miércoles, 29 de mayo de 2013

Nuevo número de Des Rails


Des Rails, la revista semestral francesa de literatura de tema ferroviario, ya tiene disponible en su web el número 15 correspondiente a abril de 2013. Incluye relatos, poemas y fotografías. Puede leerse o descargarse aquí.

lunes, 13 de mayo de 2013

Figuras ante la ventanilla del tren



Entre la treintena de aguafuertes que ha presentado la artista plástica Berta Oromí en la sala Arena de Barcelona, destaca la titulada Abril (2012 - aguafuerte, agua-tinta y acetato coloreado) por cuanto retoma un tema clásico en la pintura de interés ferroviario: dos figuras sentadas frente a frente en los asientos de ventanilla de un coche.



En 1862 el inglés Augustus Egg pintó The Travelling Companions durante una de sus estancias en el sur de  Europa aconsejadas por su precaria salud. Es una obra desconcertante, en la que el tratamiento del ropaje nos recuerda la actividad del autor como diseñador de vestuario teatral, y en la que la simetría de los vestidos juega con la simetría habitual en los compartimientos ferroviarios; eso ha propiciado todo tipo de interpretaciones, incluida la de que representa dos estados o actitudes de una misma persona. Nótese que ninguna de las dos figuras mira por la ventanilla; una duerme, la otra lee, el paisaje costero de la Provenza es solo un fondo.



Los personajes de Frederik Cayley Robinson en Long Journey (1923) tienen una actitud distinta, mientras el hombre mira por la ventanilla interesado en el tren que circula por el fondo del paisaje, la joven mira al pintor como quien mira a una cámara. El coche es simétrico como el anterior, son las figuras, sobretodo la presencia de la niña pequeña, las que rompen la simetría. Han pasado sesenta años entre las dos pinturas, los trenes británicos han cambiado de aspecto y los dos autores lo han reflejado.

El coche del aguafuerte de Berta Oromi es actual, pero menos identificable que los anteriores, puede pertenecer tanto a un cercanías como a un regional. Los detalles que han reproducido Egg y Robinson, como las cortinas, los tiradores o el mecanismo de sujeción de la ventanilla, han desaparecido: ahora los trenes son más lisos y austeros, no hay una puerta en cada compartimiento. Pero eso no es todo, la mirada de Oromí  no se interesa tanto por el ferrocarril como por las adolescentes viajeras. Ahora las dos figuras contemplan por la ventanilla el paisaje idéntico y cambiante por excelencia: el mar. Lo importante no es ni el ferrocarril ni el paisaje, sino la actitud. La mirada de los personajes y la mirada de la artista se acumulan; el círculo se cierra.

lunes, 6 de mayo de 2013

Bahnwärter Thiel (1888, Guardavías Thiel) de Gerhart Hauptmann

Más allá de los aspectos ferroviarios que se transcriben en la sección Al hilo del número de mayo de Vía Libre, la novela corta Bahnwärter Thiel (1888, Guardavías Thiel) de Gerhart Hauptmann, tiene un lugar relevante en la literatura alemana. Suele estar incluida en las antologías literarias y es de obligada lectura para los estudiantes germanos, su adaptación teatral es popular entre los cuadros escénicos de los institutos y en estos meses está en cartel en el teatro Gorki de Berlín una puesta en escena profesional, que combina actores, videoarte y bailarines, de la que puede verse el avance aquí.



La clave está en el hecho de que esta narración va más allá del naturalismo del momento para adentrarse de manera precoz en el terreno del psicoanálisis, como puede verse en el pasaje cumbre de la obra, el que pone al lector ante la clave del proceso de locura de Thiel cuando éste es incapaz de reaccionar al sorprender a su esposa maltratando a su primer hijo:
Por un momento, pareció como si hubiera tenido que re­primir con todas sus fuerzas algo terrible que en él se levantaba; luego se impuso la flema de siempre en su semblante, tenso, animado extrañamente por el ardor de un furtivo destello de sus ojos. Durante unos segun­dos, paseó su mirada por los fornidos miembros de su mujer que, con el rostro vuelto, iba de aquí para allá, tratando todavía de serenarse. Sus pechos abultados, semidesnudos, se hinchaban de cólera, amenazando con hacer saltar el corsé y sus vestidos recogidos hacían sus anchas caderas más anchas aun. Parecía salir de esta mujer una fuerza invencible, irresistible ante la cual Thiel se sentía inferior.


Ahora, los fragmentos ferroviarios cobran un nuevo significado, el tren se convierte en un símbolo más cercano a Zola que a Dickens, pero, ante todo, inscrito en la tradición alemana de asimilar el ferrocarril con los monstruos de sus sagas:
Una oscura humareda se estiraba a lo lejos sobre la línea, y el viento la empu­jaba hasta el suelo. A sus espaldas percibió el jadeo de una maquina que resonaba como la respiración fatigosa y vacilante de un gigante enfermo. Una fría penumbra se extendía sobre aquel paraje. Al poco rato, al esfumarse la humareda, reconoció Thiel al tren del balasto.