lunes, 15 de septiembre de 2014

Veinte historias eróticas en un tren


La editorial francesa La Musardine, especializada en literatura y cómics eróticos, editó en 2012 un conjunto de relatos bajo el título Oséz... 20 histoires érotiques dans un train. Como la misma editorial indica, se trata de historias "para conocer los fantasmas que se esconden detrás de la tranquilidad aparente de los viajeros del tren". Como suele ocurrir en estos casos, el volumen es desigual: algunas de las historias las hemos leido decenas de veces, otras actualizan la tradición y algunos relatos son novedosas y originales.

Destaca el que abre plaza, Coup de foudre à grande vitesse de Octavie Delvaux, autora especializada en relatos eróticos. Un joven (25 años) apuesto y moderno sube al TGV a toda prisa, en el asiento de enfrente se sienta una mujer (aparentes 33-35) despampanante. Él mira a la mujer y se siente locamente atraído, pero enseguida se da cuenta de que está casada y de que tiene dinero, de modo que decide que es inaccesible. Durante el viaje la mujer escribe y, a medida que acaba cada página, la arranca del cuaderno y la tira a la papelera. El chico abre una lata de bebida y se salpica la camiseta, va al servicio a limpiarse y, cuando vuelve, la mujer ya se ha apeado del tren. Recupera las hojas de la papelera y descubre que relatan, con todo detalle, la fantasía de la mujer de echar un polvo con él en el tren mismo para salir de la rutina del matrimonio. El escrito acaba con la reflexión de que no osará darle el texto al joven porque no le deben faltar las jovencitas y seguro que no se fijaría nunca con una mujer de 40 años. Las distintas hojas son reescrituras con matices de la misma fantasía. En la última hay un número de teléfono anotado, pero los dos últimos números están emborronados por las salpicaduras de la bebida. Ya en casa, el joven prueba todas las combinaciones hasta que oye la voz esperanzada de la mujer.
El texto tiene multitud de matices que no deben desvelarse al futuro lector, pero hay un aspecto interesante y que rompe con la tradición de los relatos eróticos ambientados en trenes: durante la actividad amatoria el tren no traquetea: és un TGV.
Octavie Delvaux
Otro de los relatos que merece reseñarse es Intrusion de Clarissa Rivière. En él sorprendre tanto el realismo con que se describe la inexperiencia de la parejita protagonista, como el inesperado giro que aporta la intrusión del revisor del tren en su compartimiento. Ahora no se trata de un TGV, sinó de un tren convencional con coches-cama, de manera que ahora sí que hay traqueteo: “Olvidado Adrien, los movimientos del train, monótonos, regulares, repetitivos, adormecen su consciencia, ella sólo se peocupa de buscar su placer."

El protagonista del relato Le bonheur au bout de quai, de J.C. Rhamov, es un joven conductor de coche-cama que es requerido de amores por una joven dama a la que “había ayudado a subir la maleta, y me acordaba aun de su sonrisa. Una de estas sonrisas llenas de promesas que auguran una sensualidad afianzada”. Acude a su compartimiento al anochecer, con el champagne que ella le pide, y no acaba su cometido hasta las cuatro de la madrugada. Al servirle el desayuno por la mañana, aun es requerido de un servicio final, que el cumple con eficiente profesionalidad ferroviaria. Cuando llegan a destino, el marido de la dama le gratifica con una buena propina después que ella le informe de la calidad de sus servicios amatorios. Con los años, el conductor se entera de que otros colegas suyos han dado el mismo buen servicio en la misma línea y recuerda con nostalgia los tiempos pasados:
Ahora, los tiempos han cambiado. El TGV ha reemplazado a los coches-cama; los últimos coches marcados con los dos leones de bronce han sido cedidos a ricos coleccionistas. Sólo hay hombres apremiados, smartphons y portátiles, que sólo juran sobre tasas de rentabilidad y de retorno de inversiones, y que sólo hablan del tiempo ganado… Siento nostalgia por un tiempo, no muy lejano, cuando la felicidad estaba en el extremo del andén.
El volumen incluye también el relato Sur la rute, de Miss Kat, probable pseudónimo de Octavia Delvaux. Coralie, una chica con pocos recursos va a un congreso de literatura erótica para que la Delvaux le firme ejemplares. Se cuela en el metro y en el tren. Mientras está leyendo la literatura erótica de su autora favorita, entra en su compartimiento Mylène, una mujer también lectora de Delvaux. Hablan y comparten intimidades. Cuando los revisores entran a pedirles los billetes, las dos mujeres se besan para ahuyentarlos, aunque los dos hombres acaban quedándose y montando una orgía a cuatro. Al final…
Apenas recuperada de sus emociones, Coralie mira a Mylène y a los dos revisores. Algo se le hace ahora evidente:
–¿Os conocíais?
Los otros tres estallan en risas. Mylène deja una insignia de revisora sobre la mesita:
–Te vi subir al tren en París. Tenías un comportamiento tan sospechoso que llevabas la palabra "defraudadora" en la frente. Entonces vi tu libro. Yo quería jugar... Y no me arrepiento –dijo con una sonrisa codiciosa–. Franck y Roger –añadió señalando a los dos revisores–, unos colaboradores con los que suelo jugar de vez en cuando.
La aficionada a la literatura erótica se ahorra así el billete y, de paso, se confabula para la vuelta con los apasionados revisores ferroviarios.



lunes, 1 de septiembre de 2014

Polizones en el tren, conflictos morales.

Las terribles noticias que periódicamente nos llegan de "La bestia" mexicana son un recordatorio de que las desigualdades sociales también se manifiestan en el mundo del tren. El tema es tan antiguo como el ferrocarril mismo.

Un relato de 1896 de Vicente Blasco Ibáñez, El parásito del tren, plantea este problema. El texto, en primera persona, narra como un viajero de primera ve interrumpido su sueño por la apertura repentina de la puerta de su compartimiento por un hombre humilde, “un campesino, pequeño y enjuto, un po­bre diablo, con una zamarra remendada y mugrienta y pantalones de color claro. Su gorra negra casi se confundía con el tinte cobrizo y barnizado de su cara, en la que se destacaban los ojos, de mirada mansa, y una dentadura de rumiante, fuerte y amarillenta, que se descubría al contraerse los labios con sonrisa de estúpido agradecimiento”.

El campesino continúa viaje sentado sobre el suelo del coche y con los pies colgando. El viajero siente lástima por él, le ofrece un cigarrillo, entabla conversación y se entera de que va a ver a sus hijos. Le ofrece subir, sentarse y cerrar la portezuela, a lo que el pobre responde con entereza: “No, señor. Yo no tengo derecho a ir dentro, como un señorito. Aquí, y gracias, pues no tengo dinero.”

Cuando el tren pasa por la estación previa a la de destino, el polizón se apea para que no le pillen al final, pero es visto por los empleados de la compañía y la Guardia Civil. Logra escapar, y cuando el viajero pregunta a los empleados, estos le dicen: “Un tuno que tiene la costumbre de viajar sin billete. Ya le conocemos hace tiempo. Es un parásito del tren; pero poco hemos de poder, o le pillaremos para que vaya a la cárcel.”

Pocos años después, la noticia en el periódico de la muerte de un polizón en esa línea lleva al viajero a recordar este encuentro. Todo el relato tiene la intención de presentar los juicios éticos de los tres personajes en relación con su posición: la dignidad vergonzante del campesino, la compasión desde la riqueza del viajero y la obligación de cumplir su deber de los empleados.

En el cine, el tema de los polizontes tiene un referente clásico: Emperor of the North (1973, El emperador del norte) de Robert Aldrich.  La acción se sitúa en 1933, en plena depresión  norteamericana. Los protagonistas son los vagabundos que recorren el país en trenes a los que suben en marcha y también los vigilantes, matones contratados por las compañías, que mantienen con ellos una guerra cruel y permanente. Los actores Lee Marvin y Ernenst Borgnine encarnan los líderes de cada uno de los bandos en un duelo interpretativo antológico.

La cuestión, ahora en la red del metro, aparece de nuevo en una película húngara de 2003, Kontroll, dirigida por Nimród Antal, que narra las desventuras de los revisores, sus enfrentamientos con los pasajeros que incumplen las normas y los problemas y las rivalidades entre ellos. La cinta, premiada en el festival de Cannes, es una metáfora de las tensiones sociales en el país.


Del relato y las películas citadas se concluye que, con algunas excepciones, nadie se juega la integridad física haciendo de polizón de tren por gusto, pero también se concluye que los empleados ferroviarios tienen la obligación de  hacer su trabajo a pesar de que sientan la punzada de la piedad. El conflicto moral está servido y con él suele hacerse buena literatura y buen cine.