sábado, 17 de agosto de 2013

Una aventura en el tren - Jordi Valor

El protagonista del relato Una aventura en el tren (1953) del escritor valenciano Jordi Valor toma, en 1930, el tren descendente de Jaca que hace parada en Huesca a las 18:30 y llega a Tardienta para enlazar con el expreso a Barcelona procedente de Madrid.

El vagón era antiguo. Cada compartimiento tenía puerta al exterior sin poder recorrerse el coche, es decir, que íbamos enjaulados como gallinas, y hasta el revisor había de salir por la portezuela y por el estribo y, agarrado a las ansas del subidor, pasar al compartimiento de al lado cuatro o cinco veces por cada vagón.
(…)
En el último momento ya sonaba la campana del jefe de estación dando la salida cuando llegó una señorita rubia con una pesada maleta que introdujo en nuestra “jaula”.

El protagonista ayuda a la joven con el equipaje y le ofrece por dos veces su asiento, que ella rechaza, aunque

lo único que hizo fue rogarme que le dejara el periódico que llevaba en el bolsillo para ponérselo bajo los pies y descalzarse los zapatos de alto tacón que le fatigaban los pies: así no se ensuciaba las medias de seda con la porquería del suelo entarimado y carbonoso y las cáscaras de cacahuete, las pieles de altramuz y los huesos de dátil.

A los pasajeros del tren, aquel descalzarse les parece un acto de sinvergüencería, pero para el protagonista es el anuncio de un sutil juego erótico que se producirá cuando, al coincidir de nuevo al tomar el expreso de Barcelona, la joven hará por manera que acepte hacerse pasar por una pareja de recién casados a los ojos de un tercer viajero que entabla conversación con ellos. El juego incluirá conversación cariñosa, monerías, tentempié a modo de cena, las alabanzas del tercer viajero ante una pareja feliz y breves y cariñosos tomarse del brazo, todo ello narrado con una prosa brillante, eficaz y sugerente.

El relato nombra las estaciones por las que pasa el expreso y que marcan distintos momentos del sutil y pícaro juego del fingimiento: Cariñena, Selgua (donde enlaza con el ferrocarril de Barbastro desaparecido en 1985), Monzón, Lérida, Mollerusa, Manresa, Tarrasa, Sabadell… hasta rendir viaje en la Estación del Norte de Barcelona. Una vez allí, la chica apaga cualquier ilusión que se hubiera hecho el protagonista con un: “adiós, hasta nunca”. Un billete en el bolsillo será el único recuerdo de la aventura.


Este relato fue publicado en 1981 por la  Editorial Prometeo en la colección "El Conte del Diumenge"

jueves, 1 de agosto de 2013

Un emperador destronado y atrapado en los trenes


Carlos de Habsburgo se vio convertido en emperador del Imperio Austrohúngaro a raíz del asesinato en Sarajevo del sucesor del káiser Franz Joseph, magnicidio que fue el detonante de la Primera Guerra Mundial y el consiguiente fin del imperio. El tren fue el escenario de su partida al exilio a través de la frontera autrosuiza y también el de su segundo intento de restauración en la corona húngara. La literatura ha recogido este final que, como todos los finales de aquellos que han vivido con poder en medio del lujo, resulta muy dramatizable. Por lo que se refiere a la marcha del emperador destronado, en Stefan Zweig encontramos una referencia de primera mano muy reflexiva, mientras que en Lajos Zilahy la marcha al exilio del kaiser ya es materia novelística con muchos tintes irónicos.

El mundo de ayer (1941) de Stefan Zweig son unas memorias clave para comprender el riquísimo mundo cultural de la miteleurope de antes de la Segunda Guerra Mundial; están llenas de nostalgia por el imperio austrohúngaro perdido y de temores por la Europa que pueda resultar del nazismo. En ellas se describe como, el 24 de marzo de 1919, al regresar a Austria acabada la guerra, el autor se cruza en la estación fronteriza de Buchs con el tren que lleva al kaiser Carlos I al exilio.
Lentamente, casi diría mayestáticamente, entró el tren en la estación, un tren especial: no eran los vagones de pasajeros habituales, avejentados, descoloridos por la lluvia, sino unos vagones negros y anchos, un tren salón. La locomotora se detuvo. Un nerviosismo perceptible agitó a los que esperaban y yo no sabía aun porqué. Entonces reconocí, en pie detrás del cristal, al emperador Carlos, el último emperador de Austria, y a su mujer, la emperatriz Zita, vestida de negro. Me estremecí: el último emperador de Austria, el heredero de la dinastía Habsburgo, que había gobernado el país durante setecientos años, abandonaba su imperio! (…) El emperador: esta palabra había sido para nosotros la quinta esencia del poder y de la riqueza, el símbolo de la perpetuidad de Austria, i habíamos aprendido a pronunciar estas cuatro sílabas con respeto. Y ahora veía al último emperador de Austria expulsado de su país. (…) Finalmente, el revisor dio la señal. Todo el mundo se sobresaltó involuntariamente. Empezó un segundo irrevocable. La locomotora arrancó con una fuerte sacudida, como si también ella se tuviera que esforzar, y el tren se alejó lentamente.
En Los Dukay, el novelista húngaro Lajos Zilahy recrea el viaje de la pareja imperial hacia el exilio des del punto de vista de los escrito en su diario por una incondicional y enamorada aristócrata húngara que les acompaña:
Yo estaba sentada en la silla del revisor, en el pasillo. Quería estar sola con mis pensamientos porque no podía soportar por más tiempo las lamentaciones de la condesa M. A poco salió de uno de los compartimientos un guardia de corps y abriendo la ventanilla respiró el aire frío y lluvioso. Con botas de gala hasta las rodillas, con rutilante uniforme bajo su capote de piel de leopardo, parecía un pesado candelabro de oro que el asustado rey podía agarrar mientras se hundía en las negras olas, si bien sólo le hubiera servido para hundirse más de prisa.La puerta de otro compartimiento se abrió y salió la institutriz. Al franquear el obstáculo del guardia de corps, que seguía sorbiendo el aire de la noche, vi dos diminutos orinalitos que se utilizaban para las necesidades fisiológicas de los reales chiquillos. Desapareció en dirección a los lavabos.¿Hacia dónde nos dirigíamos y con qué fin en la noche oscura? Comencé a sentir una infinita piedad por el rey. Las lágrimas me ahogaban mientras trataba de analizar cuál era el sentimiento que mi corazón experimentaba hacia él. Pero el rey no lo oía. Seguía inmóvil en su compartimiento, con sus dos manos sobre las rodillas y la mirada en el espacio.
La misma novela, también mediante el diario de la aristócrata, narra el segundo intento de restauración, que se produjo con una infructuosa marcha de cuatro trenes militares sobre Budapest. Uno de los fragmentos recrea la misa de campaña que se celebró durante el trayecto; a ella corresponde la fotografía, en la que puede verse la pareja real arrodillada sobre los railes a la derecha de la imagen.
Pero pronto, a las ocho, llegaron noticias inquietantes; la infantería disparaba contra el tren real desde las colinas circundantes. El rey se resistía a dar una orden de ataque porque quería evitar el derramamiento de sangre. Se llamó a un sacerdote para que recibiese la confesión del rey en el despacho del jefe de la estación. Esto requirió bastante tiempo. Después quiso ir a la población y oír misa, pero fue imposible porque el camino que llevaba a la iglesia estaba ya bajo el fuego. Ordenó, por consiguiente, que se dijese una misa de campaña a lo largo del tren. Pero todo esto requirió mucho tiempo porque fue difícil encontrar una campanilla, vino de mesa, un cáliz y una cruz. Durante la misa estuvo arrodillado al lado de la vía sobre el barro. Los oficiales se roían las entrañas de rabia porque a cada momento llegaban noticias de que las fuerzas enemigas iban ocupando los puntos estratégicos.