrían la literatura, ahora los veremos circulando por la pintura.

La expansión de las ciudades a principios del siglo XX a lo largo de las líneas suburbanas conformó el modelo de trenes de cercanías casi tal y cómo los entendemos ahora. Esto se deduce de las obras de aquella época que captan el bullicio y las aglomeraciones en los andenes. Fuera ya de las estaciones, vemos los convoyes circulando por las ciudades por pasillos ferroviarios entre los edificios o pasando elevados sobre las calles y las carreteras.

Los óleos, acuarelas y grabados que hemos seleccionado nos muestra cercanías de España, Inglaterra, Chile, Estados Unidos y Japón. Cada artista ha tenido su manera de acercarse al tema, unos se han fijado estrictamente en el material móvil, otros apenas lo han esbozado y han resaltado a los pasajeros, también hay quien ha querido reflejar el paisaje urbano con el tren integrado.

Siéntense en un banco de la estación del blog y vean pasar los trenes.

 Sherlock, Marjorie - Liverpool Street Station (1917)

Lozowick, Louis - Traffic (1930)

Yasui Koyata - Elevated Railroad (1932)

Rockwell, Norman - Commuters (waiting at Crestwood train station) (1945)
Masereel, Frans - The City

Catalá, José - Príncipe Pío

Brodholt, Gail - Factory Junction

Mr. from Fukushima - Seibu yellow 3000 system

Garcés, Eduardo - Santiago de Chile

Kiuchi, Tatsuro - Cercanías

Gómez, Xenxo - Atardecer en Chamartin

miércoles, 1 de marzo de 2017

Cercanías, la literatura de lo cotidiano II


En la entrega anterior vimos cómo la literatura del país donde nació el ferrocarril hizo materia narrativa de los trenes de cercanías desde sus inicios. Las compañías ferroviarias de la región de Londres encontraron en los promotores de las urbanizaciones suburbanas unos magníficos aliados, en nuestro país, en cambio, el fenómeno de las urbanizaciones metropolitanas ha estado vinculado al automóvil, con la excepción de algunos casos en Barcelona a principios del siglo XX. Esto explica que el seiscientos tenga su papel en la novela y, sobre todo, en el cine, y que el tren de cercanías esté poco presente. Aparece en algunos relatos de autores del realismo social y, posteriormente, va siendo tomado como escenario a medida que crecen las redes suburbanas.

El filólogo y escritor Alonso Zamora Vicente (1916 – 2006), Premio Nacional de Literatura 1980, en su relato Tren de cercanías de 1957 retrata cómo una señorita de casa bien entretiene el viaje revisando su bolso y extrayendo objetos para que sean vistos y admirados por el resto de viajeros; hasta que aparece una pistola que precipita un final insólito. Del relato nos interesa, ahora, el hecho de que presenta el viaje en cercanías como algo rutinario y tedioso.
Todos los jueves Martita baja a la capital. Martita vive en un pueblo suburbano, a veinticinco kilómetros del centro. Los trenes van y vienen por el sueño y la vigilia de Martita, una zozobra llena de horarios y tracatrá, y paisaje familiar, y combinaciones con el metro y el autobús, y la duda de si parará o no este tren en su pueblo. (…) El tren corre, alocado, por estos veinticinco kilómetros que Martita ya se sabe de memoria. Intenta, para llenar el tiempo, poner un poco de orden en su bolso, revolver, simular que busca algo.

El madrileño Carlos del Pozo ganó el primer premio La Mota de libros de viajes con Raíles sobre la mar (2008), un viaje sentimental por la comarca mediterránea del Maresme. Lo que tiene de original el libro es que el viaje se realiza en la línea de cercanías que la recorre a todo a lo largo. El viajero cubre en cada etapa la corta distancia entre una estación y la inmediata siguiente, pasa dos o tres días en el pueblo, lo visita, lo describe y continúa viaje. Relata el ambiente que hay en el tren a distintas horas del día y retrata la cambiante y variopinta galería de usuarios. Todo le parece bien al viajero menos no poder viajar en silencio:
Hay estu­diantes que repasan en alto y de modo colectivo sus lec­ciones, teléfonos móviles que retumban con su insólita colección de melodías sobre la cerrazón del vagón, unos árabes de mediana edad que vocean la belleza de su len­gua en la convicción de no ser entendidos por nadie, y hasta un par de jóvenes que, pese a ir dormidos, llevan conectados sus aparatos de música en principio para sus exclusivos oídos pero que tenemos que soportar los de­más.
Justo en la ciudad de Badalona, término del libro de del Pozo, se realizó el año 2009 una exposición conjunta del poeta Valentí Soler y el pintor Antoni Benages sobre los lugares característicos de la ciudad. No faltó la estación, a la que le dedicaron una acuarela, la que encabeza esta entrega, y un breve poema con cierto aire de haikú titulado Cercanías:
Trens del matí.                                 Trenes de la mañana.
Vidres endins,                                  Detrás de los cristales,
regust de somni als ulls.                  regusto de sueño en los ojos.
La rutina de un viaje de cercanías ha tenido en ocasiones un rompimiento brutal: un accidente, un atentado. En el año 2009 dos novelas se sumaron a la narrativa que tiene su germen en los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004.

El mapa de vida (2009) de Adolfo García Ortega no es de tema ferroviario, tampoco es estrictamente hablando una novela sobre el 11M, pero en los compases iniciales describe como eran y como mueren algunas víctimas; una de las protagonistas de la novela es una de las supervivientes. De nuevo el viaje en cercanías se describe con los colores de lo conocido y lo cotidiano. 
En la estación la luz empieza a ser más densa. Los trenes emiten sonidos familiares, chirridos de frenos, tonos intermitentes de aviso de cierre de puertas. La gente corre como siempre repitiendo el ciclo diario. Ya se ha despertado la ciudad, ya la ciudad vuelve a ser un caudal de vida y tiempo derramados. Pero ha ocurrido algo, la luz ha cambiado de un color a otro como si hubiese caído un telón sobre Madrid. Una explosión, alcanza a comprender alguien que cae en el andén, que se siente empujado.

Manuel Gutiérrez Aragón ganó el premio Herralde de novela 2009 con La vida antes de marzo. Tampoco en este caso se presenta como una obra sobre el 11M, pero sí como una reflexión sobre el choque de culturas. Un tren de dos mil coches recorre un trayecto sin principio ni final inscrito entre Bagdad y Lisboa, procede de varias estaciones, tiene múltiples destinos y el tiempo en él, se distorsiona. La novela arranca con referencias a trenes de ciencia ficción: el convoy, que es como un mundo y que circula sin detenerse, tiene ecos del cómic Transpierceniege y el sistema de trenes satélite utilizado para subir y apearse de él, los tiene de la novela Traficantes de leyendas.
No tiene ni cabecera, ni estación terminal. Y para ir a Zurich o a Es­tambul no hay que cambiar de línea, solo tomar el vagón adecuado. Las obras de este trayecto empezaron en el 2019 y solo se han terminado ahora, cinco años mas tar­de. Pero lo más espectacular no es su trayecto múltiple, ni su decoración art deco, rococó, o la más abundante de la­cerías y signos arábigos, sino el numero de sus vagones. Dos mil vagones forman la serpiente metálica de este enorme trasto, que nació ya viejo por la falta de acuerdo europeo. El antiguo proyecto «Berlín-Bagdad», sucesor del «Oriente Expres», ha dado origen al tren «Bagdad-Lisboa» que sale -en realidad deberíamos decir pasa- de, por, so­bre, ante Lisboa y da la vuelta en Mesopotamia, haciendo un gracioso rizo -de tres billones de euros- entre el Tigris y el Eufrates. Y de Lisboa, si no «sale», tampoco se puede decir que «vuelva». El tren nunca se detiene para recoger o descargar usuarios. Seria una perdida de tiempo. Un satélite, que se coloca a su costado, en una vía adyacente, aumenta la ve­locidad hasta alcanzar la del «Bagdad-Lisboa». Los pasaje­ros se trasvasan al enorme convoy y viceversa. El tren satélite se despega del principal una vez cumplida su misión vicaria.
El encuentro de dos extraños en ese tren acaba en confidencias y relatos cruzados. Uno de ellos se enamoró de una magrebí en un pueblo de Asturias cercano a Mina Conchita, el otro estuvo relacionado con un grupo radical liderado por un tipo apodado “el tunecino”… Seguro que les suena.