martes, 15 de noviembre de 2016

Relatos ferroviarios en Lecturas: El guardabarrera


La revista Lecturas apareció en 1921 como suplemento de la popular El Hogar y la Moda y se convirtió en publicación independiente en 1925. Por aquellos años solía incluir relatos de autores nacionales y extranjeros convenientemente ilustrados por los dibujantes de la casa. Algunos de los relatos eran de tema ferroviario.

El primero de ellos apareció en el número inaugural, se titulaba El guardabarrera y su autor era François Coppée. No se indica la fecha de la redacción, pero sabemos que Coppée murió en 1908 y que fue un autor muy popular en Francia gracias a sus poemas y relatos de tema popular y sentimental. Las ilustraciones llevan la firma Calderé.

El guardabarrera narra como el tren en el que viaja la reina de Bohemia se ve detenido por la nieve acumulada en la vía. La soberana “viaja en el incógnito más estricto y más modesto, bajo el nombre de Condesa de Siete Castillos, acompañada solamente de la vieja Baronesa de Georgenthal, su dama de lectura, y del general Horschowitz, su gentilhombre de honor.” Va a París a visitar a su madre, reina viuda exiliada de Moravia, para llorar sobre sus hombros sus penas de amor, pues su marido el rey había arrasado la felicidad y devoción con las que se había casado con él. “Seis meses de engaño y de ilusión, seis meses apenas, y después, un día, en pleno embarazo, un azar brutal le hizo saber que estaba equivocada, que el rey no la amaba, que no la había amado nunca y que al día siguiente mismo de la boda había cenado en casa de la Gacela, la primera danzarina del teatro de Praga, una cualquiera. ¡Y no era esto solo! Entonces supo lo que únicamente ella ignoraba: el antiguo enredo de Ottokar con la Condesa de Pzibrann, de la que había tenido tres hijos, a la que no había dejado en medio de cien locuras, y de la que tuvo la audacia de hacer la primera dama de honor de su esposa.” La reina tiene un hijo, pero había empezado a mirarlo con frialdad a causa de los engaños del hombre que lo había engendrado y de la rigidez de la corte que hacía que nunca pudiera estar a solas con él, de manera que cada vez eran más frecuentes sus viajes fuera de Praga.

Detenido el tren, la reina y sus dos acompañantes se refugian en la caseta de un humilde guardabarrera. El hombre tiene una hija de tres años (sic), cuya madre los ha abandonado, y a la que se niega a dejar en manos de terceros y cuida con esmero a pesar de su esclavo trabajo. “Por la noche no tengo más remedio que dejarla ahí, chillando y llorando, cuando oigo silbar el tren. De día, en cambio, la llevo conmigo, y es muy valiente la pequeñina; no le tiene miedo al ferrocarril... Mire usted: ayer "la tenía sobre el brazo izquierdo, mientras con la mano derecha presentaba mi banderín; pues bien: ni siquiera se estremeció al paso del rápido...”

La reina se enternece y toma en brazos a la criatura. “¿Se sabrá nunca lo que pensó la joven Reina de Bohemia en aquella noche de invierno en que acunó durante una hora a la hija de un pobre guardabarrera?”.


La línea queda expedita y el tren retoma la marcha, pero antes de subir a su compartimento, la reina deja “sobre la cuna de la pequeña Cecilia su portamonedas lleno de oro, y el ramito de violetas que llevaba a la cintura”.

Transformada por la experiencia, “su Majestad no ha pasado más que dos días en París. Ha regresado en seguida a Praga, de donde ya no se ausenta nunca y donde se consagra por entero a la educación de su hijo. Si todavía hay reyes en Europa cuando el pequeño Wladislas sea hombre, será el que no ha sido su padre: un buen rey. A los cinco años es ya popular, y cuando viaja con su madre en esos vagones ferroviarios de Bohemia, que marchan como coches de plaza, al ver por la ventanilla del coche-salón a un guardabarrera que lleva un crío al brazo y que presenta con el otro su banderita, el augusto niño, al que su madre hace una seña, le envía siempre un beso.”

La primera frase, “Su Majestad la Reina de Bohemia – porque siempre habrá un reino de Bohemia para los cuentistas – viaja en el incógnito más estricto…”, reconoce que el relato se sitúa en un entorno mitificado, que no es otro que el imperio austrohúngaro del que la actual Chequia formaba parte en aquellos tiempos. El decorado lo forma una sociedad estratificada, ferroviarios orgullosos de su trabajo y estrictos cumplidores del reglamento y una corte con varios círculos de aristocracia.

En los años en que se escribió el texto, el imperio austrohúngaro ya estaba rodeado de un halo de decadencia, y cuando se desmoronó en 1918 después de la Primera Guerra Mundial, pasó definitivamente al limbo de la nostalgia. François Coppée, a pesar de su clara fascinación por el régimen monárquico y su moral estricta, anticipó su final y su uso como lugar común literario.


jueves, 3 de noviembre de 2016

La cadena del guardabarrera


El texto del pie de la ilustración dice lo siguiente:
DILEMA
–Ya lo veo: tengo cadena para toda la vida; y si me despisto y pasa alguna desgracia, tengo cadena perpetua.
La portada corresponde al número de 30 de octubre de 1920 de una revistilla para niños que se publicaba en Barcelona desde 1903. Era muy popular y su dibujante estrella era precisamente Junceda, el autor de este dibujo.

Junceda por estos años ya realizaba un dibujo muy esquemático que resaltaba los aspectos más costumbristas y el trasfondo social de las situaciones o espacios que representaba; la portada que hoy rescatamos es un buen ejemplo de ello.

La composición del dibujo se centra en el espacio vacío en el que se cruzan la vía del tren y el camino, y a su alrededor se desgranan el resto de elementos: la caseta humilde, pero con las flores trepando por ella para darle un poco de vida, la guardesa en segundo término con el banderín, la escasez del sueldo representado por las alpargatas y el parche en el pantalón, la posición del guardabarrera que transmite rutina y cansancio…

En definitiva, una ilustración que nos recuerda la dureza, responsabilidad y soledad de uno de los oficios ferroviarios más monótonos y esclavos.